El proyecto paramilitar en Colombia. Un país estructurado entre continuas violencias.1 Daniel Acevedo Gómez Resumen Qué papel ha jugado la violencia en la conformación de la sociedad colombiana y cómo alimentó la aparición del paramilitarismo es la pregunta de partida para el desarrollo de este artículo. Se parte de la premisa de reconocer que las múltiples manifestaciones de la violencia en Colombia tienen un origen tan antiguo como la historia de nuestra sociedad desde la colonia, a partir de las rupturas generadas en los diferentes ethos socioculturales confrontados y que hoy extienden las tensiones sociales, motivando la exclusión y la intolerancia política. Diferentes investigaciones sobre la violencia en Colombia alimentan estas líneas, pero hay un eje que la estructura teóricamente como lo es la propuesta de María Teresa Uribe de Hincapié y la cual se expondrá a través de este artículo. La violencia como estructurante, equilibradora y soporte del régimen. Para María Teresa Uribe de Hincapié (1995) la violencia ha jugado un papel determinante en la conformación de la sociedad colombiana, tomando como punto de partida la irrupción de un ethos sociocultural centrado en el imaginario católico y el hispanismo fundador de la comunidad cristiana que arrasó con los ethos propios de las comunidades afrodescendientes e indígenas, insertadas unas y asentadas otras en el territorio. Esta lucha por la imposición de conductas sociales, transformadas en su totalidad hacia una sociedad blanqueada, encontró otro escenario de disputa desde finales del siglo XVIII con los movimientos republicanos que presentaron nuevos proyectos de sociedad modernos y 1 Este trabajo es resultado de los estudios realizados durante el segundo semestre de 2010 en el curso de Sociología Política de Colombia III con la docente Marta Domínguez. Agradezco a ella por ser fuente de conocimiento y promotora de tantos aprendizajes, y a Juliana Martínez Londoño por acompañarme con sus observaciones. laicos en contravía del proyecto colonial pre-moderno y católico que dominó hegemónicamente por más de 200 años. (Uribe de Hincapié, 1995). Tres tesis que desarrolla la autora servirán de insumo para la comprensión de la pervivencia de la violencia en los diferentes ámbitos en que nos relacionamos –sean estos correspondientes a la esfera de lo público o de lo privado y lo íntimo– y que darán una explicación general a la aparición del fenómeno paramilitar en Colombia como proyecto político consolidado en todas las instancias de la sociedad: 1. […] la violencia omnipresente, difusa, polifacética, de larga duración y continuidad constituyó, hasta bien entrado el siglo XX, un eje estructurante del orden político […] (Uribe de Hincapié, 1995, 40). 2. En la segunda mitad de este siglo la violencia ha dejado de ser estructurante, pero continúa agudizando sensiblemente la turbulencia social, porque juega un papel central en las relaciones políticas en tanto mecanismo equilibrador de poderes profundamente asimétricos […] (Uribe de Hincapié, 1995, 40). 3. Por parte del Estado, la situación semipermanente de violencia, más que constituirse en un riesgo para la estabilidad del régimen y crear climas de ingobernabilidad, ha servido para diseñar estrategias de gobernabilidad con miras a garantizar la permanencia del sistema y ampliar la capacidad de maniobra de gobiernos que sucedieron al Frente Nacional (Uribe de Hincapié, 1995, 40). De esta manera nos acercamos a la discusión sobre el papel que la violencia ha jugado – en sus diferentes manifestaciones y acorde a determinados momentos y contextos de la historia nacional– en la estructuración del Estado, la conformación de las ideas de nación que tenemos y en la definición del país en el que vivimos. La violencia además, ha permitido perpetuar el régimen y a diferencia de los de otros países, no se ha visto alterado en sus bases, sino que ha sido en medio de ésta que se ha desenvuelto tanto en su política exterior como interna, en sus relaciones con otros países y con la ciudadanía del propio. Según Saúl Franco (2007), y para adentrarnos en el período en discusión –de la década de los ochenta del siglo XX en adelante–, la violencia actual de Colombia se desenvuelve con tres características particulares, muy diferentes éstas a las que podrían analizarse para el período conocido como La Violencia a mediados del siglo XX. La primera característica es la generalización, en donde la política, la economía, el deporte, la religión y la vida cotidiana han sido penetradas por las formas violentas de relación, haciendo que hoy en