Concilio de Calcedonia - Parroquia Inmaculada Concepción de

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DIOS HABLA EN LOS CONCILIOS
Concilio de Calcedonia – Vasili Ivánovich Súrikov (1848 – 1916)
Fascículo 4
Cuarto Concilio Universal
Calcedonia – Octubre de 451
1560º aniversario
Parroquia Inmaculada Concepción
Monte Grande - 2011
Un incendio mal apagado
Firmado el Símbolo de Éfeso, Teodoreto de Ciro había escrito: “El Egipto y el Oriente
quedan unidos en el futuro. La envidia ha muerto y ha sido sepultada junto al error”. Hermosa
frase que como una flor temprana se agostaría antes de quince años. Los dos jefes reconciliados,
Cirilo y Juan, habían muerto en 444 y 445, respectivamente. Si en el año 433 se firmó la paz, ya en
448, de la hoguera de discordias mal apagada, saltarán las chispas engendradoras de incendios.
Es que muchos alejandrinos no aceptaron las ideas exageradas de Cirilo el ortodoxo sobre la
unión de las dos naturalezas en el Salvador. Lo divino absorbiendo a lo humano; Cristo-Dios, pero
no hombre perfecto, será el error de turno en la teología del diablo. Así apareció el monofisismo
(una naturaleza).
Eutiques, el nuevo heresiarca
El portavoz del nuevo error surgió de Constantinopla. Eutiques, amigo de San Cirilo, había
marchado con los trescientos monjes a su cargo junto a Dalmacio para defender la fe católica frente
al emperador Teodosio II durante el concilio de Éfeso (431). Y es este Eutiques quien ostentará el
liderato del monofisismo.
Nacido en 378, lleva gobernando su monasterio unos treinta años, y ronda la edad de setenta.
Es austero y edificante, pero impulsivo y fanático, con el fanatismo irrompible de la ignorancia. Sin
altura teológica, con la mente abarrotada de pobres ideas, repetirá siempre lo mismo a los
argumentos de los sabios. El tumor de la herejía, si en Nestorio fue hinchazón de soberbia, en
Eutiques fue hinchazón de ignorancia. Eutiques se sintió árbitro en las controversias del dogma, y
en tertulias de clérigos y seglares afirmaba con petulancia que, si Nestorio había exagerado la
humanidad de Cristo, el concilio no había cimentado bastante su divinidad. Adelantándose a los
reformadores del siglo XVI, sostenía que toda solución estaba en la Biblia (para quien supiera
entenderla), y, naturalmente, él pretendía poseer el secreto de esa verdad, igual que los profetas
falsos de misticismo reformador.
Los aliados del error
Eutiques contaba con dos amigos influyentes en la sociedad: Dióscoro y Crisafio. El primero
acompañó a san Cirilo en el concilio de Éfeso. Al morir su protector fue electo para la Sede de
Alejandría. El cargo lo vuelve engreído y por ello despliega toda una gama de vicios cortesanos: es
intrigante, ambicioso y detractor de san Cirilo. Con la excusa que este Patriarca había dilapidado el
tesoro curial en sus luchas contra el nestorianismo, confiscó sus bienes particulares, dejando en la
ruina a sus herederos. Fue un azote para el Egipto, las parroquias temían su presencia más que la
invasión de los bárbaros, ¡tanta era su rapacidad! Y éste será el primer protector del monje Eutiques.
El segundo es Crisafio, favorito del emperador Teodosio y sobre todo de Eudoxia, la
emperatriz. Con la habilidad y paciencia de los que en baja esfera se educaron, escala los peldaños
de poder, hasta ser omnipotente en 441. En seguida comprende el poder de Pulqueria1 en la corte, y
hábilmente logra que el emperador Teodosio le retire su confianza.
Cuando quedó vacante la sede de la capital, Crisafio propuso a Eutiques para Patriarca, pero
fracasó, pues el clero eligió a Flaviano. Mas su poder no decae con el contratiempo. A instigación
de Eutiques y Crisafio, el emperador, por decreto del 16 de enero de 448, persigue a los nestorianos
y a todos los que no admitan los famosos doce anatemas de san Cirilo. Eutiques cobra vuelo de
soberbia, y hace deponer a obispos, tanto nestorianos como amigos de Cirilo, si no están de acuerdo
con su recia voluntad. Da órdenes a Flaviano de Constantinopla y remueve la corte, a veces con
palabras y otras con oro. Se atreve a denunciar al Papa León el Grande, que hay que extirpar al
nestorianismo que es el gran mal de la Iglesia. Pero el mal inminente es él, con su desfachatez e
ignorancia. El Papa contesta al exaltado con la mesura y al ignorante con la doctrina: “Con pretexto
de ensalzar la divinidad —le advierte— haces tan extraña la humanidad en Cristo, que no sólo
1
Recordemos que Pulqueria fue una incólume defensora de la fe católica durante el concilio de Éfeso.
