isabel - Alojamientos Universidad de Valladolid

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GUÍA DE LA EXPOSICIÓN
ISABEL
LA
CATÓLICA
Reina de dos mundos
(1451-1504)
Nueva York, Instituto Cervantes
10 de junio 2004 a 11 de julio 2004
EXPOSICIÓN
Isabel la Católica, reina de dos mundos (1451-1504)
ORGANIZA
Instituto Universitario de Historia «Simancas», Universidad de Valladolid
Director: Julio Valdeón
Secretaria Académica: Elena Maza
PAT R O C I N A N
Antonino Fernández Rodríguez
Cinia González de Fernández
Representantes ante el Instituto Universitario de Historia «Simancas»:
Ernesto Lejeune Valcárcel
Luis Sánchez Carlos
COLABORAN
Junta de Castilla y León
Instituto Cervantes de Nueva York
Iberia L.A.E.
COMISARIOS
Luis Ribot
Ángel Alcalá
COORDINACIÓN GENERAL
Olatz Villanueva
C O O R D I N A C I Ó N E N N U E VA Y O R K
Susana Atienza
AUTORES DE TEXTOS
Ángel Alcalá
Javier Burrieza
Luis Ribot
Julio Valdeón
A U T O R D E L A S C A RT E L A S
Javier Burrieza
AUTOR DE LAS TRADUCCIONES
Carlos Herrero
E N T I D A D E S P R E S TATA R I A S
Archivo General de Simancas
Ayuntamiento de Granada
Biblioteca Nacional
Cabildo de la Capilla Real de Granada
Museo Arqueológico Nacional
Museo Nacional de Escultura
Patrimonio Nacional, Biblioteca de El Escorial
Real Academia de la Historia
Universidad de Valladolid, Biblioteca de Santa Cruz
P R O Y E C T O Y M O N TA J E
Cuadrifolio Diseño, S. L.
T R A N S P O RT E Y S E G U R O S
SIT Transportes Internacionales
RELACIONES PÚBLICAS Y PUBLICIDAD
Meredith Pillon Marketing Communications
Spring O’Brian & Co., Inc.
IMPRESIÓN DE LA GUÍA
Gráficas Andrés Martín, S. L.
Depósito Legal: VA. 411.–2004
AGRADECIMIENTOS
INSTITUCIONES, ORGANISMOS Y EMPRESAS COLABORADORAS:
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
Ayuntamiento de Granada (Granada)
Biblioteca de El Escorial (Madrid)
Biblioteca de Santa Cruz de la
Universidad de Valladolid
(Valladolid)
Biblioteca Nacional (Madrid)
Capilla Real de Granada (Granada)
Cuadrifolio Diseño, S. L. (Madrid)
Gráficas Andrés Martín, S. L.
(Valladolid)
Instituto Cervantes (Nueva York)
Junta de Castilla y León (Valladolid)
Meredith Pillon Marketing
Communications (Nueva York)
Museo Arqueológico Nacional
(Madrid)
Museo Nacional de Escultura
(Valladolid)
Patrimonio Nacional (Madrid)
Real Academia de la Historia
(Madrid)
SIT Transportes Internacionales
(Madrid)
Spring O’Brian & Co., Inc.
(Nueva York)
Tourist Office of Spain (Nueva York)
Universidad de Valladolid (Valladolid)
PERSONAS COLABORADORAS:
M.ª Soterraña Aguirre, Departamento de Didáctica de la Expresión Musical, Plástica y Corporal de la
Universidad de Valladolid; Martín Almagro Gorbea, Anticuario Perpetuo de la Academia de la Historia;
Begoña Alonso, Instituto Universitario de Historia «Simancas» de la Universidad de Valladolid; Gonzalo
Anes y Álvarez de Castrillón, Director de la Real Academia de la Historia; Manuel Arias, Subdirector
del Museo Nacional de Escultura; Miguel Castillo, Servicio de Difusión de la Biblioteca Nacional; Silvia
Clemente, Consejera de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León; Carmen Coello, SIT
Transportes Internacionales; María Luisa Cuenca, Servicio de Difusión de la Biblioteca Nacional; Jorge
Descalzo, Gestión Fotográfica de Patrimonio Nacional; Ignacio Díaz-Agero, Cuadrifolio Diseño, S. L.;
Alicia Donaire, Sección de Control de Patrimonio del Ayuntamiento de Granada; Miguel Ángel Elvira,
Director del Museo Arqueológico Nacional; María Rosario Fernández González, Museo Nacional de
Escultura; Alvaro Fernández Villaverde, Duque de San Carlos, Presidente de Patrimonio Nacional;
María Luisa Fuente, Departamento de Exposiciones de Patrimonio Nacional; Susana Gallego, Cuadrifolio
Diseño, S. L.; José García, Departamento de Exposiciones del Museo Arqueológico Nacional; Juan García
Montero, Concejal de Cultura y Patrimonio del Ayuntamiento de Granada; Antonio Garrido, ExDirector del Instituto Cervantes, Nueva York; Jesús María Gómez, Director General de la Fundación Siglo;
Alberto Gutiérrez, Director General de Promoción e Instituciones Culturales de la Junta de Castilla y León;
José María Gutiérrez Noriega, Gráficas Andrés Martín; Juan Vicente Herrera Campo, Presidente de
la Junta de Castilla y León; Carlos Llorena, Cuadrifolio Diseño, S. L.; Jorge Maier, Gabinete de
Antigüedades de la Real Academia de la Historia; Sonia Manganell, Restauradora del Ayuntamiento de
Granada; Miguel Angel Marcos, Conservador del Museo Nacional de Escultura; Juan Carlos de la Mata,
Director de Actuaciones Histórico-Artísticas de Patrimonio Nacional; Alfredo Mateos Paramio, Jefe de
Actividades Culturales del Instituto Cervantes, Nueva York; Eva Mesas, Gabinete de Antigüedades de la
Real Academia de la Historia; Ana Muñiz, Cuadrifolio Diseño, S. L.; José Miguel Ortega, Director de
Producción de la Fundación Siglo; Paloma Otero, Gabinete de Numismática del Museo Arqueológico
Nacional; Luis Racionero, Director de la Biblioteca Nacional; Manuel Reyes, Capellán Mayor de la
Capilla Real de Granada; José Luis Rodríguez de Diego, Director del Archivo General de Simancas;
Pilar Rodríguez Marín, Directora de la Biblioteca de Santa Cruz de la Universidad de Valladolid; Víctor
Rosario-Latorre, Cuadrifolio Diseño S. L.; Abelardo Santamaría, Archivo General de Simancas; José
María Sanz, Cuadrifolio Diseño, S. L.; Jesús María Sanz Serna, Rector de la Universidad de Valladolid;
Mercedes Sebastián, Instituto Universitario de Historia «Simancas» de la Universidad de Valladolid;
Paco Siles Saiz, Cuadrifolio Diseño, S. L.; Manuel Julián Téllez, Cuadrifolio Diseño, S. L.; Emilio
Suárez de la Torre, Vicerrector de Investigación de Universidad de Valladolid; Jesús Urrea, Director del
Museo Nacional de Escultura; José Luis del Valle, Director de la Biblioteca de El Escorial.
