Leopoldo Lugones

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Leopoldo Lugones
Filosofícula
De Los cuentos de Leopoldo Lugones, Ediciones Díada, Buenos Aires, 2011.
Publicado originalmente en Caras y Caretas, 8 de febrero de 1908.
Los favores de Júpiter
—Como sabéis —dijo el retórico—, Cástor y Pólux raptaron a las
hermosísimas doncellas primas suyas, Ilaira y Febea, prometidas de
Linceo y de Idas. Persiguiéronlos éstos; y en el combate que sobrevino cuando les dieron alcance, Cástor, que era mortal, fue sacrificado por Linceo. Pólux, inconsolable, rogó a Júpiter que volviera
inmortal a Cástor; pero el dios no consintió sino en darles una inmortalidad alternativa, que disfrutaban pasando cada cual seis meses de infierno y seis de Olimpo al año. ¿A qué no dais con la causa
de este don singular?
—Es bien conocida —dijo uno de los discípulos—; después de su
muerte, los dioscuros formaron en el firmamento el signo de los
Gemelos, cuyas estrellas epónimas se levantaban alternativamente
del horizonte.
—Cástor y Pólux no eran, sin embargo, gemelos; y apenas sí hermanos uterinos. Pues bien que hijos ambos de Leda, el primero tuvo
por padre a Tíndaro, siendo mellizo con Clitemnestra, y el segundo
a Júpiter, siéndolo con Helena. La causa debe de ser otra.
—Debe de ser otra, en efecto.
—La causa es —dijo sonriendo el retórico— que así Júpiter tiene
una hermosa viuda vacante seis meses por año, formándose un año
delicioso, puesto que son dos viudas...
Los amantes de Helena
En un jardín florentino del Cinquecento, dos nobles damas hacían a
un viejo profesor, consultas mitológicas.
—Lo que no alcanzo a explicarme —dijo la primera, casada por cierto, aunque tierna a la vez para un hermoso amigo— es cómo pudo
la antigüedad justificar a Helena. El destino era un agente cómodo a
la verdad.
Su interlocutora añadió:
—El hipócrita Eurípides llega hasta sostener su virtud, cara Verónica.
Entonces intervino el consultor:
—Todo es natural, explicable y discreto —dijo—. Teseo, un rey, fue
el primer raptor y amante de Helena. Después fue su marido Menelao, otro rey. Después la amó Paris, hijo de rey. Luego Deifobo,
hermano de Paris. Luego otra vez Menelao. Luego la sombra elísea
de Aquiles, también rey. Esto la justifica. Mezclar su sangre con la
de cinco reyes, es una gloria. Por eso el yugo del himeneo es ligero
para los reyes. En cambio, unirse con plebeyos, es mancharse otras
tantas veces.
No sólo regocija, sino que ennoblece las ideas, calmar con diversos
selectos vinos, la sed de un banquete. El borgoña no perjudica al
chipre, ni éste al malvasia. En cambio, el agua turbia causa más
daño cuanto más se la bebe. En algo se ha de diferenciar, señoras
mías, el noble del plebeyo.
La política pre-homérica
Hesione, hija de Laomedón, rey de Troya, estaba destinada por el
oráculo a satisfacer la ferocidad de un monstruo de Neptuno, pues
el dios de las aguas castigaba así la mala fe de aquel monarca, que
no le había pagado el precio convenido por la construcción de ciertos diques marítimos.
Vino Hércules y libertó a la princesa; y debiendo seguir viaje a la
Cólquide, dejó sus caballos bajo la guarda de Laomedón.
Cuando de regreso, envió por ellos, el padre y monarca ingrato se
declaró contra el libertador.
Entonces Hércules arrasó a Troya, mató a Laomedón y se llevó consigo a Hesione.
Priamo, hijo del traidor, combatió con Hércules en contra suya por
espíritu de justicia y aprobó el rapto de su hermana, siendo nombrado por el vencedor rey de Troya a su vez.
No bien hubo muerto Hércules, Paris raptó a Helena en desquite de
lo que aquél hiciera con Hesione; y cabe pensar que Priamo aprobará dicha operación, pues lo cierto es que no devolvió a la raptada.
De manera que demostrando el justo Priamo, en el fondo, tanta iniquidad oportunista como su padre Laomedón, y tanta ingratitud, lo
más probable es que cuando combatía contra él con Hércules —por
espíritu de justicia— lo hiciera pensando ya en la herencia del trono.
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