8. Pastoral en contextos de cuarto mundo: cristificar a las

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8. Pastoral en contextos
de cuarto mundo:
cristificar a las criaturas
Toni Catalá, SJ
Centro Arrupe Valencia
Resumen:
A través de una serie de apartados, el artículo profundiza en la Buena Noticia en
los contextos del “cuarto mundo” (la pobreza en el primer mundo) descubriendo
que son contextos no creyentes en los que ha habido una fractura de la simbólica
cristiana; que esta fractura lejos de provocar el bloqueo y el lamento, nos tienen
que remitir a lo fundamental: que son criaturas de Dios, y ayudarnos a revisar nuestro modo de estar en la vida; plantea que antes de transmitir la Palabra en realidades en las que no cabe, hemos de plantearnos y cuestionarnos qué nos dice a nosotros el Evangelio, no a ellos. Evangelizar, no es sólo hacer cristianos sino cuidar a
las criaturas y aliviarles el dolor desde la compasión gratuita, cristificar a las criaturas
es que empiecen a percibir que son importantes, sólo desde el desinterés y gratuidad se puede evangelizar y generar espacios de Buena Noticia. Nosotros no somos
ellos, excluidos, hemos de partir de un respeto profundo al otro para no arrebatarle lo poco que les queda: la dignidad de Hijos del Padre.
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Palabras clave: Contextos no creyentes, Buena Noticia, Evangelizar, Compasión
Gratuita. Cristificar, Dignidad, Pastoral.
Abstract:
Divided into several sections, the paper explores Good News in the contexts of
the “fourth world” (first-world poverty), discovering that they are contexts of nonbelievers where Christian symbolism has become fractured; that this fracture, far
from causing blockage and lament, brings us to the core issue: that they are God’s
creatures, and help us to review the way we live. The paper argues that before
transmitting the Word is in situations where there is no place for it, we must consider and question what the Gospels tell us, not them. Spreading the Gospel is not
just about making Christians of people but about caring for God’s creatures and
relieving their pain from Free Compassion, Christifying people means they begin to
realise that they are important. The Gospel can be spread and Good News spaces
can be created only from disinterest with no charge. We are not them, the excluded ones; we must begin with deep respect for others in order not to strip them
of the little they have left: the dignity of the Father’s children.
Key words: Non-believer contexts, Good News, Evangelisation, Free compassion,
Christification, Dignity, Pastoral work.
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1. Contextos no creyentes
Hace unos años, en contextos educativos de menores en situación de marginación, ya se constataba la ruptura de la simbólica cristiana. Los padres habían dejado de ser trasmisores de la fe, en el sentido de que ya no incorporaban a sus hijos
a un ámbito de tradición creyente. Los desarraigos provocados por la emigración
forzosa, y malograda en la nueva ubicación, suponían rupturas personales y pérdidas de sentido. La ruptura con un sistema de creencias y su simbólica generaba
nuevas percepciones y ubicaciones en el mundo de la vida que no pasaban ya por
lo cristiano y lo religioso, sólo algunas abuelas lo seguían haciendo porque tenían
referencias vividas a contextos de tradición cristiana en sus respectivos pueblos de
origen.
Querer evangelizar en un mundo tan resistente era causa de tensión y de
frustración. Daba la impresión que si los chavales no "entraban” en el ámbito de la
celebración y la incorporación a la comunidad cristiana, el trabajo educativo carecía
de sentido o, por lo menos, de pleno sentido. Veamos unos cuantos rasgos de esta
situación, que en verdad llevaban a la imposibilidad de evangelizar en el sentido
corriente de la expresión.
Recuerdo cuando Adolfo me decía: “Toni, en el colegio donde estaba antes
los curas estaban locos, ¿sabes lo que hacían?: por la noche paseaban con una cuerdecita con bolitas hablando solos y cuando se aburrían se iban a dormir”. Cuando
lo contaba a compañeros y compañeras de trabajo la respuesta normal era: “¡Qué
ocurrencias tiene Adolfo, qué gracioso es!”. Para mí, era un indicador claro de lo que
se nos venía encima, de nuestra cultura: que la ruptura en la trasmisión de toda una
simbólica cristiana estaba a las puertas. Se estaba abriendo una fisura muy grande y
de consecuencias insospechadas.
