IKERKETAK INVESTIGACIÓN El viejo Tempranillo alavés: patrimonio cultural y económico de Euskadi texto Miguel Larreina González (Máster en Viticultura y Enología) fotografías Mikel Arrazola 72 sustrai 97 En Rioja Alavesa nos encontramos con miles de hectáreas de un viejo viñedo monovarietal de Tempranillo que, por asentarse sobre un suelo pobre y tener una de las pluviometrías más bajas y una de las insolaciones más altas de la Europa vitícola, da unos rendimientos bajos y unas calidades excelsas reconocidas hoy por los catadores internacionales más prestigiosos. En la actualidad en muchos lugares del planeta se producen grandes vinos tintos utilizando diversas variedades de vid. Entre ellas está la “tempranillo”, una vinífera que ha crecido considerablemente en su extensión cultivada en las dos últimas décadas, pasando de cincuenta mil a casi doscientas cincuenta mil hectáreas. Ese crecimiento ha estado motivado por un reconocimiento a su calidad intrínseca por parte de técnicos foráneos que hace unas décadas la ignoraban como una modesta vinífera sin demasiados atributos. El ejemplo de ese cambio de parecer lo tenemos en las recientes palabras de un experto vitivinícola francés de la talla de Alain Huetz de Lemps (2011): “Le tempranillo donne un vin d’une gran finesse, il viellit fort bien et il est sans aucun doute un des meilleurs cépages rouges du monde, aux côtès des bordelais cabernet sauvignon, merlot, du bourguignon pinot noir…”. Hacer hoy esta declaración de fe tan explícita en un libro para consumo interno en el país vecino (“Vignobles et Vins de Rioja”) refleja hasta qué punto se ha revalorizado la imagen de nuestra vinífera en el mundo. Esa revalorización (que tiene mucho que ver con los numerosos galardones internacionales obtenidos en los últimos lustros por los viejos Tempranillos de Rioja Alavesa) ha hecho que nuestra vinífera se expanda recientemente por más de treinta Denominaciones de toda la Península y por medio mundo, tanto en las altas planicies de tradición cerealista como en las fértiles vegas ribereñas que hace poco producían hortalizas o frutos diversos. La vemos en España o California, en Argentina o Australia, en Israel o Portugal, en Francia o Chile…, en habitats y microclimas muy diferentes a los de Rioja Alavesa. Esos cientos de miles de hectáreas de jóvenes tempranillos parecen ocultar al humilde Tempranillo primigenio, unas pocas miles de hectáreas del viñedo heroico labrado en la reseca Sonsierra de Toloño-Cantabria, en esas laderas pobres y calizas trabajadas a golpes de azada desde hace veinte generaciones. Pero no debe de extrañarnos que pase desapercibido en algunos foros, también en nuestro país, el viejo Tempranillo alavés, pues no supone en realidad más que el 4% del tempranillo total (¡y escasamente el 2 por mil del viñedo mundial!). Con esas cifras tan bajas es obvio que la valorización de nuestro Tempranillo no puede venir de la cantidad sino de la calidad y de la singularidad. Y esas dos características las podemos vincular a conceptos que el enófilo valora mucho como “terroir”, “tipicidad”… y a otros conceptos más etéreos pero cada vez más valorados, como “historia”, “tradición”… ¿Tiene Rioja Alavesa alguno de esos atributos? Posiblemente Rioja Alavesa y el resto de la sonsierra expresa mejor que ninguna otra región vitícola ese concepto tan valorado por muchos expertos enólogos como es el “terroir”: un espacio geográfico concreto, caracterizado por una geología única, una exposición determinada y un clima singular. La comarca es una estrecha lengua de tierra de unos cuarenta kilómetros de longitud y unos diez kilómetros de anchura, que se extiende entre la Sierra de Toloño-Cantabria al norte y el río Ebro al sur, y tiene como factores más definitorios de su peculiar carácter el suelo, el