Capítulo VI. Hasta no verte Jesús mío o de la

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Capítulo VI. Hasta no verte Jesús mío o de la ficcionalización evidente
A la inversa de Operación masacre, la obra Hasta no verte Jesús mío de Elena Poniatowska
parece desestabilizar las reglas del juego testimonial, disímil a la acción de Rodolfo Walsh de
evidenciar el proceso de ficcionalización dentro de la obra misma, Poniatowska elige
esconder su proceder, al menos dentro del texto. Se dijo antes que para reconocer un
testimonio se requiere en gran medida de la ayuda de los soportes textuales y la guía crítica.
En Walsh la solución se encuentra dentro del texto. Las continuas modificaciones
paratextuales hacen hincapié en la relevancia que poseen éstos en la recepción de la obra.
Pero en Poniatowska, la ausencia de elementos paratextuales fortalece su percepción como
constructo literario, de acuerdo con Beth Jörgensen:
Hasta no verte Jesús mío is not structured like other well-known pieces of
testimonial literature, and it cannot be considered ethnographic or
anthropological study per se. Absent from the text itself is the documentation
that explains the author’s intentions and creates a pact with the reader to accept
the book as a true account of historical events and persons. There are no
photographs of Jesusa Palancares, no maps, no tables, no historical chronology,
no footnotes: none of the factual support usually provided to strengthen the
testimonial claim to authenticity. […] That is, left to her own devices, Elena
Poniatowska may well have produced a more conventionally configured
testimonial text. (59)
Jörgensen habla de un texto testimonial configurado de forma más convencional; si se
le evalúa por ejemplo siguiendo una gradación, se tendría entonces, que HNVJM muestra un
mayor grado de ficcionalización comparado con OM, es decir se pone más peso en la función
estética de su discurso. Su grado de ficcionalización complica enormemente su designación
como testimonio canónico hispanoamericano, ya que se cree rompe con algunas de sus más
fundamentales características. Debido a esta confusión se ha llegado a considerar que
Poniatowska subraya el carácter testimonial de su obra solamente como una estrategia para
que se acepte la historia de su personaje como auténtica y lograr así “alcanzar al lector y
causar un mayor impacto social” (Lagos-Pope 249). Siguiendo el mismo orden de
pensamiento, Meza Fernández sostiene que la escritora “alude a la presencia de personajes
reales y fenómenos históricos de la Revolución mexicana, junto a personajes y episodios
ficticios que responden a lo que la autora denomina un mundo posible que precisa un mundo
real como referente de consistencia o base de la ficción” (9). Ambas propuestas sugieren que
el proceso de producción de HNVJM debe entenderse como la construcción de un mundo
posible que tiene cierta sujeción con el mundo real, es decir como ficción sin más, una ficción
que hace uso de un sistema para absorber sus cualidades receptivas e interpretativas.
Cuando Jean Franco se refiere a esta obra de Poniatowska propone que ésta sólo
podría parecer “una aberración, empezando por el problema de cómo situarla: no pertenece a
lo puramente literario ni se puede considerar como texto etnográfico aunque se basa en una
historia de la vida de la clase subalterna, como Juan Pérez Jolote, el relato de un chamula
transcrito por Ricardo Pozas” (220). En un intento crítico por ubicar la obra, ésta ha sido
comparada con otras que sí han llegado a obtener la etiqueta testimonial, como por ejemplo,
el testimonio Burgos-Menchú, López indica que:
Based on the explicit comments of both Poniatowska and Burgos, I would
argue that the role of the author in the two works is virtually identical except in
degree, because Burgos stops short of admitting to fictionalizing. Both
‘correct’ the grammar, order the events, and edit the style, eliminating what
they consider excessive repetition and, significantly, both put their name on the
front cover in the privileged space of the author. If there is a qualitative
difference between the two texts it is because Rigoberta Menchú, in contrast to
Josefina Bórquez, had her own social agenda in mind when narrating the story
of her life to Burgos, and thus had more conscious reason to ‘edit’ her own oral
testimony; another difference is that Menchú has stepped out of the pages of
the text and into the international lecture circuit, speaking for herself without
the mediation of the ethnographer, and winning the 1992 Nobel prize. (27)
En medio de estas comparaciones se afirma entonces que HNVJM no puede ser
completamente un testimonio porque no incluye ninguna explicación sobre la manera en que
la escritora reunió el material (soportes textuales), según Randall este paso es imprescindible
en la elaboración de obras testimoniales, sin embargo fuera del texto Poniatowska efectúa un
conjunto de ensayos, presentaciones y entrevistas donde expone tanto el proceso que llevó a
cabo para la redacción de su texto como la existencia real de la informante de quien obtiene el
relato oral: Josefina Bórquez. Las declaraciones de la autora permiten confirmar que su texto
literario tiene una estrecha conexión con el sistema testimonial que se ha estudiado aquí, y si
el premio testimonial Casa de las Américas instituyó como regla la libre selección de la
forma, por qué no entonces, podría la obra de Poniatowska considerarse sin obstáculos un
testimonio canónico hispanoamericano.
Meza Fernández arguye que HNVJM puede visualizarse como una novela con anexos
o bien como un conjunto de libros. Según la estudiosa la obra se compone además de los
ensayos “Hasta no verte Jesús mío” y “Vida y muerte de Jesusa Palancares” publicados
tiempo después, los cuales parecen notas introductorias al texto. Por lo tanto, señala LagosPope, las aproximaciones a HNVJM se basan en la manera cómo se ha presentado la obra ante
el público, en las declaraciones de la autora, y en las relaciones con otros relatos similares
(247).
La gran diferencia entre la ficción convencional y el testimonio es la orientación hacia
su no-ficcionalidad que se obtiene por medio de mecanismos de veridicción, como se dijo
anteriormente: soportes textuales, guía crítica, acotaciones narrativas, y sobre todo la
presencia de un modelo institucionalizado dispuesto a la ficcionalización. Lo que el texto de
Poniatowska demuestra es que el grado de ficcionalización del sistema testimonial es lo que
conlleva a las confusiones genéricas que enfrenta, y no sólo ésta sino la serie de obras que la
academia literaria ha optado por colocar dentro de un mismo baúl.