Tomás, un chaval apaleado por la vida y con conductas de las llamadas para
delincuentes, me viene un día llorando auténticamente compungido. Yo creía que
algo gordo había pasado en su familia o que se encontraba en una situación de
conflicto sin salida. Cuando consigo serenarlo, me dice que se había enterado que
me quería “meter a cura”, y pedía por favor que no me metiera (llevaba yo quince
años de jesuita y tres viviendo con él en el mismo centro), por lo que más quisiera
que no me metiera cura. Es evidente que lo que Tomás me estaba diciendo es:
Si te metes cura, te pierdo”.
Francisco era un chaval que había vivido con su familia en una cueva durante
catorce años, con una bondad como pocas veces he encontrado en una criatura,
que se le abría el mundo cuando a esa edad empezaba a leer y a escribir. Un día,
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me dice con un cierto apuro: “Lo que no entiendo, Toni, es por qué tienes en tu
habitación a un señor desnudo clavado en una madera; ¿quieres que te haga un
dibujo más bonito y lo pones?”. Sin comentarios.
Lolo y Belo, después de convivir juntos en el mismo piso en el barrio, se
empiezan a hacer cristianos; después volveré sobre qué quiere decir “empiezan a
ser cristianos”. Un miércoles santo, me dicen que quieren ir a una Pascua porque
eso de Jesús les va; también me dicen que no quieren ir a la que yo voy a celebrar
con “pijos y pijas” (sic), quieren ir a otra más de su rollo. Se me ocurre una idea feliz
(¿?), y les digo que en el barrio de al lado hay una comunidad que celebra la Pascua
más comunitariamente y, además, conocen a algunos amigos y amigas míos que han
venido por el piso (eso de un jesuita viviendo en un piso, en el barrio y con chavales
“marginados”, siempre resultaba un tanto exótico, hasta el día que ellos pintaron a
la puerta: “Esto no es un zoológico, gracias por las visitas”).
Y allí se fueron a celebrar la Pascua. El jueves santo por la noche me dicen
que no vuelven, que aquello no es para ellos, que los llenaron de besos al llegar, que
en la paz los volvieron a llenar de besos y abrazos, que se pusieron todos a “largar”
después del evangelio y que se hacía interminable tanto rollo… Parece ser que esa
simbólica celebrativa tan de “empaste afectivo” no sólo no les decía sino que les
echó para atrás.
Son muchas las historias que podría seguir narrando, historias que llevan a
plantearse qué es eso de evangelizar y hacer pastoral, y por supuesto no sólo en un
ambiente marginal, en una cultura en la que se ha dado una fractura de la simbólica
cristiana para casi toda la gente joven y no tan joven.
2. Más allá de las anécdotas
Cuando se da una fractura simbólica, los seguidores y seguidoras de Jesús
tenemos que caer en la cuenta que vivimos un auténtico tiempo de Gracia, que
hoy sigue siendo tiempo de Salvación. Cuando se dan estas fracturas, muchos seguidores y seguidoras del señor Jesús ven lo contrario: en un mundo roto y sin
salida, parece que al desaparecer las simbólicas en que se expresaba lo cristiano ha
desaparecido todo, cuando lo que no ha desaparecido es lo más importante: las
criaturas de Dios. Lo que pasa, es que aparecen con una mayor desnudez y con más
indefensión ante los ídolos invasores de nuestra cultura, aparecen como más rotas
y por eso como más necesitadas de compasión.
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Esta percepción de la realidad fracturada provoca la tendencia al abandono
y al bloqueo y entonces o se abandona o lo que es peor: se entra en dinámicas de
lamento persistente y mortecino. No hay cosa más deprimente, que percibir en
personas que dicen que siguen al Jesús de la Buena Noticia, fustigar continuamente
al mundo desolado. El seguidor y la seguidora de Jesús son aquéllos que saben que
donde hay hombres y mujeres hay criaturas de Dios, y donde hay criaturas de Dios
siempre hay tarea y no cabe la desolación.
