temas de composición arquitectónica. uso y actividad. de la utilitas a

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TEMAS DE COMPOSICIÓN ARQUITECTÓNICA.
USO Y ACTIVIDAD. DE LA UTILITAS A LA FUNCIÓN
Juan Calduch
Título: Temas de Composición Arquitectónica: Uso, y actividad, de la utilitas a la función.
Autor: © Juan Calduch
Fotos Portada:
Escuela de Arquitectura de Alicante, (Dolores Alonso, arq.) fotos de la autora.
I.S.B.N.: 84-8454-110-X
Depósito legal: A-1549-2001
Edita: Editorial Club Universitario
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Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede
reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico,
incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de
información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los
titulares del Copyright.
El contenido de este libro corresponde a uno de
los temas del curso de Composición II impartido
en la Escuela de Arquitectura de la Universidad
de Alacant. Es, por lo tanto, en ese contexto y
para esa finalidad, como hay que entenderlo.
A los alumnos de ese curso va dirigido y
dedicado.
ÍNDICE
1.- INTRODUCCIÓN: LO MECÁNICO, LO ORGÁNICO, LO ÚTIL........ 7
2.- EL CONCEPTO DE FUNCIÓN............................................................. 13
2.1.- Ser, estar, devenir........................................................................... 13
2.2.- Movimiento y actividad como ideas base del pensamiento
moderno.................................................................................................. 13
2.2.1.- Función como actividad. ........................................................... 15
2.2.2.- Función y necesidad.................................................................. 18
2.2.3.- Función y utilidad. .................................................................... 24
3.- FUNCIONALIDAD Y PROCESOS DE FORMALIZACIÓN .............. 31
3.1.- El problema del funcionalismo arquitectónico............................ 31
3.1.1.- Las relaciones entre forma y función en arquitectura. .............. 31
3.1.2.- La utopía del funcionalismo...................................................... 33
3.2.- El funcionalismo como reformulación de la teoría clásica
en arquitectura. ..................................................................................... 34
3.2.1.- La belleza como utilidad........................................................... 34
3.2.2.- Composición y programa funcional. ......................................... 37
3.2.3.- Proporción y dimensionado...................................................... 41
3.2.4.- Del pintoresquismo a la planta libre. ........................................ 43
3.2.5.- Adecuación y conveniencia frente a belleza. ............................ 45
3.2.6.- El ornamento funcional: expresión, carácter, Zeitgeist. ............ 49
3.2.7.- Decoro y expresión simbólica. .................................................. 53
3.2.8.- El funcionalismo como estilo. ................................................... 55
4.- LAS ANALOGÍAS FUNCIONALISTAS EN LA
ARQUITECTURA MODERNA................................................................. 59
4.1.- La analogía moral: belleza, verdad, bondad................................ 62
4.2.- La analogía mecánica..................................................................... 64
4.2.1.- La máquina como símbolo o modelo formal para la
arquitectura.......................................................................................... 66
4.2.2.- La producción industrial como modelo del proceso
arquitectónico. ..................................................................................... 67
5
4.2.3.- La máquina como funcionamiento eficaz: la
arquitectura-máquina........................................................................... 69
4.3.- La analogía orgánica...................................................................... 77
4.3.1.- El modelo biológico: evolución, adaptación, supervivencia..... 79
4.3.2.- Selección natural, flexibilidad, economía de medios. ............... 80
4.3.3.- La naturaleza como modelo: reformulación de la teoría de
la mimesis. ........................................................................................... 80
4.3.3.1.- La idea del genio de la naturaleza como pauta.................. 81
4.3.3.2.- El organicismo en arquitectura. ......................................... 82
4.3.3.3.- La adaptación al medio. ..................................................... 83
4.3.3.4.- La teoría de la forma sigue a la función............................. 83
4.3.3.5.- La teoría de la función sigue a la forma............................. 85
5.- CRÍTICA Y VIGENCIA DEL FUNCIONALISMO EN
ARQUITECTURA...................................................................................... 89
5.1.- Los límites del funcionalismo histórico. ........................................ 89
5.2.- Las aportaciones del funcionalismo a la resolución de la
arquitectura. .......................................................................................... 90
6
1.- INTRODUCCIÓN: LO MECÁNICO, LO ORGÁNICO, LO ÚTIL
A lo largo de sus escritos, el arquitecto norteamericano Sullivan, repite
varias veces en diferentes contextos la frase:
“La forma sigue a la función.”1
Una frase que es claramente ambigua: el verbo seguir se debería traducir
como adaptarse en el contexto donde aparece la frase, la palabra forma
corresponde al término inglés form y no al término shape, el concepto de
función está utilizado de manera similar a su empleo en biología, etc.
