JOSÉ DE ANCHIETA, MISIONERO POETA

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JOSÉ DE ANCHIETA, MISIONERO POETA
Conferencia Monseñor Felipe Fernández García
Congreso Internacional sobre el Beato José de Anchieta
La Laguna, 13-6-1997
Invitado por el Magnífico Sr. Rector a participar en este Congreso Internacional
con motivo del IV Centenario de la muerte del Beato José de Anchieta, no
puedo por menos de comenzar mi intervención expresando dos sentimientos:
El primero, de sincera gratitud por la invitación que, estoy seguro, ha sido hecha
teniendo en cuenta no mérito personal alguno sino al Obispo de la diócesis.
El segundo sentimiento que me embarga, no puedo obviarlo, es el de un cierto
temor ante la responsabilidad de mi presencia en este foro. Realmente, ¿qué
puede decir un obispo entregado en cuerpo y alma a su ministerio, en continuo
contacto con sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles cristianos seglares,
ocupado en mil actividades, sin tiempo para leer lo que le gustaría leer y sin
tiempo, por supuesto, para investigar, qué puede decir, repito, tal obispo en un
marco como éste de cualificados especialistas en la figura del P. José de
Anchieta?
Poco es, sin duda, lo que puede decir. Y, como puede decir poco, intentaré decir
poco. Dejaré, más bien, que sea el P. Anchieta el que diga, y que sea él quien
llene la parte mayor del espacio que se me ha concedido.
Mi intervención lleva por título: José de Anchieta, misionero poeta. Con ello
estoy dando a entender la perspectiva en la que me sitúo al acercarme esta
mañana a la figura del P. Anchieta.
El P. Anchieta es una figura polifacética. Cualquiera que se aproxime a ella con
un mínimum de interés queda sorprendido por la riqueza de su personalidad y la
inmensidad de su obra. Su contribución en el campo social, cultural y
diplomático, por aludir a tres perspectivas especialmente importantes en aquel
gestarse de un mundo nuevo en pleno siglo XVI, fue asombrosa.
Ahora bien, con el título de mi intervención, José de Anchieta, misionero poeta,
quiero dejar claramente sentadas dos tesis: La primera, que el P. Anchieta fue,
antes que nada, un misionero. Y creo que esta afirmación no convendría perderla
nunca de vista. El P. Anchieta fue muchas cosas... Su figura puede ser estudiada,
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como lo estamos viendo estos días, desde muy diversas perspectivas. Pero hay
un dato que sobresale entre todos y desde el cual es preciso leer los restantes.
Este dato central, configurante de la vida y obra del P. José de Anchieta, es su
condición de misionero, es decir, su condición de enviado por la Iglesia a
anunciar el Evangelio de N. Señor Jesucristo a los indios del Brasil, eso sí, con
todas las consecuencias culturales, sociales y políticas que se derivan del
Evangelio. Un breve párrafo de la carta que escribió al antiguo padre provincial,
P. Ignacio de Tolosa, al final de su vida, poco antes de su muerte, nos confirma
el verdadero secreto de su ida a Brasil y de su estancia en el mismo: « Y ordenó
Nuestro Señor que acompañase al P. Diego Fernandes en esta aldea de Reritiba,
para ayudar en la doctrina a los indios, con los que me encuentro mejor que con
los portugueses porque aquéllos vine a buscar al Brasil y no a éstos».
