LADISLAS ORSY LA ABSOLUCIÓN GENERAL EN EL NUEVO CÓDIGO En los últimos años, en muchas comunidades eclesiales había entrado como praxis común la «absolución general» como forma de recepción del sacramento de la reconciliación. A raíz del nuevo código, parece que dicha praxis es desautorizada en la mayoría de los casos. Si esto fuera así, ¿no se habría dado un paso atrás importante? El presente artículo aporta muchos datos, a partir de un análisis de la historia de la iglesia y de la evolución que se ha dado en ella en relación a la forma concreta de celebrarse el sacramento de la penitencia. ¿No nos enseña dicha historia que las leyes concretas han ido surgiendo por la preocupación y búsqueda del modo de proclamar y dar el perdón de Dios a todos los que están abiertos a él? ¿No nos impulsa a seguir buscando y concretando en la actualidad? General absolucion: New law, old Traditions, some questions. Theological Studies, 45 (1984) 676-689. Para que la vida de la comunidad cristiana fructifique, es necesario que doctrina y ley estén en armonía. Porque la doctrina no es otra cosa que un cierto conocimiento y alguna comprensión de los hechos de Dios en nuestra historia. Y la ley no es otra cosa que las reglas y normas que ayudan a la comunidad a responder, de manera ordenada, a los dones de Dios. Sería estéril la noticia del Reino que está cerca si no le siguieran decisiones y acciones para construirlo. Pero, si las estructuras y directrices que le siguen no están fundadas en una visión teológica, son formalidades vacías. Habrá que hacer un gran esfuerzo para examinar cada nueva ley a la luz de las antiguas tradiciones para ver en qué medida la ley expresa las creencias dogmáticas, y en qué medida está condicionada por la historia. Sólo después de este estudio podrá la ley ser evaluada responsablemente y, en caso necesario, podrán hacerse sugerencias para que sea renovada. Esto es precisamente lo que intento, en lo concerniente a la ley del nuevo Código que regula la recepción del sacramento de la penitencia con la fórmula de la absolución general. De ahí que el propósito del presente breve estudio es el de comparar la nueva ley con las antiguas tradiciones, examinar la nueva ley en el espejo de la doctrina, y ver si existen posibilidades para su desarrollo. Puesto que cada uno de los cánones del Código no es una formulación del dogma (algunos deben su existencia a opiniones teológicas, otros son prudentes decisiones condicionadas por las contingencias históricas), cada canon debe ser tratado de acuerdo con su naturaleza. Para proceder con un orden lógico, formularé cuatro preguntas: 1) ¿Qué dice el nuevo Código sobre la absolución general?. 2) ¿Qué hay en nuestra tradición doctrinal que pueda iluminar esta ley?. Lo cual equivale a limitar nuestro estudio a la doctrina sobre algunos puntos concretos. 3) ¿Hasta qué punto las nuevas normas representan nuestras tradiciones del pasado?. Es decir, ¿hasta qué punto manifiestan las creencias dogmáticas, las opiniones teológicas? ¿hasta qué punto son prudentes directrices condicionadas por las circunstancias históricas concretas? 4) ¿Tienen potencialidad para un futuro desarrollo? LADISLAS ORSY I. EL NUEVO CÓDIGO Y LA ABSOLUCIÓN GENERAL ¿Qué se dice en la ley?. La absolución general en el nuevo Código puede entenderse mejor en forma dialéctica, cuando se la compara con la absolución individual. El Código establece dos clases: el modo "ordinario" (primer camino) y el modo "extraordinario" (segundo camino) de reconciliación. Asímismo el Código parte de una afirmación fundamental: contempla únicamente a aquellos que son "conscientes de culpabilidad de pecado mortal". De lo que se sigue que las categorías de "ordinario" y "extraordinario" no es necesario aplicarlas a los que no tienen conciencia de pecado mortal, es decir, los que reciben el sacramento por devoción. Veamos ahora las normas sobre la absolución general como forma extraordinaria del sacramento. Conocemos que nadie está autorizado a usarla a no ser que esté en una situación en la que le sea imposible, física o moralmente, confesar sus pecados. Dichas situaciones se determinan