día es extraño que quien habite en el país esté ajeno a situaciones o acontecimientos violentos. La segunda es la complejidad creciente en donde la diversidad de factores y actores supera considerablemente episodios violentos de períodos anteriores; siendo la violencia alimentada por el entrecruzamiento de intereses frente al tráfico de armas y drogas, la relación entre violencia e impunidad, la rotación de actores entre distintos grupos y actores de la guerra, los circuitos de razones políticas y económicas –junto a pasiones acumuladas por siglos de intolerancia– las que alimentan las múltiples manifestaciones de la violencia. La tercera característica será la progresiva degradación desde una dimensión ética en donde las proporciones entre fines y medios no se discuten, en donde el secuestro, las extorsiones, violaciones, desplazamientos masivos a nivel de tragedia humanitaria, las masacres, el uso de armas no convencionales y el ataque a las misiones médicas, entre muchas otras acciones comunes, pasan a un nivel de tolerancia en la sociedad y carecen de todo filtro humanístico por los mismos grupos que las perpetran. Estas características particulares de la violencia en Colombia son alimentadas consiente e inconscientemente por los actores que la dinamizan, siendo así responsables todas las instancias y niveles de la sociedad colombiana, que se manifiesta a través de grupos subversivos, grupos paramilitares, Fuerzas Armadas, élites políticas y económicas, narcotraficantes, y una ciudadanía tolerante y cómplice en muchos casos de los réditos que otorga la violencia para la consecución de sus intereses particulares. En los años ochentas y noventas se entrecruzarán estas complicidades para alimentar uno de los períodos más violentos de la historia, medido por las tasas de homicidios en el país (Franco, 2007). 2 2 Según Saúl Franco (2007, 381), el proceso de construir un mapa de los homicidios en Colombia entre 1975 y 2001 permite dar cuenta del fenómeno de la violencia, sus actores, tendencias, población y departamentos más afectados, entre otros. Es así que identifica que hay un incremento lento de homicidios entre 1975 y 1985 para luego acelerarse a mitad de los ochenta y alcanzar los más altos niveles al comenzar los noventa. En 1991 se registró en el país el más alto número de homicidios: 28.284, cifra que no se ha repetido. Madeja de violencias en los ochentas, cada quien hala su extremo. Aunque este artículo pretende abordar la aparición del fenómeno paramilitar desde los años ochentas del siglo XX en Colombia y esbozar su desenvolvimiento y posicionamiento como proyecto político, se hace necesario tener en cuenta que para la época múltiples actores alimentaron el fuego cruzado, no sólo desde las violencias de la guerra sino desde las mismas que promueve el régimen y que se retroalimentan con las primeras. Para este caso, es importante retomar a Franco (2007) en su investigación sobre la violencia en Colombia, en donde establece un mapa de contextos, condiciones y procesos que explican no sólo el proyecto paramilitar sino la presencia de otros actores. Aunque sea repetitivo en los diferentes estudios sobre el paramilitarismo en Colombia se hace siempre necesario pasar por algunos sucesos importantes de la época que determinaron su aparición. Es así que, procurando no caer en eclecticismos, una lectura juiciosa sabrá entablar conexiones entre los sucesos a relatar a continuación. En los años setenta se empieza a abrir camino la marihuana en el mercado de las drogas en Colombia. Antes el país no había experimentado un dinamismo en el tráfico de estupefacientes como el registrado en esta década, en la que a causa de la política antidrogas del gobierno de los Estados Unidos en México y Jamaica para acabar con los cultivos de la yerba, ésta se desplazó hacia la costa atlántica colombiana encontrando no sólo salidas al mar y rutas adecuadas hacia el sur de La Florida en Estados Unidos, sino un clima idóneo en la Sierra Nevada de Santa Marta y en La Guajira para producir una de las más importantes variedades que conocieron en la época sus consumidores. Para 1975 la bonanza marimbera llegó a darle a Colombia el primer lugar como productor en el mundo, produciendo el 70% del total entre países productores y generando de contado la formación de pequeños carteles –en comparación con los que luego controlarán la cocaína– que establecerán disputas armadas y fomentarán la corrupción entre las autoridades locales. (Pardo Rueda, 2004). Para 1978, debido a las políticas antinarcóticos del gobierno, la marihuana disminuye