Vivimos un tiempo que nos pide una depuración fundamental. Se trata de
depurar una pretensión inconsciente y muy arraigada, que se da en aquellos que
queremos generar ámbitos de Buena Noticia, para que nuestra gente pueda conocer a Jesús de Nazaret y al Dios que invocó como ¡Abba!: la pretensión de que
nosotros portamos a las espaldas, o en nuestro interior, a Dios, a Jesús, el Evangelio,
la Salvación… para llevarlo y entregarlo a los demás. Lo de Dios y su Buena Noticia
no es “un producto a colocar”, sino lo que radicalmente nos descoloca ante los
ídolos y diosecillos que en nuestra cultura nos dicen qué es lo correcto.
Nos cargamos con la pretensión, que lleva al engreimiento, de creer que
Dios y su Buena Noticia, la “Buena Noticia de Dios” que anuncia Jesús (Mc 1,14),
dependen últimamente de nosotros. No acabamos de estar persuadidos de que
nuestra fe es vivir en el ámbito del Viviente, que su Espíritu se nos ha dado y que
en este mundo nuestro, no en otro, aunque sigue “gimiendo con dolores de parto”
(Rom 8), ya se nos está anticipando el don definitivo del Dios de la misericordia
y de la ternura, que nos hace posible vivir como criaturas arraigadas y agraciadas,
viviendo compasivamente con las otras criaturas.
Esta pretensión supone una confusión de planos, tremenda y de consecuencias nefastas: confundir el generar ámbitos en los que emerja la Buena Noticia,
que es siempre un don, con la transmisión de la Buena Noticia como transmisión
de conceptos, doctrinas, símbolos… que necesitan ser traducidos. En el momento
que hemos de traducir simbólicas, algo empieza a fallar. No se trata de precipitarse
en traducciones sino en dejarnos interpretar una vez más por la Buena Noticia.
Esta confusión es bastante nefasta por las tensiones y agobios que conlleva;
es inhumano creer que el Creador depende de la criatura y el Padre de los hijos,
cuando es precisamente el Espíritu del Padre y del Hijo –en el que nos movemos,
existimos y somos– el que nos hace sensibles a interpretar nuestra existencia para
que suene a Buena Noticia. Es nuestro modo de estar en la vida, el que urge revisar para que todo él sea música de Buena Noticia en un mundo tan ruidoso y tan
saturado de todo.
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3. Dejarse interpretar por la Palabra
para que el Evangelio siga siendo
Buena Noticia
Vivimos un tiempo de Gracia, porque es un tiempo privilegiado para volvernos a situar en la raíz de la Buena Noticia de Jesús. Cuando nos resituamos,
caemos en la cuenta de que urge liberarnos de toda precipitación en la trasmisión
de la Buena Noticia; más que de una urgencia por la trasmisión, se trata de volver
a dejarnos no sólo interpelar sino interpretar por el Evangelio. En una cultura tan
funcionalista, parece que lo urgente es la técnica pastoral, los materiales que solucionen la convivencia y la clase…
No podemos olvidar el momento de verdad que tiene una de las dimensiones del planteamiento teológico de Bultmann, y que consiste en que la Palabra de
Salvación interprete nuestra existencia antes de precipitarnos en querer trasmitirla.
Nuestra tarea como educadores en ambientes marginales fue precisamente ésta:
ante una realidad en la que no cabe la Palabra explícita, porque se está en otro
código cultural, plantearnos, cuestionarnos qué nos dice el evangelio a nosotros,
no a ellos; cómo interpreta nuestra existencia, nuestra ubicación en la vida, nuestra
misión evangelizadora.
Sólo en la medida en que nos situamos así, se descubren unas dimensiones
evangélicas sorprendentes; dimensiones que, cuando se está con excesiva preocupación en la tarea de cómo transmitir, se nos puede escapar el qué trasmitir, y lo
que tenemos que trasmitir vuelven a ser contenidos doctrinales y éticos que no
necesariamente llevan a un ámbito de Buena Noticia.