Isabel I de Castilla, conocida como Isabel la Católica por el título que el Papa
Alejandro VI les concedió, a ella y a su esposo Fernando, en 1496, fue una reina
decisiva en la historia de España. La acción política de Isabel y la de Fernando, no
siempre fáciles de deslindar, logró conformar un poder monárquico fuerte en la
Castilla –y la España– de comienzos de la Edad Moderna. Son los años en que
concluye la Reconquista, con la toma, en 1492, del reino de Granada –último
enclave político musulmán en la península ibérica– y se inicia la supremacía
internacional de España, con la conquista del reino de Nápoles. Pero es también
el momento inicial del contacto con el Nuevo Mundo, como consecuencia del primer viaje de Cristóbal Colón y su llegada a América, también en 1492, gracias
en buena medida al apoyo que sus proyectos encontraron en la reina.
La historiografía reciente ha debatido sobre determinados actos de gobierno
de los Reyes Católicos, como el establecimiento de la Inquisición en 1478, la
expulsión de los judíos en 1492 –año clave de todo el reinado– y la de los musulmanes en 1502. Por otra parte, ha resaltado la personalidad de Isabel como mujer
comprensiva y virtuosa, así como el apoyo que siempre prestó a la defensa de los
indios y al desarrollo de la cultura.
Por todo ello, en ocasión del 500 aniversario de su muerte, queremos acercar
al personaje –desde una mirada histórica, crítica y desapasionada– al continente
a cuyo encuentro contribuyó con entusiasmo. Esta es nuestra única pretensión en
esta muestra sobre quien fue, sin duda, reina de dos mundos.
LUIS RIBOT
ÁNGEL ALCALÁ
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EL REINADO DE ISABEL LA CATÓLICA
Isabel I de Castilla, más conocida como Isabel la Católica, reinó entre los años
1474 y 1504. Aquel reinado, justo es reconocerlo, fue uno de los más importantes de la historia de España. Un paso importante fue su matrimonio con el aragonés Fernando, que tuvo lugar en la villa de Valladolid en octubre de 1469.
Fernando era el heredero de la corona de Aragón, a cuyo trono accedió en el año
1479. De ahí que ese matrimonio supusiera la unificación de los dos núcleos políticos más significativos de la España medieval. De esa forma se avanzaba, como
señaló el cronista de aquel tiempo Mosén Diego de Valera, «hacia la monarquía
de todas las Españas». En otro orden de cosas, la época de Isabel la Católica conoció la conquista del reino nazarí de Granada, que era el último reducto del Islam
peninsular. De esta forma se ponía fin a la denominada Reconquista, proceso que
habían iniciado los cristianos de Hispania en el siglo VIII. A raíz de aquel éxito
surgió en Castilla un clima de auténtico mesianismo. Pero el aspecto más sorprendente de todos los que acontecieron en aquel reinado fue la llegada a las
Indias occidentales, es decir, al entonces desconocido continente americano, del
marino genovés Cristóbal Colón, el cual no sólo partió de la zona onubense, sino
que realizó su viaje gracias al decidido apoyo que encontró en la corona de Castilla
y en particular en la reina Isabel. En el año 1494 se firmó entre los reinos de
Castilla y Portugal el tratado de Tordesillas, el cual establecía una línea divisoria,
en el Atlántico, entre los dominios lusitanos y los castellanos. Por otra parte no
hay que olvidar la expansión hispana por tierras italianas, plasmada en la conquista de Nápoles.
Es preciso señalar, no obstante, que el acceso al trono de Isabel fue bastante
problemático. Isabel era hermana del monarca Enrique IV, pero éste tenía una
supuesta hija, conocida como Juana la Beltraneja. En un primer momento,
Enrique IV, en el pacto de los Toros de Guisando, que data del año 1468, reconoció a su hermana Isabel como la heredera al trono. Pero debido a que el matrimonio de Isabel con el aragonés Fernando no contó con su previa autorización,
Enrique IV, poco después, declaró heredera a su hija Juana. Ese panorama derivó,
una vez muerto Enrique IV, en un serio conflicto militar, en el que se enfrentaron Isabel y Juana, la primera apoyada por Fernando y la segunda por Alfonso V
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de Portugal. Aquel enfrentamiento, no obstante, terminó con el triunfo del
bando isabelino.
Una vez resuelto el problema sucesorio, el reinado se caracterizó por los sucesivos triunfos. Por de pronto, se fortaleció notablemente el poder real, lo que se
tradujo en la puesta en marcha de la Santa Hermandad, que tenía atribuciones
policiales y judiciales, pero también en la generalización de los corregidores.
Paralelamente se creó una segunda Audiencia, cuya sede estuvo inicialmente en
Villa Real, aunque después se trasladó a Granada. En la corte el papel decisivo lo
desempeñaban los letrados, denominados en la época «los hombres de los expedientes». ¿Cómo olvidar, por otra aprte, la presencia regia en el control de las
Órdenes Militares? De suma importancia fueron las Cortes celebradas en Toledo
en el año 1480. En ellas se dio marcha atrás a diversas concesiones efectuadas por
Enrique IV a los nobles, lo que permitió un notable incremento de los ingresos
de la hacienda real.
Otro problema de gran relieve de aquel reinado fue el de naturaleza religiosa. Los reinos, a tenor del principio que afirma «cuius religio, eius regio», se equipararon con la religión cristiana. Los dos hechos principales en ese sentido fueron
la puesta en marcha, a partir de 1478, de la Inquisición, cuyo principal objetivo
era perseguir a los conversos que seguían judaizando, y la expulsión de los judíos, salvo que aceptaran el bautismo cristiano, según el decreto de marzo del año
1492. Esa decisión, justo es reconocerlo, aunque la tomaron los Reyes católicos,
fue la consecuencia del clima hostil a los judíos existente en el seno de los sectores populares, así como en la Iglesia. Por lo demás, los judíos habían sido expulsados de casi todos los países de Europa. Unos años más tarde se tomó una medida similar con respecto a los mudéjares. De esa forma se lograba lo que el profesor Luis Suárez ha denominado «el máximo religioso».
El reinado de Isabel la Católica fue, asimismo, muy significativo en el campo
de la cultura y de las artes. Por de pronto se normalizó la lengua castellana, gracias a la «Gramática» elaborada por el humanista Elio Antonio de Nebrija. Al
mismo tiempo, aquellos años fueron testigos de la difusión de la imprenta, cuya
primera obra, el «Sinodal de Aguilafuente», había sido impresa en el año 1472.
