Realidad Nacional La necesidad de diálogo José María Tojeira Continúan activos algunos sectores que se consideran la salvación absoluta de El Salvador Director Pastoral Universitaria Si algo nos demuestran las circunstancias por las que hemos pasado es que tenemos que acrecentar nuestra capacidad de diálogo. Un país no se desarrolla sin diálogo. Y después de las famosas negociaciones que desembocaron en los acuerdos de paz, los niveles de diálogo han ido disminuyendo paulatinamente en El Salvador. Continúan activos algunos sectores que se consideran la salvación absoluta de El Salvador. Pero también sigue habiendo en el país gente sensata que quiere avances, desarrollo digno, justicia social, libre iniciativa en el campo de los negocios. El autoritarismo no lleva en nuestros países a conseguir un desarrollo justo. Y por esa misma razón deberíamos ser todos partidarios de resolver los conflictos por la vía del diálogo, y no por el camino del enfrentamiento. Para favorecer una mínima reflexión sobre el diálogo mencionaremos algunos de los elementos que, en el terreno político, deben caracterizarlo. No se trata con estas pistas de condenar a nadie, sino de establecer principios básicos que puedan ayudarnos a dialogar con mayor eficacia. La palabra diálogo procede del griego y significa llegar al encuentro de alguien a través de la palabra. Encontrarse con otro en lo que une, a pesar de la diferencia, es el objetivo final de diálogo y es también uno de los signos fundamentales de nuestra racionalidad. Dialogar nos hace siempre más humanos. Para que exista diálogo hay que partir de la premisa de que frente a la realidad podemos tener visiones y opiniones diferentes. El respeto a la diferencia es “El respeto a la diferencia es básico”. básico, precisamente para poder llegar a acuerdos, negociaciones, objetivos comunes. En ese sentido no podemos descalificar absolutamente al que piensa distinto de nosotros. Y en El Salvador nos quedan todavía muchos pasos por dar para aprender a no descalificarnos cuando otra persona piensa de diferente modo. Aunque los políticos saben esto, usan con demasiada frecuencia la palabra confrontativa y descalificadora, lanzando a sus bases contra el supuesto enemigo. La grandilocuencia en los ataques aparece como una especie de deporte entre ellos, capaces posteriormente de reunirse, brindar juntos en las fiestas nacionales de las embajadas y llenar de sonrisas conjuntas nuestros periódicos. Esa especie de paranoia es peligrosa tanto por la polarización que produce como por la despolitización que provoca. Nuestro país necesita política de la buena, y ésta solamente crece cuando el diálogo es serio. El diálogo político exige también una base mínima de amor al país, a su gente y a la posibilidad de establecer proyectos nacionales de realización común. La democracia es uno de esos proyectos que deben guiarnos y del que debemos extraer elementos básicos. El pueblo no puede tener poder real si no tiene educación formal abundante, si sus servicios de salud son deficientes, si la vivienda digna tiene un enorme déficit, si la infancia y la ancianidad sufren diferentes y masivas formas de abandono. La democracia se cultiva siempre como proyecto común, incluyente, o termina en el desprestigio, cuando no en el estercolero. Indudablemente en todos los partidos hay personas con buenas intenciones y con indudable amor 5 Realidad Nacional Ni los partidos políticos ni la sociedad civil tienen toda la razón. Por eso es imprescindible que dialoguen”. al país. Pero prima todavía en exceso lo que Monseñor Romero llamaba la idolatría de la organización: Mi grupo, mis fines particulares, las ganancias que me puedan generar los modos de actuar, estrategias o tácticas de mi partido, se ponen por encima de ese bien común que la democracia, como marco del actuar político, nos impulsa a buscar. Además de entre sí, los partidos deben buscar el diálogo con la sociedad civil. En vez tratar de identificar a la sociedad civil con los propios intereses, es básico dejar a la sociedad civil ser independiente y escuchar sus opiniones, generalmente más matizadas, aunque coincidan en parte con una o con otra posición política. Ni los partidos políticos ni la sociedad civil tienen toda la razón. Por eso es imprescindible que dialoguen. Y frente a la polarización, que con frecuencia es un subproducto de la pasión política, la sociedad civil, desde su diversidad, puede iluminar el camino de retorno hacia posiciones más matizadas e incluso con mayor respaldo en la racionalidad y mayor apego a las necesidades de la realidad nacional. La sociedad civil nunca sustituirá a la sociedad política. Pero puede aportarle mayor realismo y racionalidad a las decisiones que esta última tome. Y aunque el tema del diálogo es mucho más amplio de lo que en estas líneas podamos decir, mencionamos un último punto, a nuestro juicio de importancia capital. En un país como El Salvador, donde la pobreza es grande y crea duras y crueles disfunciones, agravadas por la desigualdad socioeconómica, deben estar siempre presentes en el diálogo los intereses y las causas de los pobres, de los económica o socialmente débiles, de los que se ven en riesgo de perder o de no conseguir nunca el bienestar básico para vivir sin amenazas. Cualquier tema en discusión termina siempre teniendo repercusiones positivas o negativas para los más pobres o para los vulnerables, siempre en riesgo de perder parte de sus escasos bienes. Al discutir leyes, normas, sentencias, cualquier cosa legítimamente discutible, no podemos olvidar a quienes están al final de nuestra escala social. Porque son muchos y porque hoy y aquí, en Centroamérica, solamente un país que se preocupa por los de abajo termina saliendo adelante. 6 Ya que estamos recordando el cumpleaños de Monseñor Romero, recordemos lo que hoy nos diría: “Dios quiere la participación de los hombres sin la cual los problemas de la patria seguirán lo mismo. Por eso, deberían de creerse los que están en el gobierno o en el poder económico que ellos no son dioses; que cuanto más se endiosen, que cuanto más endiosen a los falsos ídolos de barro de la tierra, serán más repugnantes a Dios; que si fueran más humildes y se unieran con Dios, solucionarían los problemas. Por eso llamamos a la conversión. Porque la Iglesia es madre, les dice también a los ricos y a los poderosos: “¡Conviértanse hijos! ¡Conviértanse¡ No hagan leyes solo para defender su minoría. Hagan leyes para defender a los pobres. Admitan en el diálogo no solamente a la gente que piensa como ustedes, admitan también al campesino que se muere de hambre, y por morirse de hambre se organiza no para la subversión, sino para sobrevivir” Homilía del 29 de julio, 1979.