Hace unos años, en un momento de cambio de paradigma teológico (crisis
de la teología liberal), estas cuestiones se plantearon y siempre podemos aprender
de ellas. El diálogo entre R. Bultmann y K. Barth es orientativo para no precipitarnos
en querer trasmitir lo que no siempre tenemos claro vitalmente. El recibir la Palabra
del Evangelio como Palabra de salvación existencial no supone instrumentalizarla,
no es un puro asunto de trasmitir traduciendo, se trata de algo más hondo. Da la
impresión que, urgidos por la evidencia sangrante de la injusticia de este mundo,
estamos otra vez reduciendo el Evangelio a un mero soporte ético y no dejamos
que aflore la dimensión sanante del Dios de la misericordia y de la ternura que nos
revela el compasivo.
La traducción no consiste en cómo hacer accesible la palabra a los oyentes para que la entiendan en la predicación dominical, decía Bultmann, sino que
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supone un momento previo fundamental y fundante: el que la Palabra interpreta
hondamente nuestra existencia. Este aspecto de la existencia cristiana es uno de los
descubrimientos que siempre hemos de agradecer a Bultmann.
La aportación de Bultmann –“creer es comprender”– es fundamental. No se
trata de un comprender racional o puramente intelectual, se trata de comprerderme delante de la Palabra que me llega y que me pone en crisis, me juzga, me desenmascara. Palabra de la Cruz que pone en cuestión la propia afirmación orgullosa
de mi existencia.
Éste es, para Bultmann, el momento de verdad que sigue estando vigente
en una cultura como la nuestra –de instrumentalización y de funcionalización de
todo– y, por lo tanto, en el cristianismo. El “interés” fundamental del estudiante de
teología, del catequista, del pastoralista y del agente de pastoral da la impresión que
sigue siendo cómo la palabra que se escucha, la Buena Noticia de Jesucristo muerto
y Resucitado, ha de contarse en la catequesis o en la homilía del domingo. Sigue
Bultmann en el diálogo con Barth: “Todavía si se entendiera ‘el trabajo de traducción’ como aplicación práctica, pero tal como la entiendo se realiza juntamente con
la comprensión del mensaje. La traducción no responde a la pregunta: ‘¿cómo se
lo digo a mi hijo?’ sino que está en cuestión: ‘¿qué me digo a mí mismo?’, o todavía:
‘¿cómo oigo yo mismo?’ Puedo entender solamente el Nuevo Testamento como
una Palabra que me sale al encuentro, si la entiendo como dicha a mi existencia, y
al entenderla la traduzco”.
Se trata de dejarse “interpretar” por la Palabra. El oír la palabra, que me sale
al encuentro en el Kerigma, no es solamente un asunto de “interpelación” para el
compromiso práctico cristiano; se trata de percibir la liberación de la angustia y de
la frustración, a la que estamos abocados porque el Dios de Jesucristo nos abre al
futuro de una vida agraciada.
No se trata de un ejercicio de traducción, exterior a mí; de una palabra que
me llega, pero que no me atañe existencial y vitalmente. No puede haber ya un
lenguaje de trasmisión de la fe que no sea implicativo: si el que quiere evangelizar
no se implica vitalmente en sus afirmaciones y no es capaz de narrar su historia a
vueltas con la Buena Noticia, su palabra será totalmente irrelevante en una cultura
saturada de mensajes; sólo lo que tiene el sabor de lo vivido implica al oyente.
Hoy, en la pastoral, es necesario recuperar esa dimensión para sacar adelante la posibilidad de que el Evangelio aparezca como portador de Vida en nuestra
cultura. En un mundo que cobra “intereses” por todo y lleno de personas “interesadas”, es necesario descubrir la gratuidad como dimensión fundante de la
evangelización.