¿Y el papel del humanismo? No es posible olvidar a Beatriz Galindo, conocida
como «La Latina», persona muy vinculada a la reina Isabel, pero también a humanistas de origen italiano como Pedro Mártir de Anglería o Lucio Marineo Sículo.
Por lo que respecta al campo de las artes plásticas, el reinado de Isabel la Católica convivió con la herencia del estilo gótico, patente en obras como San Juan de
los Reyes, erigida en la ciudad de Toledo, y la novedad del renacimiento, presente, por ejemplo, en el Colegio de Santa Cruz, levantado en la villa de Valladolid
por decisión del cardenal Mendoza.
JULIO VALDEÓN
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LETRAS E IMÁGENES DE UN REINADO
«Esta Reina –escribía el cronista Fernando del Pulgar–, era de mediana estatura, bien compuesta en su persona, muy blanca e rubia; los ojos entre verdes e azules. El
mirar gracioso e honesto, las facciones del rostro bien puestas, la cara muy fermosa e alegre.
Era muy cortés en sus fablas». Sin duda, nos encontramos ante uno de los personajes indispensables en el estudio de la historia de lo hispánico y de su proyección
en un mundo que, por entonces, conocía nuevos ámbitos y nuevas tierras. Una
mujer en un trono, el de Castilla, del que no se encontraban excluidas en el caso
de faltar varón. Sin embargo, el reinado de Isabel de Trastámara, Isabel la
Católica, no fue únicamente una peculiaridad sucesoria que permitió su consideración como reina propietaria, sino más bien un tercio de siglo decisivo en la historia de España, esencial para entender el rumbo por el cual van a discurrir los
tiempos postreros.
Podemos comenzar mirando a sus ojos, a esos que citaba Fernando del
Pulgar, «entre verdes y azules», en el retrato conservado en la Real Academia de la
Historia en Madrid (España). Era el gesto de una mujer madura, captada en los
últimos años de su vida. Y desde esa sencillez en la mirada se entiende la dimensión del personaje, solamente adornado, en este retrato, por el joyel con la venera y la cruz, convertidos casi en su propia iconografía. Las virtudes de la reina
han sido exaltadas no solamente por sus contemporáneos, sino que han sido
comunicadas a otros siglos, convertida en muchos casos en modelo de reina y
mujer. Eran aquellas «grandes excelencias de la Reina Doña Isabel», según advertía
el citado cronista, mujer fuerte, con la misma cualidad de las mujeres bíblicas.
Las virtudes atribuidas a la soberana castellana eran las propias de una mujer virtuosa; la cortesía que manifestaba en sus conversaciones, la prudencia que se
traslucía en sus gestos a través de su rostro, la ocultación de sus sentimientos de
dolor, especialmente en la enfermedad. Era la sabiduría que se cifraba en la discreción.
Su matrimonio celebrado en Valladolid el 18 de octubre de 1469 con el príncipe Fernando de Aragón será fundamental en la trayectoria de unidad, que no
fusión, de los dos más importantes reinos hispánicos. Un matrimonio que choca9
ba con dificultades de consaguinidad, que entonces fueron resueltas con la inserción de la oportuna bula de dispensa canónica, al ser los contrayentes primos
segundos. Bula en la que existía una sospecha de falsificación: «los dichos muy excellentes señores el dicho don Fernando, rey de Sçiçilia e la dicha señora doña Isabel, princesa heredera legítima d’estos reynos de Castilla e de Leon, dixeron e requirieron al dicho
Pero Lopez que, por quanto el Sanctíssimo Papa Pio segundo, de buena memoria, por su
juez apostólico, para esto espeçialmente por Su Sanctidad deputado, avía dispensado para
que el dicho señor don Fernando, rey de Sçiçilia e príncipe heredero de los reynos de Aragón,
pudiesse casar e consumar matrimonio con la dicha señora princesa». La controversia de
la autenticidad del documento pontificio, firmado en 1464 por el papa Pío II y
no por el pontífice reinante en 1469, Paulo II, fue zanjada por Sixto IV en la bula
Oblatae nobis, cuando el matrimonio estaba tan consumado, que había nacido la
primogénita, la princesa Isabel.
Nos encontramos, pues, en esa fase que Miguel Ángel Ladero Quesada ha
definido como de reclamación de Isabel al trono castellano. Se había hecho proclamar reina tras la muerte de su hermano Enrique IV en Madrid, en diciembre
de 1474. Se encontraba por entonces en la ciudad de Segovia, siendo acompañada después por su esposo Fernando. Ambos firmaron la llamada Concordia de
Segovia, la una como «legítima sucesora y propietaria de los reinos» y el otro como
su legítimo marido. Era aquélla una sentencia arbitral redactada por dos representantes de la Iglesia en Castilla: Alfonso de Carrillo, procedente de los días
anteriores; y Pedro González de Mendoza, cardenal de Santa Cruz, representante
de los tiempos que estaban por venir: «a fin de evitar algunas dudas que ocurren y
podrían nacer a cerca de la forma y orden que se debía tener en la administración y gobierno de estos reinos de Castilla y León, entre nos, la reina doña Isabel, legítima sucesora y
propietaria de dichos reinos, y el rey don Fernando, mi señor, como legítimo marido, acordamos encomendar dicho negocio al reverendísimo cardenal de España don Pedro González
de Mendoza, y al muy reverendo don Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo […] viesen y
declarasen y determinasen qué forma y orden deberíamos tener entre nosotros en dicha administración y gobierno y homenajes y rentas y oficios y mercedes».
Documento que recorría distintas acciones de gobierno, como era la justicia:
«que la administración de la justicia se haga de esta forma: si están juntos en un lugar,
que firmen los dos, y si están en distintos lugares de diversas provincias, que cada uno de
ellos conozca y provea en la provincia donde estuviere. Pero si estuvieren en diversos lugares
de una provincia o en diversas provincias, que el que de ellos quedare con el consejo que se
ha de formar, conozca y provea sobre todas las cosas de las otras provincias y lugares donde
estuviere». No significaba aquel documento la fusión de dos entidades políticas,
sino un hito de vital importancia en la unidad dinástica y en la gobernación conjunta de estos reinos. En la Concordia de Segovia se ponen las bases de una futura
sucesión, pues se asumía el derecho sucesorio castellano, reconociendo la validez
de la mujer ante la falta de varones.
Este acuerdo entre ambos esposos en torno al poder, contaba con manifestaciones tan claras como la intitulación de los documentos, el sello y la moneda común
para ambos monarcas, las precedencias de nombres y armas, además de las atribu10
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ciones reales sobre el manejo de las rentas ordinarias, los nombramientos para los
cargos y la citada administración de justicia: «Por ende, do poder al dicho rey, mi señor,
para que donde quiera que fuese en los dichos reynos e señoríos pueda por sí e en su cabo, aunque yo no sea ende, proveer, mandar, fazer e ordenar todo lo que fuera visto e lo que por bien
toviere e lo que le pareciere cumplir al servicio suyo e mío, e al bien, guarda e defensión de los
dichos reynos e señoríos nuestros. Otrosí le do poder de ordenar e disponer… de las ciudades,
villas e logares, e de las fortalezas, tenencias e alcaldías de los dichos reynos e señoríos nuestros e de fazer merced e mercedes de las cosas… e de proveer de oficiales e corregidores, como a
él pluguiere e le fuese visto… transfiriendo en él, segunt que por la presente le transfiero toda
aquella potestad, e aún suprema, alta e baxa, que yo tengo e a mi pertenece como heredera e
legítima subcesora que so de los dichos reynos e señoríos» (28 abril 1475).