Y... cómo los buscó. Hay párrafos de sus cartas contando sus aventuras
misioneras, de claro corte paulino, que estremecen: «Los peligros y trabajos que
en esto se pasan, se pueden conjeturar por la diversidad de los lugares a los que
se acude. Peligros de culebras, de que hay grandísima copia en estas tierras, de
diversas especies, que ordinariamente matan con su veneno... Riesgos de osos o
tigres, que también son muchos por estos desiertos y bosques, por donde hay
que caminar. Peligros de enemigos, de los que algunas veces por divina
providencia han podido escapar. Tormentas por mar y naufragios, travesías de
ríos caudalosos, todo esto es muy ordinario. Calmas muchas veces excesivas,
que parece llegar uno a punto de muerte, de que se viene a pasar grandes
enfermedades. Frío (especialmente en la Capitanía de San Vicente), en el campo
y en las selvas, donde han hallado muchas veces indios muertos de frío. Y así
acontecía muchas veces, al menos a los principios, no poder dormir la mayor
parte de la noche a causa del frío en los bosques por falta de ropa y de fuego;
porque ni medias ni zapatos había, y así andaban las piernas quemadas de las
heladas y las lluvias, muchas y muy densas y continuas. Y con todo esto grandes
riadas, y muchas veces se pasan aguas muy frías, por largo espacio, hasta las
cinturas y aun hasta el pecho. Y todo el día con lluvia muy densa y fría,
gastando gran parte de la noche en enjugar la ropa al fuego, sin tener otra que
mudarse...»
La relevancia de esa condición de misionero que fue el P. Anchieta, por encima
de todo, puede descubrirse perfectamente cuando nos acercamos a su poesía.
El P. Anchieta fue un buen poeta. Un poeta notable, me atrevo a decir. Pero lo
singular y lo que quiero subrayar con el mismo título de mi intervención es que
José de Anchieta, por muy honda que fuese su vena poética, y lo fue, sin duda
alguna, era y se sentía antes que nada misionero, y puso todo lo demás, en este
caso sus dotes poéticas, -y ésta sería la segunda tesis- al servicio de la misión, al
servicio del anuncio y extensión del Evangelio. De ahí que podamos decir, con
toda verdad, que fue un misionero poeta, un misionero que se sirvió de sus
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cualidades poéticas para hacer llegar y penetrar entre sus contemporáneos la luz
del Evangelio.
Sé muy bien que no les estoy diciendo nada nuevo ni, por supuesto, lo pretendo.
Si me he atrevido a recoger este dato, es a modo de introducción para lo que
ahora va a ser la parte central de mi intervención y en la que no me voy a
entretener en disquisiciones abstractas, más o menos acertadas, sobre la poesía
del P. Anchieta sino que les voy a invitar a gustar la poesía del P. Anchieta.
Les confieso que más de una vez me he servido en mis conferencias de este
método: el de no tanto hablar sobre un autor o una figura determinada sino el de
dejar hablar al autor mismo. Recuerdo que, en mi etapa de obispo de Avila,
etapa en la que tenía que hablar con no poca frecuencia sobre Santa Teresa de
Jesús o San Juan de la Cruz, siempre me servía de este método: no hablar yo
mucho sobre ellos, sino dejarlos hablar a ellos que eran, sin duda alguna,
quienes mejor hablaban sobre sí mismos y quienes mejor daban la conferencia.
Algo así intento hacer esta mañana: No hablar yo casi nada sobre el P. Anchieta,
misionero poeta, sino dejarle hablar a él, dejar que hable su poesía, dejar que
suenen aquí sus versos y nos entren, todavía hoy, no sólo por los oídos
corporales sino por los oídos del alma hasta llegar a lo más profundo de nosotros
mismos. Con otras palabras: No vamos a estudiar hoy una partitura musical. Les
invito a escuchar la música.
Pero... ¿qué trozos de esa música? ¿Qué poemas de entre los poemas del P.
Anchieta?Dos precisiones:
La primera es que me voy a limitar a su obra lírica escrita en lengua castellana.
Dejo pues fuera, con harto sentimiento, toda la obra poética del P. Anchieta en
latín, portugués y tupí.
Una segunda precisión: He seleccionado aquellas poesías que, a mi parecer,
pueden ser más que útiles, todavía hoy, para captar y presentar los misterios de
nuestra fe cristiana. En este sentido, en mi selección he pensado particularmente
en mis diocesanos, a quienes quiero ofrecer un manojo de poesías del P.