notoriamente y el país pierde protagonismo en este campo a nivel mundial. Será unos años después, que las mismas rutas ahora controladas por capos del interior del país pasarán a ser las que sacaran toneladas de cocaína hacia todo el mundo, en especial hacia los Estados Unidos. Personajes como Gonzalo Rodríguez Gacha, conocido como El Mexicano, dinamizarán la producción de coca con apoyo de productores del Perú al punto de surtir a comienzos de los ochentas el 80% de la cocaína que se consumía en el país del norte. La formación de los carteles de las drogas se dieron en torno al mercado de la cocaína, y a diferencia de los pequeños traficantes marimberos de los setentas, con la coca se centralizó el negocio y pocos quedaron al mando, saliendo a flote personajes como Pablo Escobar, El Mexicano, la familia Ochoa, entre otros. Paralelo a este proceso de formación de los carteles, para los años ochentas las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el Ejército Popular de Liberación (EPL), el Movimiento M-19, entre otras, intentaban poner en jaque al Estado, y será en esta década en donde algunas de ellas tomarán más fuerza alimentadas por procesos de diálogo con los gobiernos que pondrán en la mesa las diferencias entre los poderes civiles y militares, siendo éstos últimos quienes adelantarían en varios casos el apoyo a la conformación de autodefensas en alianza con ganaderos y agricultores que venían siendo extorsionados por los insurgentes y que no compartían con el gobierno un proceso de paz mientras seguían siendo extorsionados. Para la conformación de las primeras autodefensas algunos ciudadanos se valieron de la Ley 48 de 1968 que permitía su creación, pero que sólo 10 años más tarde y en el gobierno de Julio César Turbay Ayala (1978 – 1982) se comenzarían a materializar. La primera experiencia de autodefensa con tintes de grupo paramilitar fue creada bajo el nombre de Muerte a Secuestradores (MAS), por fuera del amparo de esta ley, pues operó como grupo delincuencial al servicio del narcotráfico abiertamente a partir del secuestro por parte del M-19 a Marta Nieves, familiar de los Ochoa. Con el tiempo el MAS iría transformándose en un grupo delincuencial de corte paramilitar que no sólo entabló una guerra contra los secuestradores, sino que persiguió y eliminó sistemáticamente militantes y activistas de izquierda, así como políticos locales y nacionales, periodistas y demás personas que criticaran el accionar de los narcotraficantes y que promovieran su extradición a los Estados Unidos3 (Romero, 2007). 3 En los resultados que arrojan los estudios de Mauricio Romero (2007, 410) “Según el reporte oficial, el MAS se había convertido en un modelo no solo para combatir la delincuencia, sino también para enfrentar las diferentes manifestaciones del conflicto social y político. La investigación señaló que individuos vinculados directa o indirectamente con las Fuerzas Armadas estaban presuntamente vinculados al MAS, y En grupos como el MAS se formaron delincuentes de todas las tallas, entre ellos Fidel y Carlos Castaño, así como Ernesto Báez, quienes fueron entrenados en su época por militares de alto rango en servicio, especialmente del Batallón Bomboná en Puerto Berrío en el Magdalena Medio (Antioquia), región donde nace oficialmente el proyecto paramilitar que luego desembocará en las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá ACCU, que luego serán el núcleo central de las Autodefensas Unidas de Colombia AUC tras un proceso de posicionamiento al interior de la sociedad colombiana. Contextos explicativos de la violencia. Una posible traslación de conceptos puede hacerse entre las disputas de los ethos socioculturales planteados por María Teresa Uribe más arriba –para los siglos XVI y XVIII– y esta época en análisis. Es respecto a las tensiones surgidas a mediados de los años ochentas por la apertura democratizadora que se avecinaba –que no sólo comprendía los procesos de paz entablados por el gobierno con los grupos subversivos, sino que la misma elección popular de alcaldes y gobernadores que tomaría cuerpo a principios de la década siguiente– y la Asamblea Constituyente que daría con una nueva Constitución Política en 1991, las cuales pondrían en jaque muchos poderes regionales, constituidos casi al nivel de nuevos ethos socioculturales, en tanto se disputaban proyectos de país y correspondían a sectores específicos de la sociedad; así, el juego democrático se enfrentaba a los poderes acumulados y defendidos por medio de la violencia durante décadas, con hilos conductores que vienen desde el período