La obra HNVJM surge de una serie de entrevistas que realiza Elena Poniatowska a una
mujer de la ciudad de México, Josefina Bórquez, a quien tiene la oportunidad de escuchar por
primera ocasión en una de las acostumbradas visitas de la escritora a la penitenciaria llamada
el Palacio Negro de Lecumberri. Con el tiempo, y los azares del destino, la periodista llega al
barrio de Bórquez y la vuelve a escuchar, esta vez discutiendo con una de sus compañeras
lavanderas sobre la azotea del edificio donde trabajaba. Según la propia autora, ambos
encuentros con el carácter hostil y contestatario de Bórquez logran captar su atención por lo
que finalmente se decide a preguntar a la portera del edificio por ella. De manera que, a partir
de ese momento en adelante, todos los miércoles de cada semana de cuatro a seis de la tarde,
Poniatowska visita a Bórquez en su casa para preguntarle acerca de su vida. Una vez recabada
la información (primero con cintas magnetofónicas, luego mediante notas en un cuaderno) y
después de redactar varios borradores de las anécdotas y aventuras de Josefina Bórquez,
Poniatowska decide publicar su libro en 1969 con el titulo Hasta no verte Jesús mío.
En algunas de sus declaraciones, Poniatowska confiesa que “utilicé las anécdotas, las
ideas y muchos de los modismos de Jesusa Palancares [nombre fictivo de Josefina Bórquez]
pero no podría afirmar que el relato es una transcripción directa de su vida porque ella misma
lo rechazaría. Maté a los personajes que me sobraban, eliminé cuanta sesión espiritualista
pude, elaboré donde me pareció necesario, podé, cosí, remendé, inventé” (“Hasta no verte”
10). En este mismo ensayo señala que no pudo utilizar una grabadora de voz porque la
informante no estaba de acuerdo, por lo cual cada tarde después de platicar con ella y al llegar
a su casa, recreaba la conversación que habían sostenido ese día.
Estos detalles obligan a varios estudiosos a despreciar el texto de Poniatowska como
testimonial, y trabajan mayormente sobre sus implicaciones literarias. Jean Franco, por
ejemplo, menciona que “como no se trata de la transcripción de una grabación, sino de la
recreación que hace Elena de la voz de Jesusa, he preferido considerarla como una
colaboración de autoras que, por esto mismo, evita el problema de la jerarquía del escritor y la
del informante, de la escritura y la voz” (221). Podría llegar a creerse entonces, que la obra de
Poniatowska sí rompe con los fundamentos básicos del sistema testimonial, pues miente,
inventa, da un nombre falso a la informante, no cuenta con soportes textuales, no surge en
medio de la crisis política o social, y además “no tiene moraleja. No conduce a ninguna
conclusión en particular acerca del estado de la nación o de los pobres” (Franco 225), empero
como se verá a continuación, la autora no consigue romperlos del todo, sino fortalecerlos y
esclarecer la ficcionalización que deben enfrentar para constituirse como tal.
Ahora ya no chingue. Váyase. Déjeme dormir.
Los únicos soportes textuales dentro de la obra de Poniatowska que dan pie para considerar la
existencia de dos narradoras, testigo marginal y mediadora que ha recogido su voz para darla
a conocer al lector, son el epígrafe y las contraportadas.
El epígrafe es una sentencia de Jesusa Palancares que dice así:
Algún día que venga ya no me va a encontrar; se topará nomás con el puro
viento. Llegará ese día y cuando llegue, no habrá ni quien le dé una razón. Y
pensará que todo ha sido mentira. Es verdad, estamos aquí de a mentiras: lo
que cuentan en el radio son mentiras, mentiras las que dicen los vecinos y
mentira que me va a sentir. Si ya no le sirvo para nada, ¿qué carajos va a
extrañar? Y en el taller tampoco ¿Quién quiere usted que me extrañe si ni
adioses voy a mandar?
Éste señala algunos detalles que acercarían la obra de Poniatowska hacia su condición
testimonial, en primer lugar se nota que existe un diálogo entre dos personas, se sabe que hay
alguien que se dirige a alguien más. Ese alguien que se dirige a alguien más se muestra
inconforme con una situación y además, de acuerdo con la cultura mexicana, se percibe una
distancia entre ellos pues se le refiere al otro como usted. También se reconoce la importancia
que se le está dando a la dicotomía mentira/verdad, tal parece que Jesusa está siendo
cuestionada por alguien más acerca de la verdad de lo que ha relatado.
Por otro lado, HNVJM cuenta con dos contraportadas conocidas, la primera de ellas
aparece en la decimoséptima edición de 1979:
Obra que recoge la voz de una mujer del pueblo, que vive y pasa a través de la
reciente historia mexicana, Hasta no verte Jesús mío es a la vez testimonio y
creación, en la que el relato fluye enérgica y suavemente, dando una rugosa,
intensa impresión de vida. La crítica ha señalado oportunamente la riqueza de
este libro, que aporta a la literatura mexicana nuevos poderes del lenguaje
hablado, y el público dio su mejor opinión al agotar las primeras ediciones en
pocos meses.
La otra es la que se ve publicada en la actualidad por Ediciones Era en su vigésimo
cuarta edición:
Esta novela tiene dos narradores: Jesusa Palancares, quien cuenta su vida, y
Elena Poniatowska, quien recrea con oficio y sensibilidad excepcionales los
avatares de una vida notable no sólo por su originalidad -Jesusa es un personaje
en toda la extensión de la palabra- sino también por la luz que echa sobre
momentos y costumbres cruciales de la sociedad mexicana. Hay que escuchar a
Jesusa: que crece en Oaxaca, que combate en la revolución, que llega a la
capital y se emplea como obrera y como sirvienta, que habla con los muertos y
habla de los vivos vistos en medio siglo. Jesusa, mujer del pueblo y mujer
independiente. En Hasta no verte Jesús mío, Elena Poniatowska ha escrito una
de las memorias más apasionantes de la literatura mexicana.
Tanto el epígrafe como ambas contraportadas muestran las condiciones del texto, a
diferencia de otros testimonios, aquí se reconoce la presencia de la autora, de Poniatowska,
como una de las narradoras, y la de una mujer pobre, marginal de Oaxaca que le cuenta su
vida en la revolución y sus aventuras en la ciudad de México. Si se estudian estas
características del texto a la luz del sistema testimonial, se podría suponer que la mediadora
posee un compromiso ético y estético con un sujeto subalterno a quien supuestamente ha dado
la voz. En este sentido, la obra no surge ante un contexto de crisis o caos político, a menos
que se tome en cuenta que Josefina Bórquez es un ser que vive en la crisis misma, en la crisis
de la pobreza que caracteriza al México postrevolucionario.
Al analizar estos detalles con mayor detenimiento se puede debatir si el texto de
Poniatowska realmente rompe con las convenciones del testimonio. Una de las premisas
básicas de la literatura testimonial es que el mediador recoja el relato oral de un sujeto
marginal, distinto a él de alguna manera. Dentro del texto, en la narración en sí, esta distancia
y marginalidad del sujeto subalterno se denota con el uso del usted hacia su receptora y las
constantes descripciones de auto-desprecio o el sentimiento de no pertenencia reflejado en sus
palabras:
Al fin de cuentas, yo no tengo patria. Soy como los húngaros: de ninguna parte.
