a un siglo de los grandes movimientos sociales

Anuncio
4
Leonardo Gática Villaroel
EDITORIAL
A UN SIGLO DE LOS GRANDES
MOVIMIENTOS SOCIALES
I.INTRODUCCIÓN
Leonardo Gatica Villarroel
Cuando se habla de movimientos sociales sin
más precisiones, se suele sugerir que las luchas
sociales demuestran tener cierto rasgo común
y que éste encuentra fundamento en el rechazo
de cierta política liberal cuyas consecuencias son
bien conocidas: subordinación de la vida social a la
lógica aplastante de esta globalización que asedia
a los trabajadores, aumento del desempleo, una
seguridad social amenazada y el debilitamiento
de la capacidad de acción del Estado.
DIRECTOR
Sin embargo, no nos referiremos a los llamados
movimientos clásicos, que serían aquellos que
durante el siglo XX concentraron sus esfuerzos en
la defensa de las condiciones laborales y salariales.
Pero ¿pueden construirse acciones colectivas, o
mejor aún, movimientos sociales sobre la base de
la privación, de la dependencia o, sencillamente,
sobre la miseria? Habrá quienes respondan que es
evidente que sí y añadirán: ¿sobre qué otra cosa
podrían fundarse? ¿No fue acaso la explotación
laboral el origen del movimiento obrero, la dominación colonial la que hizo surgir los movimientos
de liberación nacional o el imperio de lo masculino
el que suscitó el movimiento feminista?
Tales posturas, que se prodigan al abrigo de la
evidencia, sin embargo no resisten el menor análisis. Para que se originen esos movimientos no
basta con que se opongan a determinada forma
de dominación; por el contrario, es necesario que
reivindiquen también determinados atributos
EDITORIAL
positivos. Los sindicatos han defendido el trabajo
y el empleo en contra de la explotación capitalista;
cierta conciencia de identidad nacional o cultural
ha animado a los movimientos anticolonialistas; la
afirmación de una identidad propia impulsó a las
mujeres en su lucha contra la dependencia masculina. Hace falta, por consiguiente, que la lucha no
esté dirigida solamente contra el orden imperante,
sino que actúe en nombre de valores considerados
esenciales por el conjunto de la sociedad. En nombre del progreso el mundo obrero se opuso a los
patrones; en nombre de la autodeterminación, y por
tanto de la libertad, fue combatida la dominación
colonial. En nombre de la liberación del cuerpo y
de la sexualidad el movimiento feminista causó
impacto en toda la sociedad.
En las movilizaciones contemporáneas lo más
notable y característico proviene de su voluntad de ruptura, de rechazo y de denuncia. Estos
movimientos de repulsa están dirigidos contra la
injusticia, contra lo intolerable. Pero a partir de ese
rechazo de un orden por naturaleza excluyente se
ven obligados a elegir entre dos caminos distintos:
a) el primero, es el que conduce a la formación de
actores sociales autónomos, si es que, como grupos
en general minoritarios que son, logran asociar sus
reivindicaciones particulares con la defensa de
ciertos principios reconocidos por la sociedad, y
más concretamente con determinados derechos;
b) el otro camino, puede llevarles a depender de
fuerzas políticas o ideológicas que no confían en
la posible formación de actores autónomos y que
se arrogan ellas mismas la función de vanguardias
cuya tarea consiste en dotar de sentido, y en ocasiones incluso de organización, a simples “fuerzas”
o “masas” incapaces de acceder por si mismas a
su propia conciencia.
Los movimientos de las sociedades industriales, y
el movimiento obrero en primer lugar, solían hablar
como representantes de la historia, del progreso,
de la sociedad de la abundancia o de la sociedad
comunista; en otras palabras, de un porvenir deseable e incluso necesario. Pero el siglo XX se vio
dominado por regímenes totalitarios que anunciaban una sociedad perfecta y un hombre nuevo
para que, ahora, se pueda continuar creyendo en
tales utopías de tan catastróficas consecuencias.