María no fuera Madre de Cristo, sino que no hubiera redención, pues no hay mediador; ni quedara
el Evangelio en pie, si aceptáramos tus teorías”.
El error se hace evidente
El primer clarinazo lo da el obispo Eusebio de Dorilea; aquel que siendo abogado seglar
interpeló en la Catedral a Anastacio, predicador del nestorianismo. Pronto advierte que el monje
Eutiques, mal versado en teología, ha caído en un error de parecidas consecuencias al
nestorianismo. Su celo arde en deseos de denunciarle, y llega la ocasión. Flaviano convoca a un
sínodo el 8 de noviembre de 448. Inesperadamente, Eusebio se querella contra Eutiques, por las
acusaciones que le hace de ser nestoriano, y le urge probarlas. Asimismo, le lanza el cargo de
propagar nuevas y perversas teorías sobre la Persona y Naturalezas de Cristo. El presidente cita a
Eutiques en varias ocasiones para ser interpelado, éste alega razones ridículas para no presentarse,
hasta que finalmente lo hace el 22 de noviembre, y como si peligrase su vida se hace acompañar por
un tropel de monjes y soldados. Eutiques dice admitir a Nicea y a Éfeso y que profesa la doctrina de
san Cirilo, pero los buenos teólogos que allí brillan le van mostrando su oposición al maestro.
Dice san Cirilo: “Las dos naturalezas constituyen un solo Cristo”.
Defiende Eutiques: “Verificada la unión, sólo queda una naturaleza”.
San Cirilo (siguiendo a san Pablo): “El primer hombre procedente era terreno; el segundo,
venido del cielo, era espiritual”.
Proclama Eutiques (sin entender a san Pablo): “El cuerpo de Cristo procede de arriba, era de
materia celeste”. Eutiques era un hombre primitivo, como muchos de aquellos monjes, imbuidos
—sin saberlo— del prejuicio de los docetas2 o maniqueos, con un odio irracional al cuerpo humano.
Sus errores imprecisos quedan fijados en dos tesis: 1ª – “Cristo ha tomado la carne de María;
pero no es consustancial, es extraño a la humanidad; en consecuencia no es hombre”. 2ª – “Cristo
tiene dos naturalezas antes de la unión, pero después de la encarnación una sola”. Con estas
teorías Eutiques destruía la posibilidad de la redención humana. En vano se le demuestra su
equivocación, éste se encierra en un hosco mutismo, o se desata en insultos.
Para terminar las disputas, Flaviano propone a Eutiques la doctrina ortodoxa, formulada al
principio por la asamblea. “Eso nunca”, grita el monje encolerizado. Entonces todos aclaman la
frase sacramental: “sea anatema, sea anatema”. Flaviano propone el rechazo del eutiquianismo y la
exclusión del heresiarca de la comunión con la Iglesia.
Conciliábulo de ladrones
Eutiques, lejos de aceptar la condena, gritó que apelaría al César, y más furioso aún, al ver que
el pueblo le motejaba, al salir de la asamblea vociferó que acudiría al Papa. Ambas partes, Eutiques
y Flaviano, informaron al Pontífice León I. Mientras Roma decidía, el emperador, influido por el
poderoso ministro Crisafio, realiza una revisión de su proceso y Dióscoro recibe en su comunión a
Eutiques como sacerdote y abad.
El Papa no se deja engañar por una carta enviada por Eutiques y cuando Flaviano le informa
minuciosamente sobre el proceso y la condena, se convence de que no se necesita revisión de la
Iglesia. Pero el emperador, abusando de sus funciones, convoca para el 1º de agosto de 449 un
sínodo en Éfeso. El Papa es invitado, pero se excusa pues las pasiones están muy alborotadas, en
cambio envía tres representantes, el presbítero Renato —fallece en el camino—, el diácono Hilario
y Dulcicio, notario. Teodosio quiso que asistieran los obispos que condenaron a Eutiques, pero sin
poder votar, de modo que Flaviano y Domnus estarían amordazados y al campeón de la fe,
Teodoreto de Ciro, se le indica que permanezca en su Sede.
