Moderna y antigua ingeniería - CICCP

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Moderna y antigua ingeniería,
¿un falso dilema?
JOSÉ LUIS GÓMEZ ORDÓÑEZ
Ingeniero de Caminos.
Catedrático de Urbanismo y Ordenación del Territorio
Universidad de Granada
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I Congreso de Ingeniería Civil, Territorio y Medio Ambiente
MODERNA Y ANTIGUA INGENIERÍA, ¿UN FALSO DILEMA?
Los grupos de discusión en que se ha estructurado este Congreso no deben
evitar que se lancen miradas cruzadas permanentes; porque sólo esta apertura de las salas en que se agrupan por separado especialistas sectoriales y generalistas, proyectistas, planificadores y gestores, científicos e ingenieros, sólo
esta superposición y amplificación de los ecos, de los métodos y conceptos de
los diferentes grupos, pueden producir un ruído que pueda catalogarse como la
música de la ingeniería de hoy.
Quiero afirmar también, al mismo tiempo, que debiéramos entender muy
bién cuales son las condiciones para que la transversalidad disciplinar suponga un vector renovador de una práctica; insistir en que el paradigma holista,
este que integra en el lenguaje de la ingeniería las grandes palabras, —territorio, paisaje y medio ambiente—, puede ser tanto fuente de progreso como disfraz retórico que enmascare actitudes anticuadas y regresivas.
Llevo muchos años en la Universidad y me ha preocupado siempre mucho
la emergencia de las nuevas titulaciones que brotan, entre alegatos de modernización, en el sotobosque de las antiguas, a las que tal emergencia reviste,
automáticamente, de un halo de senilidad que emite señales ambivalentes de
respetabilidad y de caducidad. Si la naturaleza del saber es, irrenunciablemente, crítica, y uno ha de ir cuidando su huerto, su oficio, su profesión, para
que dé frutos, adaptándolo a su clima y a su tiempo, limpiándolo de maleza y
de hojas y ramas muertas, causa extrañeza por qué los mecanismos de la poda
y de la hibridación, que surgen de la observación del crecimiento y de la evolución, son tan preteridos frente a la plantación de nuevas especies de moda .
Sin duda ello es así porque el mercado impone sus leyes a la inteligencia y
contra esto no cabe otra actitud que seguir luchando y batiéndose en retirada.
Así, en este congreso, hablamos en salas separadas de planes y de proyectos y también de urbanismo y territorio por una parte y de infrastructuras por
otra. Eso sí, en cada sala se recibe bién al nuevo invitado medioambiental: Cabría preguntarse entonces si hemos hecho previamente, en el campo de la ingeniería, el esfuerzo de armonizar, de ver en conjunto esas diferentes ramas
del árbol que se reflejan en estas salas. Si observamos la teoría y la práctica
de la ingeniería de los últimos cincuenta años vemos que, en realidad, los más
consistentes, casi los únicos planes veraces que se han dibujado sobre el territorio han sido los de infrastructuras y que, sin embargo, la ingeniería de las
infrastructuras sigue considerando sus propios planes y proyectos de manera
autista, sin atender, de manera suficiente, a las relaciones espaciales con que
sus trazados y sus localizaciones, tensionan el territorio. Vemos, también, que
proyectos y planes se derivan de métodos y teorías disociados, que habitan espacios de diferente escala y consideran espacios y tiempos bién diversos, que
cuentan con consensos y compromisos diferentes y gozan, por tanto, de credibilidad desigual; no se atiende a que, en nuestra época, hay acuerdo generali-
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zado sobre los préstamos necesarios, sobre la implicación mutua de planes y
proyectos.