Por el contrario, contamos con una viva conciencia
de la fragilidad que rodea a nuestras sociedades,
amenazadas tanto por su propio desorden como
por la destrucción de su entorno. Estamos en
oposición con la proliferación de ciertas técnicas
y con el liberalismo desenfrenado, pero, al mismo
tiempo, con la obsesión identitaria de algunos
comunitarismos que se quieren imponer en nombre de la resistencia a la dictadura del mercado.
La defensa de los derechos culturales y sociales
de los individuos y de las minorías parece ser,
actualmente, el objetivo primordial de los nuevos movimientos sociales que se oponen tanto
al imperio del mercado como a la dominación de
los movimientos de inspiración comunitarista.
II. LOS MOVIMIENTOS NUEVOS
SOCIALES EN EL SIGLO XX
El enfoque de los nuevos movimientos sociales
en el análisis de la acción colectiva, desarrollado
en las últimas décadas del pasado siglo, intenta
explicar la aparición de nuevas formas de acción
colectiva relacionándolas con los cambios estructurales que estaban sucediendo en las sociedades
capitalistas avanzadas. Desde este enfoque, estas
nuevas formas de movilización y acción colectiva
5
6
Leonardo Gática Villaroel
se constituyen en los protagonistas idóneos para
explicar la articulación de la protesta en las sociedades industriales avanzadas, subrayando, al mismo
tiempo, que la acción colectiva y los movimientos
sociales son producto de las estructuras sociales.
Desde esta perspectiva, por tanto, la explicación
de la acción colectiva y de los movimientos sociales
hay que buscarla en las contradicciones que muestran las sociedades capitalistas de finales del siglo
XX, desde la percepción de que cada estructura
social produce sus movimientos sociales y sus
formas de acción colectiva.
No sólo los tiempos definen y marcan los rasgos
de estos movimientos, también sus actores individuales, ya que tienen como protagonistas a grupos
e individuos que a diferencia de los movimientos
sociales clásicos, no se encuadran necesariamente
en posiciones estructurales homogéneas. Así, nos
encontraríamos ante un nuevo marco en el que la
movilización y la acción colectiva, serán representadas por unos nuevos movimientos sociales, heterogéneos respecto a su composición, contenidos
y formas de organización, siendo considerados por
ello, como uno de los rasgos que caracterizaron
a las sociedades occidentales de finales del siglo
XX y hacen lo propio con aquéllas de principios
del siglo XXI.
Estos nuevos movimientos presentan una estructura descentralizada y poco burocrática, que destaca
por un proceso de toma de decisiones ante todo
participativo. Plantean un desafío al orden político
contemporáneo, al abogar por un nuevo estilo de
acción política, basado en la acción directa. Además, muestran una manifiesta oposición y crítica
al modelo democrático liberal de participación
política y, de esta forma, posibilitan iniciativas
populares o ciudadanas que van a reclamar un
nuevo estatuto de interlocutores políticos. Otro
elemento destacable de estos movimientos, es su
oposición a lo instituido, suelen ser anti- institucionales, tanto desde sus formas organizativas,
como desde su comportamiento, funcionando
de manera distinta a como lo hacen otras instituciones sociales y políticas de la sociedad. Esta
posición anti-institucional se hace patente en el
carácter de sus reivindicaciones que les conducen
al enfrentamiento y al conflicto, y es que tras una
etapa de las sociedades occidentales, en la que
las necesidades materiales habían quedado más
o menos cubiertas por el Estado de bienestar,
estos nuevos movimientos pasan a incluir en sus
demandas la satisfacción de nuevas necesidades
derivadas de nuevos valores “postmaterialistas” no
satisfechos por el mercado. Necesidades de carácter
colectivo antes que individual, de solidaridad, de
búsqueda y reivindicación de nuevas identidades
colectivas, por ejemplo, étnicas, de género y de
minorías, entre otras.
Estos nuevos movimientos sociales ya no tienen
a la clase obrera como protagonistas de la acción.
