La mirada del naciente - Osteo-gandia

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La mirada de quien nace 1 Dr. Marc Pilliot2
«La vida comienza allí
donde comienza la mirada»
Amélie Nothomb
La métaphysique des
tubes 3
Estamos en un mundo con tres dimensiones. Para el ser humano, ocurre lo mismo, pues
está hecho:
• de una parte somática: es el ámbito de la medicina moderna.
• de una parte psicológica y emocional: es el ámbito de los psiquiatras, de los
psicólogos, de los psicoanalistas y, en general, de las Ciencias Humanas.
• de una parte espiritual: es el ámbito de las religiones y, de forma más general, es el
ámbito de la «búsqueda de un sentido».
Con la «primera mirada» del bebé que nace, al momento, estamos en esas tres
dimensiones. Naturalmente, se necesita un soporte somático, el cual se ha desarrollado
durante toda la vida embrionaria y fetal; pero, dicha mirada nos sumerge bruscamente en una
fortísima emoción y su intensidad roza el misterio, incluso la espiritualidad. Es una mirada
«fundadora». Es por ello que la llamaremos la «Protomirada» (del griego, prôtos=primero),
para significar, por una parte, que se trata realmente de la primera mirada; y, por otra parte,
que dicha mirada es diferente de todas las demás que le van a seguir: las miradas de los días
que siguen al nacimiento, a veces tendrán una fuerte intensidad, pero quedarán como miradas
de atención, de observación, de asombro; y, ninguna tendrá la potencia de aquella mirada de
los primeros minutos en donde comienzan los vínculos, es decir, cuando se establecen los
lazos.
1. El recién nacido viene de «otro mundo»
En efecto, viene de un medio acuático, homogéneo, constante, constantemente
homogéneo, extraordinariamente protegido. Este medio de vida está protegido por el cuerpo
de la madre, el cuerpo uterino, la pared uterina en la cual el huevo se ha alojado, el sistema
1
Texto que apareció en la publicación «Cahiers de Maternologie» (Cuadernos de Maternología), en 2005; 23-24:65-80; y en
«Spiral» (Espiral), en 2006; 37:77-94. Traducido al español por Miguel Hernández y Juan Bañuls.
2
Pediatra- Presidente de la CoFAM (Coordination Française pour l’Allaitement Maternel- Coordinación Francesa para la
Lactancia Materna). Clínica Saint-Jean de Roubaix. Sello de calidad de «Amigo de los Bebés» en mayo 2002, concedido por
la OMS y UNICEF; en 2006, 5 maternidades certificadas en Francia, y más de 600 en toda Europa.
3
La metafísica de los tubos, Ed. Anagrama. Barcelona, 2001
La mirada de quíen nace
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amnio-coriónico (es decir, las membranas y la superficie de la placenta), y por último, el
líquido amniótico. El feto nada en un líquido que se renueva constantemente, siempre
caliente, a la temperatura de su cuerpo. Se baña en este líquido que se traga y que lo atraviesa:
no hay fronteras. En los límites de las condiciones fisiológicas del embarazo, el feto está en
un mundo adaptado a su vida y a su desarrollo; y la placenta le permite nutrirse y garantizar
su crecimiento. Dicha placenta que organiza el embarazo, asegura todas las funciones
fisiológicas, orquesta las secreciones hormonales necesarias y, por último, le protege contra
las invasiones inoportunas. El futuro ser humano coloniza una parte del cuerpo de la madre y
se encuentra, de esta manera, en un medio donde hay intercambios con ella. Todo está
relacionado y es interdependiente. Vive en un medio constantemente en relación con el estado
de la madre, su estado físico, pero, posiblemente también, su estado psíquico, emocional y
espiritual (¿?). Así, el futuro ser humano, ese ser en formación, vive en un estado de
globalidad, de plenitud, donde todo está asegurado, todo está ahí, todo está con él y en él. Está
en un mundo perfecto y constante en donde todo es para él.
A este ser humano por devenir, lo llamaremos «feto» para simplificar nuestro discurso,
incluso si a veces hablamos de periodos que llamamos embrionarios. Así pues, el desarrollo
de ese feto está marcado por:
• una actividad motriz precoz, desde la séptima-octava semana de gestación: se trata de
un ser capaz de moverse y de reaccionar; el cual, poco a poco, va a elaborar
actividades tan diversas como sobresaltos, estiramientos, movimientos respiratorios,
movimientos de piernas, brazos, manos, labios, llegando incluso a los hipos, los
bostezos….Desde la semana 34, incluso se pueden identificar «estados
comportamentales» que producirán alternancias entre la vigilia en calma y la activa, y
entre el sueño calmado y el sueño agitado. La motricidad se afina a medida que se
desarrolla el embarazo, pero a la vez se restringe de forma progresiva, hasta el punto
que, en el momento del nacimiento, el recién nacido se encuentra en una situación de
incapacidad motriz global, contrariamente a los demás mamíferos.
• Al mismo tiempo, y de manera inversa, las capacidades sensoriales del feto son cada
vez mayores hasta llegar a ser, en ocasiones, más precisas que en el adulto (como es el
caso del olfato, por ejemplo). El recién nacido, de esta manera, está totalmente
dirigido hacia lo «sentido», hacia lo «percibido».