No me siento mexicana ni reconozco a los mexicanos. Aquí no existe más que
pura conveniencia y puro interés. Si yo tuviera dinero y bienes, sería mexicana,
pero como soy peor que la basura, pues no soy nada. Soy basura a la que el
perro echa una miada y sigue adelante. (Hasta 218)
Si se leyera el texto, sin saber que la voz de la narradora corresponde a una persona de
carne y hueso, quizás estas cuestiones no tendrían sentido alguno. Si bien la mención de
fechas y personajes históricos podría llamar la atención sobre la relación de la narración con
el mundo real, esto no sería suficiente para establecer que la obra versa sobre las cualidades
del testimonio, aunque sí se alcanzaría a percibir al personaje como un sujeto marginal que es
constantemente dominado por el sector hegemónico de la sociedad. Sin más, el texto sí
representa la existencia de una mujer pobre que lucha diario para sobrevivir ante las
condiciones de desigualdad de un país. Sin embargo, alerta Lagos-Pope “el hecho de que se
pueda tratar de un texto que se basa en experiencias verídicas influye poderosamente en la
disposición del lector y en la manera como éste reacciona frente al personaje” (243).
Paradójicamente, antes de las declaraciones externas de Poniatowska, el texto podría
percibirse como la narración de un sujeto marginal que da cuenta de su situación de opresión,
empero cuando la escritora abre la boca y/o suelta la pluma las condiciones del texto cambian
y a su vez cambia el debate acerca del género testimonial.
Emil Volek hace evidente en uno de sus artículos, que Elena Poniatowska no percibía
a Josefina Bórquez como un sujeto inferior, oprimido o marginal, ni la elige entonces por ser
una representante de las minorías silenciadas:
La Jesusa sí es una mujer oprimida, pero no lo es tampoco. Es una mujer
oprimida porque viene del nivel más bajo de la sociedad, pero no está oprimida
porque ella se salva sola. Ella tiene tal carácter y tal fuerza que quizás nosotras
seamos más oprimidas que ella en muchas circunstancias. Ella es un fenómeno
aislado y solitario que reúne características que no son las de la mujer
mexicana. […] No es la abnegada mujercita mexicana. Ella es una mujer que
combate desde los nueve o diez años, que toda su vida ha trabajado y ha
luchado y no tiene nada que ver con los patrones clásicos. (Poniatowska
“Testimonios” 305)
En esta afirmación de la escritora se ve truncado todo intento por realizar una
metonimia. Bórquez no posee en su voz la voz de la colectividad, el sujeto individual no está
representando a todo un pueblo que requiere de dar a conocer su versión de los hechos o de la
historia. Fallida la metonimia, podría considerarse que si bien no habla por todo el pueblo, al
menos obtiene la voz puesto que es ella quien relata su historia, pero Poniatowska siempre va
un paso más adelante y cuenta:
Pues inventé situaciones, inventé gente. Las situaciones las apresuré para
hacerlas más novelísticas. Y la misma manera de ir construyendo la novela es
muy distinta de lo que ella me contó. Probablemente ella quería que yo le diera
un énfasis muy grande a lo que ella juzga muy interesante que es el
espiritualismo, y yo le di muy poco espacio porque era una cosa que yo no
entendía mucho. (Poniatowska en Steele “Entrevista” 94)
Se sabe por ejemplo, que la escena en donde Jesusa Palancares sostiene una entrevista
con el caudillo Emiliano Zapata fue una invención de Poniatowska, quien explica que lo que
la motivó a escribirla fue que Zapata era la única figura de la Revolución a quien Jesusa
admiraba (Lagos-Pope 250). También explica la escritora que ella elige eliminar ciertos
detalles del relato de Bórquez, uno de los cuales es cuando la informante despotrica contra el
Movimiento Estudiantil de 1968 “odiaba a los estudiantes, decía que el pueblo de México les
pagaba sus estudios y que ellos pagaban muy mal. En fin no coincidíamos” (Poniatowska en
Steele “Entrevista” 94). Si Poniatowska hubiera elegido darle la voz a Bórquez la obra
hubiera resultado una queja de las condiciones socio-políticas de México y un traslape de
anécdotas de la Obra Espiritual a la que pertenecía la informante.
En relación con la voz de Bórquez, ésta ni siquiera se mantiene fiel en la narración,
por inicio de cuentas Poniatowska le quita el nombre propio al transformarla en personaje, le
pone Jesusa Palancares, el nombre lo elige porque
Lo de Jesusa porque me gustó, me pareció muy mexicano. […] Y Palancares lo
escogí porque había un director del Departamento de la Reforma Agraria,
Norberto Aguirre Palancares, por quien sentí mucha simpatía. Estaba muy
ligado a los campesinos; con él fui a una gira a Juchitán, gracias a él conocí
Juchitán. Entonces pensé, ‘Ah, Jesusa Palancares se oye muy bonito’.
(Poniatowska en Steele “Entrevista” 93)
Y para colmo el lenguaje utilizado en la narración no corresponde a la informante sino
que consiste en una mezcla de dialectos de las trabajadoras domésticas de distintas partes de
la República a quienes Poniatowska había conocido a lo largo de los años, esto con la
deliberada intención de “crear una especie de denominador común del habla femenino
popular” (Steele “Testimonio y autoridad” 156), que por cierto tampoco consigue: “Thus, in
the attempt to appear more authentic, Poniatowska has been less tan faithful to her
informant’s actual language, and ultimately the linguistic style of Hasta no verte do not
represent any real Mexican’s speech” (López 33). Este tipo de comentarios por parte de la
escritora hacen que Josefina-Jesusa parezca más su marioneta que un sujeto marginal con
vistas a ser reivindicado y escuchado: “The journalist’s emphasis on her own ‘yo’ highlights
her authority over her informant” (López 26).
Asumir que esta excesiva ficcionalización del testigo responde a un verdadero
compromiso ético de la escritora, podría rescatar un poco a la obra del desprecio de los
defensores del testimonio como género reivindicador del marginal. No obstante, tampoco eso
es fácil de rastrear en sus declaraciones. En uno de sus discursos públicos, la periodista
cuestiona el género testimonial:
¿Son o no escritores los que las fabrican? ¿Son periodistas? ¿Son simples
oportunistas que sin ninguna preparación se lanzan a la manufactura de una
obra de fácil digestión que llenará en los países latinoamericanos el vacío entre
los cultos y los analfabetos funcionales, esos que jamás leerían a los autores de
literatura pura? ¿Qué son estos autores que aprovechan una circunstancia casi
siempre trágica (la matanza del 2 de octubre de 1968) para sacarle raja y
obtener pingües ganancias? Se apropian de una realidad, la presentan como
suya, les roban sus palabras a sus informantes, plagian giros populares,
registran con grabadoras sus lenguajes y se posesionan hasta de su alma. Y
¡Zas, producen un libro que proviene de las múltiples voces que han recogido!