La clase obrera va a ser sustituida por las clases
medias, unas clases que procuran, antes que revoluciones y alternativas de totalidad, demandas
parciales, localizadas, defensivas de la complejidad
identitaria de las sociedades postindustriales. Se
trata de movimientos cuya existencia se explica
por la demanda de un reconocimiento social o de
la satisfacción de unas necesidades hasta cierto
punto particulares, que se combina con demandas
de carácter universalista, de logros y beneficios extensivos al conjunto de la sociedad. De este modo,
estamos ante otro rasgo diferenciador, como es que
la consecución de las metas y objetivos que orientan
EDITORIAL
su acción no sólo benefician a los participantes de
la acción o a los miembros del movimiento sino
que se generalizan y se pretenden extender al
conjunto de la sociedad. Podríamos añadir, que otro
elemento “identificador” de estos movimientos
es el de expresar una crítica a la modernización, a
ese proceso que tras una profunda transformación
dio paso a la sociedad moderna, señalando dónde
están las contradicciones o los conflictos sociales
fundamentales y no resueltos por las sociedades
actuales. Al mismo tiempo, se erigen en protagonistas de la búsqueda de soluciones y superación
de dichas contradicciones. Muestran la crisis cultural de la modernidad, una crisis de racionalidad,
de valores y de estilo de vida, porque para estos
nuevos movimientos sociales, las contradicciones
y el conflicto social no se generan exclusivamente
en el ámbito económico ni en el la producción
y distribución de bienes, sino que existen otras
zonas de conflicto. El conflicto social no es ya de
carácter exclusivamente económico sino también
cultural, por lo que se pone en cuestión los modelos
culturales y civilizatorios, los ámbitos donde se
dirime la identidad personal y el sentido de la vida.
Por último, estos movimientos no dejan de ser un
reclamo y demanda de una posición menos pasiva,
de dejar de ser simples espectadores del devenir
social, para poder convertirse en protagonistas.
A nuestro entender, existiría un conjunto de factores que combinados entre sí permiten establecer
las diferencias con los viejos movimientos sociales.
La ideología de estos movimientos es el principal
factor que los distingue de otros movimientos
sociales, su defensa de un paradigma social que
contrasta con la estructura dominante de finalidades de las sociedades industriales occidentales y
que cuestiona la búsqueda del bienestar material,
la riqueza y el crecimiento económico, pilares de
las sociedades democráticas occidentales, apostando por dar mayor importancia a los aspectos
culturales y a la calidad de vida. Como lo señalamos, suelen presentar una estructura organizativa
descentralizada, abierta y democrática acorde con
la tendencia participativa de estos movimientos y
con el ámbito generalmente local en el que actúan
los grupos e individuos participantes de estas formas de acción colectiva. Esta forma de estructura
organizativa es fiel reflejo, no solo de la ideología
de los nuevos movimientos sociales, sino también,
del carácter difuso de su base social. Reivindican el
quedarse fuera, al margen del marco institucional
de la administración pública. Prefieren influir en las
decisiones políticas mediante presiones y a través
de la opinión pública, en lugar de comprometerse
con la actividad política convencional. Uno de
los instrumentos utilizados por los nuevos movimientos sociales del siglo XX para ejercer influjo
en la opinión pública y en aquellos que toman
decisiones políticas, fue la protesta, ya convertida
en una actividad planeada y organizada. También
se apoyaron para la acción y la movilización de sus
simpatizantes en los medios de comunicación, son
considerados como un factor muy importante para
lograr extender sus mensajes y reivindicaciones a
toda la población. Por último, su estilo político es
no convencional, impregnado de fuerte sentimiento
antisistema, alejado de los procesos de negociación y conflicto de los sistemas corporatistas de
las sociedades democráticas occidentales, y de las
formas, estilo y normas de los partidos políticos
de los que suelen separarse premeditadamente.