En el plano cronológico, las funciones sensoriales que se desarrollan progresivamente son,
en principio, cutánea; después, vestibular, química (gusto y olfato); y, por último, auditiva y
visual.
• La sensibilidad táctil es muy precoz: hay receptores cutáneos que aparecen desde la
séptima semana, alrededor de la boca; después, se extienden rápidamente hacia el
rostro, las manos, la planta de los pies. En la semana 20, recubren la totalidad del
cuerpo. Simultáneamente, las vías nerviosas conductoras de la sensación táctil se
desarrollan y acaban su maduración hacia la semana 30.
• El sistema vestibular es, de igual forma, muy precoz: debuta su desarrollo hacia la
semana 7-8 y su maduración se ve consumada hacia la semana 20.
• Los brotes gustativos aparecen hacia la semana 12 y maduran rápidamente. Los
receptores olfativos son reconocibles hacia la 8-9 semana y son plenamente
funcionales hacia la semana 25.
Así, desde los tres o cuatro meses de embarazo, el feto tiene la capacidad de sentirse y de
sentir las modalidades de su medio. Más allá de los sentidos, el feto se convierte en un ser
«sensible»: sensible a aquello que le rodea y le toca, sensible a los movimientos que le mecen,
2/14
La mirada de quíen nace sensible a todo aquello que penetra en sus fosas nasales y en su boca, y sensible a la vivencia
de su propio cuerpo.
La audición y la visión aparecen más tardíamente. Claro es que las estructuras del oído
debutan hacia la semana 5, pero parece ser que será sólo hacia las 20 semanas cuando el
sistema auditivo podrá entrar en función; y hacia las 28 semanas, cuando la totalidad de las
estructuras auditivas serán operativas.
Hagamos notar una particularidad que hace referencia a la voz de la madre: ésta no viene sólo
del exterior, sino que también viene del interior, conducida por los tejidos y los huesos hasta
el útero; de este modo, la voz materna llega hasta el feto unas dos veces más fuerte que las
otras voces femeninas circundantes.
En cuanto a la visión, todo es sorprendente: no hay nada que ver (pensamos
erróneamente); y, no obstante, el desarrollo visual es muy precoz y ya operacional in útero,
mientras que, en el caso de todos los demás mamíferos, las funciones visuales no comienza
más que a partir del nacimiento, incluso bien después. Las placodas visuales aparecen en
torno a las cinco semanas y los nervios ópticos se esbozan hacia las seis semanas. Es cierto
que la maduración de las células fotorreceptoras necesitará mucho tiempo y proseguirá mucho
después del nacimiento; pero, hacia la semana 22, algunos potenciales evocados visuales son
ya identificables. Por tanto, el ojo es funcional en ese momento, aun cuando los movimientos
oculares y la apertura de los párpados no sobrevengan más que algo después, hacia la semana
25.
¿Por qué toda esta sensorialidad fetal es ya tan eficiente, mientras que no hay ningún
objeto a aprehender? Se puede decir, como algunos neurobiólogos dicen, que el
funcionamiento sensorial sirve para la maduración de los centros y de las vías anatómicas:
esto ha sido ampliamente probado. También se puede decir que todas esas capacidades
sensoriales permiten al feto estar « conectado » con el interior de su madre, dándole así la
oportunidad de evolucionar y de crecer al ritmo secreto del cuerpo y del espíritu de esta
última. Estudios recientes han demostrado, en efecto, la relación entre el estrés o la ansiedad
materna y ciertos comportamientos del feto cercano a punto de llegar a término.
De igual manera, ¿no se podría decir que toda esta sensorialidad tan eficiente, abre un
mundo singular al feto: «su» mundo, el cual es totalmente diferente del nuestro y que va a
poder aprehender gracias a sus capacidades?
El flujo arterial, los borborigmos intestinales, las voces que puede oír, los roces y las
vibraciones que percibe, los olores y los sabores que puede sentir y degustar, forman parte de
«su» mundo. El feto no sabe nada del exterior y no tiene consciencia del mismo. Simplemente
está ensimismado en sus sensaciones: cuando su madre habla, para él no es nada más que una
frecuencia sonora particular, modulada, que él oye a menudo, y que va a aprender a
reconocer. La visión, en concreto, donde no hay nada que « ver » hasta el nacimiento, ¿no
corresponde ya a la posibilidad de una «visión interior», como la que utilizamos al cerrar los
ojos para reflexionar, por ejemplo, o para escuchar música, o para oler una flor? Cada sentido
analiza el mundo según ciertas modalidades, pero la visión puede integrar todos los datos de
los captores polimodales. Si cerramos los ojos, todo aquello que sentimos puede conducirnos
hasta una imagen, incluso, una emoción (por ejemplo, la magdalena de Proust4). La « visión
interior » integra todos los demás sentidos. Todas las actividades sensoriales inmergen no sólo
al mismo ojo, sino a las vías y a los centros de la visión, anteriores en su posición, al ojo, es
decir, en los elementos precedentes al ojo. De este modo, el feto percibe todo su mundo de
forma global, generalizada y sincrética. Percibe aquello que no es visible y, de esta manera,
vive libremente la experiencia generalizada de lo « sensible ». La visión fetal es la del mundo
4
Referencia a la magdalena de la novela de Marcel Proust, En Busca del Tiempo Perdido (Por el camino de Swann), donde el
narrador recupera la memoria de su infancia tras oler y comer una magdalena mojada en té. (N d T).
