PARTICIPANTES Isabel Belmonte Sánchez Mª Pilar Cabellos de Oropesa Santos Mª Dolores Carreño Perona Francisca Carrillo Mengual María José Cascales Puertas Paola Gabriela Catota Acoser María Cava Aranda Ana Isabel Cruz Seoane Estrella Falcón Martín María García Amador Natalia Gómez Gambín Eva María Hernández Ibañez Anthony Ighedoda Rockson Cristina Jiménez Shaw Rosana Giménez Robles María Martínez Muñoz Encarna Pastor Salmerón Blas Pellicer Leal (guitarra) Hai Qiu Chen Josefa Sánchez Martínez Laureano Sánchez Román María Dolores Serra López Guadalupe Soza Crespo Rajaa Zguerdeh Centro de Educación de Adultos de Alcantarilla LECTURA POÉTICA GINÉS ANIORTE Centro Cultural “Infanta Elena” 23 de marzo 19.00 horas EL HUERTO DE MI PADRE El huerto está encendido de olivos y de rosas. La higuera luce la hermosura que la habita, y el níspero en sazón pende del cielo azul y huele. Hay parras y ciruelos, y pájaros que cantan y rompen el silencio de una tarde de luz. Mi padre está ocupado en antiguos afanes, y es el alma del huerto que hoy esplende colmado de sus frutos y sus flores. Ginés Aniorte (Murcia, 1.960). Ha publicado Poemas de amor, (Murcia, 1.980), Es tiempo de vivir, (Murcia, 1.986), Fragmentos, (Murcia, 1.987), Mientras dure el invierno, (El Bardo, Barcelona, 1.990), Veinticinco poemas, (Devenir, Madrid, 1.997), Adivinaciones, (Huerga y Fierro, Madrid, 2.000) y Cuanto quise decir (Renacimiento, Sevilla, 2004). Acaricia los árboles como a hijos, y mira, con ternura indecible, el delicado verde que esparce su fulgor sobre las hojas. Sus ojos reconocen, de cuanto brota, el nombre, y si su mano escarba entre la hierba, por dirigir hacia lo alto el talle de las plantas, se confunde su piel, y es tierra todo, y en el sutil contacto prende el fuego en las hondas raíces que nacen de su pies con ventura asombrosa. Vendrá un día en que el alma de mi padre ofrende al cielo su sabiduría, y la savia del huerto que anida en él, secreta y jubilosa. Ese día no habrá árbol ni flor capaz de redimirlo. Y el naranjo oloroso, la palmera, los pájaros que, entonces, habiten, silenciosos, la aflicción de una tarde cifrada en estos versos, todo se abismará en la sombra que guardan mis palabras, para así confundirse con la nada, que habrá de ser el cielo ya caído y reflejado en el espejo roto de su huerto apagado, sin señor y sin vida.