taxativamente en el Código a través de una exclusiva lista que no permite extenderla a otros casos por circunstancias análogas. Sólo dos casos son admitidos: "peligro de muerte" y "grave necesidad" (cfr. c, 961 4 1). El primero no necesita explicación. El segundo se desarrolla detalladamente en la misma ley (CIC c. 961): cuando por el número de penitentes no hay suficiente número de confesores, de manera que los penitentes quedarían privados de la gracia sacramental de la comunión durante largo tiempo. Y se añade una precisión restrictiva (CIC c. 961): la necesidad no se juzga suficiente en caso de gran número de penitentes, como sucede en festividades y peregrinaciones. Así, la grave necesidad surge cuando el. penitente se verá privado de la "gracia sacramental" durante largo tiempo. A veces será fácil conocer esta circunstancia (p.e. cuando los fieles vuelven a su lugar de origen donde no abundan las iglesias y los sacerdotes). A veces será imposible conocerlo (p.e. cuando los fieles de dispersan en diversas direcciones). Además, ¿qué decir de las regiones en las que existen iglesias y sacerdotes, pero que las visitas de los fieles están controladas? El Código ha previsto algunos de estos problemas: urge a las conferencias episcopales que realicen una común tarea que sea efectivamente una local definición de la "grave necesidad". Esto representa una encomiable moderación puesto que no se da una definición universal. El juicio se deja a las personas que conocen las circunstancias concretas. Hay, con todo, otra condición que ha de cumplirse para que la absolución general sea efectiva personalmente: además de la disposición adecada, ha de tener la intención (sibi proponat) de confesar en tiempo oportuno todos y cada uno de los pecados graves de los que no puede confesarse en este momento (CIC c.962 4 1). Evidentemente la disposición adecuada es necesaria. Pero la exigencia para la validez de la absolución de confesar los pecados graves, todos y cada uno, en tiempo oportuno, es sorprendente. Porque, ¿cómo es posible conocer que la gente que se confiesa tiene dicha intención? ¿Puede ser una determinación virtual, habitual, interpretativa, o debe ser actual? ¿Ha de ser implícita o explícita? ¿La ley significa que en caso de peligro de muerte, el sacerdote ha de asegurarse que todos expliciten su intención? ¿Los fieles han de ser instruidos acerca de esta intención?. Y, si no se hace, ¿la absolución es inválida? LADISLAS ORSY Ordinariamente es una operación delicada legislar sobre los actos internos o hacer depender la validez del sacramento de un pensamiento o movimiento escondido en lo más íntimo de la persona. Piénsese en las dificultades sobre el consentimiento en el matrimonio. Por tanto, introducir un problema parecido en la administración de los sacramentos sólo puede justificarse por alguna ley divina de la que el derecho no puede dispensar. De lo contrario se impondría una carga innecesaria en el mismo momento en que el Señor se hace presente para quitar el peso de los pecados. Hasta aquí el significado de la Ley. Veamos ahora las normas canónicas a la luz de nuestra tradición teológica. II. EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA EN NUESTRA TRADICIÓN Qué es el sacramento de la penitencia en nuestra tradición?. No hay sacramento que tenga una tan varia historia como éste. Sólo quiero recordar algunas formas típicas usadas por la Iglesia para perdonar, las cuales nos pueden dar a conocer qué, es lo permanente y qué es lo variable en nuestra tradición. Indicamos a continuación los modelos del proceso del perdón tal como se sucedieron históricamente. Modelo evangélico Destacamos tres elementos de la tradición apostólica, según el testimonio del nuevo testamento: a) En el nuevo testamento se describe de varias formas el esquema del pecado que conduce al hombre a la perdición: resistencia de los fariseos en ver los signos y oír la palabra; los ninivitas resucitarán para condenarlos (Lc 11, 32). Parábola del hijo pródigo. Historia de Judas. Todas estas actitudes son presentadas en el nuevo testamento como potencialmente conduciendo a la muerte. Pero no