Precisamente debido a lo rotundo de su enunciado, y a la ambivalencia de su
significado, esta frase se ha convertido en uno de los slogans máximos de la
arquitectura moderna, especialmente durante las vanguardias del s. XX.
Por una parte, se ha considerado que es la expresión máxima del
funcionalismo mecanicista. En este sentido, la frase habría que interpretarla
como que la forma es consecuencia directa y mecánica de las funciones a
las que está ligada. Algo que nos remite al concepto de función en
matemáticas: y = f (x) ; la variable independiente x es, en este caso la
función; la variable dependiente es la forma. Por lo tanto, una vez fijadas las
funciones, aplicando la ecuación correspondiente, quedará acotada, de modo
unívoco, la forma que las satisface. La forma es consecuencia de las
funciones. Este es, precisamente, el proceso funcionalista ideal en
arquitectura.
Pero Sullivan está aludiendo con su frase, dentro de los contextos en los que
aparece, a una relación más compleja, que procede del campo de la biología,
1
Por ejemplo, en 1896 escribía: “Es la ley invariable de todas las cosas orgánicas e inorgánicas, de
todas las cosas físicas y metafísicas, de todas las cosas humanas y sobrehumanas, de todas las verdades
manifiestas de la cabeza, del corazón, del alma en que la vida es reconocible, en su expresión, que la
forma siempre sigue a la función. Esto es la ley.” Y más adelante: “... en un estado natural la forma
existe debido a la función (...) Así como cada forma contiene su función, y existe en virtud de ella, así
también cada función halla o trata de hallar su forma.” Y aún en otro párrafo dice: “Recuerda, ten
siempre bien presente en tu pensamiento y en tus obras que la forma sigue siempre a la función, que esta
es una ley, una verdad universal.”, SULLIVAN, Louis H., CHARLAS CON UN ARQUITECTO
(KIDERGARTEN CHATS Y OTROS ESCRITOS), Infinito, Buenos Aires, 1957 (primera publicación
en 1901), pág. 203, 38, 169.
7
de las teorías de Lamarck y Darwin sobre la adaptación al medio, y de las
teorías de la evolución natural. En este sentido, la palabra forma toma un
sentido biológico-vitalista y viene a significar que se adapta a las funciones
vivas que se tienen que realizar en ese medio, que se adapta a las
actividades. Esta analogía biológica, que implica que una arquitectura viva
se tiene que adaptar y evolucionar con las actividades humanas y el medio
social en la que surge, es, a su vez, el origen de todo el pensamiento
arquitectónico moderno organicista.
Dos interpretaciones de la misma frase, por lo tanto, que están detrás de dos
amplias corrientes de la arquitectura moderna (funcionalismo mecanicista y
organicismo), en gran medida contradictorias entre sí. Contradicciones
derivadas de la ambigüedad básica que afecta a todo el funcionalismo
moderno.
Todavía existe una tercera interpretación posible, esta vez procedente de la
estética clásica. Recordemos que en la Grecia antigua, Kalos (belleza física),
va unido a Agathos (lo bueno en cuanto que es útil para su propio fin). El
Kalos-kai-agathia (de Sócrates) implicaba que para que algo fuese
considerado bello debía ser útil, conveniente y adecuado a su propio fin.
Aunque no llega a formularse en estos términos, alude a la idea de que algo
es bello sí, y sólo si es útil. Aunque tanto para Sócrates, como para la
interpretación en la teoría arquitectónica que hará Vitruvio de este concepto,
bello y útil son dos conceptos distintos. La utilidad sería una condición ‘sine
qua non’ para la belleza. Y viceversa, cuando algo es bello, esto significa
que, necesariamente es útil.