Por tanto, si se reflexiona sobre la ingeniería, la primera patología que aparece no es la de su escasa preocupación por el medio ambiente sino la de una
desatención de su propio ambiente, de su coherencia interna, del medio que
entrelaza los valores, los instrumentos y los objetivos con los que esta práctica teórica se maneja y se confronta. En este descuido cabría incorporar a la
enseñanza a la que también dedica atención especial una sala del congreso;
esta inercia es imputable en mayor medida a la Universidad, a los profesores,
a la ingeniería, digamos, académica; ¿cómo podemos estar hoy enseñando la
ingeniería con un armazón curricular que viene, en lo esencial, de casi un siglo atrás?; y, además, ¿es que enseñar ingeniería puede ser algo diferente de
practicarla ó teorizarla?; ¿hay un posible territorio conceptual de la ingeniería
que no sea el de la ingeniería del territorio?
Y sin embargo, ahí están dentro de las escuelas las materias de urbanismo, de planificación territorial, como extraños advenedizos de dubitativo proceder, especialistas en plantear problemas más que en resolverlos, en un contexto académico de múltiples asignaturas y asignaturillas autónomas, de
seguridades y problemas bién conocidos y resueltos aunque, no pocas veces resulten mal planteados, irrelevantes o arcaicos.
Sostengo que hay cosas que arreglar, para el confort interior del hogar de
la ingeniería, en la cocina y en la sala de estar, prioritarias a la pintura de su
fachada; reclamo una presencia respetable en este hogar de la geografía y de
la historia, disciplinas, respectivamente, del tiempo en el espacio y del espacio
en el tiempo, y que ostentan una capacidad para renovar la ingeniería, anterior y prioritaria a la de la biología, la ecología o la teoría de sistemas. No
quiero decir con ello que el impulso ambiental sea negativo para la ingeniería;
sino que, siendo enormemente positivo el influjo de estas ciencias, como el que
han significado otras ciencias fundamentales como la matemática y la física,
su fusión con la ingeniería no será íntima y verdadera, no será fecunda y
alumbrará caminos de futuro, hasta que la ingeniería no haya recuperado su
conciencia histórica y su identidad geográfica.
1. De la conciencia histórica recibe la ingeniería el alma de la complejidad, el sentido de la red de relaciones en que cada problema y cada
situación está envuelto, su inagotable ambición..., características todas
ellas que pueden determinar un rasgo esencial de la ingeniería que denominaría multiplicidad. Descubriré que esta idea me ha venido sugerida por la lectura de Italo Calvino, y proviene de sus propuestas
para la literatura del próximo milenio, apareciéndome atractiva y consistente, seguramente, porque el valor de la multiplicidad es explicado
por Calvino a través de la obra de dos escritores ingenieros, Carlos
Emilio Gadda —el Joyce italiano— y Robert Musil, el más conspicuo
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novelista del siglo XX, para no pocos críticos. No me importa, a los efectos de esta ponencia, que el Musil al que nadie conoce como ingeniero
haya destacado como ingeniero de la lengua, (podríamos evocar, igualmente a nuestro Juan Benet y a su Región, ese territorio mental en el
que construye su obra literaria), porque no hablo de ingenieros que, a
la vez y anecdóticamente, son —y sobre todo— escritores, sino que hablo de un rasgo esencial de la ingeniería que estos escritores han podido reflejar en su construcción literaria.
Multiplicidad quiere decir soluciones parciales y diversas a situaciones que el río de la historia va planteando en su curso; lo que implica para la ingeniería el reto de la flexibilidad, la exigencia de capacidad mutacional, de una continua inventiva en el seno de una
memoria irrenunciable y esencial; la máquina de vapor, la combustión
interna, la electricidad..., han sido propulsores de la movilidad cuando
los canales que la han encauzado, los ferrocarriles, las autopistas y las
calles de cada época se han encadenado a lo largo del tiempo como propuestas de ingeniería en las que cabe tanto admirar los éxtasis innovadores como constatar las ocasiones en que domina la inercia al cambio y el anacronismo.
El código genético que permanece a lo largo de las mutaciones históricas es el que organiza la transformación de la energía en espacio,
la materia de la ingeniería, el que sitúa a sus artefactos en el espacio
y los confronta con su tiempo.