hay una auténtica descripción de lo que es un "pecado mortal". b) El modelo del perdón es extremadamente simple. La gracia se da a los pecadores con una delicadeza exenta de recriminaciones, imposiciones, interrogatorios y condenaciones... De hecho, sin limitación. Este modelo no está para una lectura piadosa. Es normativa para todos los cristianos de todas las generaciones. c) En el NT hay muchos testimonios de que las primitivas comunidades creían que el Señor había dado poder a los apóstoles para perdonar pecados. Pero no hay ninguna indicación de que se instituyera un acto específico para el perdón. LADISLAS ORSY Modelos de los primeros siglos En los primeros siglos hubo un largo proceso de penitencia y reconcilación reservado a aquellos que el obispo autorizaba a unirse a la disciplina de los penitentes. Formaban un pequeño grupo, conocido por toda la comunidad. Cada uno hacía la penitencia que se le había asignado, esperando a veces, durante añosla total reconciliación. Todos ellos eran reos de graves ofensas (apostasía, atentado a la vida o la buena reputación, adulterio...). Pero ¿qué sucedía con los pecadores de menor gravedad? ¿Cómo obtenían el perdón? La respuesta más honesta es que es escasa la evidencia en estos casos. Algunos autores dicen que se confesaban en secreto, lo que no deja de ser una mera especulación. Hay que encontrar una respuesta más fundada. Probablemente hay que hallar la respuesta en el acusado espíritu de penitencia de las primitivas comunidades y en las prácticas litúrgicas creadas por este espíritu. Los cristianos tenían conciencia de que eran pecadores y buscaban el perdón. La liturgia da testimonio de que vivían con un corazón contrito: ayunaban, hacían limosna, pasaban las noches en oración, pedían perdón en las oraciones eucarísticas... y exultaban de alegría en los jubileos de las grandes fiestas, sabiendo que habían sido perdonados. La única respuesta razonable a nuestra pregunta es que el perdón se concedía a los cristianos ordinarios precisamente a través de estas celebraciones y observancias. Se daban todos los elementos requeridos: corazones contritos, la Iglesia con su poder de perdonar, el obispo orando sobre ellos. De esta manera la gracia llenaba sus corazones sin que nadie pudiera explicar en términos escolásticos qué estaba sucediendo. Probablemente esta fue la vía "ordinaria" para obtener el perdón durante los primeros siglos. Y la "extraordinaria" era por medio de la penitencia pública. Modelo de los monjes irlandeses En el siglo V el cristianismo arraigó en Irlanda. La fe en el poder de la Iglesia para perdonar pecados fue afirmada como siempre. Pero la concesión del perdón tomó una nueva forma. San Patricio no procedía de Roma y desconocía el modo de vivir de las iglesias mediterráneas. Así, con la aceptación de la fe, se crearon nuevas estructuras que afectaban a la organización de la comunidad. Entre ellas, la disciplina penitencial. Siguiendo la costumbre monástica, el penitente pedía al sacerdote le asignara una penitencia para poder satisfacer por sus pecados. Para evaluar la satisfacción, el sacerdote tenía que conocer los pecados. De ahí la necesidad de la confesión previa de los pecados. El sistema de la penitencia "tarifada" había nacido. Cuando los misioneros celtas se extendieron por Europa, principalmente en el siglo VI difundieron sus nuevos modelos, codificados no pocas veces en los llamados libros penitenciales. La Iglesia, con su instinto de no errar, y sus obispos, llegaron al convencimiento de que no había ningún error en el nuevo modelo. La Iglesia puede conceder el perdón de distintas formas. De esta manera, la forma irlandesa se convirtió en la forma "ordinaria" LADISLAS ORSY del sacramento. Y el concilio Lateranense IV (año 1215) la canonizó, imponiendo la confesión anual a sus fieles. El modelo del Concilio de Trento En el concilio de Trento (14a sesión, año 1551), el énfasis recayó en la confesión de los pecados: "Si alguno osare decir que en el Sacramento de la penitencia para la remisión de los pecados no es necesario por la le y divina confesar todos y cada uno de los pecados mortales... y