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No hay modo de entender la Buena Noticia de Jesús, si no es desde la
gratuidad; toda la vida de Jesús consistió en desenmascarar la relación interesada
con la divinidad; el fariseísmo no es gratuito porque continuamente está diciendo
a Dios cómo tiene que corresponder al “buen comportamiento” del fariseo. Dios
es aquél que puede hacer con lo suyo lo que quiera (parábola de los viñadores de
Mt 20); nosotros no obligamos a Dios: nos amó primero, por pura gracia, cuando
éramos pecadores.
4. Una palabra sobre la gratuidad
Cuando tenemos “interés” por algo, en nuestro caso tenemos “interés” por
evangelizar, tenemos que andar con mucho cuidado. Interés y gratuidad pueden
entrar en colisión. Los intereses pueden enmascarar muchas cosas: supervivencia
institucional, clientelismo que no me lleve a quedarme sin trabajo, resultados que
presentar ante cualquier instancia que legitime mi trabajo… En cambio, la gratuidad
siempre tiene presente al otro/Otro en su propia identidad y misterio inefable.
Para configurar nuestra vida desde la gratuidad es necesario ser personas
apasionadas por Jesús de Nazaret y su Buena Noticia, y dejar que él nos configure,
que nos contagie sus propios sentimientos.
Vamos a ver, pues, cómo no es posible entender la Buena Noticia sino desde
la total y radical gratuidad.
Jesús percibe al Dios de Israel en su cercanía, no necesita pasar por las instituciones –que cosifican a Dios como legitimador de un orden (ley) – y regulador de
los mecanismos de expiación de la culpa –que provoca la infracción de dicho orden
perdonando o anatematizando (templo)–. Jesús percibe al Dios de los padres de
Israel como Padre y Creador.
Esta cercanía inmediata no supone en Jesús una ausencia de radical alteridad
con el Dios de su pueblo, para Jesús es el Padre “del cielo”. La cercanía que Jesús
siente es una cercanía fundante de su propia existencia, y su propia vida queda
configurada desde el Padre, desde la voluntad amorosa del Padre; y, por estar su
vida fundada en el amor, Jesús no utiliza a Dios en su propio provecho, sino que vive
compasivamente desde Él.
La relación de Jesús con Dios, en el contexto del judaísmo del siglo I, es la negación de las mediaciones institucionales de la ley y del templo. Esta relación no supone la manipulación de la divinidad, ni pérdida de identidad propia. Jesús no queda
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fusionado y absorbido por la divinidad, sino que encuentra en Ella su consistencia
y la de las criaturas. La inmediatez se entiende en cuanto cambia radicalmente las
mediaciones de acceso a Dios; ya no son instancias exteriores a las criaturas.
Al convertir las criaturas en mediación y ser criaturas “de Dios”, la mediación
termina en ellas. No hay equivalencia e intercambiabilidad entre mediación leytemplo y la mediación criatura. La criatura ya no es una alternativa de mediación a
la ley y al templo. No se cambia la criatura por la ley y el templo; sería cosificar a la
criatura para convertirla en un “pretexto” para estar a bien con Dios, sino que la
criatura se convierte en fin: “a mí me lo hicisteis” (Mt 25).
El intercambio sería aterrador: las criaturas de Dios convertidas en moneda
de cambio para la salvación de aquellos que siempre necesitan acumular méritos
ante un dios que no es gratuidad sino el gran mercader, el gran contable legitimador
de tanto destrozo histórico pasado y presente.
En nuestra evangelización, hay que tomar en serio a las criaturas que tenemos delante, son criaturas de Dios, no las hacemos nosotros criaturas de Dios.
Sigue funcionando una deficiente antropología teológica que, en el fondo, está persuadida que criaturas de Dios de verdad, hijos e hijas de Dios de verdad, sólo son
verdaderamente aquéllas que entran en el ámbito cristiano.
Hace falta una mirada muy limpia para ver que, antes que posibles cristianos
y cristianas, lo que tenemos delante son ya criaturas del Dios que nos revela Jesús
como Padre y Creador. Las prácticas que esta mirada genera son impresionantes,
porque evangelizar no es sólo hacer cristianos y cristianas sino cuidar a las criaturas
y aliviarlas desde la compasión gratuita; cuando las criaturas perciben esto, muchas
empiezan a “hacerse cristianas”. Cristificar a las criaturas, más que cristianizar, en
nuestra cultura, consiste en que empiecen a notar que valen la pena y que se las
toma en serio, no como posibles objetos para otras cosas. En un mundo tan interesado, sólo el desinterés puede ser evangelizador.