Si observamos la ingeniería hidráulica y sus ingenios sucesivos para
la captación y la distribución de agua, para su utilización energética,
para la navegación y/ó para el riego, igualmente registraremos el catálogo múltiple de teorías y prácticas adaptadas —no pocas veces también desencajadas— a su espacio y a su tiempo. Si el regeneracionismo
de la España sedienta constituye el marco que justifica la política de
obras hidráulicas de Lorenzo Pardo, hoy se tiene que confrontar la ingeniería hidráulica con un Estado estructurado en poderes regionales,
con un peso muy reducido de la agricultura en la economía, con una
ciencia ambiental que ha acumulado mucho conocimiento sobre el recurso agua y a la que la ingeniería sanitaria ha mirado mucho tiempo
con un inexplicable sentimiento de suficiencia, cuando no de superioridad, una nueva situación que naturalmente ha hecho que el PHN haya
sido machacado por una crítica demoledora; pero, no quepa duda de que
esta situación dibuja un marco de extraordinario futuro para las ingenierías hídricas, diversas y múltiples, para regiones húmedas y para
regiones secas, para territorios interiores y litorales, para el campo y
las ciudades.
Insistente verificación sobre la inexcusable conciencia histórica de
la ingeniería vendría de una mirada crítica y atenta a la construcción,
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a las estructuras, a las técnicas de la transformación material de los
lugares.
Lewis Mumford se mostraba preocupado en el primer cuarto del siglo XX respecto a una emergente desmesura de la técnica, a su desapego respecto a unos valores de equilibrio entre naturaleza y artificio
que, para él, habían dominado los sueños de construcción de un paisaje civilizado, tratando de recomponer el territorio sacudido por la primera industrialización del XIX. En clave diferente, el movimiento moderno, en los años 30 del s. XX, erigía un altar a la ingeniería, que
moldeaba el mundo desde el sabio manejo del hormigón y el acero. Después de la segunda gran guerra, cuando los problemas urgentes de la
reconstrucción europea dejan paso a una reflexión de futuro, la ingeniería de la construcción quizás no ha sabido situarse en el nuevo debate; en nuestras escuelas de ingeniería de caminos, canales y puertos
se puede preguntar en vano por ingenieros de estructuras posteriores a
Torroja; algunos llegan a reconocer la tensión reflexiva de Fernández
Casado, pero qué pocos nombres de ingenieros constructores ilustres,
en Europa y USA, de la segunda mitad del siglo XX, son conocidos por
nuestros escolares. Un motivo de reflexión, el de esta desmemoria, para
estimular el fortalecimiento de la identidad actual de esta ingeniería,
el que daría cuenta de sus continuidades y de sus cambios profundos.
Recientemente, uno de los maestros actuales de la ingeniería de estructuras, Jörg Schlaich, escribía un «alegato por la diversidad», estimulando al ingeniero hacia la adopción de un talante inventivo y atento a las circunstancias cambiantes de espacio y tiempo en que la
ingeniería se desenvuelve.
2. De su identidad geográfica cabría decir, para empezar, que causa
sorpresa su extravío en la ingeniería de hoy; es imposible encontrar un
solo artefacto de la ingeniería que no haya sido generado en relación al
emplazamiento. Y creo que, de la geografía en la que se inscribe recibe
la obra de ingeniería el carácter de su necesidad.
Un verso de Rilke que sirve a Eugenio Trías para indagar sobre «Lo
bello y lo siniestro» plantea que «lo bello es el comienzo de lo terrible
que todavía podemos soportar»; la sensibilidad romántica nos coloca
ante la infinitud y el riesgo de la naturaleza y la ingeniería moderna
adquiere, desde el final del XVIII, ese carácter heroico de superar grandes dificultades, de dominar la energía del torrente, de salvar el abismo con el puente, de ofrecer una plataforma segura ante el oleaje de la
tempestad. La ingeniería ayuda así a ensanchar el sentimiento de lo
bello desde la calma, la proporción y la mesura clásicas, desplazando el
comienzo de lo terrible, el límite de lo siniestro, mediante la conquista
de seguridad en territorios hostiles. La profundidad hay que esconderla en la superficie, el caos debe resplandecer —debe ser velado— tras
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I Congreso de Ingeniería Civil, Territorio y Medio Ambiente
el orden formal de la obra estética, (imágenes respectivamente de Hofmannsthal y Novalis), y esas tareas «tranquilizadoras» que transforman
lo inquietante oculto en confortable y segura apariencia, constituyen
una necesidad para el hombre, a cuya solución se aplica la ingeniería.