Anchieta que no sólo merece la pena conocer y que los diocesanos de Tenerife,
los laguneros, especialmente, debiéramos conocer, sino que pueden y debieran
ser materiales ordinarios en nuestras catequesis, nuestras clases de religión,
nuestras predicaciones.
1.- Comencemos por un conjunto de poemas referidos a la Virgen María.
De todos es conocido hoy el dogma de la Inmaculada Concepción de María
según el cual «la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda
mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, por singular
gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo,
Salvador del género humano», según la definición de Pío IX en 1854.
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En tiempos del P. Anchieta, como todos saben, esta doctrina no era dogma, pero
sí era un clamor del pueblo santo de Dios. Y esta doctrina se empapó el P.
Anchieta en La Laguna, cuya primera parroquia está dedicada a la Inmaculada
Concepción de Ntra. Señora. Escuchemos cómo canta él a María en la
perspectiva de esta gracia:
OH NIÑA, HERMOSA ESTRELLA
Oh niña, hermosa estrella,
lucero de nuestra vida,
chiquita como centella
mas de Dios engrandecida,
y más honrada,
y más querida,
sin pecado concebida.
Sois mayor que todo el cielo,
y en el vientre estáis metida,
mas cubierta con el velo
de la gracia sin medida,
y más honrada,
y más querida,
sin pecado concebida.
Vos, niña, sois el comienzo
de la vida prometida,
y pariendo a Dios inmenso,
seréis virgen y parida,
y más honrada,
y más querida,
sin pecado concebida.
Otra confesión central de nuestra fe es la encarnación del Hijo de Dios en las
entrañas purísimas de María. Como confesamos en el Credo NicenoConstantinopolitano: «Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó
del cielo y, por obra del Espíritu Santo, se encarnó de María Virgen y se hizo
hombre».
Sobre esta confesión central de nuestra fe escribió el P. Anchieta un buen
puñado de versos. Tomo entre ellos una décima, dirigida a María, bellísima, a
mi parecer, en la que el misterio de la Encarnación se lee en el horizonte del
misterio de la Eucaristía:
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UN PECADOR A LA VIRGEN MARÍA
En vos todo se encerró
quien no cabe en lo criado,
tan pequeñito tornado,
que puedo comerlo yo,
todo entero de un bocado!
Todo esto fue causado
del amor, que lo venció,
del cual tan preso quedó,
que nunca será librado:
tal misterio, quién pensó?
Si del misterio de la Encarnación pasamos ya al misterio de Belén, uniendo de
alguna manera los dos, e incluso subrayando sus efectos salvíficos en nosotros,
he aquí algunas estrofas sencillas, casi ingenuas, pero ricas y hermosas:
PUES PARISTES A DIOS VIVO
En Nazaret concebistes,
flor de toda Galilea,
¡Norabuena sea!
Quien no cabe en todo el mundo,
todo en vos, Virgen, se emplea,
¡Norabuena sea!
En Belén, Virgen, paristes
noble ciudad de Judea,
¡Norabuena sea!
Pues paristes a Dios vivo,
Virgen Madre galilea,
¡Norabuena sea!
Por nos dar su hermosura,
toma nuestra carne fea,
¡Norabuena sea!
Mas, nacido de vos, Virgen,
nuestra vida hermosea,
¡Norabuena sea!
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Plega a él, por su clemencia,
que mi alma suya sea,
¡Norabuena sea!
Y con vos, señora mía,
yo su rostro santo vea,
¡Norabuena sea!
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2. Dejemos aquí las poesías dirigidas a María y empalmemos con la que el P.
Anchieta dedica a la vida de Cristo, a modo de síntesis, y en la que va
recorriendo algunos pasos de la vida de Cristo: encarnación, nacimiento, cruz,
resurrección, ascensión, con la súplica repetida: «no dejéis al pecador,
maltratarnos», es decir, no dejéis que el pecado nos pueda y nos degrade:
DE VITA CHRISTI
Pues venís a rescatarnos,
buen Señor,
no dejéis al pecador
maltratarnos.