Si en Europa la enumeración de los nuevos movimientos sociales incluye típicamente los movimientos ecológicos, feministas, pacifistas, antirracistas,
de consumidores y de autoayuda, la enumeración
en América Latina –donde también es corriente la
7
8
Leonardo Gática Villaroel
designación de movimientos populares o nuevos
movimientos populares para diferenciar su base
social que es característica de los movimientos
en los países centrales (la nueva clase media)– es
bastante más heterogénea. Incluye, por ejemplo,
“el poderoso movimiento obrero democrático
y popular surgido en el Brasil, liderado por Luís
Inácio da Silva (Lula) y que luego derivó en el
Partido de los Trabajadores; el Sandinismo que
surgió en Nicaragua como un gran movimiento
social de carácter pluriclasista y pluriideológico; las
diferentes formas que asume la lucha popular en el
Perú tanto a nivel de los barrios (pueblos jóvenes)
como a nivel regional (frentes regionales para la
defensa de los intereses del pueblo); las nuevas
experiencias de paros cívicos nacionales, con la
participación de sindicatos, partidos políticos y
organizaciones populares (grupos eclesiásticos de
base, comités de mujeres, grupos estudiantiles y
culturales, etc.) en Ecuador, en Colombia y en el
Perú; los movimientos de invasiones en Sao Paulo;
las invasiones masivas de tierras por los campesinos
de México y otros países; los intentos de autogestión en los tugurios de las grandes ciudades como
Caracas, Lima y Sao Paulo; los comités de defensa
de los Derechos Humanos y las Asociaciones de
Familiares de Detenidos y Desaparecidos en Argentina y Chile, entre otros.
Como de alguna manera lo hemos ya señalado, la
novedad de estos nuevos movimientos sociales
reside en que constituyen tanto una crítica de
la regulación social capitalista, como una crítica
de la emancipación social socialista tal como fue
definida por el marxismo. Al identificar nuevas
formas de opresión que sobrepasan las relaciones
de producción, y ni siquiera son específicas de ellas,
como son la guerra, la polución, el machismo, el
racismo o el productivismo; y al abogar por un nuevo paradigma social, menos basado en la riqueza y
en el bienestar material del que, en la cultura y en
la calidad de vida, denuncian estos movimientos
-con una radicalidad sin precedentes- los excesos
de regulación de la modernidad. Tales excesos alcanzan no sólo el modo como se trabaja y produce,
sino también el modo como se descansa y vive; la
pobreza y las asimetrías de las relaciones sociales
son la otra fase de la alienación y del desequilibrio
interior de los individuos; y finalmente, esas formas
de opresión no alcanzan específicamente a una
clase social y sí a grupos sociales transclasistas o
incluso a la sociedad en su todo.
Es así como en algunos movimientos es discernible un interés específico de un grupo social
(las mujeres, las minorías étnicas, los ghettos
socioeconómicos, los jóvenes), pero en otros,
el interés es colectivo y el sujeto social que los
titula es potencialmente la humanidad en su todo
(movimiento ecológico, movimiento pacifista).
Según algunos, estos movimientos representan la
afirmación de la subjetividad frente a la ciudadanía.
La emancipación por la que luchan no es política
sino ante todo personal, social y cultural. Las luchas
en que se traducen se pautan por formas organizativas (democracia participativa) diferentes de
las que precedieron a las luchas por la ciudadanía
(democracia representativa). Al contrario de lo que
se dio con el dúo marshalliano ciudadanía-clase
social en el período del capitalismo organizado,
los protagonistas de estas luchas no son las clases
sociales, son grupos sociales, a veces mayores,
a veces menores que las clases, con contornos
más o menos definidos en función de intereses
colectivos, en ocasiones muy localizados pero
EDITORIAL
potencialmente universalizables. Las formas de
opresión y de exclusión contra las cuales luchan no
pueden, en general, ser abolidas con la mera concesión de derechos, como es típico de la ciudadanía;
exigen una reconversión global de los procesos
de socialización y de inculcación cultural y de los
modelos de desarrollo, o exigen transformaciones
concretas, inmediatas y locales (por ejemplo, el
cierre de una central nuclear, la construcción de
una guardería infantil o de una escuela, la prohibición de publicidad violenta en la televisión, etc.),
exigencias que, en ambos casos, van más allá de la
mera concesión de derechos abstractos y universales. Por último, estos movimientos tienen lugar
en el marco de la sociedad civil y no en el marco
del Estado y, en relación con éste, mantienen una
distancia calculada, simétrica a la que mantienen
con los partidos y con los sindicatos tradicionales.