clima y la topografía. Respecto al suelo, especialmente pobre, cascajoso y muy calizo, conviene destacar que ha resultado muy difícil de trabajar hasta que se generalizaron los tractores en las últimas décadas del siglo pasado, por lo que rendía poco grano y sólo el cultivo de una planta tan austera como la vid conseguía ser mínimamente rentable. Respecto al clima, hay que destacar la alta insolación y la aridez de Rioja Alavesa (apenas caen al año en la zona baja unos 400 litros/m2, cifra sorprendente en un País Vasco en el que llueve del doble al triple en la mayoría de su geografía). La topografía peculiar de Rioja Alavesa, esos viñedos en ladera de exposición sur, es una plusvalía de calidad innegable: a igualdad de condiciones nada podrá jamás igualar la calidad de un viñedo en ladera, cuando de viñedos tintos se trata. sustrai 97 73 IKERKETAK INVESTIGACIÓN Todos esos factores peculiares nos permiten afirmar que Rioja Alavesa, a diferencia de otros muchos viñedos, incluso cercanos, tiene esa plusvalía llamada “terroir”: un marco geográfico inimitable que propicia una maduración óptima de las viníferas tintas, lo que posibilitó, ya desde la Edad Media, una progresiva especialización en la producción de vinos tintos cuando el resto de la región riojana era todavía un país de vinos blancos. Plusvalía muy valorada en Francia y países de su influencia, e ignorada en países o regiones, en general de viticultura reciente, que objetivamente no tienen “terroir”. Pero no todo es “terroir” en Rioja Alavesa, ya que sabemos por la Historia que el viticultor alavés del medievo tuvo mucho que ver en cuanto a la conformación del paisaje vitícola actual: no se conformó con ser un simple gestor de los acontecimientos de la naturaleza, sino que se amoldó a este difícil ambiente con el propósito de conseguir el mejor vino, el más demandado por los consumidores vascos, y para ello seleccionó la vinífera más adaptada a ese ambiente concreto, replantándola una y otra vez, generación tras generación, en las mismas terrazas, en las mismas laderas, en un proceso de selección natural indefini- 74 sustrai 97 do… Así surgió hace muchos siglos el tempranillo en Rioja Alavesa, una vinífera que está representada hoy por los millones de cepas formadas en vaso, replantadas hace cuarenta, cincuenta o sesenta años y cultivadas primorosamente durante todo ese tiempo, día tras día. Y siguiendo con el reconocimiento a la labor humana, debemos también tener en cuenta que cada una de esas cepas habrá sido visitada miles de veces a lo largo de ese periodo por algún miembro de las dos mil familias de la comarca, gentes que las han cuidado e interpretado de forma diversa, buscando conseguir las potencialidades máximas de cada cepa y de cada añada. Potencialidades reflejadas cada año en esas decenas de millones de racimos vendimiados a mano, con uvas de calidad excelsa que rendirán finalmente los vinos Rioja más prestigiosos. Y otra plusvalía de Rioja Alavesa frente a otras regiones vitícolas de prestigio inmersas en el barullo de una sociedad industrial es que aquí estamos en un entorno natural, alejados de autopistas, aeropuertos, vías férreas, polígonos industriales… Rioja Alavesa es naturaleza pura, sin aditivos, sin maquillaje. Así ,por ejemplo, las rapaces que sobrevuelan hoy los enclaves de Navaridas, Villabuena, Baños… cazando parecidos conejos o perdices a las que cazaban sus antecesores hace tres siglos están viendo un paisaje muy similar: viñas y más viñas. ¡Qué mayor expresión de sostenibilidad y respeto a la naturaleza! Otra característica singular de Rioja Alavesa es el monocultivo vitícola, la dedicación exclusiva a la viña de sus labradores. Quien contemple desde cualquier atalaya los alrededores de Lanciego, Elciego, Lapuebla, Samaniego… se encontrará frente a sí