La mediación siempre es interesada, se cobra intereses y se lleva comisiones.
La “riqueza” espiritual siempre ha entendido de contabilidad. Gracias a ti, Juan de la
Cruz, que nos enseñaste en la “noche oscura” a sospechar de la riqueza espiritual.
Cuántos proyectos pastorales se diluyen porque, de hecho, lo que está en juego no
es el servicio a las criaturas sino otras cosas: prestigio, número, etc.
Volviendo la mirada a Jesús, vemos cómo su percibir a las criaturas como lugar –que no medio– inmediato para percibir a Dios, supone en Jesús que nunca las
utiliza en su propio provecho. Nunca cura y alivia sufrimiento para tener seguidores,
no fomenta clientelismo, su itinerancia es pura desinstalación, no quiere “reinos”, ni
grupos, ni comunidades –según el orden de este mundo, que oprimen y pisan (“que
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no sea así entre vosotros”)–. Al ir, en la percepción de las criaturas, de medio a lugar,
el acceso pasa por espacio y tiempo, pasa por modos de estar en la vida.
Este situarse de Jesús de cara al Dios de Israel percibido como “Abba” termina en la cruz. La ejecución de Jesús en la Cruz es consecuencia histórica de su
modo de vivir. Al anular las mediaciones opresoras para la inmensa mayoría de los
hijos y las hijas de Israel, en las que no cabe otra alternativa más que el sometimiento, ha “expuesto” su vida a la muerte. “Siendo hombre se ha hecho Dios” y debe
morir.
Jesús ha subvertido el orden, lo normal y natural querido por Dios ha sido
desvelado como opresor y estigmatizador para la inmensa mayoría de las criaturas
de Israel. Al no utilizar a las criaturas como causa de su propia justificación, al Buen
Pastor las ovejas le importan y, como le importan, no las utiliza para ganar un salario
ante un dios amo; Jesús no puede exponer delante de Dios nada que no sea él
mismo en su puro y total despojo.
La cruz es la radicalización de una percepción de Dios que no exige méritos
ni necesita mediadores interesados. El abandono de los suyos es consecuencia de
un seguimiento que no ha dado beneficios: ni primeros puestos en el Reino, ni
tan siquiera la posibilidad de administrar las nuevas mediaciones alternativas que
podían esperar de Jesús como un hacedor de milagros. Este momento es de depuración radical de la percepción de Dios: sólo en la medida en que las criaturas nos
importen por sí mismas y no porque nos reporten beneficio, por santo y bueno
que sea, habrá evangelización, se generarán espacios de Buena Noticia: la Buena
Noticia de que somos amigos y no siervos del Señor.
La cruz será el lugar de toda negación de mediaciones. El velo del templo se
rasgó de arriba a abajo. La cruz y los crucificados serán el lugar de acceso a la divinidad, precisamente por ser lo que no interesa. En un mundo que tanto entiende de
intereses, sólo en lugares desinteresados y por desinteresados se podrá encontrar
el espíritu del viviente. Viviente que es el Crucificado. Jesús es el que vive con Dios
para siempre. Jesús no quedó para siempre en el lugar de la muerte sino que el
Padre lo resucitó de entre los muertos constituyéndolo ungido y Señor.
El vivir hasta desvivirse de Jesús ha resultado ser la expresión de la humanidad querida por Dios, la manifestación de la humanidad de Dios: Jesús es el Hijo de
Dios. En la cruz se expira el Espíritu que hace posible dar culto a Dios en Espíritu
y verdad.