III.LOS NUEVOS MOVIMIENTOS
SOCIALES Y EL CAMBIO SOCIAL:
EL ECOLOGISMO
No creemos desmesurado afirmar que uno de
los movimientos sociales que mayor calado y
repercusión social, política y cultural ha mostrado
desde hace más de tres décadas es el movimiento
ecologista. Su presencia ha sido de tal intensidad
que, hoy en día es muy difícil encontrar persona,
organización o institución que no se pronuncie a
favor de “lo ecológico”, de la defensa y conservación de la naturaleza, que no reconozca y valore
la estrecha relación entre sociedad y naturaleza,
o proclame, lo que hace décadas parecía utópico,
la vinculación y alto grado de dependencia entre
economía, crecimiento, desarrollo, naturaleza y
calidad de vida. Además, el movimiento ecologista
es uno de los movimientos que mayores éxitos ha
obtenido, por su capacidad de movilización, su impacto en los centros de toma de decisiones políticas
y económicas y por ser creadores de nuevas formas
de entender e interpretar la realidad, los problemas
y las soluciones; por su oposición manifiesta a las
prioridades que dominan las decisiones en las
sociedades industriales avanzadas; por su forma de
acción colectiva directa y expresiva, y por su estilo
participativo en la toma de decisiones, mostrando
con rotunda claridad el carácter universalista de
sus demandas y la extensión de los beneficios y
objetivos que procuran a toda la sociedad y no
solo a los protagonistas de la acción colectiva.
La presencia del movimiento ecologista, representa
la confirmación de la existencia de unos problemas sociales que requieren solución y muestran
la sensibilidad hacia ellos de algunos grupos y
colectivos de nuestra sociedad. Es cierto, que bajo
la denominación de movimiento ecologista puede
encontrarse discursos, acciones, formas organizativas y políticas muy diversas, pero no es más que
un reflejo de la complejidad y diversidad propia de
las sociedades contemporáneas. Ahora bien, este
complejo mundo del ecologismo coincide con la
extensión de la concepción de los seres humanos
como un elemento más de un sistema integrado,
un eco-sistema sobre el que debe actuarse con
responsabilidad, velando por su equilibrio y continuidad en el futuro, y considerando que la defensa
de la naturaleza es esencialmente la defensa de
la vida en general y de la de los seres humanos
en particular.
Podemos destacar la variedad de formas del
movimiento ecologista y sus acciones, unas destinadas a la defensa del medio ambiente y otras
9
10
Leonardo Gática Villaroel
que propugnan la inclusión de la ecología bajo la
piel de los ciudadanos y ciudadanas de las sociedades actuales. La diversidad y complejidad de la
movilización son muestras del proceso de cambio
generado por la modernización de la sociedad. La
modernización podría medirse a través de diferentes variables, entre las que cabría señalar el
grado de movilización y el impacto que los nuevos
movimientos sociales han tenido y están teniendo
convertidos en protagonistas de la acción y la movilización que se hacen ver con mayor frecuencia
y que ocupan a muchos ciudadanos en tareas y
esfuerzos que buscan soluciones a los problemas
medioambientales y aspiran a la transformación
de la sociedad en otra más limpia, más sana, con
menos riesgos, pero también más participativa,
más democrática, más solidaria. En este sentido, la acción colectiva protagonizada por los
movimientos ecologistas ha ido incorporando a
un mayor número de ciudadanos en la demanda
de soluciones a las cuestiones medioambientales
y, de forma paralela, al desafío de la construcción
de una mejor sociedad.