Descendistes, a salvarnos,
de las alturas del cielo,
y tomaste, sin recelo,
carne con que rescatarnos.
Pues quisiste tanto amarnos,
buen Señor,
no dejéis al pecador
maltratarnos.
De la Virgen, siendo Dios,
os queréis hombre hacer,
para los hombres volver
dioses, unidos con vos.
Pues queréis a vos atarnos
con amor,
no dejéis al pecador
maltratarnos.
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Nacistes, sin corrupción,
de vuestra bendita madre,
para que nos tome el Padre,
por hijos de bendición.
Pues quisistes procurar-nos
tal primor,
no dejéis al pecador
maltratarnos.
Pies y manos, en la cruz,
os enclavan cruelmente,
y morís, siendo inocente,
por mis culpas, buen Jesús.
Pues queréis así enclavarnos
con temor,
no dejéis al pecador
maltratarnos.
Resucita al tercer día,
vuestro cuerpo ya inmortal,
y dais vida al desleal,
que la culpa muerto había,
Pues queréis resucitarnos,
vencedor,
no dejéis al pecador
maltratarnos.
Sobre el cielo levantastes
vuestra santa humanidad,
y nuestra captividad
captiva con vos llevastes.
Pues con vos queréis sentarnos,
gran Señor,
no dejéis al pecador
maltratarnos.
Si de esa visión general de la vida de Cristo, pasamos a recoger el sentido
salvífico de su venida hasta nosotros, no faltan poemas tan hondos y sentidos
como los dos siguientes, concebidos como diálogo del pecador con el NiñoDios, recién nacido, y como respuesta del Niño-Dios, recién nacido, al pecador.
Seleccionemos algunas estrofas:
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UN PECADOR AL NIÑO NACIDO
Vuestro Advento
es remate y cumplimiento
de la ley.
¡Oh mi Dios, pastor y rey
humanado!
¡Y seréis crucificado,
por dar vida a vuestra grey!
Cuando pienso, mi Señor,
vuestra bondad sin medida,
que por dar al mundo vida,
con tan inefable amor
ordenó vuestra venida,
mi alma en vos absorbida
recibe fuerza y aliento,
y nuevo contentamiento,
del divino amor herida,
contemplando vuestro advento.
Humanado por amor
del hombre, vil criatura,
porque cobre la figura,
que perdió, del Criador,
pecando con gran locura.
Por soldar nuestra rutura
será roto vuestro lado,
y vuestro rostro afeado,
perdida la hermosura,
y seréis crucificado.
Crucificado con pena
de tormento y confusión,
sin queja ni turbación,
por pagar la culpa ajena
y a los malos dar perdón.
Deshonrado con pregón
por transgresor de la ley,
y con título de rey,
penaréis como ladrón,
por dar gloria a vuestra grey.
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Responde el Niño-Dios:
RESPUESTA DEL NIÑO NACIDO AL PECADOR
Mi venida
fue para te dar la vida,
que perdiste,
cuando tu gusto quisiste
más que a mí.
Mas yo me doy todo a ti:
si me aceptas, reviviste.
Yo de nada te crié,
hombre vil que fuiste nada,
para que tu alma, ornada
con mi caridad y fe,
fuese siempre mi morada.
Mas está tan afeada
con culpas y tan perdida,
que para ser restaurada,
fue de mi Padre ordenada
a la tierra mi venida.
Todo a ti me doy nacido,
porque me puedas tener
y de todo poseer,
tan chiquito y encogido,
que bien puedo en ti caber!
Para darte nuevo ser,
gracia y vida que perdiste,
mi majestad y poder
hoy se entrega a tu querer:
si me aceptas, reviviste!