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original. Posiblemente, sea esto lo que da tanta profundidad a la « protomirada » de quien
nace.
Puesto que el feto no sólo es capaz de sentir y de percibir; es también capaz de
almacenar sus experiencias. No es nuestro propósito aquí discutir acerca de la plasticidad
neuronal, demostrada por los neurobiólogos hace ya una treintena de años. Digamos,
simplemente, que el feto no es un organismo solamente « predestinado » al mundo con una
programación innata adaptativa. Desde el octavo mes de embarazo, el cerebro humano
poseería cien mil millones de neuronas ya relacionadas por un billón de conexiones. Existen
vastas zonas no programadas donde las neuronas escapan a las organizaciones genéticas, y
son capaces de llegar a ser sensibles al medio ambiente, hasta el punto de poder « almacenar»
sus aspectos y sus características, incluso antes del nacimiento. La neuro-ontogenia aporta así
otras informaciones que vienen del medio y de las experiencias del feto, superponiéndose a
las determinaciones genéticas. Ciertas neuronas y ciertas conexiones se liberan de la herencia,
permitiendo, de esta manera, la emergencia de una nueva dimensión: el espíritu está ahí,
creando lo propio del hombre, más allá del animal. Mediante unas cuantas asociaciones
sensoriales y emocionales, el feto se ejercita para comprender y para recordar.
Debido a ello, el humano comienza antes de nacer, y el recién nacido llega al mundo
con unos engramas5, con una historia y una experiencia memorizadas. Antes de nacer, el feto
ha encontrado su universo y se ha impregnado de él. Así pues, el nacimiento se convierte en
una ruptura: todo cambia y todo debe retomarse, replantearse. El recién nacido va a necesitar
aclimatarse a la vida en otro mundo. Su cuerpo se adecúa fácilmente puesto que posee sus
sistemas fisiológicos de adaptación. Pero el espíritu del feto, quien ha conocido la totalidad
original, de dónde ha salido, y de la cual ha sido arrebatado de forma brusca, «grita» su miedo
(o su rebeldía) a perder su mundo original. Aquí está, tal vez, el origen del grito al nacer.
Ningún otro mamífero grita de este modo; no es, por tanto, una adaptación respiratoria como
se cree con frecuencia.
Será la madre la que va a instaurar una continuidad, una coherencia, entre los dos mundos.
Ella puede mostrar el camino; ella, la que ha llevado el universo anterior de su hijo, ella que
también ha regresado a su propio mundo fetal durante el embarazo, por su propia memoria
corporal. Y será la sensorialidad la que abrirá las puertas. Los sentidos indican una presencia.
Por la madre y contra ella, piel contra piel, el recién nacido se reencontrará con el tacto, el
envolvimiento (que protege), los olores, los sabores (el calostro tiene las mismas cualidades
gustativas y olorosas que el líquido amniótico), la música vocal, los ruidos respiratorios, el
ritmo del corazón… Entonces, el recién nacido descubre el mundo como una forma novedosa
de su mundo anterior. La vista, la mirada, van a aportar aquí, informaciones inesperadas, y
darán sentido a todo ese desbarajuste. Este elemento es fundamental: es él quien consigue
pasar del nacimiento-parto al nacimiento psíquico. Todo se hace «significante», adquiere
significado. El bebé, que ha llegado de tan lejos, descubre que nacer es un nuevo punto de
partida para un nuevo viaje.
2. La acogida al nacer: cuestión de talante, de actitud
Así pues, para el recién nacido, nacer es cambiar de universo; es adaptarse, pero
también es crear unos lazos, vínculos… con personas que ha presentido durante su vida fetal
a través de las voces y los olores. Para ello, existe un periodo de vigila en calma y de alerta
durante una o dos horas tras el parto, propicio para los intercambios, los aprendizajes, y para
su memorización.
5
Engrama: 1) Huella neurofisiológica en el cerebro que es la base de un recuerdo de la memoria. 2) Circuito constituido por
neuronas y fibras musculares que forma un patrón específico de actividad motora. Fuente: Enciclopediasalud.com. (N d T)
4/14
La mirada de quíen nace Efectivamente, tras un nacimiento normal, fisiológico, la tasa de catecolaminas en la
sangre del recién nacido es veinte veces más elevada que la de un adulto en reposo. Esta
fenomenal descarga, que no tiene equivalente igual durante toda la vida, desempeña un papel
de adaptación: permite el inicio de la respiración normal, protege el corazón, el cerebro, y
moviliza las reservas energéticas. De igual manera, favorece la querencia: el recién nacido
está vigilante y en calma, pupilas dilatadas, con una actividad motriz contenida y una energía
totalmente canalizada para escuchar, mirar y sentir. Este periodo está claramente ahí, pero se
queda corto. Por tanto, a nosotros nos corresponde sacarle partido, para facilitar el paso del
recién nacido de un mundo al otro, para instaurar, como se ha descrito anteriormente, una
coherencia entre el universo fetal, sereno, y nuestro mundo lleno de ruidos y de luces.