La simplificación que de esta teoría clásica, harán las teorías estéticas
modernas, especialmente en los campos del diseño y la arquitectura, es una
simplificación funcionalista. Esquemáticamente significa: lo que es útil es
bello, y lo que no es útil no puede ser bello. Belleza y utilidad, en esta
interpretación, se aproximan tanto que llegan a confundirse. Esto supone
rechazar todo lo ‘inútil’ por superfluo. Además la belleza consiste,
precisamente, según este enfoque, en hacer evidente la utilidad. Peter
Collins, citando al crítico inglés del s. XVIII Archibald Alison (Ensayo
sobre la naturaleza y principios del gusto, 1790) escribe:
“En las formas útiles, la belleza es proporcional a la expresión de su
carácter.”2
2
COLLINS, Peter, LOS IDEALES DE LA ARQUITECTURA MODERNA. SU EVOLUCIÓN
(1750-1950), Gustavo Gili, Barcelona, 1970, (5ª reedición 1998), pág. 223.
8
‘La expresión de su carácter’ significa, precisamente, hacer evidente,
visible, su utilidad, el para qué sirve. Llegar a definir, por lo tanto, qué es lo
útil, adquiere una importancia capital en este enfoque funcionalista moderno.
En torno a estos tres aspectos, el mecanicismo, el organicismo y la utilidad
para un fin (que conduce al moralismo), giran todas las ideas funcionalistas
de las teorías arquitectónicas moderna, vigentes aún en la actualidad. Las
interrelaciones entre estos tres aspectos, han sido puestas en evidencia por
Luis Fernández-Galiano cuando habla de:
“profundas conexiones (...) que reúnen (...) analogías biológicas y
mecánicas en este tronco común funcionalista del Movimiento Moderno
bajo el cual se haya siempre (...) una creencia implícita en el
determinismo biotécnico.”3
De hecho se ha llegado a vincular el funcionalismo con el Movimiento
Moderno hasta el punto de considerarlo, especialmente en sus versiones
mecanicista y orgánico, como la aportación más característica de ese
movimiento.
Parece ser que la primera vez que se utiliza el término arquitectura funcional
es en el libro de Alberto Sartoris Elementos de la arquitectura funcional
(1931) a sugerencia de Le Corbusier, por considerarlo más ajustado que el
término arquitectura racional4. Pero ya anteriormente, en el seno del
Werkbund, la idea de funcionalidad se había vinculado: a la racionalidad en
el diseño y la producción industrial, a la ‘Neue Sachlichkeit” (nueva
objetividad); a la distribución en planta y la propuesta de Muthesius de
‘proyectar de dentro hacia fuera’; al ajuste y cálculo del diseño de
estructuras, etc.
Todo esto hace que el funcionalismo mecanicista, (con frecuencia
identificado con el racionalismo funcional), fuese en gran medida
predominante durante los años de las vanguardias del primer tercio del siglo
XX. Incluso cuando años después (décadas 40 y 50 de ese siglo) se postula
una arquitectura orgánica (por Zevi entre otros), ésta se entenderá como una
3
FERNÁNDEZ-GALIANO, Luis, “Organismos y mecanismos como metáforas de la arquitectura”,
en: AA.VV. ARQUITECTURA, TÉCNICA Y NATURALEZA EN EL OCASO DE LA
MODERNIDAD, Dirección General de Arquitectura y Vivienda (MOPU), Madrid, 1984, pág. 72.
4
Información aportada por HORN, Klaus, “La racionalidad con respecto al fin en la arquitectura
moderna. Contribución a la crítica de la ideología del funcionalismo”, en AA.VV. LA
ARQUITECTURA COMO IDEOLOGÍA, Nueva Visión, Buenos Aires, 1974, pág. 97.
9
reacción al funcionalismo sin captar hasta qué punto, mecanicismo y
organicismo comparten una misma raíz común funcionalista. Conviene, por
lo tanto, tener presente que:
•
•
•
•
Tanto el mecanicismo como el organicismo, son, de hecho, las dos
caras de una misma moneda: el funcionalismo.
Que una gran parte de las vanguardias arquitectónicas asuman el
credo funcionalista, no debe hacernos olvidar que las ideas que están
en su base habían surgido mucho antes.
El pensamiento funcionalista se había ido fraguando incluso antes
que la revolución industrial (que está detrás del pensamiento
mecanicista en arquitectura), y que la eclosión de las ciencias
biológicas (que están detrás del pensamiento organicista en
arquitectura).
Que estas ideas funcionalista enlazan con ideas estéticas clásicas,
como la consideración del arte como utilidad (que se vincula al
funcionalismo mecanicista) y las teorías del arte como mimesis de la
naturaleza (relacionadas con el funcionalismo organicista).
