escuchar a los profetas y profetizar

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ESCUCHAR A LOS PROFETAS Y PROFETIZAR
Domingo 14º Tiempo Ordinario-B / 05-07-2009
P. Jesús Álvarez ssp.
Al irse Jesús de la casa de Jairo, volvió a su tierra, Nazaret, y sus discípulos
se fueron con él. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga y
mucha gente lo escuchaba con estupor. Se preguntaban: “¿De dónde le
viene todo esto? ¿De dónde esta sabiduría, y cómo salen esos milagros de
sus manos? Si no es más que el carpintero, el hijo de María, hermano de
Santiago, de José, de Judas y Simón. Y sus hermanas ¿no están aquí entre
nosotros? Se extrañaban y no querían darle crédito. Jesús les dijo: “Un
profeta no es despreciado sino en su tierra, entre su parentela y en su
propia familia”. (Mc 6, 1-6).
Los habitantes de Nazaret creían
conocer bien a Jesús desde la
infancia: era un carpintero, sin
carrera, hijo de una vecina y un
vecino más. Por eso no podían
admitir que fuera un profeta capaz
de enseñarles algo nuevo. Y mucho
menos que pudiera ser el ProfetaMesías esperado, pues éste, según
la opinión más difundida entre el
pueblo, debería aparecer con gran
poder y majestad, para asumir
portentosamente el poder político y
religioso en el pueblo de Israel y
librarlo de la opresión romana.
Profeta, en el lenguaje bíblico,
no es tanto quien predice el
futuro, sino quien ve y valora
las cosas, los acontecimientos y
a las personas con los ojos de
Dios, y habla en nombre de é.
Tiene conciencia de que Dios lo
ha elegido para hablar y obrar
en su nombre, y que no puede
guardarse para sí el mensaje,
sino que debe difundirlo por
obediencia
a
Quien
se
lo
encargó.
El profeta choca con quienes se han
instalado en formas egoístas de
religiosidad y de vida, y cometen
injusticias, e incluso asesinatos,
como lo intentaron con Jesús los
vecinos
de
Nazaret
cuando
quisieron despeñarlo. Y como lo
hicieron
luego
quienes
lo
crucificaron; y cuantos, a lo largo
de la historia, han realizado
persecuciones, torturas, martirios
contra sus semejantes, en los que
Cristo sufre de nuevo el calvario.
No nos sumemos a quienes se
creen y dicen “muy católicos”,
que tienen imágenes, comulgan,
rezan el rosario, asisten a
procesiones, reuniones, ocupan
puestos eclesiales o sociales de
privilegio…; pero si se sienten
denunciados por el profeta, no
tratarán de mejorar, sino que lo
descalificarán
e
intentarán
acallarlo por todos los medios:
difamación, calumnia, cárcel,
muerte... Mas Dios saldrá a
favor
de
su
profeta,
devolviéndole la vida con la
resurrección, como a Cristo
Jesús,
el
Profeta
máximo,
mientras a los verdugos les
llegará la hora de la ruina.
¿Qué sucedería si alguien dijera a
ciertos
grupos
o
personajes
católicos: "Ustedes rezan, pero es
necesario
vivir
en
coherencia
cristiana, imitando a Cristo en la
familia, en el trabajo, en las
relaciones, en la universidad...?”
El
profeta está
en
riesgo
constante, pues debe denunciar
a quienes manipulan, alienan y
engañan a la gente limitada en
recursos
culturales
y
de
autodefensa. Y animar a ese
pueblo contra el engaño, a
luchar por una vida y una
sociedad más dignas, según los
valores humanos y cristianos.
Pero también hay falsos profetas.
¿Cómo distinguirlos? “Por sus obras
los conocerán”, nos dice Jesús. No
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por sus solas palabras, ideas, ritos
o apariencias.
Todo cristiano recibe en el
bautismo la vocación de profeta,
para realizarla con la vida, la
palabra y las obras. La religión
de sólo cumplimiento externo,
es un escándalo; y constituye el
mayor obstáculo para vivir la fe
y transmitirla; para vivir la
relación filial con Dios en
comunicación salvífica con los
hermanos.
La vida en unión con Cristo es la
voz más fuerte del profeta, pues en
esa unión refleja al mismo Cristo
que habla por él: “Quien está
unido a mí, produce mucho
fruto”. “Quien los escucha a
ustedes, a mi me escucha”.