Ahora bien, en general, ¿qué se hace en las salas de partos de nuestras maternidades?
Desde 1950, nos encontramos dentro de una cultura de la tecnicidad y de la separación y, en
la gran mayoría de casos, aun cuando no plantee ningún problema en particular, el recién
nacido será acaparado, «secuestrado» por los (las) profesionales para someterle a toda clase
de aspiraciones, mediciones de todo tipo, cuidados del cordón; lo lavarán, a veces incluso lo
bañarán, aun corriendo el riesgo de enfriarlo; va a recibir gotas en los ojos, vitamina K en la
boca, y si no tiene suerte, hasta le tocará un doloroso dextrostix y una incubadora que le
aislará.
Es así como el recién nacido es sometido a los « ritos culturales » de nuestra sociedad
científica: son gestos rutinarios que podían estar justificados en una época, pero que ahora ya
no lo son, respecto a los datos científicos recientes sobre la fisiología de la adaptación del
recién nacido en el nacimiento. Es el momento de zarandear nuestros hábitos y poner en tela
de juicio nuestros conocimientos, nuestro saber y nuestros gestos para, por fin, restituir el
nacimiento a los padres y al recién nacido.
Entonces, cuando el parto se ha desarrollado con normalidad, sin dificultades en
particular (siendo alrededor del 90% de los casos), dejemos pues, que se instale la emoción,
dejemos que esos padres descubran a su bebé, dejemos que ese recién nacido se manifieste
ante sus padres, dejémosles comunicar y tejer unos lazos indecibles que, rápidamente se
convertirán en indefectibles. De igual manera, es una madre y un padre los que están
naciendo; es una familia la que está naciendo. Confiemos en ellos y respetemos su intimidad,
quedémonos en segundo plano. Nuestro papel no es el de actuar, sino el de mantenernos
atentos, vigilantes para detectar eventualmente una anomalía que necesitaría nuestra
intervención: «Actuar cruzando las manos a la espalda», es decir, observar sin intervenir, tal y
como lo señala el Dr. Schwetterlé de Lons-le-Saunier, la primera maternidad « amiga de los
bebés » en Francia. «La técnica se tiene que quedar entre bastidores » insistían, ya en los años
80, los doctores Albert Grenier y Amiel Tison. Claramente se trata de una « acogida » y de
una «actitud».
En la práctica, al nacer, en un niño con buena salud, el bebé será cuidadosamente limpiado
y secado para que no tenga frio, después, será colocado piel contra piel sobre el vientre de la
mamá; se le girará la cabeza para que su rostro se vea fácilmente y se le despejará bien la
nariz. De esta manera, démosle al bebé el tiempo para adaptarse. La «piel contra piel »
permite, en efecto, un mantenimiento eficaz de la temperatura corporal del recién nacido, una
mejor adaptación metabólica, una clara disminución del llanto, un refuerzo de las
interacciones madre-hijo, una mayor organización motriz y una oportunidad para un primer
amamantamiento en el momento elegido por el recién nacido. Si se deja al niño y a los padres
tranquilos, sus comportamientos serán bastante estereotipados durante las dos primeras horas
(fotos número 1/2):
La mirada de quíen nace
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•
•
La mamá se encuentra en un estado de «preocupación maternal primaria»
(Winnicott6), en el cual, en el plano emocional, ella está entera y exclusivamente
disponible para responder a su hijo. Primero, toca los brazos y las piernas de su bebé
con timidez con el extremo de sus dedos, después, comienza a tocarlo con mayor
decisión, más francamente, a acariciarlo, a masajearlo; ella lo respira; coloca su rostro
cara a cara para que su bebé y ella se miren a los ojos y, por fin, comienza a hablarle
con una voz tierna y reconfortante, «la voz de madre» nos dicen los investigadores,
particularmente atrayente para el bebé a quien le gustan las voces agudas.
El padre, rápidamente se ubica en una actitud protectora: pone con timidez la mano
sobre la espalda del niño, después envuelve el rostro de su esposa con el otro brazo o
bien le coge la mano, después, se inclina para cruzar su mirada con la de su bebé.
Foto nº 1: Un bebé acaba de nacer. Una madre y un padre
están naciendo… Está naciendo una familia…
•
En cuanto al recién nacido, tras un periodo de reposo en estado de vigilia calmada que
puede durar algunos minutos, comienza una actividad oculomotriz impresionante.