Eutiques acude al sínodo como a una batalla, con una turba de monjes capitaneados por el
abad sirio Barsumas. Asisten 135 obispos. Al inicio Eutiques hace profesión de creer lo enseñado
por Nicea y Éfeso. Flaviano propone que se escuche a Eusebio de Dorilea, denunciante de Eutiques,
2
Herejía de los primeros siglos cristianos, común a ciertos gnósticos y maniqueos, según la cual el
cuerpo humano de Cristo no era real, sino aparente e ilusivo.
pero el conde Elpidio se opone. Los legados papales anuncian que el Papa ha enviado sendas cartas,
solicitando su lectura en público. Dióscoro les interrumpe, gritando, que lo primero es examinar los
actos que han condenado a Eutiques. Cuando el notario llegó a leer la sesión en la que Eusebio
intimó a Eutiques a confesar que: “hay dos naturalezas en Cristo y que el Salvador es
consustancial según la carne, recibida de la Virgen”, la mayoría exclamó: “Quitad y quemad a
Eusebio. Que le quemen vivo., que le hagan pedazos y dividan, igual que él divide a Jesucristo”.
Por ciento catorce votos, entre ellos el cobarde Domnus de Antioquía, se aprueba la propuesta de
Dióscoro de excomulgar a quien defienda las dos naturalezas en Cristo. Por los mismos votos,
Eutiques queda reintegrado en sus funciones de abad y sacerdote.
Dióscoro, rencoroso y lleno de envidias, le interesa más la humillación de Flaviano y Eusebio,
pidiendo se los deponga de sus Sedes. Flaviano se levanta indignado, pero no le permiten
explicaciones. La mayoría servil aprueba su deposición. Ante los gritos de Dióscoro, los fanáticos
se entusiasman: “Que partan en dos a quienes defienden dos naturalezas”. Luego Dióscoro,
enloquecido, ordena a Elpidio y Eulogio la apertura de las puertas del templo, ingresa un torrente de
soldados, marineros egipcios y mujerzuelas, armados con palos, espadas y piedras, al frente el abad
Barsumas. Los legados papales y Eusebio de Dorilea consiguen huir como pueden durante el
tumulto. Flaviano es herido por Dióscoro, esta es la señal para que otros se sumen a la iniquidad, lo
derriban, pisotean y, ya moribundo, lo llevan preso. Finalmente Dióscoro exige la deposición de
Flaviano y Eusebio, y su destierro. Flaviano3 morirá a los tres días, víctima de los golpes y de las
penas.
A los catorce días, se reúne nuevamente el conciliábulo. Esta vez, para consolidar el triunfo,
se depone a todos los obispos no afectos a sus planes: Ibas de Edesa, Teodoreto de Ciro, Daniel de
Harná, Aquilino de Biblo, Sofronio de Tela. Sus Sedes son ocupadas por reconocidos eutiquianos,
pero por ahora no reemplazan a Teodoreto.
León el Grande, al escuchar al valiente diácono Hilario que arribó en octubre a Roma,
comentó: “Esto no es un concilio, esto es un latrocinio; un concilio de ladrones”. En una carta a
Pulqueria El Papa escribiría: “No tiene ningún valor lo que se ha hecho sin ningún miramiento a la
justicia”.
El Papa León realizó varios pedidos al emperador Teodosio para que se realizara un concilio
en Italia, pero sólo obtiene silencios desde Constantinopla. Entonces Dios confió el arreglo de sus
cosas al zarpazo de la muerte. El 28 de julio de 450 muere Teodosio II de una caída de caballo.
Pulqueria se encarga del gobierno y hace procesar a Crisafio. Sube al trono el General Marciano
(450-454), elegido por Teodosio un tiempo antes, luego se desposa con Pulqueria. Entonces, llega
el triunfo de la ortodoxia. Los restos de Flaviano entran en Constantinopla para ser depositados en
la Basílica de los doce Apóstoles. Crisafio, convicto de muchos crímenes, es degollado. Eutiques,
de espalda a la fortuna, tiene que ir al destierro.
El concilio de las dos naturalezas en Cristo
Piensa el Papa, acertadamente, que no es necesario un concilio, pues es mejor deshacer en
silencio la trama infernal de Dióscoro. Pero el emperador Marciano está engolosinado con la idea, y
usando ese privilegio imperial convoca un concilio para el 1º de septiembre en Nicea. El Papa
accede y nombra como representantes a tres obispos. Sin duda es el concilio más numeroso de
Oriente, se cuentan cerca de quinientos obispos. Sin que nadie le llame, se presenta Dióscoro con
diecisiete obispos y una turba de monjes, éste se pasea ufano por todas partes, como si esperara un
triunfo.