las circunstancias que cambian la clase específica del pecado..., sea anatema" (Canon 7, D 1707 (907). El resultado fue que la satisfacción fue cada vez menos importante, hasta el punto de que en la mayoría de los casos, la pena impuesta no guardaba relación con la gravedad de la ofensa, y en que la atención de los teólogos y moralistas se centró cada vez más en cómo hacer una confesión más detallada. De ahí los inacabables análisis de las distintas clases de pecados y sus circunstancias agravantes. Los pecados mortales aumentaron considerablemente. Se aplicaban no sólo a los adultos sino también a los niños, los cuales se estimaba tenían capacidad para rebelarse contra Dios. Pero es reconfortante decir que muchos de estos cambios nunca fueron aprobados por la Iglesia. A lo más, eran tenidos por "opiniones teológicas". En cuanto al significado exacto del decreto del tridentino aún es tema de controversia. Hay muchas cuestiones pendientes: ¿qué es exactamente el pecado mortal? ¿qué se significa por "ley divina" (cosa que no se definió)?¿Cómo se interpreta el anatema? ¿siempre se emplea para designar a los herejes, o se dirige a veces a los alborotadores, que se rebelan contra algún punto de la disciplina...? III. RELACIÓN DE LA LEY CON NUESTRAS TRADICIONES ¿Qué relación tiene la ley con nuestras tradiciones?. Este es el punto crítico de este estudio. Sabemos qué es la ley y las principales etapas de su evolución histórica. Ahora debemos ver hasta qué punto expresa las creencias invariables o los puntos de vista de la teología, o de los dictámenes prudenciales condicionados por la historia. Una vez acabada la comparación, estaremos en condiciones de indicar algunas posibilidades para un futuro desarrollo. a) La histórica evidencia del poder y de la libertad de la Iglesia para determinar el rito que signifique y conceda el perdón, es incuestionable. Cada uno de los diferentes sistemas fueron aceptados, en las distintas épocas, como forma de sacramento. Se sigue que, cuando el canon 960 dice que: "La confesión individual e íntegra y la absolución constituyen el único medio ordinario... ", la palabra "ordinario" significa: "de acuerdo con la disciplina actual". Es decir, el canon contiene un juicio prudencial para nuestra determinada época. Como tal, debe ser acatado y obedecido; como tal, puede ser modificado, caso de ser necesario o aconsejable. Si alguien negara esta conclusión, debería enfrentarse con estas no reconfortantes alternativas: deberá sostener que durante muchos siglos no hubo forma ordinaria, o bien LADISLAS ORSY que la Iglesia se equivocó al tolerar dichas prácticas. Porque pretender que no ha habido cambios es una opción que contradice los hechos... b) El Código determina de forma explícita que la confe sión y la absolución individual es el único medio ordinario de obtener el perdón para los que conocen que están en pecado mortal. Se sigue que, si hay un grupo de penitentes en los que, a pesar de todos los intentos, no puede presumirse pecado mortal, no se prohíbe usar con ellos la absolución general como forma ordinaria del sacramento (p.e. en caso de niños). c) El Código autoriza a las conferencias episcopales poder determinar lo que constituye una "grave necesidad". Es decir, la ley no define, sino que designa a personas reales para dar normas prácticas. Si en el futuro la comisión pontificia para la interpretación del Código, o un documento de la santa sede, diera una definición de lo que es "grave necesidad" y la impusiera a los obispos, la libertad concedida por el Código desaparecería. d) Hay dificultades con el canon que requiere, para la validez de la absolución general, que el penitente tenga intención de confesar todos los pecados mortales. En sana teología una cosa es que para la verdadera contrición se tenga el deseo de hacer lo que la Iglesia requiere del penitente, y otra es hacer una ley y condicionar la validez de la absolución a una intención concreta. En el mejor de los casos, la ley es innecesaria: la obligación, si existe, es de naturaleza moral y puede ser explicada cuando tal explicación sea conveniente. En el peor de los casos, la