Aun cuando el pecho materno está al alcance de su boca, primeramente se mostrará
mucho más interesado por el rostro de su madre y, sobre todo, por sus ojos: la mirada
del recién nacido se convierte en una mirada concentrada, intensa, profunda, con un
punto máximo culminante hacia los 20 minutos de vida. Luego el bebé va a fijarse en
la forma redonda y que contrasta del pezón, que comienza a liberar un olor que evoca
al líquido amniótico. Ya en la primera media hora de vida, comienza a hacer muecas
con su boca, a mover sus labios y su lengua, a chupetear sus dedos impregnados de
líquido amniótico, después, comienza a reptar hacia el oloroso seno materno haciendo
uso de su fuerza muscular y de su reflejo de marcha para propulsarse mediante
pequeños impulsos, entrecortados con periodos de reposo (reflejo de reptación). En
torno a los 50-60 minutos de vida de promedio, alcanza el pecho, mueve la cabeza a
ambos lados, se coloca sobre la areola, coge una amplia porción del seno sin dañar el
pezón y comienza a mamar de forma eficaz (reflejo de succión). Durante el
amamantamiento, la madre y el bebé se miran. Toda esta impresionante y
conmovedora actividad del recién nacido tras su nacimiento, dura alrededor de una
hora y media. Más allá de esto, no se registra ningún movimiento más y, a las dos
horas de vida, la mayoría de los niños han cerrado sus ojos.
6
Donald Woods Winnicott (1896-1971): Pediatra, psiquiatra y psicoanalista inglés cuya obra, original en su época, se centra
en la relación madre-lactante y en la evolución posterior del sujeto a partir de tal relación (N d T).
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La mirada de quíen nace Foto nº 2: Comportamiento del recién nacido durante la primera hora de vida
De este modo, cuando nos tomamos el tiempo de observar la secuencia de los
comportamientos instintivos del bebé al nacer, comprendemos hasta qué punto debe ser
protegido este tiempo tan valioso para la madre, el padre y el recién nacido.
Cualquier intervención desde el exterior perturba el mutuo descubrimiento de los
padres y de su bebé. Por tanto, los cuidados a los recién nacidos serán aplazados y
reagrupados para no perturbar a los bebés más que una sola vez; se practicarán de una hora y
media a dos horas después del nacimiento, o sea, justo antes del regreso a la habitación.
3. La protomirada: una mirada fundadora y «parentalizante»
Ahora, está muy claro que una vez garantizada la seguridad, nuestro papel será el de
ayudar al recién nacido y a su mamá a armonizarse7 el uno con el otro. Si dejamos al niño
encima de su madre, la mirada de la primera media hora va a ejercer un papel fundamental y
fundador.
«La primera mirada que su bebé dirige al mundo, es hacia su persona» - «Es tan
magnífico» responde la mamá. El recién nacido parece asombrado de estar ahí. Dicha mirada
es como una pasarela que está proyectada hacia la vida que comienza: permite al bebé
orientarse en nuestro mundo. Antes, todo era negro y sin detalle. Después, de pronto, la luz
ilumina el espacio; el recién nacido abre los párpados y mira: descubre entonces lo que le
rodea. La voz familiar de su madre le aporta las palabras que le informan: «sí, bebé, soy yo, tu
mamá…» Para el recién nacido, las palabras coinciden con las sensaciones e incitan a
comprender. ¿Quizá es aquí donde comienza el pensamiento? La mirada abre, de esta forma,
la posibilidad para el intercambio, intercambio de sensaciones, intercambio de aquello de lo
que sencillamente es, intercambio que aproxima. La resonancia emocional de los primeros
minutos de vida aparece, desde ese momento, como profundamente humana. (Foto nº 3)
7
Nosotros hablamos de «sintonización» (N d T).
La mirada de quíen nace
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Foto nº 3: La verdadera historia reside en el intercambio que los aproxima
Pero dicha mirada revela también el nacimiento de una búsqueda fundamental:
encontrar el equilibrio y la perfección del mundo original (¿La Humanidad no sigue estando
en busca de una evolución hacia lo absoluto, aun sin evitar a veces los extravíos y las
derivas?). El primer miedo a perder su anterior mundo, el miedo original que ha llevado al
bebé a lanzar su grito de nacimiento está ahora cubierto por una paz inmóvil dentro de esta
mirada fija, profunda, intensa, penetrante, siderante8, fulminante. Durante los primeros veinte
o treinta minutos, el niño permanece tranquilo y mira… una mirada que viene de las
profundidades del ser, una mirada que traspasa y que transciende. En esta «protomirada»,
todo es desconcertante, perturbador y molesto. Si nos concentramos sobre ello, para eliminar
lo superfluo, queda el silencio y el misterio: la magia muda de esta mirada que influye sobre
nuestra emotividad, incluso sobre nuestra espiritualidad. «Se creería que nos comunicamos
con su alma» nos relata una mamá. «Se tiene la impresión que posee toda la Sabiduría del
Mundo» nos confía otra (Foto nº 3).
La emoción con la que nos encontramos aquí es de tipo ontológico. La protomirada
nos da la sensación de la totalidad de uno mismo. Quien se tropieza con esta mirada se ve
transformado, sublimado en madre o padre. «He sentido que me convertía en padre en ese
momento preciso», relata un papá. «En ese momento justo he decidido ya no ser el mismo »,
explica otro. Ninguna otra mirada tiene ese poder, exceptuando la mirada del «flechazo» que
se parece un poco.