Como Marciano está en la frontera amenazada por los hunos4, traslada el concilio a
Calcedonia, cerca de la capital. La apertura se realiza el 8 de octubre de 451, presidiéndolo los
legados pontificios.
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La Iglesia venera a san Flaviano como mártir el 18 de febrero.
Los hunos fueron una confederación de tribus euroasiáticas, muchas de ellas de los más diversos
orígenes. Este grupo étnico apareció en Europa en el siglo IV, y su máximo exponente fue Atila el
El concilio de Calcedonia.
Decoración mural de la Biblioteca Apostólica Vaticana (siglo XVI).
Finalmente se hace justicia
Inmediatamente se comienza a examinar el famoso latrocinio de Éfeso, sentando en el
banquillo de los acusados a Dióscoro. Teodoreto de Ciro y Eusebio de Dorilea, repuestos en sus
Sedes, exponen la acusación: negarse a leer las cartas del Papa León I; maltrato de Flaviano y
Eusebio; y aprobar los errores de Eutiques. Se examina la causa cuidadosamente, y son tan
evidentes y enormes los cargos que la sentencia es lógica, la deposición de todos los jefes del aquel
sínodo infame.
Dióscoro es acusado de homicidio, rapiña y atropellos, y culpable de ultraje contra el Papa, a
quien se había atrevido a excomulgar en una reunión con los suyos. Tras varias citaciones, en la
tercera sesión se le condena por contumacia5. Se lo priva de toda dignidad sacerdotal y un decreto
imperial lo desterrará al Gangres, donde muere en el año 454.
En la sesión octava se rehabilita a los depuestos por Dióscoro. Se declara a Teodoreto de Ciro
dentro de la ortodoxia y se le repone en su Sede, previa solicitud de que condene a Nestorio, a lo
que accede no a gusto.
En las sesiones 2ª, 4ª, 5ª y 6ª se trataron detenidamente las cuestiones de dogma, un asunto
muy delicado. La mayoría no quiere la proclamación de nuevos Símbolos. En la 2ª sesión se
aclaman los Símbolos de Nicea y Constantinopla, la epístola IV de Cirilo a Nestorio, la escrita
luego del acuerdo con Juan de Antioquía, y finalmente la carta de León I que Dióscoro no dejara
leer en su concilio de ladrones. Ésta última se aprueba en la 4ª sesión por voto casi unánime.
Los legados muestran su satisfacción plena, pero el emperador no esta contento si no hay un
Símbolo de fe. Entre las sesiones 5ª y 6ª se presenta la fórmula que finalmente confesará “un solo y
mismo Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, Hijo unigénito, Señor, en dos naturalezas,
Huno. Los hunos fueron llamados bárbaros por los romanos, a los que invadieron entre los siglos IV y
V.
5
Actitud de una persona que se mantiene obstinadamente en un error.
sin confusión y en una sola persona, una sola hipóstasis6”. En presencia del emperador Marciano y
su esposa Pulqueria, se lee el Símbolo de fe, siendo firmado por trescientos cincuenta obispos.
León I aceptó lo legislado por el concilio de Calcedonia en materia de fe, pues para ello había
sido convocado, y sus resoluciones en esta materia eran inobjetables. Sobre cuestiones disciplinares,
excluye expresamente el canon 28 referente a la primacía de Constantinopla sobre las demás
iglesias, luego de la Sede de Roma. El Pontífice no podía aceptar, como no lo aceptó su antecesor
san Dámaso, una preeminencia fundamentada exclusivamente en un argumento político. Con ese
pretexto, Ravena debía ser igualmente encumbrada en la Santa Iglesia, con el pretexto de ser
residencia de los emperadores de Occidente.
San León, lejos de avenirse a semejante despropósito, exhorta en su respuesta a los Patriarcas
de Alejandría y de Antioquía, a defender sus derechos apostólicos, y reprende con cierta aspereza al
Patriarca de Constantinopla, Anatolio, la desmesurada ambición que en él supone la propuesta al
concilio de Calcedonia de un canon tan irregular. El glorioso Pontífice comprendió los gérmenes de
discordias fraternales que se encerraban en ese canon.
Este santo concilio de Calcedonia, junto con los tres precedentes, han sido venerados por la
Iglesia de un modo especialísimo, por haber manifestado a los fieles, en forma definitiva, los dos
misterios básicos de nuestra fe: la Santísima Trinidad y la Encarnación del Verbo.
Encuentre este fascículo en: www.inmaculadamg.org.ar
6
Término de origen griego usado a menudo como equivalente de ser o sustancia, pero reforzando su
sentido. Puede traducirse como "ser de un modo verdadero", "ser de un modo real" o también
"verdadera realidad".
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