El reclamo de la transformación de la sociedad
moderna en una sociedad con menos riesgos,
más participativa, democrática y solidaria, no se
entiende sin la percepción de los efectos y riesgos
medio ambientales que el proceso de industrialización y el empleo de determinadas tecnologías
pueden provocar. Esta percepción de los riesgos
ha generado movilizaciones y acciones colectivas
en todo el planeta que ponen en primera línea de
la actualidad las protestas ciudadanas promovidas
por grupos, colectivos, asociaciones y plataformas que se oponen, entre otras cuestiones, a la
instalación de determinadas industrias en sus
localidades y entorno.
La modernidad occidental se consiguió gracias a la
concentración de medios de actuación en manos de
cierta élite que se definía a sí misma como racional,
y a que ésta afirmó su papel dirigente en contra
del resto de fuerzas supuestamente irracionales.
Una vez alcanzada, proporcionó a Occidente la
supremacía durante siglos, aunque al precio de
la escisión de la sociedad, de su polarización en
todos los aspectos: empresarios autoproclamados
racionales contra trabajadores considerados como
rutinarios o perezosos; colonizadores portadores
de la Ilustración contra embrutecidos salvajes que
rechazaban las ventajas del progreso; adultos
que saben contenerse contra niños que ceden a
sus instintos; hombres racionales contra mujeres
juzgadas irracionales, traduciéndose este último
fenómeno en el dominio de lo público masculino
sobre lo privado femenino.
Ahora bien, desde hace ya mucho tiempo, y en
la actualidad más todavía que antaño, se asiste
a la superación de estas polarizaciones, de estas
oposiciones establecidas entre dominadores y
dominados. Se trata de una especie de recomposición del mundo.
IV. EL ROL DE LOS INTELECTUALES
En un movimiento social ideal, autoconciente y
organizado, al igual que en un sistema político
enteramente democrático y transparente, el papel
de los intelectuales sería secundario o hasta inexistente. Pero cuando no existe el menor principio
efectivo de unidad de la vida social y política, los
intelectuales están forzados a intervenir. Hace
tiempo lo hacían para criticar a los poderes políticos
o religiosos que imponían a la sociedad decisiones
EDITORIAL
arbitrarias o escandalosas, pero enseguida, y cada
vez más, a medida que aparecieron los actores
sociales y que se iba extendiendo la democracia,
los intelectuales han intervenido en los conflictos y
en el debate social para iluminar su significado, ya
que los mismos actores no podían ser por entero
concientes de sí mismos en momentos de crisis o
de dependencia, y porque tal sentido estaba secuestrado por ciertas ideologías impuestas por las
clases dirigentes o por los partidos que hablaban
en representación del pueblo, de la nación o de las
masas. Por supuesto, y siguiendo a Alain Touraine,
existen varios tipos de intelectuales. Presentamos
algunos de ellos:
El más clásico, quizás también el más reconocible,
es el rol del intelectual crítico, cuya atención se
concentra en la denuncia del sistema dominante.
Suele revelar los intereses que se ocultan tras los
discursos moralizadores y da a conocer el sufrimiento de los explotados, alienados y manipulados.
Una parte significativa de la prensa requiere de los
servicios de éstos. Se trata de intelectuales que
en el siglo pasado se caracterizaron por el papel
crítico y contestatario que adoptaron más que
por la teorización sobre las distintas formas de
resistencia al poder. En esta categoría podemos
nombrar, entre otros, a Pierre Bourdieu, Jean Paul
Sastre y más tarde a Louis Althusser.