Como reina de Castilla Isabel celebró dos sesiones de Cortes en plenitud, de
las cuales se han conservado Cuadernos y Ordenamientos: las de Madrigal de 1476 y
las de Toledo de 1480. En ambas se trataba de reorganizar el reino, se hacía una
llamada a la efectividad en la maquinaria institucional de la Monarquía, se recondujo la Contaduría, no sin antes hacer frente a una dura confrontación civil,
donde no faltan las connotaciones internacionales: «A quien más da Dios, más le
será demandado. Y como Él hizo sus vicarios a los reyes en la tierra e les dio gran poder
en lo temporal, cierto es que mayor servicio habrá de aquestos e más le son obligados». Se
regulaban las relaciones entre el poder real y los sectores privilegiados, «por que a
los reyes pertenece fazer mercedes a los que merecen e les fazer seruiçio», como indica en el
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Privilegio de hidalguía de Arias Carrete,
vecino de Lumbillo, dado en Medina
del Campo el 8 de diciembre de 1480.
Se perfilaba una nueva relación
con los privilegiados que también se
relacionaba con el ejercicio de sus
competencias jurisdiccionales. Isabel
lo indicó bien claro en su Testamento:
«por cuanto yo hube sido informada que
algunos Grandes e Caballeros e personas
de los dichos mis Reinos e Señoríos impedían a los vecinos e moradores de sus lugares
e tierras, que apelasen de ellos e de sus
injusticias para ante Nos e nuestras
Chancillerías como eran obligados […] e
lo que de ello vino a mi noticia no lo consentí, antes lo mandé remediar como convenía, e si lo tal hubiese de pasar adelante
sería en mucho daño e detrimento de la preeminencia Real e suprema jurisdicción».
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Era la culminación de un proceso
anterior, que Luis Suárez ha denominado de autoritarismo, en el cual había que reforzar tres instituciones fundamentales:
las Cortes, el Consejo y la Audiencia, esta última consolidada en Valladolid (Real
Audiencia y Chancillería). En las Cortes de Madrigal se promulgaron tres grandes
Ordenamientos: uno que se refería al establecimiento de una Hermandad general
para el conjunto del reino; el reordenamiento de la Audiencia o Chancillería y la
modificación de la Contaduría. Medidas efectivas, por tanto, para luchar contra las
alteraciones de orden público y el aumento del bandidaje, que desembocó en el citado Ordenamiento que condujo al funcionamiento de la Hermandad general.
(Capítulos y Ordenanzas de la Junta de Hermandades celebrada en Madrigal, 1476).
Las Cortes de Toledo fueron un hito fundamental en la reorganización política de la corona de Castilla, con la consiguiente expansión del poder monárquico. El objetivo de la acción de gobierno de los Reyes Católicos era el deseo de consolidar y conseguir que funcionase el orden social y político, en torno al poder
monárquico. En ambas reuniones de Cortes, Madrigal y Toledo, se restauraban los
medios de poder de la Monarquía, utilizando instituciones ya existentes, aunque
con mayor eficacia, reduciendo las limitaciones que podían proceder de la jurisdicción nobiliaria, eclesiástica y ciudadana. En las de Toledo se confirió al Consejo
Real una mayor entidad jurídica e institucional, estableciendo las características
de los miembros que lo debían componer. El presidente era un obispo y por tanto
perteneciente a la jerarquía eclesiástica, tres nobles y ocho o nueve letrados, equilibrando la representatividad de cada estamento. Todo ello se plasmó en las
Nuevas Ordenanzas del Consejo Real, haciendo de éste la segunda dignidad de la
corona de Castilla.
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Sobre el espacio para el que consiguieron Isabel y Fernando una comunión
dinástica, existía ya un cierto concepto de unidad, otorgando una realidad política a una conciencia histórica anterior. Eran los sentimientos de patria común,
que superaban las peculiaridades individuales y que Isabel plasmó muy bien en
la promoción de ciertas empresas culturales y artísticas, apoyándose en el
humanismo vigente. Labor de protección en instituciones como el Colegio de
Santa Cruz, fundado por el cardenal Pedro González de Mendoza. En la Carta
de Privilegio de los Reyes Católicos al Colegio de Santa Cruz (Sevilla 20 diciembre
1484), el fundador de la misma, el citado cardenal Mendoza, se aseguraba una
serie de mercedes, concedidas por los monarcas para el buen funcionamiento de
esta institución, inicialmente pensada para estudiantes sin recursos y después
dedicada a la formación de las elites de las administraciones civiles y eclesiásticas: «Porque razonable cosa es a los reyes e príncipes de fazer graçias e mercedes a los sus
súbditos e naturales e espeçialmente aquellos que bien e lealmente los siruen e aman su
seruiçio […] e thenemos por bien e es nuestra merced que los dichos colegiales del dicho
colegio de Santa Cruz de la dicha villa de Valladolid, asy a los que agora en él son
commo a los que fueren de aquí adelante para syenpre jamás, sean francos e libres e quitos e esentos de pagar e que non paguen la dicha alcabala nin otro derecho nin ynpusyçión
alguna de toda las cosas que vendieren ellos u otro por ellos de los dichos frutos e rrentas
e otras cosas quel dicho cardenal de España, nuestro primo, les dio e doctó para su mantenimiento». Muestra, pues, este documento de las empresas culturales de la
Monarquía.
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Llegaba el tiempo culminante de un reinado, aunque no siempre contemplado de esta manera por sus contemporáneos: el fin de la presencia de entidades
políticas musulmanas en la Península, los intentos y medidas para conseguir la
unidad religiosa necesaria para la formación de un Estado Moderno, la firma de
las capitulaciones con el marino genovés Cristóbal Colón, aquel que había propuesto un nuevo camino hacia las Indias, encontrándose con otros territorios.
La necesidad de compartir un mismo credo dentro de una comunidad política, con independencia de la coordenada geográfica de su nacimiento, era una
dimensión en la que coincidían ambos monarcas. Era el momento de acabar con
los «tolerados e sufridos» para la construcción de la entidad política que gobernaban. En realidad, la guerra de Granada –tras muchos años de aparente convivencia pacífica– fue un importante gesto ofensivo de Isabel y Fernando contra el
poder musulmán en el Mediterráneo. Fue el 2 de enero de 1492 cuando el emir
Muhammad XI, más conocido como Boabdil, entregó la ciudad de Granada y las
Alpujarras, además de los castillos y tierras que se encontraban entonces bajo su
autoridad. En aquella fecha y desde la torre de la Vela se enarboló el Pendón Real.
