2012 - Año de la Familia propuesto para la iglesia en Uruguay La Familia, patrimonio de humanidad. (Adaptación de reflexiones hechas por Don Pascual Chávez en el año 2006 con motivo del Aguinaldo «Familia, cuna de la vida») EL TRABAJO PARA GANARSE EL PAN El trabajo es el medio concreto que tienen los padres para “dar vida”, día a día y gota a gota, a sus hijos, y para estar tranquilos y seguros de sí mismos. Los estudiosos se sienten literalmente “con el agua al cuello” cuando tienen que opinar a favor o en contra de la realidad de una familia en la que ambos padres tienen que trabajar fuera de la casa. Pero, atormentarse con sentimientos de culpa puede ser muy destructivo, para los padres y para los hijos. CUANDO LOS PADRES TRABAJAN... Cuando ambos padres tienen necesidad de trabajar, suelen tranquilizarse pensando que sus hijos comprenden el sacrificio que están haciendo por ellos. Y piensan que si no lo comprenden de inmediato, por lo menos lo comprenderán cuando hayan crecido. No está mal amar el trabajo, el nivel social y el dinero que se obtiene con él. Muchas madres que tienen que trabajar se sienten culpables porque privan a sus hijos de su presencia, y los dejan en manos de abuelos, familiares, empleadas, etc. Con este sentimiento de culpa, se corre el riesgo de malcriar a los hijos y se hace difícil ser severos y exigentes con ellos cuando hay que serlo. Por otra parte, hacer sentir que el trabajo pesa, empeora aún más el problema. Los padres tienen que hacer sentir a sus hijos que aman su trabajo y aprecian los beneficios que tiene para toda la familia. Pero tienen que transmitir siempre el mensaje de que los hijos son más importantes y más queridos que el trabajo. Puede parecer obvio, pero no lo es. El amor no es sólo un sentimiento que se lleva adentro, sino también algo que se da. Y con demasiada frecuencia, el trabajo absorbe la mayor parte de la atención y la entrega de los padres, que terminan dando a sus hijos las sobras, o descargando sobre ellos, más que sobre los jefes o los clientes, los nervios, la impaciencia y la apatía que provoca el cansancio. En buena parte, es una cuestión de tiempo, sobre todo si los padres trabajan la jornada entera. Son pocos los padres que son “ellos mismos” por la mañana, cuando se levantan corriendo contra el tiempo; o por la tarde, cuando durante el día no han hecho otra cosa que ejecutar órdenes. Pero, cuando llegan a casa, tienen que usar bien el tiempo que están con los hijos. No hay que inventar cosas raras. Basta prestarles atención y poner en el centro a los integrantes de la familia, y no al periódico o la televisión. EDUCAR AL TRABAJO COMO REALIZACIÓN PERSONAL Conviene recordar el viejo adagio: “Cuando el trabajo es un gusto, la vida es un gozo. Cuando el trabajo es un deber, la vida es una esclavitud”. Hay que enseñar esto a los hijos. No se trata de dar sermones o de hacer los cuentos del abuelo que trabajaba como minero, veinte horas por día, todos los días de la semana. Los padres tienen que enseñar a los hijos las actividades específicas de la casa, tienen que permitirles colaborar con ellos cuando cargan el lavaplatos, cuando pasan la aspiradora, cuando limpian el baño, cuando cambian el aceite del auto, o cuando cortan el pasto del jardín. Tienen que enseñarles cómo se hace y animarlos a probar. Es una enseñanza “sobre el terreno”. Ofreciendo a los hijos competencias para desarrollar trabajos diversos y dándoles confianza en sí mismos, los padres eliminan uno de los obstáculos más serios para la armonía familiar. Hoy día no es fácil tratar serenamente con los hijos el tema “trabajo”. La cuestión del dinero puede pasar inmediatamente al primer plano. En nuestro mundo, “tener trabajo” se ha hecho sinónimo de “tener un sueldo”. Lo que es justo. Pero también es justo no convertirlo en la razón primera de la vida. Aunque para muchos sea así. Hoy, también, la expresión “lugar de trabajo” está unida a ser un “hombre de éxito”, es decir, alguien que se supone rico. El mito del éxito es paralelo al de la riqueza, y los jóvenes piensan que es lo más importante de la vida, que la finalidad a perseguir es conquistar el mayor número posible de admiradores y seguidores... de cualquier forma o por cualquier medio. ¿Qué pensarán los jóvenes con padres normales, cuando están sometidos a un martilleo así sobre la apología del éxito? ¿Que sus padres no valen nada? ¿Que no deben ser “gran cosa”, porque nadie está extasiado frente a ellos? Indudablemente, es una situación desagradable. Y a esto hay que agregar que esos mismos padres, que parecen tener poco valor para los hijos, son quienes los impulsan a empeñarse para “abrirse camino” y “llegar a ser alguien” en la vida. Por qué no lo hicieron ellos antes, podrían preguntarse los hijos... Todo esto hace difícil educar a los hijos en la “laboriosidad”, una virtud que hoy está fuera de moda, pero que ocupa un lugar importantísimo en la pedagogía de Don Bosco, y que los padres pueden “implantar” razonablemente en sus hijos. La laboriosidad nace de la creatividad y de la decisión de enfrentar la realidad; se nutre con la fortaleza, la responsabilidad, la perseverancia y el sentido del deber; exige paciencia, atención y aprendizaje. Los niños y jóvenes tienen semillas de capacidad, ingenio, habilidad e intuiciones que, para germinar y crecer, necesitan motivaciones verdaderas -que no pueden reducirse sólo a la ganancia o al éxito- y disciplina. Para eso, necesitan buenos maestros y buenos padres. ¿Qué es lo más valioso que has aprendido de la vida de trabajadores de tus padres? ¿Cómo vives en lo cotidiano la virtud de la “laboriosidad”?