Habría que cuestionar hasta la honradez de estos exhibicionistas de lo ajeno
que ni siquiera pueden presentar una obra propia y se dedican a tomar de aquí y
de allá los materiales que han de conformar su ‘creación’ exprimiendo a sus
informantes y saqueando vidas ajenas. (Poniatowska en Lagos-Pope 246-247)
Después de esta queja, en otras presentaciones públicas, la autora sugiere que su obra
debe ser leída como aquellos textos de Barnet o Burgos, porque sólo a través del testimonio
podría crearse conciencia sobre una situación que urge resolver. Las contradicciones se hacen
latentes también en los ensayos que funcionan como notas introductorias a HNVJM, en “Vida
y muerte de Jesusa” que aparece publicado en el libro Luz y luna, las lunitas por Ediciones
Era en 1994, Poniatowska exterioriza:
Para Oscar Lewis, los Sánchez se convirtieron en espléndidos protagonistas de
la llamada antropología de la pobreza. Para mí Jesusa fue un personaje, el
mejor de todos. Jesusa tenía razón. Yo a ella le saqué raja, como Lewis se las
sacó a los Sánchez. La vida de los Sánchez no cambió para nada; no les fue ni
mejor ni peor. Lewis y yo ganamos dinero con nuestros libros sobre los
mexicanos que viven en vecindades. Lewis siguió llevando su aséptica vida de
antropólogo norteamericano envuelto en desinfectantes y agua purificada y ni
mi vida actual ni la pasada tienen que ver con la Jesusa. Seguí siendo ante todo,
una mujer frente a una máquina de escribir. En las tardes de los miércoles iba
yo a ver a la Jesusa y en la noche, al llegar a la casa, acompañaba a mi mamá a
algún coctel en alguna embajada. Siempre pretendí mantener el equilibrio entre
la extremada pobreza que compartía en la vecindad de la Jesu, con el lucerío, el
fasto de las recepciones. Mi socialismo era de dientes para afuera. (51)
El compromiso ético con el sujeto marginal también es, en Poniatowska, de los dientes
para afuera. Lo que refleja el cúmulo de entrevistas, ensayos y presentaciones en público de la
escritora es que ella ha tomando provecho o “sacado raja” de su informante para imponerle su
ideología y enmascarar así su propio discurso, tal como también argumenta López en su
estudio:
This gives the impression that for Poniatowska, it would be unacceptable to
allow her informant to speak for herself and edit her own discourse; instead,
the journalist’s version of speaking for the Other involves, in the initial
instance of the interview, forcing her to speak, and in the second, editorial,
instance, obliging her to say what the author wants her to say. (34)
Esta imposición de la autora sobre su informante se enfatiza mayormente en la frase
que pone punto final a la obra: Ahora ya no chingue. Váyase. Déjeme dormir. Según Jean
Franco, chingar es el insulto mexicano más común, es lo que los hombres hacen siempre con
las mujeres:
Elena Poniatowska se encuentra en la situación del macho: le extrae
información y conocimientos a una ‘informante nativa’ que sólo desea dormir.
Que la conciencia de Jesusa no pueda hacer más que dormir deja con la gran
pregunta -la cuestión de cómo puede romperse esa soledad, cómo puede
comunicarse Jesusa con alguien que no sean los muertos- de cómo
emplearemos su historia. (225)
Que la conciencia de Jesusa no pueda hacer más que dormir puede implicar también
que la informante no estaba dispuesta a hablar acerca de su situación o su pasado, y que fue la
escritora la que la obligó a hacerlo. La agresión con la que responde hacia el final de la obra
puede hacer pensar que si bien el sujeto subalterno rechaza esta intrusión del letrado, no le
queda más que obedecerle.
Todos estos elementos han llevado a los estudiosos y académicos a suponer que
Poniatowska únicamente se aprovecha de las etiquetas testimoniales para encubrir su propia
crítica acerca de la sociedad, la condición de la mujer y la situación postrevolucionaria de
México. Sin embargo analizando la obra junto con las declaraciones de la escritora se muestra
que HNVJM se adecua también, como OM, a las convenciones testimoniales.
El mejor personaje de todos
Debido al grado de ficcionalización que se ha analizado en HNVJM resulta más sencillo
hablar de la presencia de un personaje literario como tal, no se quiere decir con esto que los
personajes (personas) de OM no hayan consistido en constructos bidimensionales, sino que en
esta obra de Poniatowska la recreación dual del personaje aparece más diáfana. Se ha
analizado que todo traslado del mundo real al textual implica un proceso de ficcionalización,
en este caso la vida de Josefina Bórquez es representada por Poniatowska como Jesusa
Palancares: “Josefina Bórquez tells herself, and Poniatowska rewrites the self to create a new
self. […] Needless to say, any attempt to pursue the ‘Truth’ and find the ‘real’ Jesusa is futile
exercise when the ‘real’ life is already fictionalized through the process of storytelling” (Shaw
191-192).
Jesusa es una mujer pobre que nace en un pueblo de Oaxaca y participa en el
movimiento revolucionario mexicano en tres ciclos de su vida: “en Guerrero, contra los
zapatistas; en el norte, contra los villitas; y, más tarde, en distintas campañas contra los
cristeros” (Volek “Memorias” 130). Cuenta en la obra cómo transcurre su infancia y sus años
mozos en medio de estos enfrentamientos y lo que ocurre después en la cotidianeidad de una
mujer pobre en la ciudad de México. Por su cuidadosa construcción, selección y
jerarquización de la información, Jesusa Palancares ha llegado a percibirse como personaje de
una obra picaresca, de una autobiografía, también como feminista, pobre marginal, soldadera,
sobreviviente, etc. Otros autores, entre ellos Claudette Williams y Deborah Shaw, estudian las
posibles contradicciones en el discurso de Jesusa Palancares, según ambos, éste parece estar
escindido, pero en lugar de revisar las implicaciones de que la obra posea dos narradoras,
arremeten directamente contra la memoria y pretensiones de la persona real de quien
proviene el discurso original.