Los otros sentidos vienen a añadir algunas gotas de emoción complementaria a esta
mirada «parentalizante» (Foto nº4). Con bastante rapidez, el bebé respira a su madre, la lame,
palpa sus pechos, trepa hasta el pezón y comienza a mamar. Para los padres, la observación de
la determinación de su bebé y el reconocimiento de sus capacidades acrecientan su placer y
engendran unas reacciones que son favorables para el apego. Para el recién nacido, quien
acaba de perder su mundo anterior, el uso de todas sus capacidades sensoriales le proporciona
unos referentes y la protomirada le da un sentido, una significación, un entendimiento de lo
que está ocurriendo.
8
Sideración: del latín siderationem, choque de astros. Estado de abolición o destrucción total y súbita de la actividad
biológica. Estado de depresión profunda y súbita con pérdida de las fuerzas vitales; en la antigüedad se le atribuía su origen a
la influencia de los astros (N d T).
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La mirada de quíen nace Foto nº 4: Todos los sentidos están despiertos: el olfato, el gusto,
el tacto… y la mirada.
Siempre ha existido la protomirada y nos podemos preguntar sobre la ceguera de los
adultos, en general, y de los profesionales en particular, quienes afirmaban, desde hace
algunas décadas, que el bebé no veía al nacer. La pequeña Sandrine de la foto nº 5, tiene ahora
23 años. En aquella época cada mamá podía pensar que los demás bebés no veían, pero que el
suyo la miraba verdaderamente y que, por tanto, era mejor que los demás bebés.
Foto nº 5, amablemente prestada por el Dr. MC Marchand.
Ahora, estamos dentro de una dinámica inversa: a los recién nacidos se les dice
«hiper-competentes» y, cuando los acontecimientos del nacimiento han impedido el
desarrollo normal de la secuencia descrita anteriormente, cuando la madre no ha
intercambiado ninguna mirada con su pequeñín, esta última puede sentirse frustrada y
culpabilizarse. Afortunadamente, lo propio del humano es el tener una extraordinaria
capacidad de adaptación: aquello que no se ha hecho en un momento dado, puede corregirse a
continuación. Cuando el niño ha sido alejado de la mamá para recibir cuidados de urgencia, el
reencuentro, algunos minutos, algunas horas, e incluso, algunos días después, permitirá
recuperar aquello que se echaba en falta. Los contactos corporales, los olores, las caricias, las
palabras, van a favorecer un reconocimiento recíproco; y, las miradas van a poder
intercambiarse y responderse. Si la madre vive su maternidad de un modo feliz y equilibrado,
La mirada de quíen nace
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este nuevo encuentro permitirá un rápido apego y una auténtica realización. A la inversa, si la
historia de la mamá es difícil y si ésta adolece de confianza en sí misma, los lazos se
establecerán más lentamente y el apoyo del equipo médico será, a veces, necesario. Esto nos
dice la importancia de hacer todo lo posible, incluso si el niño debe ser trasladado, para que su
madre pueda mirarlo a los ojos. Algunos segundos son suficientes si se le presenta al niño de
cerca. Dicha mirada en la primera hora jugará un papel «parentalizante»: la emoción que
provoca quedará marcada de por vida y facilitará el arraigo durante los encuentros.
Dentro del mismo talante, durante una cesárea, se hará todo lo posible para volver lo
más rápido que se pueda a las condiciones fisiológicas del parto normal, y para establecer
contactos precoces. Las anestesias loco-regionales son un inmenso progreso, puesto que
permiten a la mamá participar en el nacimiento de su hijo. Éste podrá serle presentado a la
madre cerca de su rostro por la matrona, incluso por el mismo padre, si él está presente
durante la cesárea. Las miradas van a poder coincidir y fijarse (Fotos nº 6 y 7). El bebé tendrá
la posibilidad de respirar a su madre, incluso de lamerla. La emoción estará presente y esta
mujer será madre incluso antes de que su vientre vuelva a ser cerrado. También cabe la
posibilidad de retirar el campo quirúrgico lo suficientemente lejos como para dejar libre el
pecho de la madre y colocar ahí al bebé con algo que le cubra y le de calor (Foto nº7): a la
intensidad de la mirada viene a sumarse el calor de la piel contra la piel, y la madre olvida que
todavía tiene el abdomen abierto. La cesárea, de manera totalmente natural, se convierte en un
«parto normal por vía alta».
Fotos nº 6 y 7: Niños nacidos por cesárea, en los primeros minutos de vida.
Recalcar, a la izquierda, la mano del bebé dirigiéndose hacia la frente de su madre.