Toda esta constelación de ideas en torno al funcionalismo, al cruzarse con
otras procedentes de otros campos de la cultura artística moderna (por
ejemplo, el pintoresquismo), alumbrarán una visión del funcionalismo como
antiartístico, como rechazo de los procedimientos de creación artística como
la composición, que va a caracterizar los movimientos arquitectónicos del s.
XX.
Cuando en los años 50-60 del s. XX se produzca la crítica a ese
funcionalismo anti-artístico, esta postura incluirá todo tipo de funcionalismo.
Por el contrario, los defensores del funcionalismo, incluso en la actualidad,
se limitarán exclusivamente, a la fidelidad del funcionalismo mecanicista de
vanguardia ignorando, igualmente, otros enfoques de este pensamiento.
Intentando superar este maniqueísmo, a nosotros nos interesa extraer, de ese
debate sobre el funcionalismo y del modo concreto como se ha producido a
lo largo de la historia reciente de la arquitectura, aquello que, para nuestro
trabajo como arquitectos, nos es aún válido de las ideas funcionalistas.
Refiriéndose a la Neue Sachlichkeit, (aquella nueva objetividad que, en gran
medida, se identifica con el pensamiento funcionalista de vanguardia durante
los años 20 en Alemania y Holanda) Le Corbusier escribía:
10
“De lo sachlich ni siquiera quiero hablar. Lo admito como evidente,
preliminar, inevitable, como los ladrillos con los que se construye un
muro. ¿Pero qué muro?”5
Este texto centra, en mi opinión, nuestro actual interés sobre la vigencia del
funcionalismo en sus justos términos. Lo funcional (es decir, construir bien
el muro) es evidente, previo, necesario. Pero lo funcional no es el principal
problema arquitectónico. El problema es saber qué es lo que hay que hacer
(o sea, qué muro construir). Un problema que se nos plantea en un nivel
distinto a lo funcional, lo sachlich.
5
LE CORBUSIER, EN DEFENSA DE LA ARQUITECTURA, Colegio Oficial de Aparejadores y
Arquitectos Técnicos de Murcia, Murcia, 1993 (edic. original 1929), pág. 68. En este mismo texto dice:
“la Sachlichkeit (medida policial tal vez oportuna)...” pág. 50.
11
2.- EL CONCEPTO DE FUNCIÓN
Como paso previo para aproximarnos a todos estos temas, resulta necesario
aclarar a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de función. Un
término amplio que engloba conceptos distintos, origen de muchas de las
posturas confusas que se dan en torno al funcionalismo.
2.1.- Ser, estar, devenir
En nuestra cultura, la concepción ontológica del mundo (incluida
lógicamente la estética) se apoya, desde la antigüedad griega, en el ser, lo
que es. La realidad, las cosas, los objetos, son. Tienen una esencia, frente a
la situación en que, temporal o casualmente se puedan encontrar (frente a su
estar que es circunstancial). Una situación que puede cambiar. Los seres
cambian de situación, devienen, incluso se transforman. Ser (esencia), estar
(que depende del espacio) y devenir (relacionado con las ideas de tiempo y
movimiento) son las tres categorías básicas de nuestra tradición cultural.
Para Aristóteles, el devenir, el cambiar de situación mediante el movimiento,
era una tendencia natural de las cosas a encontrar su lugar, su sitio. Una vez
alcanzado ese lugar, las cosas permanecían quietas en su ser. Bajo este
enfoque, el movimiento era circunstancial o pasajero, puesto que lo
fundamental era el ser que permanecía quieto en su lugar.
2.2.- Movimiento y actividad como ideas base del pensamiento moderno
El pensamiento del s. XVII, especialmente aquel que dió origen a la Ciencia
Nueva, realizó un giro a esta concepción del mundo. Por ejemplo, Galileo
basa su astronomía y su física en la idea del movimiento. Para él, los cuerpos
físicos (planetas, astros, estrellas) mantienen su movimiento permanente y
uniformemente mientras no exista nada que se lo impida. El movimiento
uniforme y continuo es el estado natural. La quietud como ausencia de
movimiento, en cambio, es, precisamente, lo que hay que explicar. No al
revés, como creía la física clásica antigua.