un paisaje absolutamente dominado por ese inmenso mar de viñas, millones de viejas cepas retorcidas. En este sentido, no es exagerado decir que Rioja Alavesa es la región vitícola por antonomasia, pues, pese a la aparente extensión geográfica de la Denominación, el núcleo principal de la mancha vitícola riojana del viejo Tempranillo se encuentra muy concentrado en la Rioja Alavesa y en la zona de Rioja Alta más próxima al río Ebro y la sonsierra. Si a ello añadimos otro dato demostrable, muy relacionado con la calidad y la tipicidad, como es que la edad media del viñedo alavés ronda los treinta años y que casi la mitad supera los 40 años, nos resultará creíble la aseveración, casi un eslogan comercial, de que el mejor y más viejo tempranillo del mundo está aquí: en Rioja Alavesa y sus alrededores. Ese carácter de excelencia que adjudicamos al viejo Tempranillo alavés no es producto de un juicio de valor interesado o apasionado, sino que lo avalan catadores prestigiosos como Parker, Peñín, Delgado, Proensa… o los resultados de certámenes internacionales como el de Burdeos, Londres… La colección de medallas de oro por kilómetro cuadrado obtenida año tras año por los vinos elaborados con el Tempranillo de ese triángulo mágico de la Sonsierra comprendido entre LabastidaLaguardia-Labraza no tiene parangón. La ubicación reciente de los más importantes grupos bodegueros en esta pequeña comarca no es una casualidad, ni un asunto de mera estética paisajística, sino una prueba más de la calidad y excelencia del Tempranillo alavés. Una cualquiera de esas viejas cepas de Tempranillo encierra una sabiduría milenaria, un know-how valiosísimo, un patrimonio cultural inimitable e irrepetible que Euskadi debe preservar a ultranza, ya que la vitivinicultura de Rioja Alavesa es una parte esencial de la cultura y la historia vascas. Una cualquiera de las botellas de vino de Rioja Alavesa comercializadas en 2011 no es un proyecto de un viticultor o de un bodeguero de nuestros días, es un proyecto colectivo de muchas gentes y durante mucho tiempo. Apurar esa botella es como ir leyendo con calma los capítulos de un libro que nos hablan de la historia de Rioja Alavesa, de sus tradiciones, de su paisaje vitícola y, en concreto, nos hablan del hombre que plantó la viñita allá por los años veinte y la trabajó a golpe de azadón, de su hijo que la cuidó con esmero pasando una y otra vez el arado con el mulo en aquellos años cincuenta de emigración, miseria y hambre en los que la viña y el vino nada valían, de su nieto que en los años ochenta rentabilizó el esfuerzo de sus mayores, comenzando a embotellar su producción, y de su bisnieto, el actual responsable de la viña y la bodega, que pretende en estos años de crisis revalorizar su buen vino recordándonos que esa simple botella encierra mucho más de lo que se ve en la etiqueta. Porque, en definitiva, la valorización de las viñas y vinos de Rioja Alavesa por los consumidores vascos no es sólo una cuestión de conocimiento vitivinícola, es también una cuestión de imaginación, una cuestión de emociones. Porque si a la vista de una copa de Rioja Alavesa no intuimos la vieja cepa retorcida, si no rememoramos al abuelo labrando con su mulo, si no valoramos la dureza de la poda invernal o los esfuerzos de una vendimia manual, si no consideramos la inversión que supone tener la mayor concentración de barricas del mundo, si no tenemos en cuenta la dedicación exclusiva, el respeto al paisaje y al medio ambiente, si no imaginamos el amor que va implícito en cada racimo y en cada botella… si nos limitamos a verlo como un vino más, producido en fértiles llanuras sin fin, cosechado con vendimiadoras mecánicas y embotellado en una veloz máquina, no estaremos entendiendo la gran joya que tenemos en nuestra propia casa. sustrai 97 75