Pero, entonces, si la primera mirada en el momento del nacimiento es tan importante,
tan fundadora, ¿qué es lo que ocurre pues, con las madres invidentes, las cuales no pueden
«ver» a su bebé? ¿Tendrán dificultades para el apego, para el establecimiento de los vínculos
afectivos? Aquí, también, guardémonos de juzgar con demasiada rapidez y tengamos
confianza en las capacidades de estas madres. Recalquemos aquí, el trabajo extraordinario de
la Sra. Edith Thoueille, puericultora responsable del centro de PMI (Protección MaternoInfantil) y de las consultas especializadas del Instituto de Puericultura y de Peri-natalidad de
Paris: ella ha puesto de manifiesto cómo ayudar a estas mamás, las cuales padecen auténticos
sufrimientos, debido al gueto en el que las encerramos. Efectivamente, guardémonos de
juzgar con nuestras referencias de videntes; estas mujeres se encuentran en otro mundo
sensorial: la madre invidente se apoyará en otras modalidades sensoriales que darán sentido a
lo que vive. Todos sus sentidos estarán en alerta: tocará a su bebé, lo va a «olfatear» (el olor
parece muy importante en estos casos); lo va a saborear, lo oirá, lo sentirá moverse. De tal
modo, podrá obtener una visión interior, o, más bien, una representación interior de su bebé.
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4
La mirada de quíen nace Pero aún hay algo más importante: se puede perder la visión, pero nunca se pierde la
mirada. El semblante de esta madre invidente es móvil y es capaz de traducir su emoción
interior. Esta mujer sabe sonreír, sabe emitir vocalizaciones. Su mirada puede cargarse de
afecto, guiada por el sonido, el olor, el tacto, la masa corporal de su hijo. A veces, algunas
madres no miran, ya que han perdido el hábito, debido a que, en demasiadas ocasiones, las
han herido a propósito de sus ojos, que no eran hermosos; ya que no es fácil volver a hacer
algo que se os ha prohibido hacer durante toda la infancia. Nuestro papel será el de volver a
enseñarles a mirar: incluso si ellas «no ven» al niño en el sentido en el que los videntes lo
entienden, es importante, para su relación de amor, que ellas lo «fijen con su mirada» durante
unos instantes. Esto es fundamental para el recién nacido que necesita esta mirada para existir.
Esto nos permite subrayar la otra vertiente de la Protomirada. Ésta no sólo es
fundadora para los padres, sino que también lo es para el recién nacido. La visión es egoísta:
sólo es para uno mismo. Pero la mirada se torna hacia el otro, sólo existe mediante el
intercambio: mi mirada obliga al otro y, yo llego a ser yo mismo a través de la mirada del
otro. Del mismo modo, la primera mirada del recién nacido «parentaliza» a la madre y al
padre; les permite pasar del parentesco a la parentalidad; pero, simultáneamente, la mirada de
los padres da un sentido al recién nacido y lo aferra a nuestro mundo. Diderot decía: «Los
ciegos iluminan nuestra mirada». De igual manera, el estudio de las madres invidentes
esclarece nuestra observación de los primeros instantes de la vida y nos recuerda una cosa
muy sencilla, que a veces la medicina técnica ha olvidado, pero que la mayoría de las madres
saben desde siempre: tienen que «mirar» a su hijo.
4. La protomirada: una mirada… reparadora
Ciertas mujeres, no obstante, no sienten entusiasmo hacia su bebé en el momento de su
nacimiento; y, las miradas pueden tener dificultades para encontrarse. Las razones son
complejas, personales e íntimas. ¿Por qué esta mujer está tan triste aun cuando el parto se
desarrolló sin ninguna dificultad y que su bebé, con buena salud, acaba de serle puesto sobre
su vientre? ¿Sus emociones se hacen eco de periodos difíciles y secretos de su infancia? ¿O de
su vida más reciente como adulto? ¿Ella misma sabe por qué? ¿Tiene miedo de no estar a la
altura? No es importante responder a estas preguntas de inmediato, pero, es urgente apoyar a
esta madre: la empatía hacia ella, la paciencia de los profesionales, la confianza de éstos en
las capacidades del bebé, el hecho de maravillarse frente a lo que el bebé hace, su contención
para observar sin actuar; todo ello es fundamental para permitir la elaboración de los lazos
vinculantes. Los movimientos del bebé su mímica, sus llantos, sus murmullos acabarán por
atraer la mirada de la mamá. Si a ella no le gusta el contacto piel contra piel y rechaza al niño,
bastará con sentar al recién nacido sobre el pubis de la madre y aguardar; pueden pasar diez
minutos, incluso más, antes de que las miradas se crucen. Cuando la mamá sonría y tienda la
mano hacia su niño, la partida estará ganada: la mirada insistente del bebé habrá creado un
«impulso maternal», desempeñando así un papel «reparador» en la historia de la madre.
Entonces, será útil proponer a ésta última, durante su estancia en la maternidad, la posibilidad
de conversar sobre lo que ha ocurrido en el momento del nacimiento. En estas situaciones
delicadas, coger al recién nacido y alejarlo de la madre para aplicarle cuidados no urgentes, es
impedir que los lazos aún frágiles se establezcan, es crear dificultades suplementarias para el
porvenir psico-afectivo de dicho bebé y de dicha mamá. Debemos estar siempre alertados por
la preocupación de no dañar, y es igual de importante preocuparse por la salud psíquica como
por la salud somática. A veces, los lazos no han podido instaurarse: hay que admitir entonces,
que una mamá pueda venirse abajo en el nacimiento de su hijo y, con rapidez, proponerle la
posibilidad de ir al fondo de sí misma para encontrarse con su bebé.
