Análisis crítico de la primera parte de la obra Rousseau. Pensar la

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Resumen: S-037
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL NORDEST E
Comunicaciones Científicas y Tecnológicas 2005
Análisis crítico de la primera parte de la obra Rousseau. Pensar la legitimidad
de Rafael Vargas Gómez
Meabe, Joaquín E.
Instituto de Teoría General del Derecho - Facultad de Derecho, Ciencias Sociales y Políticas – UNNE
Salta 459 - 3400 - Corrientes
Tel/Fax : + 54 (03783) 423506 - E-mail : [email protected] - [email protected]
1.
Introducción.
El presente informe resume los contenidos de la primera parte del libro de Rafael Vargas Gómez titulado Rousseau.
Pensar la legitimidad y ofrece un detalle puntual de su agenda.
2. Antecedentes.
El libro, que fue impreso por la editorial EUDENE en el año 2005, ha sido terminado mucho antes por el autor. La fecha
de la copia del manuscrito que tengo a la vista para confrontar esa edición es de 1999. Los dos estudios que ofrece en la
obra, dice el autor, son solo una parte de una investigación más amplia y agrega que, en particular, las interpretaciones
de Hobbes y Locke tienen un cierto carácter provisorio, si ello estuviera permitido.
3.
Análisis.
El desarrollo del programa de investigación, esbozado en el primero de los dos trabajos de la obra, se desarrolla con
arreglo a dos modalidades diferentes de investigación. En la primera el autor afirma la unidad de la obra política de
Rousseau y trata de mostrar como este llegó a su concepto definitivo de legitimidad en tanto que en la segunda
persigue la dilucidación de ciertos caracteres de la obra, no como técnica de lectura, sino destinada precisamente a la
mejor comprensión del status conceptual de la misma y a la precisión de las relaciones que guarda con los Discours, y
al nivel en que se establece el concepto de legitimidad.
Esta hemeneútica se edifica en varios presupuestos que el autor parece estimar como suficientes en la inteligencia
argumentativa relativa a la obra de Rousseau: la sociedad como cultura y la ley como producto material de las relaciones
humanas, la voluntad como vector de la libertad y la obediencia y el conjunto de individuos (la sociedad) como una
trama cuyas determinaciones convivenciales se articulan en un largo y aleatorio proceso evolutivo estructurado con
arreglo a una secuencia iniciada en la violencia pura del momento originario (hipotético) de la agregación humana que
luego culmina, tras la etapa incierta de la historia concreta, en el despotismo y en el dilema de la legitimidad que se
resuelve en el Contrat Social cuyo dispositivo se configura como un producto de la voluntad del hombre secularizado
que funda en el sentimiento de la libertad de obrar, desligado de la necesidad de la naturaleza y del apetito de la pasión,
la posibilidad misma de un orden normativo autosuficiente y deliberado que siempre permite recuperar como individuo
moral lo que su conciencia concede como sujeto genérico del pacto fundamental.
En la perspectiva de estos presupuestos la inteligencia de la contribución de Rousseau no parece medirse más que en
relación a su propio discurso y a lo que este discurso admite con arreglo a esos presupuestos. Por más que el autor
insista en la historia esta casi no sale del interior de la obra de Rousseau; y esa misma obra parece remitirse a una suerte
de topos uranos platónico en el que se determina lo genuino, eterno y definitivo, la verdadera inmediatez postulada por
Cassirer, la auténtica secularización entrevista por Welzel y, finalmente, la genuina respuesta al dilema del Contrat
Social interpretada por el autor, todo con un elevado desdén por lo que no se ajusta a su propio dispositivo
hermeneútico.
Todo esto no impugna los presupuestos del autor ni desmerece su original, erudito y profundo examen de la obra de
Rousseau, en el que pone en descubierto la trama en la que se edifica la legitimidad moderna. Y la crítica debe, ante
todo, dejar en claro los méritos de la obra que descubre y pone de manifiesto ese dispositivo. El autor ha develado, si
cabe el término, un aspecto crucial de la trama profunda de la obra de Rousseau y ha establecido una demarcación
respecto de la función de la legitimidad como clave de bóveda que hasta ahora no se ha hecho en la filosofía ni en la
ciencia política, tornando, en gran medida, inteligible la respuesta a la pregunta inicial del Contrat Social: la obediencia
a la ley positiva (la ley de los estados seculares e históricos) es un resultado asociativo de la voluntad libre de los
hombres que concurren, por imperio de la conciencia moral (no por la pulsión de la conveniencia, necesidad causal o el
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mandato divino), a imponerse recíprocamente los deberes que le permiten recuperar en el desempeño ulterior tanto la
igualdad como la libertad, que aparecen como las condiciones básicas e inderogables de la convivencia interactiva en el
estado. Solo en estas condiciones el orden normativo sería legítimo y la legitimidad se configuraría como la nueva
categoría genérica del orden político y del derecho público. El autor no es muy claro en este punto, pero esa
consecuencia es lo que cabe inferir de su argumentación y, en todo caso lo que tendría que haber desarrollado para que
se torne explícita y precisa la nueva categorética de la filosofía política que se deriva de la libertad, la igualdad y la
voluntad.