Tanto el epígrafe como las contraportadas, incluso varios señalamientos dentro de la
narración misma, como por ejemplo, “¿Más claro lo quiere ver?” (Hasta 78), “No, no le
importaba que lo viéramos nosotros ¿por qué, por qué había de importar si él se sentía
mujer?” (186), “Yo nunca le dije que fuera triste, le dije que era triste la vida que he llevado,
pero yo, no” (295), “-Bueno, ya estuvo bueno. Ahí muere” (303), etc. Se asegura con ello la
existencia de dos voces, de dos personas, una que relata su vida y otra que va guiando ese
relato por medio de preguntas específicas, de ahí que muchos críticos opten por analizar las
escisiones del discurso de Jesusa. Sin embargo, más que visualizarse como contradicciones o
fallas en la memoria de la persona real de quien proviene el discurso, se sugiere aquí que esta
cualidad bidimensional de la narración se debe precisamente a la construcción del personaje
literario por excelencia de Elena Poniatowska.
Al igual que en otros testimonios, pero aquí de forma más clara, el personaje que
aparece en el texto es una construcción elaborada a partir de dos voces, dos ideologías, dos
tiempos y dos conciencias: la voz y vida de Josefina Bórquez y por supuesto, la voz y vida de
la mediadora: “Jesusa is, in effect, re-created in order to fit within a specific critical and
political agenda. The poor ‘Third World’ woman is romanticized in order to allow a socialist
and feminist reading” (Shaw 193). Si se recuerda lo que sucede con Burgos y Menchú, la
situación no difiere del todo. Burgos elige qué información presentar y bajo qué mecanismos
hacerlo para que la imagen de Menchú logre simular que representa a una voz colectiva. De
igual forma Poniatowska fusiona en su personaje las experiencias reales de Bórquez con su
propia agenda socio-política para construir una crítica social enmascarada e infiltrada a través
de la voz del otro. Las dos mediadoras, Burgos y Poniatowska, se representan a sí mismas al
intentar representar a su otro, la mediación no puede estar libre de la impregnación de ambos
discursos, tanto el del testigo como el del testimoniante. Por lo tanto, todo narrador en la
ficción testimonial estará escindido en dos partes, o bien se constituirá por la fusión de dos
voces.
El proceso de montaje y recreación le da la libertad a Poniatowska de eliminar
aquellos detalles que entorpecían la fluidez de la narración, al mismo tiempo que ordena las
experiencias de la informante de forma cronológica para dar la impresión de que se trata de
una especie de autobiografía. En este sentido, la selección y combinación de las aventuras de
Bórquez podría interpretarse también como una estrategia para recrear a una nueva pícara
mexicana (como le ha denominado parte de la crítica): “Much in the manner of a pícara she
passes from one mistress and one town to another as a child, and from one occupation to
another as a grown woman, acquiring experiences along the way that enable her to criticize a
wide range of injustices in Mexican society” (Kiddle 172).
Por otro lado, la escritora elige las anécdotas que más le convienen acorde con sus
pretensiones éticas y estéticas, se sabe que decide eliminar gran cantidad de sesiones
espiritualistas, ya que “Guillermo Haro allí influyó, porque me dijo que eso no interesaba un
pepino” (Steele “Entrevista” 94). Doris Sommer señala que la obra de Poniatowska está
orientada para no aburrir a su lector, tal parece que la mediadora creía que la historia de
Josefina en sí resultaría tediosa y cansada, por lo que cuando vierte sus experiencias en el
personaje de Jesusa Palancares elimina detalles innecesarios e inventa situaciones cuando lo
considera oportuno para atrapar la atención de su receptor: “The point needs to be
emphasized. Poniatowska had an absolute horror of boring her public, and she made real
efforts to dynamize the story by cutting out details here, adding others there (notably in the
Zapata incidents), killing off unengaging characters and inventing replacements” (“Taking a
life” 927).
Para no aburrir al lector o conseguir atraparle con elementos literarios conocidos y/o
canónicos (realismo mágico, entre ellos), Poniatowska elige mantener la escena en la cual el
Santo Niño de Atocha lleva alimentos a una presa en Tehuantepec: “-Quién sabe quién será
ese niño… Pues me trae cosas, pues me las comeré…” (Hasta 39). Nathanial Gardner, se
cuestiona cómo es que en una narración que la propia mediadora ha tildado como testimonial
pueden aparecer escenas de este tipo:
Al saber algo de la historia y los orígenes españoles de este Santo, yo supuse
que Elena Poniatowska se había inspirado en la historia original cuando
escribió este relato o que tal vez sus orígenes se basaban en los relatos de un
novenario antiguo publicado a mediados del siglo dieciocho. Para entender
mejor los orígenes del relato, le pregunté si ella sola había incorporado esa
parte de la historia, o si fue algo que le contó Josefina Bórquez. Ella me
respondió lo siguiente: ‘Estimado Nathanial Gardner, el cuento de la presa es
un cuento exacto de Josefina Bórquez a quien llamé Jesusa Palancares en la
novela, no es ningún invento mío sino una anécdota que salió de su boca. Me
da muchísimo gusto que le haya interesado pues es una de las partes mágicas
de Hasta no verte Jesús mío’. (“Milagro e historia” 5)
La selección de esas anécdotas mágicas por parte de la mediadora no es gratuita o
azarosa, Poniatowska elige qué información rescatar, embellecer o maquillar para ir
moldeando a un personaje testimonial que posea elementos que al lector le parezcan difíciles
de ignorar.
Pasando a otra faceta de Jesusa Palancares, también se podría analizar como miembro
activo de la Revolución mexicana de 1910, no sólo como participante directo (soldadera) sino
como relatora de memorias de los más importantes caudillos revolucionarios (Villa, Zapata,
Madero, etc.). En estas experiencias de Josefina, Poniatowska ve una excelente oportunidad
para delinear estratégicamente a su personaje y colocarlo a la altura de los grandes mitos
revolucionarios como los de Azuela, Fuentes, Yáñez, etc. Por lo que gran parte de la narración
en HNVJM se concentra en las vivencias revolucionarias de esta digna soldadera:
A nosotras las mujeres nos mandaban de avanzada. Llevábamos enaguas largas
y todas, menos yo, sombrero de petate. Yo nomás mi rebozo. No me calaba la
calor. Si por casualidad nos encontrábamos con el enemigo y nos preguntaba
que qué cantidad de gente vendría de los carrancistas y si traían armamento
suficiente, nosotros decíamos que no, que eran poquitos y con poquito parque;
si eran dos mil o tres mil hombres, decíamos que eran mil nomás. Decíamos
todo al revés, y ellos no se daban cuenta. (Hasta 66)
Por otro lado, como testigo directo de los hechos, Jesusa cuenta con la autoridad
suficiente para cuestionar las acciones de los caudillos, y en muchos casos, desmentir lo que
la historia oficial ha retratado de ellos:
Villa era un bandido porque no peleaba como los hombres, sino que se valía de
dinamitar las vías cuando iban pasando los trenes. Estallaba la dinamita y
volaban los carros, la caballada y la indiada. ¿A poco eso es de hombre
valiente? Si el tren era de pasajeros también lo volaba y se apoderaba del
dinero, y de las mujeres que estaban de buena edad. Las que no, las lazaba a
cabeza de silla y las arrastraba por todo el mezquital. Eso no es de hombre
decente. Yo si a alguno odio más, es a Villa. (Hasta 95)
Poniatowska hace uso de los comentarios ofensivos de Bórquez para inmiscuir su
propia crítica contra el sistema mexicano postrevolucionario, se vuelve así sobre el punto de
encontrar escisiones en el discurso de Jesusa, pues se trata de dos ideologías fusionadas en
una misma voz.