Para Spinoza:
13
“Cuanto más activa es una cosa, tanto más perfecta...”6
La actividad, el movimiento, es, por lo tanto, un signo de perfección. Y
conviene recordar aquí la relación que existe en las teorías estéticas clásicas
entre perfección y belleza. Según J. R. Morales, Leibnitz refrenda esta
posición:
“... al concebir la sustancia –clásicamente invariable- como actividad,
negándose a estimarla como ‘ser’ (...) El cuerpo, se imagina como un
conjunto activo de humores, caracterizándose esta nueva imagen por la
circulación y las funciones...”7
Desde el punto de vista arquitectónico, esto significó que ya no son el
volumen o la forma del edificio (el ser del edificio) el aspecto sustancial de
la arquitectura donde debe centrar su trabajo el arquitecto, sino que, de
acuerdo con ese nuevo enfoque, serán las actividades, las circulaciones, el
conjunto de las funciones que debe satisfacer, lo que empieza a tomar el
protagonismo. Lo que debe interesar al arquitecto en su trabajo es que el
edificio ‘funcione bien’. Una idea que sigue estando vigente en la actualidad.
En este concepto de función entendida como actividades que asumen el valor
fundamental en esta concepción del mundo y que a su vez se vincula con la
perfección y, por lo tanto, con la belleza, está implícita la idea matemática
que, por aquellos momentos (recordemos que Leibnitz era, también un gran
matemático) empezaba a desarrollar el cálculo mediante ecuaciones que
interconectan variables. Los funcionalistas de los siglos XVII y XVIII son
los primeros que establecen una cadena de relaciones entre función como
relaciones matemáticas de variables, actividad, perfección y belleza.
Adelantando ideas que luego desarrollaremos, este modo de interpretar el
mundo, va a tener importantes consecuencias en arquitectura. Lo que
empieza a considerarse ya no es el edificio en sí (sus proporciones, medidas,
órdenes, etc.) como hacía la teoría clásica, que lo consideraba como algo
estático e inmutable, sino las relaciones entre el edificio y las actividades de
sus ocupantes, la relación entre habitación y habitante. De aquí se deducirá
que la base de la disciplina debe ser la interrelación activa (origen de las
actividades) entre el edificio y su ocupante, entre la arquitectura y el hombre
que la utiliza. Precisamente el llegar a definir esta interrelación activa entre
6
Citado por MORALES, José Ricardo, ARQUITECTÓNICA. SOBRE LA IDEA Y EL SENTIDO
DE LA ARQUITECTURA, Biblioteca Nueva, Madrid, 1999, pág. 113.
7
Ibídem, pág. 113.
14
el hombre y la arquitectura, en toda su complejidad (física, ergonómica,
psicológica, histórica, social, cultural, etc.) es quizás el aspecto fundamental
de toda la arquitectura moderna.
2.2.1.- Función como actividad.
Función y actividad se utilizan, con frecuencia como sinónimos, por ejemplo
cuando se habla de programa funcional para referirnos a las actividades
previstas en el edificio a proyectar. Según Morales:
“Denominamos ‘función’a una estructura temporal, dinámica, que
tiene principio y fin, y que requiere cierta organización para su
cumplimiento. Es, por tanto, una totalidad que supone operación y
cooperación caracterizada claramente por aquello a que se encuentra
destinada. Son inherentes a la función la fungibilidad o consumo y la
restitución de los órganos que implica.”8
En este texto, el autor se refiere, claramente, a la función como una actividad
vital, una actividad de los organismos vivos. Y, de hecho, en este aspecto,
hablamos de ‘función vegetativa’, ‘función reproductora’, etc.
Frente a una concepción del mundo como ‘mecanismo’ (piezas o partes que
se articulan para formar un todo, y que nos evoca las ideas de la estética
clásica), esta concepción implica una función orgánica, que tiene unos
objetivos o finalidades, que supone temporalidad en tanto en cuanto se
identifica con las actividades.
Pero las funciones, entendidas como actividades humanas, no se restringen a
lo que podríamos llamar funciones biológicas sino que, de hecho, se
configuran de acuerdo con esquemas de comportamiento, entre los que
estarían también aquellas funciones biológicas como comer, dormir,
reproducirnos, etc., pero no solo ellas.