Ezequiel 2, 2-5
Un espíritu entró en mí y me
hizo permanecer de pie, y yo
escuché al que me hablaba. Él me
dijo: “Hijo de hombre, Yo te envío a
los israelitas, a un pueblo de
rebeldes que se han rebelado
contra mí; ellos y sus padres se han
sublevado contra mí hasta el día de
hoy. Son hombres obstinados y de
corazón endurecido aquellos a los
que Yo te envío, para que les digas:
«Así habla el Señor». Y sea que
escuchen o se nieguen a hacerlo porque son un pueblo rebeldesabrán que hay un profeta en
medio de ellos”.
Los
humanos
tendemos
a
rebelarnos contra Dios, porque
deseamos disfrutar de sus dones
prescindiendo de él y de las
exigentes condiciones para llegar a
disfrutar de Dios mismo, con todos
sus dones, en el tiempo y en la
eternidad.
Si la Palabra de Dios no nos
conmueve, si no nos dice nada o
nos molesta, es señal de que la
ignoramos,
de
que
somos
rebeldes y sordos como los
israelitas. Pero si la escuchamos
con gusto y avidez, si nos
escuece
y
nos
dejamos
cuestionar por ella, si nos anima
y ayuda a mejorar, es buena
señal.
El verdadero profeta, evangelizador
o catequista, no va ni habla en
nombre propio, sino que es y se
siente enviado, y habla movido por
la fuerza del Espíritu: “No serán
ustedes los que hablen, sino que el
Espíritu Santo hablará por ustedes”.
Dios habla e interviene a través
de personas y de palabras
humanas. Nos conviene estar
atentos a esas palabras e
intervenciones, más frecuentes
de lo que pensamos. Y es muy
fácil buscar pretextos - las
deficiencias del enviado, por
ejemplo- para cerrarnos a la
palabra exigente y prometedora
de Dios.
Por otra parte, todo cristiano es un
enviado, un profeta entre sus
hermanos para hablarles de parte
de Dios e influir en sus vidas con la
palabra, el ejemplo, la oración, el
sufrimiento ofrecido… Negarse a
este envío, equivale a no escuchar
la Palabra de Dios y renunciar a ser
testigos de Cristo, a vivir como
cristiano.
2Cor 12, 7-10
Hermanos:
Para
que
la
grandeza de las revelaciones no me
envanezca,
tengo
una
espina
clavada en mi carne, un ángel de
Satanás que me hiere. Tres veces
pedí al Señor que me librara, pero
Él me respondió: «Te basta mi
gracia, porque mi poder triunfa en
la
debilidad».
Más
bien,
me
gloriaré de todo corazón en mi
debilidad, para que resida en mí el
poder de Cristo. Por eso, me
complazco en mis debilidades, en
los oprobios, en las privaciones, en
las
persecuciones
y
en
las
angustias soportadas por amor de
Cristo; porque cuando soy débil,
entonces soy fuerte.
Pablo ha sido descalificado por
algunos como apóstol y como
persona, a causa de su pobre
apariencia física, y ve en ello un
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peligro para la fe de los corintios.
Entonces revela los prodigios que
Dios ha realizado en él y por él, a
pesar
de
sus
debilidades,
enfermedad
y
lo
poco
que
humanamente es.
Pero en lugar de gloriarse de las
revelaciones
y
de
las
intervenciones de Dios en su
vida,
se
gloría
en
sus
debilidades y enfermedad, a
pesar de las cuales el poder de
Cristo se manifiesta en él y en
su predicación, revelando así la
fuerza de la cruz y de la
resurrección.
Quien conoce sus debilidades y
pecados, y el acoso del “ángel de
Satanás”,
se
afianza
en
la
humildad, que es verdad y hace
lugar al poder salvador de Cristo.
Pero quien está pagado de su saber
y
poder,
de
su
hacer
y
profesionalidad, no tiene espacio
para la omnipotencia salvadora de
Dios, cuyas obras se atribuye.
El sufrimiento, la calumnia y la
persecución no deben causar
desaliento y desesperanza para
el
cristiano,
para
el
evangelizador o el catequista,
sino ocasión y medio para dar
lugar a la fuerza salvadora de
Cristo resucitado.
P. Jesús Álvarez, ssp
“Un profeta no es despreciado sino en su tierra,
entre su parentela y en su propia familia”.
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