Parece que sea el drama romántico, con su desmesura, el que reviste
de carácter al artefacto de ingeniería pero puede constatarse que es
rasgo identitario esencial y permanente: la defensa, la seguridad, el
sentimiento de control y de dominio del territorio, constituyen necesidades primarias y básicas que fundan la ingeniería, desde las que se
convierten en necesarios el puerto que abriga las embarcaciones, el faro
que las orienta,el puente que salva el abismo profundo y que recompone la fractura de las dos orillas, el muro que defiende la ciudad ó el que
encauza las aguas de crecida de un río...
Dice V. Gregotti que la arquitectura del territorio —y yo lo reclamo
para la ingeniería— comienza en el punto donde se coloca una marca,
se amontonan unas piedras para que tal hito señale e identifique un
lugar, suponga una referencia que nos salve de la desorientación, de la
extrañeza, del sentimiento de extravío. El camino es a la vez una traza relacionando y dando continuidad a lugares y marcas distantes y un
puente continuo que atraviesa el espacio ignoto entre origen y destino.
La profundidad de los sentimientos de angustia y tranquilidad, de pérdida y familiaridad, que el hito y el camino evocan y modifican, es tan
grande como sencillo y aparente es el artefacto que los controla. Sencillez que pone a la ingeniería a un paso de la banalidad, del olvido de
la significación profunda de sus realizaciones; familiarizado con la travesía de los barrancos por seguros puentes, el hombre se hace poco a
poco insensible al abismo, a la fractura, al riesgo que, aunque dominado, subyace siempre.
Acontece, en efecto, con el ejercicio de la razón que perdemos conciencia de su vínculo con el misterio, con la irracionalidad y, sin embargo, en este vínculo radica el germen de la creatividad y de la necesidad.
Porque hay otra acepción de la palabra necesidad que me interesa
destacar y es la que se opone a capricho, a arbitrariedad, a indiferencia. Un artefacto de ingeniería ha de responder siempre a una necesariedad interna y esta condicion, satisfecha en su forma y en su función,
es la que le otorga riqueza de significados, la que armoniza razón y
misterio; aparece así ligada la ingeniería a la contribución —refuerzo,
evolución, modificación— a la identidad de los lugares y es la confrontación del proyecto con el espacio geográfico la que verifica esa necesidad, a la que se dá respuesta desde el buen emplazamiento del artefacto de ingeniería así como desde el proyecto de sus acertadas
dimensiones y de su forma y tipo razonables.
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3. Las consideraciones anteriores explican como la ingeniería puede ponerse al día desde un ejercicio autocrítico que, al examinar la multiplicidad de sus intervenciones —y el espectro que configura su superposición, sus relaciones— y su adecuacion a esa exigencia interna de
necesidad, afirme aquellas que resulten positivas y elimine de su catálogo de prácticas y de las teorías y métodos que las sustentan, las que
no superen esta evaluación. Esta selección hay que hacerla en las Universidades, en las revistas profesionales, en los congresos..., y de su rigor depende la capacidad de un oficio de ponerse al día y responder a
los retos de su época, siendo esta gimnasia crítica la que marca la buena forma de una profesión.