En este mismo marco de diálogo entre Jesús, Buen Pastor, y el alma, podemos
leer el poema, Jesús, Buen Pastor, en el que se nos desvela la razón última de la
pasión y muerte del Señor: el amor:
JESÚS, BUEN PASTOR
-Jesús, buen pastor,
cómo andáis penado?
- Ando maltratado,
por te dar mi amor.
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-Andáis pensativo,
Jesús, pastor bueno,
de cuidados lleno,
más muerto que vivo?
-Híceme captivo,
siendo sumo señor.
Ando maltratado,
por te dar mi amor.
-De piel de cordero
-os veo cubierto,
en este desierto,
al pie de un madero.
Oh Jesú ovejero,
quién os ha mudado?
-Dame amor cuidado
de te dar mi amor.
Es un mal tan fuerte
el amor que tengo,
que de grado vengo
a sufrir la muerte.
¡Oh dichosa suerte
la de mi ganado!
Soy crucificado,
por te dar mi amor.
Si, más allá del sentido salvífico global de la vida, pasión, muerte y resurrección
de Jesucristo, queremos detenernos en algún momento del itinerario de nuestro
Señor, uno no puede dejar de traer aquí el sentido poema anchietano titulado
«En el huerto», dedicado a este paso del Señor, y que parece evocar en el lector
las resonancias de un San Juan de la Cruz -«aunque es de noche»- o, más
cercano a nosotros y en otro contexto, de D. Federico García Lorca -«a las cinco
de la tarde»-:
TRAS DEL RÍO DE LOS CEDROS
Tras del río de los cedros,
el buen Jesús se salía,
con pavor y gran tristeza,
a orar, como solía,
en el huerto.
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Postrado sobre el rostro,
ante el Padre se ponía.
Con suspiros entrañables,
estas palabras decía
en el huerto.
«Padre mío, si mi muerte
excusar no se podía,
Hágase perfectamente
tu voluntad, no la mía,»
en el huerto.
Orando prolijamente,
puesto en mortal agonía,
sudaba gotas de sangre,
que hasta la tierra corría,
en el huerto.
Mis grandes males son éstos,
¡oh buen Jesús, vida mía!
que te hacen sudar sangre,
y causan tal agonía,
en el huerto.
Prenden al manso cordero,
que a recibirlos salía.
Una soga a la garganta,
el cruel sayón le ponía
en el huerto.
Escupen su santa cara,
que en el cielo es alegría.
Atan sus sagradas manos,
que el cielo formado había,
en el huerto.
Al Verbo del Padre eterno,
hijo de la virgen pía,
de coces y bofetones
cada cual lleva porfía,
en el huerto.
Así pagas tú, sin culpas,
buen Jesús, la culpa mía,
y la que el primer padre
cometió, con osadía,
en el huerto.
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En la misma onda podemos leer aquel otro titulado: «La tarde comenzaba», en el
que Cristo crucificado habla al hombre para ablandarle el corazón y hacerle ver
que muere precisamente por él, por amor a él, que se ha convertido en su
enemigo, para darle paz y vida:
LA TARDE COMENZABA
La tarde comenzaba
a perder (ya) la luz de su lucero
cuando el buen Jesús estaba
clamando, en un madero:
Hombre, enemigo mío, por ti muero!
Tú, cruel enemigo,
causaste los tormentos de que muero,
y yo, fiel amigo,
tu paz y vida quiero!
Hombre, enemigo mío, por ti muero!
Por qué eres tan cruel
para quién es más manso que cordero?
Y estoy bebiendo hiel
por ti, mi carnicero!
Hombre, enemigo mío, por ti muero!
Las llagas tan extrañas,
con que se desolló todo mi cuero,
declaran mis entrañas
y amor verdadero.
Hombre, enemigo mío, por ti muero!
Oh duro corazón,
más bravo que león y tigre fiero!
No tienes compasión
de tan manso cordero?