En una de sus declaraciones públicas Poniatowska afirma que:
Finalmente hubiera yo querido situar a Jesusa Palancares dentro de la literatura
mexicana, hablar de su papel de soldadera durante la Revolución, de sus
antecesores, decir que es una heroína a la manera de las luchadoras
espontáneas, las soldaderas, las mujeres que se pusieron en huelga, las que no
‘se dejaron’ ni en su vida ni en su trabajo, pero lo sentí fuera de lugar, pedante.
(Poniatowska “Hasta” 11)
Sin embargo, en la publicación de su otro ensayo “Vida y muerte de Jesusa”,
Poniatowska corrige sus comentarios y sugiere que Jesusa Palancares es una digna soldadera,
quien tuvo la oportunidad de ser parte de este movimiento revolucionario. Remarca la
importancia de las soldaderas en el movimiento, fortaleciendo así la imagen y autoridad de
Jesusa:
Sin las soldaderas no se sostiene la Revolución, pues ¿quién mantenía a los
soldados? Sin ellas, todos hubieran desertado. Les hacían casa y calor de hogar
y hasta los enterraban como Dios manda cuando a su Juan le tocaba la de
malas. Cargaban a su hijo en la espalda amarrado a su rebozo y en la
madrugada quién sabe cómo se las arreglaban para que aun en las peores
circunstancias el campamento amaneciera oloroso a café. […] ¡Qué ambiente
sabían crear las soldaderas! (47-48)
A tal grado ha llegado el nivel de ficcionalización de Bórquez, que Jesusa Palancares
se ha considerado por un sector de la crítica como personaje literario emblemático de la
Revolución mexicana: “Her overall impression of the Revolution can be compared to that of
writers of the standing of Mariano Azuela and Carlos Fuentes, despite an obvious difference
in register” (Shaw 195).
La importancia que se le ha dado a Jesusa Palancares es producto, no del discurso
original de la informante, sino de la superposición de dos ideologías y contextos. El relato de
Jesusa Palancares cuenta con la fortuna de ser doblemente autorizado, por un lado las
vivencias directas de Josefina en la Revolución le brindan al texto un carácter de veracidad el
lector sabe que Josefina existe y que su participación en el movimiento revolucionario puede
ser corroborada. Por ejemplo, los comentarios que realiza Palancares con respecto a los
caudillos tienen fundamento en el contacto directo de la informante con ellos. Por otro lado, la
voz autorizada de la periodista se mezcla con el discurso de Bórquez para fortalecer su
verismo, al saber que el personaje es una composición dual, el lector reconoce su doble
autoridad, aun en el caso en el que Poniatowska invente una situación, el receptor podrá
mostrarse de acuerdo con ello porque está consciente de la autoridad que posee Poniatowska
en relación con su informante:
But Jesusa, the textualization of the person called ‘Josefina’, is a figure that
remains subject to the authorizing gestures of another figure (i.e. the author),
whose position she supplants as she gives her testimony. And, though the
figure of the novel’s author may well recede behind the text of Jesusa’s
narrative, Poniatowska yet emerges as an authoritative (and properly authorial)
figure around it. (Kerr 387)
Por lo tanto, el discurso revolucionario de la obra tendrá más peso porque es el
resultado de las vivencias directas de Bórquez y del conocimiento crítico de Elena
Poniatowska, lo que marca la diferencia, al menos en la recepción, entre éste y otros textos
pertenecientes al canon de la Revolución mexicana. En este punto se coincide por completo
con el estudio que realiza Kimberle S. López al respecto:
The attitude toward the Mexican Revolution revealed in Hasta no verte Jesús
mío cannot be ascribed exclusively either to Elena Poniatowska or to Josefina
Bórquez, but rather to the complex interaction between transcriber and
informant in the testimonial pact. […] The resulting view of the Revolution is
based on Josefina Bórquez’s direct experience of that social moment and its
aftermath; it is Poniatowska’s editing of her oral testimony, however, that
elevates her personal history to the level of social consciousness-raising. (29)
Otro punto central de esta fusión que marca también la trascendencia del discurso
revolucionario de Jesusa Palancares es la conjunción de tiempo(s)-espacio(s), la obra permite
acceder a dos tiempos distintos, uno cuando el movimiento estaba en su máximo apogeo y el
otro cuando la Revolución ya pasa y México enfrenta sus consecuencias. Por el hecho de que
Josefina Bórquez vive de cerca los acontecimientos, el lector obtiene una visión de la
Revolución en su momento inaugural así como también en su decadencia y culminación. Sin
importar los avatares de la memoria, porque obviamente repercuten en el relato oral de
Josefina, el receptor tiene la oportunidad de trasladarse hacia el pasado y observar los sucesos
de cerca, junto con la testigo. Pero además, la fusión de voces concede permisos a
Poniatowska para brindar también al lector una amalgama de tiempos, puesto que al editar,
montar, jerarquizar, inventar información, la escritora aporta una nueva visión sobre un
evento pasado, es decir la selección de Poniatowska imprime al discurso una reflexión acerca
de la Revolución mexicana pero desde otro momento histórico.
Por lo que el lector puede acceder al movimiento armado desde dos perspectivas, la de
un pasado glorioso, donde nacen los mitos, y la de un presente nada prometedor donde los
mitos caen y los ideales no se cumplen. Gracias a la fusión de tiempo(s)-espacio(s), Elena
Poniatowska puede elucubrar mejor su crítica del sistema nacional mexicano: “Como se
puede observar hay una superposición entre las voces conjuntadas en el texto. La perspectiva
sobre la vida nacional corresponde a la de la autora que hace una crítica que trasciende la
verosimilitud de la voz narrada” (Plancarte 140). El personaje literario-testimonial de Jesusa
Palancares sirve como máscara a Elena Poniatowska, por medio de la cual, la escritora critica
“al sistema patriarcal y clasista, a la educación que recibe la mujer, y a las instituciones y
mitos mexicanos, sobre todo a la Revolución” (Lagos-Pope 250).