Parecía que se iba a poner en marcha una política de asimilación, como se probó
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en las Capitulaciones: «queda asentado y
concordado que el dicho rey Muley Boabdil
y los alcaldes de la ciudad de Granada y
de la de Albaicín y de sus arrabales y de
las tierras de las Alpujarras y de las otras
partes que entran en este pacto y asentamiento, serán honrados y bien mirados por
sus altezas y serán escuchados y se respetarán sus buenos usos y costumbres y se les
pagará a los alcaldes y alfaquíes sus derechos, franquezas, y todas las otras cosas y
cada una de ellas, según y en la manera
que hoy tienen y gozan y deben gozar».
La política de mayor dureza
empezó en 1499, cuando la posición
defendida por fray Francisco Ximénez
de Cisneros sustituyó a la propia del
arzobispo fray Hernando de Talavera,
primer prelado de Granada, llegando
estrategias pastorales mucho más
duras. En 1501 los moros granadinos
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se sublevaron por vez primera y de
forma generalizada, siendo abolidas las anteriores Capitulaciones. Los musulmanes
tenían dos opciones: o recibir el bautismo o salir de estas tierras. Muchos fueron
los que iniciaron su camino hacia el Norte de África, convirtiéndose en gérmenes
de la piratería. En 1502 se aplicaba la misma medida para los musulmanes que
vivían en el conjunto de los territorios de Castilla, aunque estas medidas no tuvieron efecto en la corona de Aragón (Pragmática de expulsión de moros y moras mayores
de catorce años, 12 febrero 1502): «considerando el grande escándalo que ay asy çerca de
los dichos nuevamente convertidos como de todos los otros nuestros súbditos e naturales de la
estada de los moros en estos nuestros reynos e señoríos […] que asy ay mucho peligro en la
comunicación de los dichos moros de nuestros reynos con los nuevamente convertidos e serán
cabsa que los dichos nuevamente convertidos sean atraydos e inducidos a que dexen nuestra
fe e se tornen a los herrores primeros». Todavía la presencia musulmana en España
contó con otros hitos hasta 1609, fecha de la expulsión de los moriscos, nombre
con el que se conocía precisamente a los musulmanes bautizados que permanecieron en España, una vez concluido el proceso de reconquista.
Se había producido una notable reducción de la comunidad judía en Castilla
en el siglo XV, pues muchos habían sido los que se habían bautizado. Era la cuenca del río Duero la zona más densa en su presencia, pues prácticamente habían
desaparecido de las ciudades andaluzas. Isabel y Fernando, siguiendo la trayectoria de sus antecesores, se mostraron protectores hacia estos súbditos. Durante el
reinado de su padre Juan II, e impulsado por su valido Álvaro de Luna, coincidiendo con una reunión de Cortes, se celebró una Asamblea de procuradores de
aljamas, los cuales elaboraron un nuevo Ordenamiento. Los judíos, bajo el patro18
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cinio del Consejo Real, se otorgaban las normas. Las Asambleas de aljamas coincidirían con las reuniones de Cortes. Este restablecimiento de la comunidad judía
contó con serias oposiciones. Desde ahí se debe entender el Seguro real a la aljama
de Sevilla: «recibo bajo mi guarda y bajo mi seguro, amparo y defensa real a los judíos de
la aljama de la ciudad de Sevilla y a sus mujeres e hijos y criados y a sus bienes […] y
cada uno de ellos ante vos, dichas justicias, nombraren y declaren de que dijeren que se
temen y recelan para que no les dañen, ni maten, ni lisien, ni prendan, ni manden dañar,
ni matar, ni lisiar, ni prender ni hacer otros males ni daños ni desaguisados en sus personas y bienes contra razón y derecho […] que guardéis y cumpláis y hagáis cumplir este mi
seguro y lo hagáis así pregonar públicamente por las plazas y mercados». Una aljama era
una reglamentación jurídica que organizaba la comunidad judía, un gobierno en
paralelo para los judíos. Era gobernada por un consejo de ancianos y por jueces.
Isabel asumía, en 1477, la protección y jurisdicción sobre los judíos castellanos. Sin embargo, existía una notable presión popular contra ellos lo que condujo a que en 1480, ante las peticiones de los representantes en las Cortes, se decretase su habitación en zonas aisladas. Aun así, los monarcas les intentarán defender
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de los abusos. Aquella colaboración inicial empezó a cambiar cuando Fernando les consideró como un factor
político discordante (además de religioso), para construir un Estado Moderno.
Antes del decreto de expulsión general
se desarrollaron algunas expulsiones
parciales de las diócesis andaluzas o de
la villa vasca de Balmaseda, donde se
encontraba la segunda judería en
importancia de este ámbito territorial.
La presión popular era creciente; se presentaba a los judíos como los asesinos
de Cristo en la cruz, habiendo sido ya
expulsados de Inglaterra, Francia o
algunas zonas del Imperio Germánico.
No obstante, una de las causas más
notables era evitar la proximidad y convivencia entre los judíos de religión y
aquéllos que habían sido bautizados,
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los conversos.
La Inquisición, creada en 1478,
no era un medio para combatir esta convivencia, pues el tribunal carecía de competencias para actuar sobre los no cristianos. No obstante, los inquisidores podían investigar qué conversos seguían practicando en la clandestinidad las prácticas
judías. El inquisidor general Torquemada apoyó la necesidad de terminar con el
problema de la convivencia: no se podía perseguir a los criptojudíos, si los judíos practicaban su religión con toda libertad: «nos fuymos informados que en estos nuestros reynos abía algunos malos cristianos que judayçaban e apostatan de nuestra santa fee
católica», comenzaba aquel Decreto de 31 de marzo de 1492.
Habitualmente hablamos de él cómo el de la expulsión y salida de los judíos,
aunque más bien era el de la prohibición de su culto y el ejercicio de la enseñanza,
pues los judíos bautizados no podían ser expulsados. Se concedió cuatro meses para
que los judíos que no deseasen el bautismo pudiesen vender sus bienes muebles e
inmuebles, con la imposibilidad de sacar de estos reinos hispánicos oro, plata,
moneda amonedada, armas o caballos. Si un judío era expulsado y deseaba después
regresar para su bautizo, como ocurrió con muchos, utilizando la vía de Portugal,
podía recuperar los bienes que hubiesen sido vendidos, por el mismo precio que
recibieron por ellos. Se iniciaba toda una campaña para que el mayor número de
judíos fuesen bautizados y no se viesen obligados a salir de España.