Un segundo tipo de intelectuales, opuesto al
anterior, es el de los que se identifican con determinada lucha o determinada fuerza de oposición,
y se convierten en sus intelectuales orgánicos,
de hecho en sus ideólogos. Al abrigo del Partido
Comunista francés, muchos intelectuales tuvieron
la oportunidad y la satisfacción, unas veces, de
convertirse en las verdaderas estrellas de las reu-
niones públicas, y otras, con mayor honestidad, de
sentirse partícipes, de una manera desinteresada,
de los movimientos de liberación y de construcción
de un futuro mejor. El derrumbe de la ideología y
del poder comunista se ha hecho sentir de forma
evidente entre estos intelectuales. Sin embargo,
tan injusto sería condenar por entero a este tipo
de intelectuales, como falso pretender que haya
desaparecido del todo. Muchos de los intelectuales
que firman peticiones, participan en manifestaciones o incluso en huelgas de hambre, dan prueba de
modo completamente honesto de su solidaridad
con reivindicaciones y actitudes de contestación
que no logran hacerse oír por los poderes públicos.
En tercer término, es posible distinguir también
algunos intelectuales que hacen su trabajo de
analizar y comprender, buscando tanto el sentido
de las acciones que apoyan como de aquellas a las
que se oponen. Se sitúan en el escenario a cierta
distancia de los actores reales. En este caso, más
que intelectuales tal vez cabría referirse a expertos
o profesionales más que si su voz o sus escritos
quieren convertirse en instrumentos al servicio
de determinada crítica al poder social o, más
directamente, de una fuerza de oposición y de
contestación. La diferencia entre estos intelectuales
y los de la primera categoría es que éstos, a los que
ahora nos referimos, creen en la existencia, en la
conciencia y en la eficacia de los actores sociales,
pese a reconocer sus limitaciones, mientras que
los pertenecientes a la primera categoría sólo
piensan en la crítica de las contradicciones internas
de las crisis.
Observamos, sin embargo, una cuarta categoría de
intelectuales. Se les puede calificar de utopistas,
en el sentido más positivo del término, pues se
identifican con las nuevas tendencias culturales,
11
12
Leonardo Gática Villaroel
sociales o propias de la vida personal y las hacen
más claras, sin permanecer no obstante ciegos
ante los conflictos sociales que se desarrollan
alrededor de la gestión social de tales transformaciones. En fin, a todos los actores sociales les
gusta ser admirados, puestos como ejemplo. Pero
la identificación del actor con el análisis que de él
se hace es casi siempre fuente de error, y por tanto
le hace más débil.
Esta constatación es válida para cualquier momento
histórico, tanto para el presente como para el pasado o el porvenir. Es preciso mantener las distancias
con el análisis, o incluso crearlas si fuera necesario,
disponer de cierta mirada crítica para distinguir los
significados que se deducen del acontecimiento,
al mismo tiempo que hay que dejarse llevar por
la simpatía que conduce a descubrir un proyecto
allí donde otros no veían antes más que simple
desorden. Lo que un trabajo semejante pierde en
aprobación general y en popularidad inmediata
lo gana en utilidad, si se admite que el trabajo de
un movimiento social para labrarse a sí mismo, es
largo y difícil, plagado de crisis y zonas oscuras.
Sin embargo, es preciso rechazar todo discurso
que intente convencernos de nuestra impotencia.
¿Hasta cuándo repetiremos que nos encontramos
sometidos al dominio absoluto de la economía
internacional, pese a que cada día estemos inventando y defendiendo otros ideales?
¿Tan difícil resulta entender lo que enfrenta a
quienes no hablan más que de dominación y a
los que creen en la posibilidad de liberación? ¿A
quiénes no hacen más que apelar al Estado y a los
que creen en la consolidación de nuevos actores
sociales? ¿A quiénes hablan de rechazo y a los que
aún tienen esperanzas?
Pensamos que no podemos dejar que la segunda
década de este siglo avance con los nuevos movimientos y esperanzas confiscados por esos discursos que mantienen a la sociedad presa del pasado.