Antes de avanzar en la crítica conviene insistir en lo que constituye la clave de su contribución a la inteligencia de la
obra de Rousseau: el dilema de la legitimidad que el Contrat Social se propone resolver. El autor muestra en primer
lugar la peculiar continuidad entre la obra crítica representada por los dos discursos ( el Discurs sur les Sciencies et les
Arts y el Discurs sur L´Inégalité ) y la obra constructiva del Contrat Social que se integra con el Emile y le sirve de
soporte complementario. Tomando como espacio temático restringido el espacio teorético en el que interactuan Hobbes,
Locke y Rousseau el autor parte del examen de las nociones de naturaleza y ley. No vamos a seguir aquí su extenso
desarrollo analítico porque semejante tarea no haría más que reproducir lo que el autor lleva a cabo mejor que nadie. Lo
que sí queda fuera de duda es la peculiaridad del orden de secuencia del proceso civilizatorio y lo que de él resulta de
modo tal que, como bien dice el autor para Rousseau, con el nacimiento de la sociedad se inician las posibilidades de
la razón y cierta degradación moral del hombre. Para evitar malentendidos el autor agrega: Pero la sociedad también
cumple la generalización o universalización de las condiciones del hombre. Es decir que, generalizadas las
condiciones de inhumanidad en la sociedad, la razón emergente en el individuo en todo el curso de su reproducción
histórica sólo se hace posible dentro de tales condiciones de participación obligada en la alteridad. Por ello, por
individual que fueren, las categorías de la razón y de la moral fueron nutridas en la misma especie social que se
crearon. La razón moral del hombre -la praxis aristotélica, o la razón práctica kantiana- tiene su base factual en la
experiencia común de la vida histórica y su base categorial en la intuición práctica de la libertad de la voluntad.
También disipa el autor el viejo malentendido conforme al cual Rousseau habría legitimado las cadenas y explica con
detalle la conexión del Discours sur l'Inégalité con el Contrat social y el genuino sentido de la legitimidad de la Volonté
Générale.
Queda pendiente como entender este sentido explicitado porque en sus conclusiones no resulta claro si el reino posible
de la libertad de Rousseau no es más que una pura idealidad que satisface la ansiedad racional del hombre secular y
profano de cara a su pasado antes que a su futuro. Sin embargo el autor, dejando de lado este asunto, orienta sus
conclusiones en otra dirección. Destaca la convergencia entre el análisis descriptivo y explicativo con el análisis político
y moral. Luego reivindica el rol fundacional de Rousseau en orden a la libertad que, en oposición a la necesidad consiste
en la obediencia a las leyes que uno mismo se da, alcanzando la idea del imperativo categórico que Kant, por su
propio camino, precisará más tarde como el centro de la vida práctica. La novedad del contractualismo moderno y la
remisión al ámbito social es acotada en su particularidad profana poniendo el autor distancia entre la noción de ley de
Rousseau y la Locke y Montesnquieu, un concepto inferior de ley, pues no ve cómo se podría formar la propia moral y,
después, la comunidad moral de hombres libres que es el ideal que subyace en el Contrat social, sin dotar a los propios
agentes de una potencialidad moral dirigida, antes que al goce de los beneficios de la ley, a su propia sanción como
mandato general.