Ahora bién, los caminos del futuro no sólo los abre ese flujo de
prácticas profesionales convenientemente evaluado y depurado que
nos es legado en una sección del tiempo; ese flujo va a recibir, como
siempre lo ha estado haciendo, nuevos aportes provenientes de los
avances del conocimiento humano que nos orienta en nuestra habitación del planeta tierra. Las ciencias de la naturaleza, la moderna
ciencia ambiental —derivando de aquellos precedentes, depurados y
puestos al día, en una toma de conciencia sin precedentes de la escasez de los recursos y de la gravedad de su deterioro— están suponiendo efectivamente un caudaloso aporte al río de la ingeniería, que
tiene ante sí el reto de organizar esta afluencia; y tal organización va
a depender de aquella buena forma que evocábamos, del equilibrio y
la madurez del cauce que conduce aguas arriba el flujo de la ingeniería, de su vigor disciplinar: una ingeniería saneada incorporará nuevos caudales y acrecentará el suyo propio, enriqueciendo sus propios
recursos en calidad y cantidad; una ingeniería debilitada, zarandeada
por las prácticas del mercado y sin nervio intelectual, recogerá los
aportes experimentando fenómenos de profunda erosión, turbulencias
y cambio de naturaleza de sus aguas, alteraciones del equilibrio de su
lecho.
Debo señalar en este punto que la metáfora fluvial que evoco me
viene sugerida por la reciente relectura de un precioso libro de Eliseo
Réclus, Le ruisseau; en este libro de finales del XIX encontramos fundidos los saberes de su época, del geólogo, del geógrafo, del biólogo, del
científico y del historiador, desplegados sabiamente para explicar la diversidad y el entrelazamiento de fenómenos que se dán desde el nacimiento del torrente en la montaña hasta su desembocadura. Pero hay
una profunda unidad en todo el texto que viene de la pasión por el conocimiento, del impulso humanista y del amor a la naturaleza aplicados a la observación de un hecho geográfico; la observación de las ondas de la corriente que erosionan las riberas y se propagan lejos del
punto donde se originan es comparada analógicamente con la amplificación de las acciones del hombre sobre el espacio, en un lúcido antici-
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po de la conciencia sistémica y de la preocupación por las relaciones entre caos y orden en los sistemas dinámicos no lineales que han adquirido gran importancia en la ciencia moderna.
Réclus, sin duda uno de los impulsores de la planificación territorial,
trasciende las disciplinas, elabora un saber transversal desde una fundación muy sólida en una perspectiva particular, la del geógrafo, fecundada por unos valores que le dan vida y le distancian de esa gris neutralidad, de ese objetivo distanciamiento, supuesta gran virtud del
espíritu científico, de la que también se han alejado las concepciones holísticas de los grandes avances científicos del s. XX.
4. Debo detenerse, en el ámbito estricto de esta ponencia, en una somera
consideración de alguno de los rasgos de la ingeniería de hoy que resultan fortalecidos por las preocupaciones ambientalistas; encontraremos entre ellos grandes similitudes con los que han forjado la disciplina a lo largo del s. XX.
Desde la perspectiva territorial, algunos planificadores están hoy
promoviendo una evolución de sus prácticas en el sentido de enfatizar
la economía y el cuidado de los recursos naturales —el agua, el aire, el
suelo— que, proponen, debe caracterizar la planificación del territorio
de la misma manera que, en sus inicios, a mitad del XIX, estuvo marcada por su respuesta al fenómeno de la revolución industrial, por la
exigencia de promover un medio más sano y de procurar vivienda y movilidad a los trabajadores en el marco de los masivos procesos de urbanización.
Insistamos, una vez más, en que la economía fundamental del recurso suelo es la que se deriva de su aprovechamiento adecuado a través del emplazamiento preciso —en cuanto a localización, tamaño y
tipo— del artefacto de ingeniería necesario y de la valoración muy sensible de las relaciones que se establecen entre este lugar y otros puntos del espacio tanto próximos como distantes, a partir de la fundación
de la obra de ingeniería. Un adecuado trabajo cartográfico —tan olvidado por la ingeniería— es una parte esencial del proyecto para tal valoración.
Hoy, la movilidad y el saneamiento siguen siendo problemas importantes para la ingeniería y para los que se propone una nueva mirada ambientalista: el transporte público aparece hoy como una exigencia de las sociedades más avanzadas para ahorrar costes
ambientales en las ciudades —contaminación, accidentes, energía...— y
los modernos sistemas de alcantarillado se aprovechan de los recursos
informáticos para un control de las avenidas que minimice riesgos y
costos; la presencia del verde en las ciudades, de nuevos pavimentos
permeables, el incremento de la superficie privada libre de edificación
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que aminore los caudales de escorrentía... colaboran en esta economía
y desde ella son nuevamente reclamados.