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5. Cristificar a las criaturas
Cuando se depuran motivaciones y cuando la gratuidad nos configura, entonces las criaturas que nos rodean pueden empezar a “hacerse cristianas”, pueden
empezar a entrar en el ámbito de la Buena Noticia, comienzan a cristificarse. No
podemos dudar nunca de las potencias y latencias que el Creador ha puesto en
sus criaturas, evangelizar supone que pueda emerger lo que las criaturas son. No
es una emergencia mágica sino acompañada, pero acompañada por testigos que
continuamente están bendiciéndolas (diciendo bien de ellas) y no maldiciéndolas;
de esto último ya se encarga nuestro desquiciado y desquiciante mundo.
Este decir con el gesto y la palabra es proceso, proceso en el que las criaturas van experimentando que todo lo que van sintiendo y procesando les lleva
a ser un poco más felices y sólo desde ahí se barrunta que la felicidad que se experimenta no la da el mundo; esto es hoy lento, desesperadamente lento muchas
veces, pero vale la pena.
Urge seguir desclericalizando la pastoral y poner la eclesialidad en su justo
lugar. Las criaturas de Dios, hoy, necesitan experimentar que valen la pena porque
este mundo nuestro las maltrata, las convierte en meros objetos en función del
dios omnipresente: el mercado. Este experimentar que valen la pena, supone una
persuasión honda por parte del que se acerca a ellas. Esta persuasión sólo puede
proceder del Tú Misericordioso y Creador que nos afianza confiadamente en la
vida.
Poner la eclesialidad en su justo lugar supone que una tarea evangelizadora
es evidente que se hace desde la Iglesia –para nosotros no hay otro Cristo que el
que se nos ha entregado–, pero no siempre ni necesariamente la tarea evangelizadora termina en la Iglesia. Jesús llamó a unos para que estuvieran con él y, a otros
después de haber sido perdonados, dignificados y aliviados por lo tanto cristificados,
los mandó a casa para que los disfrutaran los suyos.
Sólo recuperando la dimensión de creaturidad hondamente, podemos ser
hoy portadores de Buena Noticia, sin exclusiones e integrando todas las dimensiones de la condición humana: en unos contextos, evangelizar será el crecimiento
comunitario en el seguimiento del Señor, en la oración y en el conocimiento vital
de la Palabra; y, en otros, será ayudar a que un terminal de sida muera con dignidad de criatura o que una criaturita de Dios coma y sea aliviada en su sufrimiento
inocente.
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Nuestros contextos de pobreza y marginación no son creyentes. Este aspecto es fundamental tenerlo presente por que intuimos que está aquí la diferencia
notable con otros contextos del tercer mundo generadores de vida y de reflexión
cristiana. Entendemos que en otros contextos se apele a “nuestro pueblo creyente
y pobre” (G.Gutiérrez), nosotros no podemos. El creyente, en el aspecto sociológico y comunitario, participa de universos simbólicos que confieren, con más o menos ambigüedad, sentido al vivir y morir. Es decir, orientan la vida en la totalidad de
lo real y con más o menos fortuna dan respuesta a muchos de los por qué. Desde
y en esa situación es posible reconstruir con ellos un discurso cristiano que tenga
significado profundamente liberador.
6. Nosotros no somos ellos
Una lección duramente aprendida es que nosotros cristianos poseedores de
la palabra no somos ellos. Esta afirmación la consideramos decisiva para clarificar
nuestra aproximación a los contextos de cuarto mundo. Es una afirmación polémica y que se presta a mil utilizaciones, puede ser utilizada como encubridora de
faltas de compromiso y de sensibilidad, puede ser paralizante por aquello de que
“como nunca vamos a ser como ellos…” mejor seguir como estamos, todo lo más
podemos ayudar “caritativamente”… A pesar de todos los riesgos es necesario
decirlo, es un problema de honradez con la realidad, supone el respeto profundo a
los “otros”, el no utilizarlos como propia justificación y en absoluto paraliza el largo
camino de implicación con los excluidos sino que lo sanea evitando falsas conciencias e identificaciones precipitadas que molestan profundamente “al otro”.