Resulta así que, para el autor, que el concepto de legitimidad introducido en el Contrat social está en necesaria e íntima
conexión con los conceptos altamente depurados de naturaleza humana como sentimiento de la consciencia moral y de
ley como mandato de esta consciencia. La obligación política la sanciona la volonté générale formada por todos los
individuos en tanto conservan su dignidad y señorío como tales para poder producir en la ley el mandato generalizado
de la consciencia moral, pues lo que generaliza la voluntad es menos el número de votos que el interés común que los
une. Este es un límite infranqueable, ya que el Soberano no puede, de su lado, cargar a los sujetos con ninguna
cadena inútil a la comunidad; no puede incluso quererlo, ya que bajo la ley de la razón nada se hace sin causa, no
más que bajo la ley de la naturaleza El punto final, para el autor, es la idea de contrato legítimo, que constituye la
unión e intimidad del hombre con su propia naturaleza gracias “al dulce yugo de la ley”. Allí Rousseau alcanzó el
grado más alto de idealidad en la filosofía política pues sintetizaba la historia social de la libertad y su triunfo en la
posibilidad de reproducir en la esfera normativa el orden idealizado de la naturaleza de las cosas: la legitimidad no
significaría otra cosa que un orden sin sumisiones de las determinaciones de la libertad conviviendo sin quebranto con
la naturaleza toda. Queda sin embargo, todavía una consecuencia que el autor no ignora porque inevitablemente, esta
idealización conduce a la despolitización de los hombres, para quienes, sin embargo, toda reforma posible estaba en la
política. Si, más tarde, Rousseau trascendió la cité en artista solitario, como dice Leo Strauss, no es menos cierto que
había buscado hacerlo en la sublimidad de la idea ética que, de triunfar algún día, haría innecesaria la ciudad
política y entonces ya no podría reconocerse a los hombres en la estatua de Glaucus.
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4.
Conclusiones.
La hermeneútica del autor se cierra así en torno a la obra de Rousseau dejando al lector en la incertidumbre y en la
paradoja. Ante todo si la legitimidad no significaría otra cosa que un orden sin sumisiones de las determinaciones de la
libertad conviviendo sin quebranto con la naturaleza toda ¿ como incluye ese orden a los que carecen de voluntad o a
los que la tiene enervada ? Y aquellos que si la tienen ¿ no tiene otra alternativa que perecer ? Y si no hay alternativa al
pacto social postulado por Roussseau, entonces ¿ no hay otro destino que la ilegitimidad ? Y aun, en el marco del orden
legítimo ¿ el error puntual o la injusticia serían aleatorios ? o, por contrario ¿ podrían ser evitados ? Y si pudieran ser
evitados ¿ deberían serlo por obra de la volonté générale ? O ¿ sería más compatible con el orden secular y profano
legítimo algún minimo de error y de injusticia ? En suma y para el Rousseau del Contart social ¿ que justicia sería
acorde con la naturaleza humana ?
O, planteado en otros términos: el Contrato social ¿es la solución a la naturaleza degradada del hombre histórico o solo
un mal menor para evitar que el genre humain périrait? Y, en todo caso ¿que significa para Rousseau que le genre
humain périrait? ¿no será este genre humain un gÉ*@H platónico? Si esto es así ¿no se coloca el Contrat social en el
topos uranos platónico?
Seguramente algunos de estos interrogantes se colocan fuera de la agenda de la obra que estamos analizando. Queda, sin
embargo, una cuestión más por considerar y se relaciona con la interpretación integrativa del autor que postula una
coherencia evolutiva en Rousseau no compartida muchos interpretes del filósofo.
De hecho, entre el Rousseau romántico, al gusto del marqués de Ermenonville, y el Rousseau repúblicano, elevado a
héroe y legislador fundacional por Robespierre, hay una notable distancia. Por cierto, esta es una cesura externa; pero ¿
no habrá también una cesura interna en su obra ? ¿ El antiiluminismo crítico de su primer Discours es realmente
compatible con la rígida axiomática platónica del Contrat social ? Y, el artista de Narcisse y las Reveries d´un
promeneur solitaire ¿ ejercita sus composiciones como parte de un programa político y moral ? El autor parece tener
una respuesta afirmativa a este última pregunta que no es más que una inferencia y, por cierto, bien puede desinteresarse
de estos interrogantes; pero la existencia de una primera versión del Contrat social (conocida como Manuscrito de
Ginebra) le obliga a considerar la supresión, en el texto definitivo, del capítulo II que en el citado Manuscrito se titula
De la sociedad general del género humano, en particular de cara al importante argumento de C. E. Vaughan de que
Rousseau dejo de lado este texto porque era fatalmente relevante para su argumento y porque se percató de que, al
refutar la idea de ley natural daba un golpe mortal al principio sobre el cual se asentaba la obligatoriedad del contrato y,
asimismo, porque al no tener otro principio para poner en lugar del contrato como fundamento de la sociedad civil
prefirió sacrificar la refutación para dejar en pie el contrato.
Si todo esto es así la cesura interna en el pensamiento de Rousseau es profunda y compleja, lo que pone en entredicho la
interpretación integrativa y la continuidad que postulada el autor. Sea como fuere, vale la pena revisar este asunto y fijar
posición en torno a las afirmaciones de Vaughan.
5. Bibliografía.
Vargas Gómez, R 1966: Rousseau. Pensar la legitimidad
Corrientes, EUDENE, 2005.
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