testimonios desde el campo de katsikas, en ionannina, una ciudad

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TESTIMONIOS
TESTIMONIOS DESDE EL CAMPO DE KATSIKAS, EN
IONANNINA, UNA CIUDAD GRIEGA CERCANA A LA
FRONTERA CON ALBANIA
En Katsikas, un campo griego para solicitantes de asilo, los miembros de la comunidad religiosa
Yazidí han hecho un recuento de personas: son 242. No se conocían hasta que se encontraron en
el Puerto Pireo, en Grecia, y decidieron quedarse juntos para ayudarse los unos a los otros.
La familia de Khaled
Khaled, de 36 años, es oriundo de una aldea
llamada Kojo que se encuentra al sur de Sinjar,
Irak. Está en Katsikas con su esposa Dalal, de 34
años, y su hijo Barakat, de año y medio.
Abandonaron Sinjar el 4 de agosto de 2014 para ir
a Dohuk, en Irak. Pasaron 3 días ahí y después
fueron a Turquía. De ahí, a Diyarbakir, en donde se
quedaron hasta el 27 de febrero de 2016.
Después fueron a Esmirna, en Turquía; y de ahí a
Mitilene, Lesbos y Atenas, en Grecia; después se
quedaron en una cancha de baloncesto en una
ciudad cercana a Ioánina, a donde fueron llevados
500 iraquís y sirios. Llevan en Katsikas desde hace
aproximadamente dos semanas.
“Un día, Daesh (el Estado Islámico) vino y nos dijo que nos convirtiéramos al Islam,” dice Khaled.
“Nos negamos. Después, el 3 de agosto, atacaron la aldea. Hubo algunos enfrentamientos cerca
de Kojo, pero no había armas con las que pudiéramos contraatacar. Acabaron con la poca
resistencia que había y después comenzaron a disparar a los hombres y adolescentes que
estaban en las calles. Decapitaban a unos y ejecutaban a otros con disparos en la cabeza. Se
llevaron a muchos niños y secuestraron a las mujeres, incluyendo a las ancianas. Se produjo un
estado de histeria colectiva. Secuestraron a unas 5,000 personas, mujeres y niños. Las mujeres
fueron llevadas a algún lugar en Irak.
Después de ser rescatada, una de las mujeres me dijo que unas personas pagaron para que ella
fuera liberada. Las demás seguían retenidas en Irak y las violaban cuando querían. Estaban en un
lugar sin duchas, y no se podían asear a menos que alguien quisiera violarlas. Entonces sí, la
persona en cuestión las bañaba primero. Se vendía o regalaba a las mujeres como si fueran un
regalo. Entre los combatientes de Irak y Siria, también daban a las mujeres a cambio de armas”.
Shemi, la madre de Khaled, tiene 74 años. Ella lleva una túnica blanca tradicional. “Amo a todo el
mundo”, dice. “En nuestra religión, lo primero que pedimos al rezar es que todos vivan en paz.
Somos unas personas muy pacíficas. No sé cuál fue el problema, por qué todos en el mundo,
incluyendo nuestras aldeas vecinas, se volvieron nuestros enemigos y se quedaron mirando
mientras éramos asesinados. No entiendo qué problema tiene el mundo con nosotros. Sólo
queremos vivir con alegría. Amamos la música, amamos bailar.
La gente Yazidí nunca ha atacado a nadie. Creo que este es el peor momento en la historia
Yazidi. Pensamos que Europa puede podría proteger a la gente que ha sufrido el tipo de
sufrimiento que nosotros hemos soportado. Pero nos sentimos como criminales, forzados a
escondernos en las montañas. Mira en dónde estamos. Rezamos para que alguien nos escuche,
para que se abra un camino. No quiero morir aquí. No quiero morir viendo cómo sufren mis nietos.
No me queda mucho tiempo más en esta Tierra, así que no tengo que esperar mucho más. Desde
lo que pasó en Sinjar, ya no he cantado”.
La familia se disculpó dos veces porque no tenían té para ofrecernos, y nos ofrecieron de la
comida que les fue distribuida por las ONG.
La familia de Nayef Khudur
Nayef Khudur, que fue conductor en Sinjar, tiene
28 años. Su esposa, Zeina Khalaf, tiene 26.
Están en el campo con sus tres hijas: Manal, de
9; Maram, de 7; y Katherine, de año y medio. Su
hijo se fue hace cuatro meses a Alemania junto a
su abuela.
La casa de Nayef fue severamente dañada por
un bombardeo en Sinjar. Es un hombre pobre.
Después de perder todo, fueron a Süleymaniye.
Tuvieron que hacer el recorrido a pie; escalando
en algunos puntos de su viaje. Sus amigos le
consiguieron un trabajo en una granja de pollos.
El salario era bueno, así que lograron juntar el
dinero que necesitaban para ir a Turquía.
Tomaron un avión para Estambul con una visa. Cuando llegaron a Esmirna, toda la familia fue
detenida y encerrada en una celda. “La situación allí era muy mala. Nos trataron como perros”,
explica. El 28 de febrero de 2016, dejó Turquía para ir a Bodrum, y de ahí a Grecia.
“Estamos aquí, y gracias a Dios nuestra situación es mejor que en otras partes de Grecia. Y
gracias a Dios nuestra situación es mejor que en la prisión en Turquía o que la situación de
quienes siguen en Irak”.
Él está convencido de que “el sol saldrá de nuevo, y nos reuniremos con nuestro hijo en
Alemania”. Cuando estaba en su aldea, pesaba 75 kilos. Ahora pesa 55. “Gracias a Dios, nuestros
hijos están bien”. “Como Yazidís, estamos acostumbrados a tiempos de crisis, pero lo que nos
pasó era demasiado; no podíamos quedarnos. Entre ser refugiados ahora, y lo que nos pasó con
Daesh, es demasiado para soportar. Espero que termine esta pesadilla.”
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