El conjunto de todos estos esquemas de comportamiento es lo que
conocemos como conducta humana. Una conducta que viene en gran medida
condicionada por unos valores, una ética, unos intereses. Y que se realiza
siguiendo unas determinadas pautas que se van configurando en hábitos de
conducta. Hábitos que implican la repetición de unas determinadas
actividades siguiendo unos procesos similares. Hábitos, por lo tanto, como
8
Ibídem, pág. 115.
15
repetición de actividades, que conforman la conducta humana de acuerdo
con unos valores, una ética, una cultura. En suma, una determinada forma de
vida, que, a su vez, es el reflejo de nuestro papel social asumido y
representado por nuestras actividades que no son otra cosa que nuestro
comportamiento social. Vemos pues, así, enlazadas: funciones como
actividades, hábitos, conducta y forma de vida, con nuestra cultura, nuestro
papel social y nuestro comportamiento.
Max Weber recoge este doble nivel en el que se sitúan las actividades
humanas en cuanto a comportamientos que tienen un determinado
significado social: un nivel o esfera pública, y un nivel o esfera privada.
Para Weber en la cultura y sociedad modernas:
“Pública es la esfera en la cual se hacen visibles las funciones sociales
y las relaciones entre individuos. El mercado es la forma organizada de
estas nuevas condiciones sociales de trabajo y propiedad. (... en la
sociedad actual y en el mercado...) las relaciones se establecen de forma
anónima siguiendo normas fijas y ritualizadas.” Y paralelamente a ella
se desarrolla la esfera privada “protegida y no directamente
reglamentada por la sociedad (...) sólo en el ámbito de lo privado puede
surgir y desarrollarse la individualidad.”9
Pues bien, en la medida que el funcionalismo en arquitectura antepone la
relación entre la actividad humana del ocupante y el edificio, tiene que
abordar, necesariamente, todos estos matices: la actividad humana como
esquemas y hábitos de conducta y su dependencia de valores; conducta como
conjunto de actividades que configuran una forma de vida; significado
público y privado de esa conducta, que a su vez depende del modo histórico
en que se concreta en la sociedad actual, o sea, de su carácter de producción
y mercado, impersonal, anónima, etc. El problema que así se le plantea al
funcionalismo en arquitectura se desdobla en varios componentes:
•
¿Cómo podemos llegar a conocer esas actividades tanto en su
vertiente individual o particular, como en su vertiente pública, como
forma de vida que refleja un papel social?
9
Sobre las ideas de WEBER, Max a este respecto, véase PICÓ, José, CULTURA Y MODERNIDAD.
SEDUCCIONES Y DESENGAÑOS DE LA CULTURA MODERNA, Alianza, Madrid, 1999,
especialmente el capítulo 3. Véase también WELLMER, Albrecht, “Arte y producción industrial: de la
dialéctica entre modernidad y posmodernidad” en SOBRE LA DIALÉCTICA DE MODERNIDAD
Y POSMODERNIDAD. LA CRÍTICA DE LA RAZÓN DESPUÉS DE ADORNO, Visor, Madrid,
1993.
16
•
•
Esa relación entre la arquitectura con la actividad, conducta,
significado social, etc. ¿puede ser neutra o aséptica? Es decir, ¿la
misión del arquitecto es detectar objetivamente las actividades y
hacer una arquitectura que sea la más idónea para su realización?
Pero tras esta aparente asepsia, lo que hay ¿no es un refuerzo de la
ética y los valores que están debajo de las conductas y los hábitos?
Y yendo más lejos aún, ¿puede la arquitectura intervenir en las
actividades humanas (en las conductas que reflejan, en los roles
sociales y significados que amparan) y hacer que esas actividades
evolucionen hacia unas conductas u hábitos distintos (que asumirán,
por lo tanto, unos nuevos significados y roles sociales)?
La utopía funcionalista de los años 20 del s. XX reflejaba una ingenua
posición afirmativa respecto a todas estas cuestiones. Se creía que
cambiando la arquitectura se estaba, de alguna manera, obligando a sus
ocupantes a desarrollar sus actividades de una manera distinta, y por lo
tanto, influyendo en su conducta, en sus hábitos y en su forma de vida. Unos
cambios, que, también de un modo ingenuo, se presuponía que eran para
mejorar al individuo y a la sociedad.