Es menester, por tanto, olvidar una de las causas esgrimidas para analizar la
expulsión de los judíos de España. Los Reyes no pretendieron apropiarse de sus
bienes, entre otras cosas porque los más beneficiados económicamente se habían
convertido al cristianismo. También se ha caracterizado la expulsión de los judíos como una lucha de clases, representando éstos los burgueses frente a una alta
20
32
nobleza que defendía los privilegios de los estamentos. No fue así, pues entre los
judíos había muchos pobres y eran precisamente los privilegiados nobles castellanos los que primero los habían protegido. Pero la causa más «razonable» de
esta expulsión era la citada comunicación entre los judíos y conversos, expuesta
ya por fray Miguel de Morillos, uno de los primeros inquisidores. Era el «celo por
la religión», según define la actitud de los Reyes el profesor Joseph Pérez. Una
expulsión que debe ser contextualizada en un clima de exaltación mesiánica, después de la victoria sobre los musulmanes en Granada.
Aun así no se puede restar traumatismo a la medida: «Mandamos dar esta
nuestra carta, por la cual mandamos a todos los judíos e judías de cualquier edad que sean
que viven y moran y están en los dichos nuestros reinos y señoríos […] que hasta el fin del
mes de julio primero que viene de este presente año salgan de todos los dichos nuestros reinos
y señoríos con sus hijos e hijas, criados y criadas y familiares judíos, así grandes como
pequeños, de cualquier edad que sean y no sean osados de tornar a ellos ni estar en ellos ni
en parte alguna de ellos en vivienda ni de paso ni en otra manera alguna, so pena que si
no lo hiciesen y cumpliesen así incurran en pena de muerte y confiscación de todos sus bienes […] E asi mismo damos liçencia e facultad a los dichos judíos e judías que puedan
sacar fuera de todos los dichos nuestros reynos e señoríos sus bienes e fazienda por mar e por
tierra con tanto que no saquen oro ni plata ni moneda amonedada ni las otras cosas
bedadas por las leyes de nuestros reynos salvo en mercaderías que non sean cosas bedadas o
en cambios». Historiadores, como Benzion Netanyahu, insistían en la responsabi21
lidad principal del rey Fernando en esta medida de expulsión, resaltando en los
intentos de Isabel por evitarlo. Una medida que se cumplió sobre un colectivo
que rondaba entre los setenta y los ochenta mil judíos, de los cuales cincuenta o
sesenta mil procedían de Castilla.
Una política que se orientaba por el principio «cuius regio, eius religio», de
acuerdo a la fe religiosa del gobernante así será la de los súbditos, disposición que
se va consolidar en el ámbito europeo a lo largo del siglo XVI. Una vez que los
súbditos de distinta religión hubiesen abandonado el reino, había que actuar contra los que hubiesen realizado una conversión fingida. Para atajar las posibles desviaciones y comportamientos heterodoxos, Fernando e Isabel no optaron por la
justicia ordinaria, sino más bien por un tribunal que salvaguardase a la fe, lo que
comparativamente significaba una represalia menos dura. La Iglesia debía ser la
competente en la represión de las desviaciones de la fe, aunque en su caso consiguieron que el papa Sixto IV les concediese la posibilidad del nombramiento de
los jueces eclesiásticos que componían el tribunal, mientras que el reino prestaba
la base material necesaria para su funcionamiento. Los Reyes Católicos no fueron
los inventores del citado procedimiento inquisitorial, sino que más bien, de
nuevo, le otorgaron la suficiente eficacia. Era, por tanto, la nueva Inquisición,
muy relacionada con la configuración del Estado Moderno, en el cual tuvo especial protagonismo el rey Fernando.
Para conocer cómo los monarcas, en este caso, vivieron el descubrimiento, no
solamente contamos con las cartas que dirigió Cristóbal Colón al escribano de los
Reyes Católicos (Carta de Colón a Luis de Santángel, escribano de ración de SM, dándole cuenta de su primer viaje a las Indias, 15 febrero 1493) o al tesorero de la Corona
de Aragón, Gabriel Sánchez, sino las que dirigió Colón a los propios monarcas:
«cual sabréis –escribía al citado Santángel– cómo en treinta y tres días pasé a las Indias
con la armada que los illustríssimos Rey e Reina, Nuestros Señores me dieron, donde yo
fallé muy muchas islas pobladas con gente sin número, y d’ellas todas he tomado posesión
por Sus Altezas con pregón y vandera real estendida y non me fue contradicho».
Seguidamente describía su desembarco en las primeras tierras de las Indias: «a la
primera que yo fallé puse nonbre Sant Salvador a comemoración de su Alta Magestat, el
cual maravillosamente todo esto a[n] dado; los indios la llaman Guanahaní. A la segunda puse nonbre la isla de Santa María de Concepción; a la tercera, Fernandina; a la cuarta la Isabela; a la quinta la isla Juana, e así a cada una nonbre nuevo». Concluía, sin
duda, vendiendo su descubrimiento: «a fablar d’esto solamente que se a fecho este
viage, que fue así de corrida, que pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro cuanto ovieren menester con muy poquita ayuda que Sus Altezas mandarán cargar, y almástica cuanta mandarán cargar, e de la cual fasta oy no se ha fallado salvo en Grecia en la isla de
Xío». «Dios –concluye Colón–, da a todos aquellos que andan su camino, victoria de
cosas que parecen imposibles».
El rey Fernando se había mostrado escéptico hacia lo que Colón le había propuesto. Sin embargo, en Isabel existía una confianza y una esperanza hacia lo que
proponía este marino, encontrando mayor provecho en los progresos espirituales
que se podían realizar, más que en los económicos. Habitualmente, y según esta22
blecía el protocolo, en sus cartas,
Colón se dirigió a los dos Reyes, aunque en alguna ocasión lo hacía directamente a la reina Isabel (Carta de
Cristóbal Colón a la Reina Isabel sobre
asuntos de Indias y suyos personales): «Yo
soy el sieruo de Vuestra Alteza. Las llaves
de mi voluntad se las dí en Barcelona».
Considera Colón que los achaques e
indisposiciones de la Reina eran perjudiciales para la buena marcha de los
viajes a las Indias: «Yo veu este negoçio de
las Indias muy grande. Los otros muchos
que Vuestra Alteza tiene, con su indisposición, non da lugar que el regimiento d’este
vaya perfeto […] Yo suplico a Vuestra
Alteza que non me tenga en esto ni en otra
cosa alguna por parte salvo por servidor
suyo, y que sin engaño estoy inclinado con
todos los sentidos a le dar descanso y ale33
gría y a le acrecentar su alto Señorío».
El fin del reino de Granada suponía la apertura de otras líneas de actuación de la política exterior de los monarcas, controlada más directamente por Fernando, aunque con la fuerza de Castilla.
Este último reino había empezado a regularizar la expansión atlántica con
Portugal a través de diferentes documentos diplomáticos, con un primer interés
demostrado en las islas Canarias. Una concordia vital para la posterior expansión
por las nuevas Indias, tal y como se plasmó en el Tratado de Tordesillas. En febrero de 1495, el papa Alejandro VI les había concedido competencia a los Reyes, la
investidura, de los reinos de África: «y que allí llevareis y esparcireis el nombre de
nuestro Salvador Jesucristo […] os damos la investidura de la misma África y de todos los
reinos, tierras y dominios de ella y a vosotros y a vuestros herederos y sucesores dichos con la
autoridad de Vicario del mismo Señor Jesucristo».
