El Reino de los Infiernos Fríos: Cuando el resentimiento desencadena la autodestrucción por Bel Cesar - [email protected] Traducido por Melissa Park - [email protected] Como vimos la semana pasada, vivenciamos el padrón emocional semejante al reino de los Infiernos cuando nos encontramos presos, sin salida, por el dolor físico o emocional. Además, en este padrón el dolor es visto como una garantía de la realidad. Esto es, cuánto más sentimos dolor, más próximos estaremos de nuestro sentido de la realidad: de lo conocido y por lo tanto, controlable. De esta manera, cuando no estamos sufriendo, sentimos angustia por vivenciar lo desconocido. Así como el masoquista: él no busca lo desagradable, pero no consigue vivir el placer porque lo ve como un indicio de peligro anticipado. En el texto anterior, reflexionamos sobre el reino de los Infiernos Calientes, marcados por el calor de la rabia que explota. Hoy vamos a estudiar los Infiernos Fríos, que nos revelan padrones emocionales de orden inverso: aquellos que implosionan. Mientras el infierno caliente describe a la mente que necesita actuar, el infierno frío revela a la mente resentida y orgullosa que se cierra en sí misma y se retrae. Así explica Francesca Fremantle el odio glacial en su libro Vacío Luminoso (Ed. Nova Era): “En vez de partir para el ataque, intentamos congelar a las otras personas con nuestro desprecio. Es así que nuestros corazones se congelan en cuanto miramos el mundo con los ojos fríos de odio. Ese mundo congelado es también el infierno de la depresión y del desespero, rabia dirigida y aversión enraizada contra nosotros mismos. Sentimos un total auto-desprecio y no podemos imaginar cómo seríamos capaces de cambiar, porque somos y siempre fuimos tan mezquinos. Como si estuviésemos atracados en un pilar de hielo, somos incapaces de comunicarnos o responder a los demás. Ya que no existe sentido de relación, no existen torturadores externos aquí; es un mundo de aislamiento encerrado en sí mismo”. El mayor problema de este padrón es el orgullo, pues cuando somos atrapados por tal hostilidad en relación a nosotros mismos ya no sabemos más ni cómo pedir ayuda a los demás. Nos encontramos en una constante actitud de víctimas autoproclamadas: recriminamos todo y a todos. Nos sentimos impotentes delante de una “vida ingrata”. Acabamos por convertirnos en irónicos y acostumbramos pensar: "Estoy indignado. Por que yo?”... Así como alerta Martin Lowenthal en El Corazón Compasivo (Ed. Pensamento): “Asumiendo el papel de víctimas y tratando a la vida como un problema, traicionamos a la vida de diversas maneras. Una parte de nosotros sabe como estar viva en el momento, pero sólo la traicionamos fijando toda la atención en nuestra historia, la reconstitución histórica de nuestra vida. Nuestra identidad no nos permite lidiar con el presente tal como él es. Nos vemos como víctimas y no como autores da nuestra experiencia actual”. La llave para salir del estado de víctima ya es bien conocida: aprender a aceptar lo que no puede ser modificado. Esta es una reflexión profunda que requiere tiempo y honestidad. Así como nos inspira la Oración de la Serenidad adoptada por los Alcohólicos Anónimos en el mundo entero: "Que Dios me de serenidad para aceitar las cosas que no puedo cambiar, coraje para cambiar las que puedo y sabiduría para distinguir unas de las otras". Los textos budistas describen ocho tipos de Infiernos Helados. En ellos, todo es completa oscuridad y no existe calor, sol o fuego. En el infierno de las Bolas, el cuerpo de los seres es completamente cubierto por ampollas provocadas por el vento helado. Y en el Infierno de las Bolas Reventadas, el frío es tan intenso que las ampollas revientan. Los tres infiernos siguientes son progresivamente más fríos y sus nombres indican los sonidos producidos por los seres que los habitan: Infierno del Tiritar de los Dientes, Infierno de la Exclamación de Frío y Infierno de los Gemidos. Sin duda, cuando el resentimiento, resultante de la rabia contenida, se torna demasiado profundo para ser reconocido, es somatizado por el cuerpo y termina por generar enfermedades tan auto-destructivas como el cáncer. Así como ejemplifica el cuento budista de un eremita que vio una pierna de carnero en su delante y no conseguía agarrarla para cocinar. Entonces, su maestro le dijo que haga una cruz sobre la pierna del carnero. Fue ahí cuando él descubrió que había hecho una cruz sobre su propio pecho. Cuando estamos con rabia de algo e intentamos destruirlo, pero, al mismo tiempo, el proceso se torna autodestructivo, se vuelve para adentro de nosotros. Cuando nos convertimos en la propia rabia, no hay más para donde huir. En este sentido, el reino de los Infiernos es una constante caza de sí mismo. Tal vez no deseamos castigarnos, pero cultivar el resentimiento es una forma de condenarnos al sufrimiento eterno. Por lo tanto, necesitamos urgentemente admitir que congelar la rabia en nuestro interior intoxicará e impregnará nuestro cuerpo. La salida de este reino está en aprender a derretir el resentimiento: desistir de la rabia, esto es, parar de luchar, esto es, de acusar algo, sea fuera o dentro de nosotros. Así como explica Chögyam Trungpa en Más allá del Materialismo Espiritual (Ed. Cultrix): “... las alucinaciones del Infierno son generadas a partir de un ambiente de claustrofobia y agresión. Hay una sensación de estar preso en un pequeño lugar sin aire para respirar y sin espacio para moverse. Preso, como él está, el mono no sólo intenta destruir las paredes de su claustrofóbica prisión, si no también intenta matarse, con el fin de escapar a su doloroso y continuo sufrimiento. Entretanto, él no se puede matar, y sus tentativas de suicidio sólo sirven para intensificarle la tortura. Cuanto más lucha para destruir o controlar las paredes, tanto más sólidas y opresivas ellas se tornan, hasta que, en un determinado punto, la intensidad de la agresión se atenúa un poco y, en vez de luchar con las paredes, el mono cesa de relacionarse con ellas, deja de comunicarse con ellas. Queda paralizado, congelado, envuelto en el dolor, sin pelear para huir. Comienza a disminuir la intensidad del reino del Infierno, el mono empieza a relajarse y, súbitamente, a percibir la posibilidad de un modo de ser más abierto, más espacioso”. Por lo tanto, aquí van algunos puntos de como salir de este padrón psicológico cuando fuimos tomados por él: Reflexionar: “Y si no hay una solución para los problemas de nuestra vida por la simple razón de que no existe un problema?” Procure no preguntarse "Por qué", pero sí "Como". El deseo de control hace que respondamos a preguntas que no somos capaces de responder. Terminamos sintiéndonos tensos y congelamos el dolor en el sufrimiento. Evite estancarse buscando una causa única para lo que sucedió. La "verdadera causa" no puede ser determinada en una única situación independiente. Lo mejor es asumir lo que está sucediendo en el presente y mirar para el frente. La auto-responsabilidad es una manera de perdón. Perdonar es dar nueva vida a las cosas. Deje el papel de víctima para convertirse en un agente transformador. Recordar que nuestro enemigo es nuestro mejor maestro, pues es él quien crea las condiciones para entrenarnos en lo que más necesitamos aprender.