La mirada de quíen nace
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La historia de la mamá de Julie es muy esclarecedora para comprender mejor lo que
ahí se pone en juego. Se trata de una mujer muy conocida por los servicios sociales puesto
que perdió a su anterior bebé en el sexto mes de embarazo, en condiciones difíciles y dudosas.
El pasado psico-social de esta mujer es pesado, complicado. Éste otro embarazo ha sido
seguido muy de cerca por los servicios del centro de PMI y ha podido ser conducido hasta la
semana 36. El parto ha sido provocado en ese momento, en razón de un retraso del
crecimiento intrauterino que parecía importante. Julie nace sin especial dificultad. En efecto,
ella parece tener un peso reducido, a priori, menos de 2kg. En el momento de ponerla sobre su
madre, ésta lanza un grito de terror, no la mira, y gira la cabeza hacia otra dirección, gritando
varias veces «me has hecho daño». Entonces, a Julie se la sienta sobre el vientre de su madre,
envuelta por un paño caliente. Su mirada está fija y es de una intensidad impresionante. Con
suavidad, la matrona comenta: «es bella, y le mira ». Pero la madre sigue desviando su mirada
hacia las paredes de la sala, hacia el techo. No obstante, tras algunos minutos, sus ojos
descienden hacia Julie, se aferran apenas un segundo, después se desvían de nuevo, después
vuelven hacia ella, después vuelven a apartarse de ella otra vez. Julie no aparta la vista de su
madre (Foto nº8), como si esperase que ésta se girara de nuevo hacia ella. Esta mamá
necesitará de diez a quince minutos para aceptar la presencia de su bebé, para que se fije en su
mirada y para que tienda sus manos hacia ella sonriendo y llamándola «Julie». Una hora
después, la mamá nos dirá que había tenido mucho miedo puesto que su bebé anterior era una
niña también.
Foto nº 8: Ella parece decir « acógeme ».
La mirada de Julie ha desempeñado aquí un papel fundador y reparador para su madre.
Esta mujer se ha convertido en madre a través de la mirada de su bebé: se ha sentido mirada
como nunca lo había sido; la intensidad y la gravedad de la mirada de su hija la ha llevado
inevitablemente a involucrarse en ella. En cuanto a Julie, frente a esta madre distante al
comienzo, lo que está en juego es importante: de ello dependerá su equilibrio psíquico y
afectivo, se juega su vida. Su mirada es una petición, una súplica hacia su madre: la niña
parece decirle «acógeme». Entonces, a cambio, la mirada de su madre le ofrece la posibilidad
de existir: ella se convierte en «ser humano» a través de la mirada de su mamá. La verdadera
historia entre Julie y su mamá reside en la expresión de sus ojos y en ese intercambio que las
reconcilia.
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La mirada de quíen nace Dicha historia data aproximadamente de unos cuantos años. Los servicios sociales no
han tenido jamás problema alguno con esta mamá y su hija. A la inversa, ¿qué le sucedió a
esta otra mujer frágil que no soportó la decadencia de la relación con su pareja y mató a su
hijo de seis meses? ¿Qué desesperación la llevó a tal extremo? En el momento del nacimiento,
su bebé tenía una mirada profunda, fulgurante, fulminante, pero ella no la vio puesto que
había sido anestesiada. No le trajeron a su bebé hasta pasadas varias horas tras el nacimiento,
mientras que él estaba totalmente dormido. Como pediatra, siempre me he preguntando si esta
mujer habría caído tan bajo en su desesperación si hubiese podido tocar a su bebé al nacer,
acariciarlo, respirarlo, mirarlo,… y encontrarse con su mirada.
5. En conclusión.
La venida al Mundo es todavía un misterio. Hay un nacimiento de los cuerpos, que es el parto,
y los procesos fisiológicos permiten una adaptación rápida sujeta a nuestra temporalidad.
Pero, más allá del parto, también existe un nacimiento psíquico y espiritual, nacimiento de un
ser humano, de una consciencia, de un parecer. Hay un pasaje de un mundo intemporal de
globalidad, de totalidad y de armonía original permanente a un mundo de discontinuidad y de
frustraciones. La protomirada es una pasarela entre esos dos mundos. Para la mamá la primera
mirada de su bebé crea un «vinculo maternal» indefectible. Para el recién nacido, el encuentro
con otra mirada humana lo humaniza y lo transforma en un ser de consciencia y pensamiento,
en un ser de deseo, siempre en busca del absoluto original. «La Vida comienza con la
mirada» nos precisa Amélie Nothomb en La métaphysique des tubes (La metafísica de los
tubos). Aprendamos a respetar la fisiología del nacimiento para no distorsionar este momento
privilegiado.
Agradecimientos:
Agradezco al Dr. J.M Delassus, quien, mediante su amistosa insistencia, me ha obligado a
concretar mis ideas en torno a la vida fetal, al nacimiento y a la primera mirada de quien nace.
El primer apartado de este artículo encuentra gran parte de mi inspiración en sus escritos.
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