Después de lo que se ha observado, se puede asegurar que Poniatowska pone los
puntos sobre las íes a las convenciones ficcionales del sistema testimonial, pues bien se ha
comprobado que su obra no rompe con ellas sino que más bien las esclarece. Al igual que en
los otros testimonios canónicos, la voz del marginal es absorbida por la del mediador, el
hecho se va desfigurando poco a poco, el compromiso se difumina, el contexto de urgencia no
se alcanza percibir o a modificar el status quo, PERO independientemente de todo esto los
textos siguen leyéndose como testimonios porque el proceso de ficcionalización los orienta
fuertemente hacia su no-ficcionalidad, y se sabe que cuando el lector reconoce que enfrenta
situaciones y personas reales, su percepción de la obra cambia por completo, despierta, al
menos, para dudar de la veracidad de lo enunciado.
Pequeño paréntesis: Estrategias de marketing
Randall y Ochando, y casi la mayoría de los estudiosos del testimonio, conceden a los
soportes textuales y a la guía crítica el poder de significar la única diferencia entre la ficción
convencional y la ficción testimonial (testimonio). Lo cual quiere decir, que probablemente
HNVJM entra en el debate testimonial gracias a las declaraciones externas de su autora, ya
que si no hubiera comentado sobre la existencia real de su informante, poco importaría si la
obra seguía o no los fundamentos del sistema testimonial o si la autora pretendía realmente
colocar a su obra bajo dichos cánones. Lo cierto es que quizás, como sugiere Sommer,
Poniatowska teme tanto que la narración de Bórquez sea en extremo aburrida que tiene que
recurrir a estrategias de marketing para ofertar a su personaje: “But Jesusa [Josefina] does not
care about boring the readers she has not sought out; she is not marketing published copies of
herself” (“Taking a life” 927).
Se mostró ya que la inclusión de soportes textuales y declaraciones autorales señala el
carácter no-ficcional del testimonio. Es pues, como indica Sommer una estrategia de
mercadeo, lo que hace Poniatowska es simplemente enfatizar esta función de la crítica
externa. Lo que ha logrado con HNVJM es obligar al lector a ver las convenciones ficcionales
del sistema testimonial sin ingenuidad, a reconocer que las premisas del modelo
institucionalizado son parte de la ficcionalización que caracteriza al género testimonial.
Tanto la obra OM como ésta de Poniatowska corren el riesgo de ser consideradas
ficciones convencionales, puesto que recurren a los mismos mecanismos narrativos de la
literatura, pero es responsabilidad del mediador hacer ver que eso que aparenta ser literatura
no debe ser leído o sacralizado como tal, sino que debe ir más allá. De cierta forma, los
mediadores se convierten en comerciantes de sus propios productos, se valen de estrategias
de marketing para promocionar sus textos como objetos verídicos y trascendentes.
En este caso, Poniatowska se vale de interesantes estrategias para promocionar a su
personaje Jesusa Palancares y hacerlo digno de pertenecer a los salones de la crítica
académica. A continuación se analizan sólo algunas de ellas.
En el ensayo “Hasta no verte Jesús mío” la mediadora explica: “para escribir el libro
de la Jesusa utilicé un procedimiento periodístico: la entrevista. Dos años antes, trabajé
durante mes y medio con el antropólogo norteamericano Oscar Lewis, autor de Los hijos de
Sánchez y otros libros, Lewis me pidió que lo ayudara a ‘editar’ Pedro Martínez, la vida de
un campesino de Tepoztlán” (10). La mención de Oscar Lewis le imprime a la obra de
Poniatowska un carácter antropológico, la escritora se sirve así del prestigio del antropólogo
para legitimar su propio discurso. Por otro lado, Poniatowska reafirma la autoridad que posee
en la redacción de este tipo de textos al evidenciar la confianza que alguien como Oscar
Lewis le tiene al permitirle editar sus trabajos.
No obstante, más adelante en el mismo ensayo, la escritora indica: “Esta experiencia
sin duda ha de haberme marcado al escribir Hasta no verte Jesús mío. Sin embargo, como no
soy antropóloga, la mía puede considerarse una novela testimonial y no un documento
antropológico y sociológico” (10). Con esta designación, la mediadora prestigia su texto como
testimonio y mantiene esta línea de pensamiento en algunas de sus más controversiales
declaraciones en público:
Es una literatura que da voz a los que no la tienen, a ‘la carne de cañón, los
cimarrones, las Jesusas, las domitilas del mundo, los Pérez Jolote, todos
aquellos que nuestros países padecen colonialismo interno’. Esta literatura sería
necesaria en su opinión ‘mientras duren en nuestros países las condiciones de
opresión, miseria y marginación’, pues ‘el testimonio es la única manera que
tiene el lector de enterarse de vivencias insospechadas y ajenas. Un lector
muchas veces hostil a conocer las verdades de su propia realidad. (Lagos-Pope
247)
En esta nueva promoción, la escritora enlista a Jesusa Palancares junto con los más
representativos personajes del canon testimonial hispanoamericano, lo que obliga al receptor a
relacionarlos e interpretarlos como análogos. A partir de este momento, la autora consigue un
status privilegiado en este ámbito testimonial de la literatura. A medida que su texto es
estudiado cada vez más por críticos de renombre, la figura de Jesusa y Poniatowska trasciende
sus propios límites textuales, pero Josefina Bórquez, la marginal, se hunde de a poco hasta
quedar reducida a mera referencia circunstancial.
Poniatowska has held workshops for and about women writers and refers to
herself as feminist: ‘I feel considerable solidarity with women, and I want
women to have the same opportunities men have with their bodies and with
their work’. In honor of her work in support of women and women writers, she
was named Mexican Woman of the Year and recognized with Coatlicue prize
by the Mexican magazine Debate Feminista in 1990. Kay S. García states that
her controversial works help establish a dialogue between the classes in
México. One of the reasons why her writing appeals so much to Mexican
society is, according to Chevigny, that it engages ‘the feelings and curiosity of
the reader because of her mixture of modes of knowing –investigative and
empathetic- and of ways of telling -novelistic, testimonial, journalistic and
confessional. (Schneider 73)
El gran acierto de Poniatowska es la flexibilidad que caracteriza a sus declaraciones, y
por ende a su obra, cuando le viene bien una denominación la utiliza y cuando no le conviene
ni la menciona. Por ejemplo, si la confrontan acerca de la poca utilidad de su testimonio, ella
se defiende: “no soy lo suficientemente pretensiosa para pensar que la literatura influya en la
vida de la gente. La literatura es un oficio como cualquier otro, y no creo que cambie para
nada el mundo. Yo quisiera que pudiera cambiarlo, pero la literatura no es la política”
(Méndez-Faith 58). Y entonces su novela es novela y no testimonio. Así, cada vez que lo
requiere la periodista vuelve hacer uso de su discurso para reorientar la recepción de su
personaje, por ejemplo, ante un congreso de literatura de la Revolución mexicana,
Poniatowska enfatiza arduamente el papel de la Jesusa como férrea soldadera.