La puesta en práctica de este modo de entender el funcionalismo, va a
plantear diversas cuestiones y dará origen a su crítica al poner en evidencia
sus limitaciones. Anticipando lo que más adelante desarrollaremos, las
críticas más inmediatas a esta postura son:
•
•
Suponiendo que con la arquitectura pudiéramos influir en las
conductas y modos de vida ¿podemos moral y éticamente hacerlo,
aunque pensemos que es, en nuestra opinión, para mejor? Aceptar
esto es caer en un planteamiento casi dictatorial contra la libertad de
cada uno a vivir como quiera.
Incluso se plantea la duda de si podemos, realmente, conocer las
actividades de manera segura.
El principal problema de esta postura es la ideología que encubre. Tanto si
consideramos que el proceso es neutro (lo que implícitamente está
reforzando el estado de cosas actual), como si consideramos que se pueden
imponer los valores propios sobre los hábitos y modos de vida de los que
van a ocupar el edificio, hay una componente ideológica que tiñe todo el
proceso, el cual, los funcionalista de las vanguardias de entreguerras,
pretendían que fuese objetivo y científico.
17
Con todo, el principal escollo de esta postura, es llegar a establecer el tipo de
relación que existe entre las funciones (actividades, hábitos, conducta,
modos de vida, etc.) y la arquitectura. Qué lazos existen, si es que existen,
entre las actividades o funciones, por un lado, y la arquitectura, las formas,
los espacios, por el otro.
2.2.2.- Función y necesidad.
Considerar la función como actividad, nos sugiere la otra vía por la que ha
discurrido este concepto en la teoría arquitectónica moderna. Los seres
vivos, el hombre, realiza unas actividades para satisfacer unas necesidades
que le garanticen la supervivencia. Desde esta perspectiva, no se trataría
tanto de delimitar las actividades que se realizan, sino de definir las
necesidades que esas actividades satisfacen. Planteada así, la relación que el
funcionalismo establece sería entre arquitectura y necesidades y no entre
arquitectura y actividades. Bajo este supuesto, las funciones se identifican
con las necesidades, y el programa de necesidades o el programa funcional
se convierten en términos sinónimos que significan lo mismo en la jerga que
empleamos los arquitectos.
En este enfoque, el problema ‘funcional’ como relación entre el ocupante y
la arquitectura, adquiere matices diferentes a los anteriormente analizados.
El funcionalismo histórico de las vanguardias (seguido por una postura
devaluada de ese funcionalismo en las etapas sucesivas, aún vigente hoy en
día) entendía que el arquitecto se debía centrar en aquellas funciones o
necesidades susceptibles de ser abordadas mediante un tratamiento objetivo,
es decir, mensurable, científico. Las funciones-necesidades biológicas, eran
el campo específico que admitía ese tratamiento objetivo, mensurable,
científico, se podían conocer racionalmente, y se podía medir la eficacia de
los resultados obtenidos. Por lo tanto, el problema arquitectónico, se reducía
a la resolución racional de esas funciones o necesidades vitales, biológicas,
básicas.
Es cierto que se conocía y se admitía que el hombre tiene otros tipos de
necesidades. Y arquitectos como Duiker, asumían que la arquitectura no se
podía reducir a resolver las necesidades biológicas básicas. Pero creía que
éste era el problema prioritario en el que se debía centrar la arquitectura.
Sólo cuando estuvieran resueltas esas necesidades básicas los arquitectos
podrían pensar en abordar otros tipos de necesidades. Era, pues, un problema
de prioridades: primero, resolver las necesidades básicas, y luego, una vez
18
conseguido ese objetivo, intentar resolver otras necesidades culturales,
estéticas, sociales, etc.
Puesto que todos los hombres tienen las mismas necesidades biológicas
básicas, el problema arquitectónico, tal como lo veían estos funcionalistas de
entreguerras, es un problema idéntico en cualquier lugar y en cualquier
momento. Las soluciones arquitectónicas idóneas para resolver este tipo de
necesidades, serán, por lo tanto, válidas universalmente. Con este
razonamiento, la idea de una arquitectura objetiva, racional, universal,
quedaba justificada. Y con ella, una arquitectura internacional apta e
idéntica en cualquier país: el Japón, Latinoamérica, Europa, África o
Australia. Cuando Le Corbusier proyecta la Ville Savoye que se posa como
un platillo volante en las afueras de París, y a continuación, propone una
urbanización de ‘villes savoyes’ en la Argentina, está, de hecho, avalando
este planteamiento. Si esa obra es funcional porque resuelve las funcionesnecesidades del hombre moderno, esa solución es igualmente válida en París
o en la Argentina. Y desde los puntos de apoyo de este razonamiento, esta
postura de Le Corbusier, es impecable. Todo el funcionalismo mecanicista
se apoya en estas bases.