Hombre, enemigo mío, por ti muero!
Si piensas desollarme,
y quieres engullirme todo entero,
no cures de matarme,
que vivo darme quiero.
Hombre, enemigo mío, por ti muero!
No sufre darme en partes
el fuego de mi amor tan verdadero.
Mas, para que te hartes,
Me entrego todo entero.
Hombre, enemigo mío, por ti muero!
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Tres tercetos invitando a los fieles a beber la salvación en el costado de Jesús,
muerto por nosotros, dejan la impresión en quien los oye de una obra acabada,
de una plenitud serena que en Cristo se ofrece a todo hombre. Es un caso típico
de una poesía pastoril amorosa profana vuelta «a lo divino» por el P. Anchieta o,
como hoy suele decirse, un caso típico de «contrafactum» en el que el sentido
profano de una poesía ha sido sustituido, con más o menos variantes estilísticas,
por un sentido religioso y místico:
VENID A SUSPIRAR
Venid a suspirar con Jesú amado,
los que queréis gozar de sus amores,
pues muere por dar vida a pecadores.
Tendido está en la cruz, corriendo sangre,
sus santas llagas hechos limpios baños,
con que se da remedio a nuestros daños.
Venid, que el buen pastor ya dio su vida,
con que libró de muerte su ganado,
y dale de beber a su costado.
No puedo concluir esta selección de poesías en torno al misterio de Cristo sin
recoger unas estrofillas, particularmente hermosas, a mi parecer, delicadas,
tiernas, devotas, a Cristo en la Eucaristía. Están, se lo confieso, entre mis poesías
preferidas del P. Anchieta:
OH DIOS INFINITO
Oh Dios infinito,
Por nos humanado,
Véoos tan chiquito
Que estoy espantado.
Estáis encerrado
En lugar estrecho
Porque en nuestro pecho
Queréis ser guardado.
Hame enamorado
Vuestra gracia y nombre,
Pues os come el hombre
De un solo bocado.
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Pan y vino veo,
gusto pan y vino,
mas, sin desatino,
otra cosa creo.
Por eso peleo
contra mi sentido,
porque lo comido
es Dios que no veo.
Sólo en él empleo
la fe, con que vivo:
hágome captivo,
sin ver lo que creo.
D’este me proveo
para mi camino:
este pan divino
harta mi deseo.
Hay una poesía especialmente eclesial y especialmente significativa: Aquella en
la que se nos presenta a Cristo entregándose a su Iglesia y dialogando con ella, y
en la que no falta la promesa de fidelidad a Cristo por parte de la Iglesia que se
ofrece para ser morada permanente del Señor:
DESTERRÓSE EL REY DEL CIELO
I
Desterróse el rey del cielo,
de su celestial morada,
por el gran amor y celo
de la Iglesia, su amada.
Treinta y tres años de vida,
por su amor tuvo por nada,
sufriendo por despedida,
cruel muerte y deshonrada.
Antes de la cruda muerte,
viéndola desconsolada,
le habló con pecho fuerte,
como a dulce enamorada:
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II
«No sientas mi partida,
mas antes, si me tienes en tu pecho,
y estás conmigo unida
con amor muy estrecho,
alégrate, que al Padre voy derecho.
No cause mi ausencia
algún olvido en ti, que si no quedo
contigo, por presencia,
mi cuerpo te concedo
que tengas hasta el fin, sin ningún miedo
Esposa muy querida,
yo solo quiero ser de ti amado,
pues muero por tu vida,
y soy crucificado
para te dar, sin fin, glorioso estado.»
III
Respondió la esposa amada:
«Yo juro, divino esposo,
que todo mi ser y gozo
será ser yo tu morada.»