Todo ello conducía a la comunidad política, como indica Luis Suárez, a la
unidad en torno a la fe. Los príncipes constituían un nuevo Estado, pero al mismo
tiempo coincidían con el discurrir de la Iglesia, lo que otorgaba a sus acciones un
alto carácter moral. En las citadas Cortes de Toledo reglamentaban contra la vida
licenciosa de algunos clérigos: «muy honesta cosa, y decente, era quitar a las personas
eclesiásticas y religiosas y a los hombres casados la ocasión de hallar mujeres que públicamente quisiesen ser sus mancebas […] nos hemos informado de que muchos clérigos han tenido la osadía de tener mancebas públicamente y ellas la de publicarse como sus mujeres y todo
porque ya no temen a la pena de dicha ley […] mandamos que dicha ley tenga lugar y sea
ejecutada contra las mancebas tanto de los clérigos como de los frailes y monjes, la primera
vez que fuesen halladas en aquel delito y la segunda vez sean desterradas por un año de la
ciudad, villa o lugar donde fueren halladas y que además paguen el dicho marco de plata;
23
y que la tercera vez les den cien azotes públicamente y paguen el marco de plata […] y que
esta misma pena reciban asimismo las mancebas de los casados que públicamente estuvieren
con ellos».
Los monarcas iban a ser piezas fundamentales, también, de la reforma de la
Iglesia en España. Ante un comienzo tenso en las relaciones entre Isabel y
Fernando y el nuevo papa, el valenciano de Játiva Alejandro VI, el envío como
embajador de esta Monarquía en Roma a Diego López de Haro, significó el
comienzo de esa colaboración mutua entre todos ellos, en la llamada «política de
do ut des», defininida así por Miguel Batllori. Desde el panorama eclesiástico
español, el embajador (Instrucción a Diego López de Haro sobre el derecho de patronato
y reforma eclesiástica, 20 enero 1486) debía solicitar una serie de concesiones pontificias que permitiesen el desarrollo de soluciones para paliar los problemas.
Instrucciones que repiten los argumentos que los monarcas enviaron a sus antecesores diplomáticos (el obispo de Tuy y el conde de Tendilla). Las intenciones
fueron bien recibidas y conocidas por el papa Borgia, como se manifiesta en la
expedición de diversos documentos pontificios.
La reforma apoyada por los monarcas dentro de la Iglesia era otro pilar para
la constitución del Estado Moderno, pues los religiosos observantes eran necesarios para el gobierno junto con los letrados que salían de las Universidades (Carta
de Hermandad del General de los dominicos a la reina Isabel, 10 octubre 1477). La jerarquía eclesiástica debía colaborar con la Corona. Comenzaba, de esta manera, el
progresivo nombramiento de los obispos por parte de los Reyes. En Castilla siempre se había cuidado mucho la elección de los prelados, mientras que en Aragón
se habían cometido notorios casos de preferencias familiares a la hora de ocupar
un importante puesto de gobierno dentro de la Iglesia. Desde 1486 los Reyes presentaron candidaturas a las vacantes, existiendo en el papa la libertad o no de
rechazar o aceptar al candidato. Las aspiraciones en las nuevas sedes episcopales,
erigidas dentro de los territorios recién conquistados y competencia del Tesoro
Real como fueron Granada y Canarias, iban mucho más lejos. Los obispados eran
patronato de los Reyes y a ellos correspondía su nombramiento (Ius Patronatos
Eclesiae Granatensis, 1488-1502). Sistema que también se empezó a emplear en
América y que se fue extendiendo hasta alcanzar el patronato universal sobre
todos estos cargos en el siglo XVIII. Un primer efecto, no obstante, fue la cuidadosa elección del alto clero americano.
Eran presentados los monarcas como garantes de la Iglesia y de la conservación de la fe, y por tanto, adecuados candidatos a recibir del papa Alejandro
VI el título de Reyes Católicos, nombramiento que se comunicará fielmente a
sus sucesores en el trono (Bula de concesión del título de Reyes Católicos). Fue en
diciembre de 1496 cuando este pontífice les otorgó a Isabel y Fernando este
título, en el que se han ido sucediendo el resto de los monarcas españoles. Lo
justificaba en la bula correspondiente el pontífice: «en vez de entregaros al ocio y
a las delicias y contentos con la gloria de vuestros mayores, acometisteis con no menor
ánimo que fuerzas, una guerra fidelísima en la Bética; no a impulsos de ambición o codicia alguna, sino por la gloria del nombre de Dios y por el afán de propagar la fe cató24
34
lica». Continuaba el papa Borgia por el cuidado, conservación y aumento de la
fe dentro de estos reinos, por el logro de la unidad religiosa, por la defensa que
habían hecho, incluso territorialmente, del papado dentro de Italia, siendo
necesario, por todo ello, que el pontífice reconociese estas virtudes, «y para que
los demás Príncipes Cristianos más se estimulen con vuestro ejemplo […] y esperando que
contra los Africanos y otros infieles Vuestras Serenidades han de reportar a la república
cristiana cada día frutos más fecundos […] decretamos llamaros en adelante, por especial prerrogativa y privilegio Católicos y señalar y honrar con este título peculiar en nuestras inscripciones a vuestras personas […] Pues, ¿a quién cuadra mejor el título de Rey
Católico que a vosotros, defensores de la fe católica y de la Iglesia católica, a la cual se
esfuerzan continuamente Vuestra Majestades en defender y propagar con las armas y con
la sangre?».
La espiritualidad no se reducía a la vida litúrgica, sino que poseía otras proyecciones, pues las preocupaciones de lo espiritual abarcaban muchos aspectos de
la vida. Era ahí donde se incluía la devoción, la privada, con sus propios ámbitos
de actuación. En esta exposición contemplaremos el Breviarium secundum usum
Fratum Praedicatorum (conservado en la Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo
de El Escorial) y el llamado Breviario de Isabel la Católica, procedente de la
Biblioteca Nacional de Madrid. Esa espiritualidad de lo privado, para los más privilegiados, se traducía en imágenes, sobre las que se perdía la dimensión pública
que poseían éstas en retablos e iglesias. Era la pintura devocional, convertida en
la «privatización de los temas oficiales», según indicaba Juan Luis González
García. Los devocionarios eran también un campo para la expansión y desarrollo
de esta imagen, reflejo igualmente de una espiritualidad interiorizada, que se
manifestaba en la meditación. La imagen, en estas páginas, se convertía en un
signo que permitía centrar la evocación a través de la visualización, facilitando la
memorización de lo que se estaba meditando. Comenzaban a abundar, en aquellos momentos, los tratados que empujaban, a través de la imaginación, a componer en la mente las escenas evangélicas que meditaban, convirtiéndose la persona en un testigo de las mismas. Un método sencillo en el cual las imágenes
–especialmente la pintura– se convertían en vehículo rápido para estas intenciones. Se recontaban las historias de la Biblia y de los santos, sirviendo a una oración metódica, a medio camino entre la narración evangélica y las letanías. Los
sectores más privilegiados entre los laicos utilizaban, desde la Edad Media, los
llamados libros de horas miniados, con una colección de oficios y oraciones, para
uso personal de su devoción, ámbitos privados hasta los que no llegaba la Iglesia.
