Domingo XV ordinario, Ciclo B: “Enviados como profetas”

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Domingo XV ordinario, Ciclo B: “Enviados como profetas”: ¿Yo bautizado, profeta?
Escrito por Padre Domingo Reyes Fernández
Sábado, 11 de Julio de 2015 09:48
Mensaje de las lecturas· Primera lectura, Am. 7, 12-15: “Ve y profetiza a mi pueblo Israel”.·
Salmo: Sal.84, 9ab-10.11-12-13-14: “Muéstranos, Señor, tu misericordia…”
· Segunda lectura, Ef., 1, 3-14: “… vosotros, que habéis escuchado la palabra de la verdad…”
· Evangelio, Mc., 6, 7-13: “… llamó a las Doce, y los fue enviando de dos en dos, dándoles
autoridad…”
A todo bautizado, el Señor lo ha transformado en sacerdote, profeta y rey, como se afirma en la
liturgia bautismal. Por tanto, todo cristiano es también un profeta. Así dicho, sin más, a muchos
cristianos le puede resultar raro, extraño y posiblemente ajeno. ¿Yo, bautizado, profeta? Pues
sí, eso es así; somos tales por la fuerza transformadora del Espíritu que hemos recibido en el
bautismo. Y las lecturas de este domingo desentrañan la carga evangelizadora y testimonial que tal
realidad espiritual encierra y la necesidad de meditarla, gustarla, vivirla. Sólo hace falta que
cada uno se tome su tiempo; en profundidad, sin prisas, y con auténtica voluntad de descubrir
el profundo y rico significado que el término conlleva.
Ello ayudará a todo cristiano a descubrirse como Amós, enviado a profetizar, o como el
salmista, que suplica al Señor el mostrarle su misericordia, o tal vez como Pablo, predicador de
la verdad, formando parte de los apóstoles que Jesús envía de dos en dos.
El profeta bíblico –y también el cristiano– aparece en la Palabra de Dios como una persona que
tiene una experiencia profunda de Dios; es decir, ora, se comunica, dialoga con Dios desde su
condición de hijo apasionado por su Padre; le atraen, le embelesan y le enamoran su ratos a
solas con Dios. Y experimenta los momentos de la oración comunitaria como momentos
preciosos e insustituibles para afianzar su unión con el Dios de todos, y sintiéndose hermano
de todos; no los cambia por nada del mundo; espera y ansía tales momentos en medio de las
tareas del día, convirtiendo en plegaria cada momento de su existencia y cada tarea diaria, fácil
o difícil.
El Profeta –como el cristiano– sabe, entiende, es consciente, de que esa realidad que
experimentan interiormente debe transmitirla, testimoniarla, extenderla; se siente inundado por
la fuerza arrolladora de su experiencia espiritual, enviado, apóstol, misionero. Además de
saberlo, percibe en su interior el impulso irresistible a anunciar ese tesoro impagable
consistente en un amor cuya fuerza se le antoja inagotable y exigente; advierte que cuanto más
se entrega más se le exige; pero vive intensamente la necesidad de comunicarlo.
Por eso, la vida del profeta –del cristiano– se transforma irremisiblemente en anuncio y
denuncia: anuncia con ardor su experiencia espiritual de fe total en Dios y su prolongación en
amor al prójimo, y denuncia con audacia sublime de toda forma de egoísmo refinado, de
desprecio a los demás, despótico dominio sobre los otros, de la más abyecta insolidaridad, de
cualquier violencia de todo género y pelaje. De esta forma, el profeta –y el cristiano– asistido por Dios, con su fuerza y su gracia, sabe
afrontar desde su miedo y debilidad, situaciones de extremo dramatismo personal, arriesgando
permanentemente su seguridad personal, como consecuencia lógica de un proceso de fe viva
y confianza total en el Padre, que no cesa de exigirle el compromiso personal con certeza
inefable y siempre renovada. padre trinitario Domingo Reyes Fernández
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