I CERTAMEN DE MICRORRELATOS Sandra Fernández Jurado - Primer premio ENTIERRO L os operarios de la funeraria detuvieron la furgoneta delante del nicho. Elevaron la plataforma y lo abrieron. Introdujeron el féretro y sellaron la tumba. Varias personas con los rostros serios lo observaban todo desde abajo. Algunas lloraban. Alguien pronunció, en voz baja, unas pocas palabras. Mientras, oculto en otra parte, Jorge trataba de imaginarse cómo estaría transcurriendo su entierro. Si todo salía bien, en unos días su mujer cobraría el dinero del seguro y se fugarían juntos. Lo que él desconocía era que su mujer había elaborado otros planes. 48 I CERTAMEN DE MICRORRELATOS José María Araus Sancho - Segundo Premio PRIMAVERA E l pueblo estaba echado sobre los campos, como si a Dios se le hubiera caído encima de los trigales. El frío de abril jugaba entre sus calles a esconderse de los rayos de sol que pretendían acabar con él. Arriba, en el cielo, una manada de nubes negras apareció amenazante. La gente la miraba con el temor que le infundía el refranero. En el vientre de la masa acuosa, el granizo, como un batallón de paracaidistas, se preparaba para saltar dispuesto a arrasarlo todo. Aquella amenaza negra fue pasando seguida por las miradas miedosas de los pueblerinos. Ninguno tenía seguro para su cosecha. En el interior de la nube, los paracaidistas fueron volviendo a sus asientos. Alguien, al mando de todo aquello, decidió pasar de largo. Le pareció que allá abajo todo estaba aún muy verde. Saltarían a la vuelta, cuando el cereal estuviera ya granado. 49 I CERTAMEN DE MICRORRELATOS Ángel Navas Rodríguez - Tercer premio Antoni Corominas Díaz - Cuarto premio UN HOMBRE NUEVO PREMONICIÓN P I edro se despertaba mucho antes del amanecer, cuando los ruidos nocturnos de la ciudad se colaban, impertérritos, a través de los resquicios de una ventana mal instalada. Durante el día, cuando los vecinos no se tomaban ninguna molestia por suavizar el ruido de sus pisadas en el suelo quebradizo, era la misma rutina, todo eran señales de angustia y congoja. Abandonado y sin trabajo, nervioso y avergonzado, seguía aferrándose tercamente a su pasado. Las voces del piso de abajo interrumpieron sus pensamientos, y empezó a afeitarse. Se moría de ganas de escapar de aquella impostura enfermiza con que la sociedad le retenía. La mirada de satisfacción con que contemplaba su rostro rasurado, hacía creer que allí había un hombre nuevo, pero su voz y actitud dieron a entender más cosas. Seguro de sí mismo salió a la calle y, pistola en mano, comenzó a disparar a la gente al azar. 50 mágenes de un sinfín de errores agolpándose en su mente. Vorágine de odio, ambición, quimeras desmedidas que le negaron la modestia de vivir, sin más. Todavía era igual a todos pero seguro que pronto lucharía por superar, tener, acumular, ganar, derrotar. El remordimiento le encogía las entrañas, mientras notaba una presión en las sienes descendiendo hacia sus hombros y caderas. Súbitamente entendió que todo había sido una atroz advertencia que debía retener para no errar. Pero estaba a punto de olvidar el hombre que iba a ser. Cosquilleo en el vientre, ruido de tijeras y, cuando todo parecía del revés, insolente sensación de libertad. Suspiró profundamente y rompió a llorar. Acababa de nacer.