Precisamente a nuevas formas de participación
ciudadana en Chile en el presente siglo se refiere
el primer artículo de este número de la Revista,
cuyo autor es Miguel Ángel Pardo B., Magíster en
Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos
(UAH, 2013), Licenciado en Educación En Historia,
Geografía y Educación Cívica (UMCE, 2007), artículo en que destaca el rol de Internet y las redes
sociales en la conformación y éxito de este tipo
de movimiento social.
La Licenciada en Derecho, Magíster en Ciencia
Jurídica y Doctora en Derecho (PUC) Regina Ingrid Díaz T. se refiere a una materia de creciente
importancia en nuestro país cual es la inmigración,
en su artículo “La Política Migratoria chilena en
contraste con las recomendaciones de las relatorías
especiales de las Naciones Unidas” donde exhibe
los obstáculos institucionales, sociales y económicos que exhibe nuestro país en materia de política
migratoria y presenta algunas recomendaciones
para enfrentarlos.
Carlos Andrés Reyes G., Licenciado en Psicología
(Universidad Católica del Norte), Magíster en Filosofía (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso)
y Candidato a Magíster (UTEM) escribe el artículo
“Postmodernidad y Ciudadanía: Una lectura a la
situación sociopolítica del cambio constitucional
en el Chile actual”. En materia metodológica, su
propuesta se refiere a la instauración de un nexo
dialógico entre los diferentes modos de reflexión
que tanto la historia como la filosofía permiten, para
EDITORIAL
de esta forma favorecer una mirada diagnóstica,
sociológica y política del cambio constitucional
que se avecina en nuestro país.
El cuarto artículo pertenece al Sociólogo y Licenciado en Filosofía (PUC) y candidato a Magíster
en Estudios Latinoamericanos de la Universidad
de Chile, Pablo Iriarte B., quien bajo el título de
“El desarrollismo latinoamericano en los años de
la Guerra Fría. Un ensayo sobre la disputa por el
desarrollo” señala que la búsqueda del esquivo
desarrollo para Latinoamérica generó una institucionalidad hoy plenamente vigente, que inevitablemente nos recuerda los años en que la bipolaridad
de las potencias era fuente de incertidumbre para
las periferias.
“Prospectiva territorial a escala regional. La Región
de Aysén 2010” es el quinto artículo cuya autoría
corresponde a César Barrios P. y Adriano Rovira
P. Resume el escrito la tesis de grado del primero
quien se desempeña como consultor privado,
mientras que el segundo lo hace como Académico
en la Escuela de Geografía de la Universidad Austral
de Chile. En el documento se resume un ejercicio
prospectivo realizado en el año 1999 en la región
de Aysén, considerando la opinión de expertos
regionales. Transcurrido el horizonte de futuro
propuesto de 10 años, los autores reflexionan
respecto a los resultados obtenidos.
El sexto y último artículo del presente número
de la Revista es de Fernando Salamanca Osorio,
Sociólogo (Universidad de Chile), Magíster en
Planificación Urbano-Regional (PUC) y Ph.D. en
Planificación (Universidad de Londres). Bajo el
título de “Una propuesta evaluativa para las estrategias regionales de desarrollo en Chile” el autor
argumenta a favor de la necesidad de una evaluación del proceso de las estrategias regionales de
desarrollo, pero también de la evaluación ex post.
Específicamente, sugiere hacer una investigación
aplicada sobre estas estrategias en tres regiones
del país, con el propósito de contar con evidencia
empírica sobre el potencial de este instrumento,
que sirva para la evaluar la gestión regional en un
escenario de creciente descentralización.
Agradecemos a cada articulista del presente número
de la Revista de Estudios Políticos y Estratégicos,
publicación del Programa de Estudio de Políticas
Públicas, PEPP, y a todos los investigadores y académicos que han demostrado interés por compartir
sus trabajos en ella, que persigue entregar espacios
para el desarrollo de la academia, la investigación
y la producción especializada.
El PEPP, desde la academia, emprende acciones
que se encaminan a formar recursos humanos
que concurran a participar en la solución, cuando
les sea permitido, de los asuntos que preocupan
a nuestra sociedad.
13
Descargar