______________________________________
3. Hay otro ciclo de poesías del P. Anchieta compuestas en torno a los
santos. Pensemos en las que dedica a Ignacio de Acevedo y compañeros,
mártires de Tazacorte, o a San Lorenzo. Dado que estamos en San
Cristóbal de La Laguna, en el Quinto Centenario de la fundación de la
ciudad, no puedo dejar de traer aquí, en primer lugar, la poesía que el P.
Anchieta dedica a San Cristóbal, titulada: Dos cabritas combatieron.
Para su composición se inspira el poeta en la leyenda de aquellas dos
mujeres, Niceta y Aquilina, que tentaron al Santo, el cual, no sólo no se
dejó arrastrar por ellas, sino que las convirtió a la fe cristiana hasta tal
punto que sufrieron martirio antes que el mismo San Cristóbal, verdadero
gigante espiritual y fuerte en su virtud como un león:
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DOS CABRITAS COMBATIERON
Dos cabritas combatieron
el poderoso gigante.
Ellas pasan adelante
y vencidas lo vencieron.
Él quedó más triunfante.
Como echó, por el pecado,
Dios al hombre maldición,
que de guerra y tentación
viviese siempre cercado,
con dolor de corazón,
los vicios se embravecieron,
y tan atrevidos fueron,
que al fortísimo león
dos cabritas combatieron.
Primero fueron cabritas,
la Niceta y Aquilina,
mas volviólas, muy aína,
San Cristóbal, corderitas,
con la potestad divina.
Con la carnal golosina,
se le ponían delante,
más, con su casta doctrina,
las sacó de tal cantinas
el poderoso gigante.
Truecan los gustos carnales
por el divino solaz.
Corren, libres de sus males,
a los gustos celestiales
de la soberana paz.
No pueden esperar más:
con deseo de su amante
mueren, con pecho constante;
San Cristóbal queda atrás,
ellas pasan adelante.
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En la fe bien confirmadas,
no temieron al feroz
tirano, ni muerte atroz,
de Cristóbal animadas,
con su ejemplo y con su voz.
Primero venció las dos,
cuando en Dios, por él, crieron.
Ellas, después, más corrieron,
antes de él muertas por Dios,
y vencidas lo vencieron.
Sin embargo, tampoco quiero dejar de hacer sonar aquí aquellas bellísima
estrofas compuestas al modo de la famosas coplas de D. Jorge Manrique en la
muerte de su padre, estrofas en las que el P. José de Anchieta nos enfrenta con
nosotros mismos partiendo del testimonio de los mártires de Tazacorte:
LOS QUE MUERTOS VENERAMOS
Los que muertos veneramos
por su Dios,
si no los seguimos nos,
qué ganamos?
Los que las honras del mundo
despreciaron,
y las deshonras amaron
de la cruz,
éstos, con su buen Jesús,
de la muerte triunfaron.
Sin ningún temor pasaron
a la vida que esperamos,
en sus manos con los ramos
del triunfo, que alcanzaron,
los que muertos veneramos.
Vivieron vida del cielo,
continuamente muriendo,
a sí mismos persiguiendo,
sin querer ningún consuelo,
de los que muren viviendo.
Al tirano no temiendo,
muy feroz,
sufren muerte muy atroz,
muy contentos,
con crueles tormentos,
dan la vida por su Dios.
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Amadores de pobreza,
celosos de castidad,
paciencia con humildad
juntaron con sencilleza,
obediencia y caridad.
Si queremos de verdad,
ser de Dios,
hermanos, decidme vos
si podemos
alcanzar lo que queremos,
si no los seguimos nos?
Dejamos el mundo malo,
que captivos nos tenía.
Venimos, con alegría,
a llevar el santo palo
de la cruz, de noche y día.
Si la vida de la cruz
no tomamos,
y viviendo procuramos
de morir,
y muriendo a nos, vivir
a solo Dios, qué ganamos?