Para colmo de sus males, y sólo como dato curioso, Jesusa Palancares se une también
al grupo de la Onda, en su libro de ensayos ¡Ay vida no me mereces!, Poniatowska declara:
¿Por qué uno a Jesusa Palancares a los escritores mal llamados de la Onda?
Porque más que ninguna otra generación, los de la Onda compartieron su vida
con el lumpen… sin embargo no es ésta la razón principal, sino la siguiente:
todos, de una manera u otra han tratado de rescatar un lenguaje coloquial
popular, y todos, consciente o inconscientemente, se han dado cuenta de que la
extracción de este lenguaje es lumpen, el que emplean las capas más
rechazadas de la sociedad. (Poniatowska en Lagos-Pope 248).
Con esta afirmación, Poniatowska no sólo se refiere a su texto como si de verdad éste
fuera el testimonio inmediato de Jesusa Palancares, sino que además lo prestigia al establecer
una relación directa con los escritores de la Onda. Vuelve a darle así, un nuevo giro a las
interpretaciones de su personaje. De tal manera que, Jesusa ha pasado por todas las
clasificaciones posibles, y seguramente está por pasar a algunas nuevas en la medida en que
nuevas vayan surgiendo, mientras que del testigo original, de la voz del subalterno no se trata
jamás. En este caso, Josefina Bórquez ni siquiera pudo ganar el Nobel. Como nace, muere.
Testimonio de testimonio de testimonio
En ambas notas introductorias al texto, Poniatowska aclara que en el transcurso de las
conversaciones con Josefina Bórquez, ella se sentía cada vez más fuerte consigo misma, cada
vez más mexicana:
Mientras ella hablaba surgían las imágenes y me producían una gran alegría.
Me sentía fuerte de todo lo que no he vivido. Llegaba a mi casa y les decía:
‘Saben, algo está naciendo en mí, algo nuevo que antes no existía’, pero no
contestaban nada. Yo les quería decir: ‘Tengo cada vez más fuerza, estoy
creciendo, ahora sí, voy a ser una mujer’. Lo que crecía a lo mejor estaba allí
desde hace años era el ser mexicana, el hacerme mexicana; sentir que México
estaba adentro de mí y que era el mismo que el de la Jesusas y con sólo abrir la
rendija saldría. (“Vida y muerte” 43)
En la creación del personaje bidimensional de Jesusa Palancares, la escritora deja ver
su propio testimonio de la situación, no sólo de las condiciones del México
postrevolucionario, como ya se anotó, sino también de su situación personal, del desarraigo
que siente al provenir de otro país y vivir en un país que no es el suyo. Por lo tanto, en las
declaraciones extratextuales de Poniatowska se puede observar lo que sucede a grandes rasgos
con el completo sistema testimonial, puesto que todo testimonio se compone a su vez de dos
testimonios, aquel del testigo y también el de su mediador que al moldearlo le infiltra su
propia vida (ideología, intención, agenda política, etc.).
Esta inversión que evidencia Poniatowska en las condiciones testimoniales, es decir
que la mediadora sea al mismo tiempo el sujeto subalterno o marginal, prueba finalmente que
el autor de todo testimonio es el mediador:
In this fashion, Poniatowska looks for a more ‘authentic’ Mexican self in a
marginal Other, through whom she feels more authorized to express her own
Mexican-ness. In the testimonial process, the desire to identify with or even
become the subaltern represents a sort of cultural cannibalism, as the erudite
author gathers strength by appropriating the experiences of another human
being. (López 29)
El mediador en el testimonio no le brinda la voz al marginal, sucede en cambio que se
adueña de su voz y sus experiencias para hablar de sí mismo a través de ellas, el sujeto
marginal en todo caso, funciona como una máscara testimonial, y el resultado final es un
testimonio del mediador sobre el testimonio del marginal, esto significa que la realidad es
doblemente filtrada, doblemente orientada, doblemente interpretada.
HNVJM en conjunto con las notas extratextuales de Poniatowska, brinda la clave para
entender el trasfondo o el procedimiento del testimonio hispanoamericano, a través de las
mentiras (de la ficción) el mediador logra comunicar una verdad (fusión de dos verdades):
“Like the story told by Jesusa, the confessions of Poniatowska would present themselves
under the guise of the true precisely because they are constituted by a discourse whose
verisimilar appearance is sufficiently effective to persuade us of its own authority and
veracity” (Kerr 389).
Así como Poniatowska utiliza la voz de Bórquez para crear un personaje que contenga
a la vez su propia voz, así funciona el testimonio, el mediador toma la voz del otro para
representar una nueva verdad de sí mismo, por lo que la aberración que en un principio
parecía caracterizar a la obra de Poniatowska, se ha vuelto en este momento el indicio o la
clave para interpretar el testimonio.
Se sabe que en los albores de la institucionalización del modelo testimonial en Cuba,
la escritura de testimonio surgía desde la hegemonía y no desde la subalternidad, con el
tiempo supuestamente las reglas se modifican y el género pasa a pertenecer al sector marginal
de la sociedad. Sin embargo, Poniatowska comprueba que no hay gran diferencia entre su
testimonio y aquel canónico cubano, la información sigue naciendo del centro para favorecer
al centro, el subalterno sólo funge como una máscara para el sector dominante, una máscara
para ocultar su propia crítica de la sociedad. El subalterno es pues, el mejor y más
conveniente personaje de todos.
Lagos-Pope señala que en un seminario en Middlebury College en el verano de 1986,
“Poniatowska explicó su preferencia por el estilo testimonial como una manera de
contrarrestar su sentimiento de desarraigo del país, es decir, debido a un sentimiento de
inseguridad personal que no le permite asumir su propia voz para hablar de la realidad de
México” (249). Tal vez la mayor parte de la literatura testimonial surja por conveniencia del
mediador, en algunos casos para ocultar sus rostros y protegerse para poder criticar aquello
con lo que no se está de acuerdo, en otros casos para aprovechar el impacto que provee la
realidad sobre el lector. Sea por los motivos que sea lo trascendente de este género literario es
que obliga al hispanoamericano a replantearse los alcances de la ficción, los alcances de un
sistema, y además alerta, quizás hasta inconscientemente, sobre la existencia de otros sectores
de la sociedad que aún permanecen silenciados.
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