“El caminante sobre el mar de asfalto” Inspirado en Friedrich Dieron las ocho de la mañana en el reloj del salón y en su casa no se oía más que el silencio acompañado del eco de los continuos y agresivos ruidos que provenían de la calle. Desde su ventana los caminantes eran sombras que parecían tener un rumbo fijo, pero sin llegar nunca a ningún lado. Caras sin expresión. Un gato aturdido y esquelético huía de los niños en un desesperado ataque de pánico. Al menos a él se le apreciaba una mirada real y asustada, quizá más humana que las que le rodeaban. Casi nadie se paraba. Como mucho algún que otro avergonzado choque entre transeúntes con cara de teléfono. El observador apreciaba cómo las nubes se dispersaban lentamente reflejadas en el oscuro asfalto. Le gustaba la lluvia. El negro se volvía luz y reflejaba la inmensidad en movimiento. Esa imagen le traía a la memoria al protagonista de la novela que estaba leyendo. Decidió retomarla donde la había dejado. El viajero había comenzado a ascender por las picudas y oscuras rocas de aquel indescriptible lugar de La Suiza sajona. Después de un largo camino de bellísimos paisajes y algún que otro tropezón, ayudado de su bastón, por fin dio el paso definitivo y posó su pierna izquierda casi en la roca más alta de aquella vista infinita. Miró al horizonte que partía difuminadamente el mar de nubes blancas y grises y el cielo ceniciento con un toque púrpura que dibujaba el sol tímidamente desde su cuna. Su pelo, rojo y agitado, bailaba con el viento y se olvidaba de normas de compostura. Miraba las nubes, provocador, casi no parecía que fuesen un reflejo del cielo. Los coches perdían su forma simétrica para convertirse en pura naturaleza desafiante e irregular. Sus humos enfermos convertidos en niebla. Los altos rascacielos en los que mataba las horas día a día eran ya piedra llena de vida. Las personas eran tan pequeñas que ni siquiera parecían moverse desde aquella altura. Ya no notaba la prisa ni la falta de tiempo y de reflexión que le llevaba a tener una vida incompleta. Respiraba pureza. En lo alto de aquella montaña únicamente pensaba. Estaba solo en aquel lugar, infinitamente solo. ITSASO FLORES DEPARDIEU