Pero, ¿es suficiente, para el buén proyecto de la movilidad, esta preocupación por el confort y la economía ambiental?...¿no hay, previamente, que entender la movilidad como un resultado de la distribución
espacial de las actividades?; y, ¿no exige tal comprensión una consideración más abierta del sistema de transporte?. Un sistema abierto reclama también el drenaje urbano para escapar del ámbito de los problemas de la hidráulica de conductos.
Me preocupa, en efecto, que esta nueva y acreditada formulación de
los viejos problemas no afronte, a mi juicio, la exigencia de superación
de la sectorialidad y de su impregnación por los valores que constituyen exigencias imprescindibles para que la nueva ingeniería emerja vigorosamente. La consideración de valores y de objetivos propios exige
para la ingeniería una posición de suficiente autonomía e independencia (no puede sobrevivir largo tiempo una profesión cuyos valores son
impuestos desde fuera) y encuentra el momento de su despliegue en el
de la concepción de los proyectos, en la cuidadosa elaboración de alternativas; el proyecto de ingeniería resulta ser, en cambio, desafortunadamente, en no pocas ocasiones, un mero prólogo ó relato de una práctica constructiva ya codificada y resuelta al margen, sin necesidad del
proyecto. En este contexto aparecen los Análisis de Impacto Ambiental;
tengo la sensación de que con operaciones de maquillaje como constituyen, las más de las veces, tales A.I.A., no contribuímos a refundar
una ingeniería bién enraizada en el pasado y abierta al futuro y que
habrían de explorarse posibilidades más fértiles en el panorama de la
ciencia y la cultura modernas. Quizás el pensamiento ecológico nos proporcione alguna clave.
5. Efectivamente, una integración de la ingeniería en los ecosistemas que
atienda a una economía de la transformación de la naturaleza, puede
suponer un poderoso estímulo renovador proveniente de la moderna
ciencia ecológica, aquella que trata de envolver en redes sistémicas el
conjunto de los seres vivos y sus circunstancias de tiempo y lugar. Pero,
más que una transposicion de sus métodos se trataría de una implicación directa en sus modelos. Cuando la ecología dibuja la flecha del
tiempo en los ecosistemas mediante la evaluación de su tasa de renovación (aptitud para degradar energía y producir trabajo, capacidad
para acumular información) y el registro de la contracorriente de degradación de energía en que se basa la conservación y el aumento de
la organización de los seres vivos, cabría atribuir a los artefactos de ingeniería una condición de elementos añadidos a la biomasa en forma de
patrimonio cultural con relación a los que se tiene que medir la energía cambiada, el metabolismo cultural de los ecosistemas que los utili-
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zan. Una alta ratio de flujo de energía provocada por unidad de artefacto, significa un rejuvenecimiento del sistema natural, una promesa
de ulteriores potencias de reconstrucción, reproducción y crecimiento,
por tanto, la condición genuina de las infrastructuras.
Producir más con menos, ese ha sido siempre el objetivo minimalista de la ingeniería (a pesar de que el registro de sus récords, de sus
grandes obras maestras, tienda a la exaltación del colosalismo) al que
el lenguaje ecológico atribuye un significado renovado, En el entramado complejo de la vida, las ingenierías suponen causas débiles, elementos ligeros de relación, que se colocan en circuitos recurrentes reguladores, que, a pesar de su ligereza, pueden provocar cambios
sustanciales, radicales, en aquellos modelos robustos con los que se manejan los sistemas complejos y altamente jerarquizados.
Cabe, en este sentido, prestar una singular atención a aquellos lugares del territorio en los que se registra una mayor complejidad funcional y a los que la ingeniería de la movilidad otorga el acceso y la organización de los intercambios entre las diferentes velocidades y ritmos
de uso de la ciudad y del territorio.