de La Violencia de mediados de siglo XX. Para Alejandro Reyes, en un temprano estudio sobre el paramilitarismo publicado en 1991, Los movimientos de las élites regionales tienden a la violencia por mano propia cuando perciben que la tramitación democrática del conflicto alteraría sustancialmente las situaciones de privilegio institucional, derivadas de la estructura de propiedad y el control de los recursos comunes. El rechazo a la mencionó con nombre y apellidos a cincuenta y nueve militares en servicio activo con indicios serios de ser miembros de esa organización.” participación de las masas está inspirado en el temor a la pérdida de exclusividad de las élites en la toma de decisiones básicas. (2007, 355) María Teresa Uribe de Hincapié (1995) es muy acertada en esta discusión al plantear que así se hayan dado estas reformas institucionales y el régimen se haya vuelto más democrático y haya posibilitado que nuevos actores entraran al juego político, se mantuvo como telón de fondo un estado de guerra permanente que llevó incluso a moldear las políticas y los programas sociales en función de esa situación de guerra, ya no estructurante como se planteó al comienzo, sino equilibradora de los diferentes poderes que pugnan en Colombia. Es así que puede concluirse que la sociedad colombiana ha tomado su forma y su carácter a partir de la violencia que ha vivido desde iniciada la colonia. Una sociedad, que no conoce realmente qué es la paz, y que continúa en el círculo de violencias que median el conjunto de sus relaciones sociales, pues el ámbito de la política en altas esferas no es sólo el escenario de contienda donde se desenvuelve el uso de la fuerza para el cumplimiento de los fines propios, sino que en el ámbito de lo privado han sido asumidas las prácticas coercitivas que también determinan el papel de los sujetos, las relaciones de jerarquía, sumisión y la dominación, cruzadas por relaciones de género, etáreas y étnicas que van haciendo más estratificada la pirámide social y por lo tanto más inequitativa. Retomando el esquema de análisis de Saúl Franco, la violencia se desenvuelve para la época de análisis desde contextos explicativos que contienen así relaciones con coyunturas y problemas estructurales: el contexto explicativo político tiene como condición estructural la intolerancia en las relaciones sociales, alimentado de un proceso coyuntural para los años ochentas como fue el cambio en la concepción del Estado a uno de modelo neoliberal sumado a la agudización del conflicto político militar interno entre las guerrillas, el paramilitarismo, los narcotraficantes y el Estado. En lo relativo al contexto explicativo económico, la condición estructural de la inequidad en la distribución de la riqueza se alimenta del proceso coyuntural de lo narco en toda su dimensión y cadena de producción (procesamiento, tráfico y consumo de sustancias psicoactivas). En lo relativo al contexto cultural –uno de los escenarios más complejos y menos analizados– la impunidad sigue campeando como condición estructural, en donde tres aspectos se perfilan como fundamentales para su solución: la cuestión de los valores, la educación y los aspectos sicológicos. De este panorama han de salir soluciones a mediano y largo plazo que permitan ir dando salida a los problemas derivados de la violencia y, a su vez, a la violencia misma. Concebir otra sociedad, una que haya superado la marca dejada por más de quinientos años a causa de la imposición de un ethos sociocultural violento, sectario y excluyente podrían tardar los mismos años que se han padecido las frustraciones, o deberían tardar mucho menos si dimensionamos el papel que cada ciudadano y ciudadana tiene, tanto desde sus acciones en el mundo de lo público como de las que realice en el valioso y aún poco valorado mundo de lo privado. Bibliografía Franco, S. (2007). Momento y contexto de la violencia en Colombia. En G. Sánchez, & R. Peñaranda, Pasado y presente de la violencia en Colombia . Medellín: La Carreta. Pardo Rueda, R. (2004). La historia de las guerras. Bogotá: Ediciones B. Reyes Posada, A. (2007). Paramilitares en Colombia: contexto, aliados y consecuencias. En G. Sanchez, & R. Peñaranda, Pasado y presente de la violencia en Colombia . Medellín: La Carreta. Romero, M. (2007). Paramilitares, narcotráfico y contrainsurgencia: una experiencia para no repetir. En G. Sánchez, & R. Peñaranda, Pasado y presente de la violencia en Colombia . Medellín: La Carreta. Uribe de Hincapié, M. T. (1995). Crisis política y gobernabilidad en Colombia 1980 -1995. Estudios Políticos, 39-59.