Pero estos supuestos plantean, inmediatamente, dos importantes cuestiones
que limitan su validez. La primera es ¿por qué tiene que limitarse la
arquitectura a resolver sólo las necesidades de carácter biológico? Ya he
comentado como Duiker, y otros funcionalistas, abordaban esta cuestión. Era
un problema de prioridades. La arquitectura tendría también que resolver
otras necesidades, pero debía hacerlo de una forma ordenada, enfrentándose
primero con lo más urgente y vital: las necesidades de origen biológico que
afectan a la misma supervivencia. Los demás aspectos, quedan así
pospuestos.
La segunda cuestión es de más envergadura, y pone en crisis la anterior
solución postulada por los funcionalistas respecto a las prioridades. La
psicología hace tiempo que ha demostrado que pretender diferenciar en el
hombre entre necesidades biológicas y necesidades de otro tipo (culturales,
históricas, representativas, sociales, estéticas, etc.) es una utopía. En el
comportamiento humano todas las necesidades se sitúan en el mismo nivel
de igualdad. Rudolf Arnheim recuerda:
“Todas las necesidades humanas son profundas cuestiones de
pensamiento. La angustia del hambre, el frío invernal, el miedo a la
violencia y el trastorno que ocasiona el ruido descontrolado, son todos
hechos presentes de la conciencia humana. De nada sirve distinguirlos
19
atribuyendo unos al cuerpo y otros al espíritu. Hambre, frío y miedo
están en iguales condiciones que la necesidad de paz, intimidad,
espacio, armonía, orden y color. Para un psicólogo, las prioridades no
son ni mucho menos evidentes por sí mismas.” Y refiriéndose a las
necesidades objetivas y subjetivas añade: “No es sorprendente que la
relación entre estos dos conceptos no esté clara. Cuando un arquitecto
decide que la ‘función’ debería limitarse a lo que satisface las
necesidades corporales, está restringiendo el significado del término de
acuerdo con su propia actitud o estilo. (...) Tal limitación intenta
fragmentar la indivisible totalidad de las necesidades humanas. (...) Las
necesidades del cuerpo se convierten en necesidades sólo al ser
‘sentidas’ por la mente como un malestar más y no hay manera sensible
de distinguir entre la protección del cuerpo frente al calor y la
preferencia mental de ventanas con cortinas (...) Cualquier separación
de estas necesidades es arbitraria y no es admisible cuando la
racionalidad del diseño es el bienestar del usuario. La función debe
referirse a la totalidad de las necesidades que el edificio debe
satisfacer.”10
Pero por esta vía de no poder distinguir lo que son funciones o necesidades
biológicas de lo que son necesidades psicológicas, llegamos a un punto de
confluencia con lo apuntado anteriormente al hablar de actividades. ¿Hasta
qué punto, la fantasía, lo irracional, lo subjetivo, puede ser excluido de un
planteamiento ‘funcional’ de la arquitectura alegando que no responden a
necesidades biológicas o básicas? Las consecuencia del funcionalismo de
vanguardia, que no admitía nada fuera de esas necesidades básicas, ha
conducido a situaciones claramente rechazables. Klaus Horn alude a algunas
de ellas.
“Ocurre que algunos arquitectos luego de haber construido su
‘máquina para habitar’ no permiten que sus inquilinos protejan su
esfera privada con toldos (...) o que un inquilino de un edificio de
alquiler (en Darmstadt) se vea implicado en una querella con el
arquitecto proyectista por haber querido animar con plantas verdes las
grises paredes de cemento de un balcón (...) Estos arquitectos dan la
impresión de no saber valorar las consecuencias de sus deseos:
fetichizan de manera irresponsable una concepción nacida en
determinadas circunstancias históricas (... el funcionalismo de los años
20...) y pretenden imponer a los demás la propia adhesión a un estado
10
ARNHEIM, Rudolf, LA FORMA VISUAL DE LA ARQUITECTURA, Gustavo Gili, Barcelona,
1978, pág. 8, 9.
20
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