Lugares que por ser los más intensa y diversamente usados, cualifican el territorio que es, en buena medida, reconocido en y desde ellos;
así como la arquitectura elabora para estos sitios imágenes de alta significación y simbolismo formal, la ingeniería debería adquirir una responsabilidad directa en que tal significación se reconozca también en
su eficiencia y en el confort de su utilización. La complejidad de los sistemas espaciales alcanza en estos lugares altos niveles de organización
y se acumula en ellos gran cantidad de información del sistema global:
si éste en su conjunto, acrecienta su entropía, es en estos lugares focales donde el subsistema de la organización espacial sobre el que la ingeniería trabaja, abriéndose a interacciones con el exterior —la consideración de sistemas abiertos, insistamos, es fundamental en el proceso
de proyecto— posibilita, desde un funcionamiento de alta organización,
una riqueza de posibilidades, un nivel de información que son rasgos
identitarios esenciales de los lugares, de los territorios.
Atención pués a los accesos y enlaces de las arterias de circulación,
a los aparcamientos, a las estaciones de intercambio modal, aeropuertos, puertos y estaciones de ferrocarril y de transporte público, a las
plazas y los parques, los grandes centros comerciales y terciarios contiguos a las autopistas, los estadios y lugares de aglomeración masiva.
Por ellos pasa el futuro de la ingeniería; como lo hizo la mejor ingeniería del pasado, como ha acontecido a lo largo del s. XX en el mundo
occidental y como puede acreditarse, en efecto, desde cualquier revista
técnica, entre los años 30 del s. XX y hoy, mostrando de manera recurrente estos temas, urgidos tanto por la modernización como por las
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destrucciones bélicas, fenómenos de los que España estuvo al margen.
En esos países las infrastructuras suponían una condición para la producción; para nosotros, hoy, suponen también una exigencia de cohesión interna y de homologación con el mundo en que económica, política y culturalmente estamos situados.
6. Cabe resumir, a manera de epílogo, alentando a los jóvenes ingenieros,
aquellos en cuyas manos está verdaderamente el futuro de la ingeniería, porque son los únicos que pueden captar el sentido de su época y
escrutar los compromisos del futuro, a que consideren, en la medida en
que puedan resultarles útiles, estas propuestas:
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La incorporación al lenguaje de la ingeniería de cuestiones concernientes a valores y objetivos. Adquirir una condición de mayor independencia respecto de la economía y la administración.
La consideración de sistemas abiertos y dinámicos en la definición de
los problemas y en la búsqueda de soluciones. La actitud sectorial,
correspondiente a la consideración de sistemas cerrados, ha dejado de
tener consistencia metodológica y científica. En la práctica de nuestra profesión, esta actitud sigue siendo, no obstante, hegemónica.
La exigencia de una permanente actitud innovadora que analice y
proyecte de manera muy sensible a la naturaleza de los lugares y de
su historia. Convertir el acto de proyectar, la actitud reflexiva sobre
los problemas, en el nervio central de la ingeniería.
La derivación de este talante creativo de un estudio y de un conocimiento profundos de la práctica de la ingeniería, que de manera crítica vaya desterrando la inercia y manteniendo el nervio intelectual
y científico.
La participación, plena de autoconfianza y ávida de nuevos estímulos, en la discusión de problemas junto a otras profesiones, otras visiones, otros saberes. Anulemos esa distancia autodestructiva en que
la ingeniería corre el riesgo de quedar aislada. Pero contribuya la ingeniería a esta discusión desde una identidad elaborada en la crítica
de su propio oficio. Sólo así podrá enriquecerse en ese mestizaje.
Abramos nuestras escuelas a nuevos planes de estudio, nuevos programas, a jóvenes ingenieros, a nuevas actitudes y experiencias. Los
ingenieros de Caminos del XIX estaban más atentos a lo que pasaba
en el mundo de lo que están buena parte de nuestros centros universitarios, que miran más al pasado que al futuro. Preocupa, y no
solo en España, que la ingeniería vuelva a ser mirada con interés por
los más jóvenes talentos que buscan los horizontes más creativos.
Granada, Navidad de 2001.
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