ley introduce sutiles distinciones, innecesarios escrúpulos y dudas, tanto en el sacerdote como en el penitente. Además, debemos admitir que los teólogos no están de acuerdo en cómo alguien puede ser absuelto de sus pecados por medio de un acto sacramental que remite dichos pecados a otro acto sacramental. Una vez perdonado el pecado, no se puede establecer ningún requisito válido para la absolución. IV. POSIBILIDADES PARA UN FUTURO DESARROLLO ¿Cuáles son las posibilidades para un futuro desarrollo?. Ciertamente existen, pero antes hagamos algunas observaciones: Algunas observaciones a) La ley del nuevo Código no ha de interpretarse como la total expresión de la revelación: queda un largo camino para conocer el misterio del perdón a través del ministerio de la Iglesia y más largo aún para hacer leyes adecuadas. b) En la búsqueda para una legítima evolución, que ha de ser teológica y canónica, no han de jugar un papel relevante las consideraciones de fuentes extrañas. Así, el criterio no ha de ser que sea "fácil" o "arduo", ya que fácil o arduo no es criterio de la Revelación. El perdón a través del bautismo puede ser "fácil", a través de la penitencia, "arduo". De forma semejante, los argumentos de la psicología o de la psiquiatría han de ser manejados con extrema precaución. LADISLAS ORSY Gérmenes para un futuro desarrollo Volvamos ahora a los puntos que encierran los gérmenes para un futuro desarrollo. Intentaremos detectarlos por medio de preguntas. a) En la determinación de los modelos para perdonar, ¿debería la Iglesia prestar más atención al modelo extremadamente sencillo usado por el Señor? Si esta sencillez (p.e. en la historia de la mujer adúltera, en la parábola del hijo pródigo...) se compara con la complejidad de nuestros modelos históricos, el contraste es asombroso. No se ha hallado el equilibrio. En el modelo evangélico todo el énfasis se pone en el corazón contrito. Una vez que el pecado se ha manifestado de una u otra forma, no se inquiere más. No defiendo el punto de vista reduccionista. Pregunto sencillamente por qué no se tienen en cuenta los aspectos de la Escritura y las posteriores tradiciones para desarrollar nuestra práctica. b) El modelo de la absolució n general, ¿ha sido examinado desde todos los ángulos?. Más aún, ¿podría encontrar la Iglesia mayor equilibrio del que tenemos ahora entre la confesión individual y la comunitaria? No hay necesidad de favorecer un modelo con exclusión del otro, pero uno puede complementar al otro. c) ¿Prestamos suficiente atención al sensus fidei, presente en toda la comunidad cristiana? La crisis del sacramento de la penitencia puede ser un legítimo mensaje de que es deseable una más profunda renovación. Recordemos que la extinción de la penitencia pública y la introducción de la confesión privada, comenzó con la negligencia de la primera. La legislación sigue a los acontecimientos. Por tanto, ¿es posible que seamos testigos de una autentica manifestación del sensus fidei? Y, si es así, ¿qué nos dice?. d) ¿Cómo podemos renovar el espíritu penitencial en la Iglesia, espíritu que es el ambiente para el sacramento? Si éste existe, las normas de la disciplina serán menos importantes. Si se pierde, los símbolos más ricos serán meras formalidades. e) ¿Podemos aprender algo de las otras iglesias? Esta pregunta y la honesta búsqueda que le ha de, seguir, no puede eludirse en esta época ecuménica. Al acabarla podremos concluir diciendo que nuestra tradición católica es la única y que debe ser mantenida, o concluir que podemos ciertamente aprender algunas cosas de las otras iglesias y comunidades. Conclusión Puede ser breve y sencilla. La riqueza de nuestras tradiciones es más rica de lo que nuestras leyes pueden expresar. Como sea que nuestra compresión del misterio está desarrollándose, nuestras leyes tendrán que cambiar. Pero el hecho de que las actuales leyes válidas no sean perfectas no significa que no obliguen. Sin embargo, todos, la Iglesia entera, estamos obligados a buscar los mejores medios para proclamar y dar el perdón de Dios a todos los que lo buscan con corazón contrito. Tradujo y condensó: EDUARD PASCUAL