_____________________________________
4.- Hay, finalmente, otro ciclo de poesías que bien podrían agruparse bajo el
título de «poesías ascético-morales», entre las cuales, por no alargarme, sólo
traigo aquí una estrofa que invita a meditar:
AMA A DIOS QUE TE CRIÓ
Ama a Dios que te crió,
hombre, de Dios muy amado!
Ama con todo cuidado,
a quien primero te amó.
Su propio hijo entregó
a muerte, por te salvar;
qué más te podía dar,
pues cuanto tiene te dio?
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5.- Hasta aquí una personal selección de poesías del P. Anchieta, tomada de su
producción lírica en castellano. Como ven, me he limitado a espigar un manojo
sin más pretensiones que el saborearlos esta mañana. ¿Para qué iba a entrar yo
hoy en análisis complejos? ¿Qué les podría decir, por ejemplo, yo a ustedes que
ustedes no supiesen acerca de las influencias del P. Anchieta de Pedro López de
Ayala, Alvaro de Villasandino, Jorge Manrique, Fray Íñigo de Mendoza, Fray
Ambrosio de Montesino o de Gil Vicente? Para qué les iba a aburrir hablando de
décimas o liras, de eptasílabos o endecasílabos, de rimas o de otros elementos
formales de su creación? ¿Para qué les iba a entretener hoy exponiéndoles los
ingredientes de un pastel si podíamos comer el pastel sencillamente?
No quiero, sin embargo, concluir si aludir a una cuestión subyacente y que no
puedo obviar, dado el título de mi intervención. Me refiero al hecho de que no
faltan quienes afirman que la poesía del P. Anchieta, justamente por su finalidad
misionera y catequética, no alcanza la calidad que podría haber alcanzado de no
estar marcada por esa característica. J. Mª Fornell recoge así la cuestión: «La
acusación más grave que se le ha hecho a la poesía de Anchieta y, en general, a
toda su obra literaria, es su subordinación a la catequesis, y, como consecuencia,
su inferior calidad artística. Bueno -escribe él con humor- me refiero al Brasil.
Aquí, ojalá hubiera tenido detractores».
Personalmente estimo que la poesía del P. Anchieta es la que es y la que tenía
que ser por su condición de misionero y catequista. Y, en cuanto a su calidad,
estimo que lo sorprendente es que, componiendo el P. Anchieta para gente
sencilla, con finalidad claramente didáctica y en las circunstancias en que lo
hizo, haya dejado tanta gracia y tanta inspiración en tantos poemas. En todo
caso, me quedo con el juicio del excelente poeta, D. Manuel Verdugo, quien en
uno de sus sonetos dedicados al ilustre lagunero, lo califica de «alto poeta»:
Aquel varón humilde llamado José Anchieta
tuvo en su cuerpo endeble un alma de titán.
No le atrajo el retiro estéril del asceta;
fue soldado de Cristo, heroico capitán.
En el Brasil remoto gastó su vida inquieta,
enfebrecida siempre de apostólico afán;
obró raros prodigios y fue un alto poeta.
(Por la fama del vate sus versos velarán...)
¿Y qué ha hecho La Laguna por hijo tan preclaro?
Después de cuatro siglos el olvido no es raro...
pero queda una deuda, una deuda de honor.
En contraste, la Iglesia, con su rito fastuoso,
subirá a los altares al isleño glorioso.
Menos mal, Tenerife, un santo es tu acreedor...
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¿Que ha hecho La Laguna por hijo tan preclaro?
La pregunta sigue siendo actual para la ciudad de La Laguna y para la misma
Iglesia diocesana.
Convengamos en que algo se está haciendo. Este mismo Congreso, por cuya
organización felicito a la Universidad de La Laguna así como al Excmo.
Ayuntamiento, es buena prueba de ello.
Por mi parte, como Obispo de esta querida diócesis, algo me corresponde hacer
y cuanto esté en mi mano me propongo hacerlo. Como muestra, quede aquí mi
humilde intervención y quede aquí reiterada mi gratitud a la Universidad de La
Laguna por su invitación.
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