Desde lo anteriormente dicho esta afirmación (“nosotros no somos ellos”)
es teológica: desde el excluido con los excluidos no se da simetría entre nosotros
y ellos de cara al Padre. Quedan desenmascaradas nuestras falsas conciencias, tan
sólo cabe desde la gratuidad aliviar sufrimiento y sabiendo siempre que nuestras
“obras” si no son discernidas no sólo no nos “justifican” sino que pueden ser un
culto a los ídolos. Ídolos que tienen al propio yo (personal, comunitario e institucional) como principal jerarquía dominadora de toda la realidad. Se trata de tener una
relación de alteridad con la realidad, cuando se pierde esta relación de alteridad se
entran en dinámicas depredadoras y entonces sí que es mejor no adentrarse en la
exclusión.
La exclusión como lugar de presencia del viviente exige, como ya queda
dicho anteriormente, que nos descalcemos antes de entrar en ella. Descalzarnos
supone abnegación y mortificación: ir muriendo para que otros tengan vida.
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7. “Pastoral” en el cuarto mundo
La vida de seguimiento nos lleva a muy pocas palabras para potenciar y
pedirnos actitudes prácticas de ternura, cariño y acogida. No podemos considerar
la “pastoral” en los contextos de cuarto mundo como un asunto de humanización
para después llegar a lo cristiano. La “pastoral” en contextos de cuarto mundo pide
una seria reflexión sobre los “milagros” como prácticas del Reino. “Pastoral” en estos contextos es aliviar sufrimiento y crear espacios en los que emerja la dignidad
expoliada.
Cuando unos padres cuidan, acunan, dan de comer, acogen y quieren a su
hijo pequeño, que aún no ha llegado a la palabra, están evangelizando (no terminamos de sacar todas las consecuencias antropológicas de la encarnación). Cuando nosotros intentamos reconstruir lo que está roto en los contextos de cuarto
mundo estamos haciendo que aflore la dignidad. Estamos no “haciendo cristianos”
sino hombres y mujeres que son personas e Hijos de Dios y necesitan descubrirse
como tales. Jesús terminaba los milagros con un “vete en paz”, después de este
proceso… ¡Dios dirá! Evangelizar es algo más profundo que lograr pertenencias
eclesiales. Es tomarse radicalmente en serio al Dios Trinidad personalmente implicado en la historia de sufrimiento.
Antes de llegar a la Palabra explícita hay mucha tarea, muchísima, por hacer.
Hay que acoger, cuidar, crear dinámicas de dignificación personal, fomentar contextos en los que se pueda llegar a poseer la palabra, también conseguir el pan de cada
día, querer y esto son prácticas del Reino. Estamos demasiado condicionados por
una concepción evangelizadora catequética y doctrinal, y como queda dicho, en los
contextos en los que no se puede pronunciar la palabra siempre queda el gesto.
Por lo tanto, nos tenemos que pedir a nosotros tiempo. Tiempo para vencer
la tentación de que pastoral es nuestra pobre “explicitación” de lo cristiano. Pastoral, por ejemplo, con aquellos que la historia les ha negado la simbólica profunda del
padre con todo lo que supone de arraigo, afecto, acogida, seguridad, autoestima es
crear espacios de vida y acogida.
Este proceso nos pide por lo tanto no arrebatar a los excluidos lo poco
que les queda y que a ellos sólo pertenece: su dignidad de Hijos del Padre que
antes de que la puedan hacer palabra tiene que ser vivida. Es difícil hacerlo todo
al mismo tiempo, es más urgente que se viva la dignidad que pronunciar palabras
inadecuadas.
La Buena Noticia de Jesús es clarificadora. Jesús elige a unos cuantos para
que le sigan (“opción seducida”), estos no “optan” por él, son seducidos por su
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persona y proyecto de vida. Estos van a conocer el Reino por cercanía e intimidad
con Jesús. Después encontramos a “los otros”: cojos, ciegos, leprosos, tullidos, endemoniados… éstos son los que experimentan la misericordia que hace justicia por
medio de los primeros. A todos les diremos: vete a casa con los tuyos en paz, no
hemos trabajado contigo para que nos sigas sino para que “se manifieste la gloria
de Dios”. Se trata de vivir desde la gratuidad.
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