A los libros de horas se unían los manuales de oración, que derivaban de la propia estructura de los sermones.
La política internacional, cuyo objetivo era aislar a Francia, utilizó el concierto de los matrimonios de los hijos de los Reyes, con el objeto de afianzar las
alianzas propias de la política internacional. Para con el Sacro Imperio Romano
Germánico estarían destinados los matrimonios de los príncipes Juan y Juana;
con Portugal, buscando la amistad y la unidad ibérica, se actuó a través de los
matrimonios de las princesas Isabel y María; y en el caso de Inglaterra a través del
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36
enlace de la princesa Catalina. El documento fundamental para la culminación de
esta política matrimonial eran las Capitulaciones matrimoniales o contrato entre, en
el caso de los hijos de Isabel y Fernando, los dos príncipes de Castilla con otros
dos, igualmente hermanos, de la familia de los Habsburgo, vinculados a la corona imperial de Alemania: Felipe y Margarita, hijos del emperador Maximiliano I.
Fue firmado este documento, redactado en latín, el 20 de enero de 1495, representando a los hijos de los Reyes Católicos el embajador Francisco de Rojas:
«Llegamos finalmente al acuerdo y concluimos realizar con total, pleno e íntegro efecto, desterrada cualquier duda que pudiera sobrevenir, el matrimonio y los verdaderos desposorios
por palabras de presente… [entre Felipe y Juana y Juan y Margarita]». La representación del matrimonio del heredero de Castilla y Aragón fue realizada en la
Catedral de Burgos el 14 de abril de 1495. La de Felipe y Juana, calificada también como «boda de tronío», se celebró en Lièrre, el 20 de octubre de 1496, después de que hubiese desembarcado la novia en el puerto de Amberes. La otra hija,
Catalina de Aragón, casó con el príncipe de Gales Arturo, hijo del rey inglés
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Enrique VII. Matrimonio que no se llegó a consumar, por la muerte de aquel. El
acuerdo se cumpliría con su hermano Enrique, igualmente heredero y futuro
monarca con el nombre de Enrique VIII (Capitulaciones para el matrimonio entre el
futuro Enrique VIII y Catalina de Aragón, 3 marzo 1504). Matrimonio que terminó en divorcio, cuando el rey deseó casarse con Ana Bolena, provocando el cisma
de la Iglesia nacional de Inglaterra.
Política matrimonial que debía desembocar en la consecución de un adecuado heredero, que a punto estuvo de concentrar numerosos reinos. El heredero,
finalmente, fue el hijo de Juana y Felipe, el futuro Carlos V, que recibió los estados propios de sus abuelos y abuelas paternas y maternas. Así expresaba el rey
Fernando los deseos por la concepción de un hijo en la esposa del príncipe Juan,
«el que murió, finalmente, de amor» sin nadie que le heredase: «han consumado su
matrimonio y quedan muy enamorados: Quiera Nuestro Señor darles hijos, para que tengamos placer cumplido. De la archiduquesa [Juana] tenemos cartas de cómo, Dios loado,
está buena y preñada».
Las continuadas desgracias familiares empezaron a hacer mella en la salud
de la reina Isabel, a pesar de su madura juventud. En 1497 moría su hijo y heredero, el príncipe Juan; un año después desaparecía su hija Isabel, princesa de
Portugal y nueva heredera; en 1500 el pequeño príncipe Miguel, nieto de los
Reyes Católicos, hijo de la anterior y heredero de las coronas de Portugal,
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Castilla y Aragón; además de la incapacidad latente de su nueva heredera, la
archiduquesa Juana (por su matrimonio), jurada como tal junto con su esposo
Felipe de Habsburgo, en 1502. La inestabilidad de la salud de la reina Isabel
coincidió con un reforzamiento político de Fernando en Castilla, lo que favoreció la estabilidad política de esta corona tras la muerte de la reina propietaria en
1504. Sin embargo, todo ello no anula la capacidad como gobernante que
demostró Isabel la Católica hasta los últimos días de su vida, según se demostró
con la redacción de su testamento.
La dimensión política de Isabel, y de su reinado, es necesario analizarla
desde la consolidación que realizó de los fundamentos de lo que se puede conocer como España moderna. De esta manera, durante su reinado, se culminó la
integridad de la corona de Castilla con la conquista del reino de Granada y de
las islas Canarias. Un proceso político que transcurrió alrededor del ambiente
de cruzada, orientado hacia la reconquista de la ciudad de Jerusalén y la conversión de los musulmanes. Un imaginario que definió también la ayuda prestada a Cristóbal Colón para abrir los desconocidos caminos del Atlántico. Aquel
camino supuso el descubrimiento de un nuevo mundo, que pudo conocer la
reina en sus primeras fases de poblamiento y en las consideraciones iniciales
sobre los indígenas, especialmente desde la creación de la Casa de Contratación
en 1503.
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Insiste José Luis Rodríguez de Diego, director del Archivo de Simancas,
en las disposiciones y condiciones que Alfonso X el Sabio, en sus Partidas,
pedía para un testador: «cordura quando lo fazen». El testamento se convertía
en un recopilador de toda una vida, con toda la solemnidad posible y con una
proyección de lo que se configuraba como sus últimas voluntades, «queriendo
imitar al buen Rey Ezequías, queriendo disponer de mi casa, como si luego la hubiese
de dejar». Desde su Testamento muchos historiadores han definido la personalidad de la Reina Católica, calificándola como «pieza humana de primera calidad», según ha concluido Luis Suárez, manifestando este último que la soberana, en aquellos momentos, dio motivos suficientes de grandeza, afrontando
sus postreros instantes con una gran serenidad. Testamento que contiene
numerosas referencias a lo que había intentado ser su vida, una contribución a
la conservación y defensa de la fe, aunque en estas palabras estuviese plagado
de un cierto tremendismo: «ruego y mando a la princesa mi hija y al Príncipe su
marido, que como Católicos príncipes tengan mucho cuidado de las cosas de la honra de
Dios, y de su santa Fe, celando y procurando la guarda y defensa y ensalzamiento de
ellas, porque por ella somos obligados a poner las personas y vida […] que sean muy
obedientes a los Mandamientos de la Madre Santa Iglesia y protectores y defensores de
ella como son obligados y que no cesen en la conquista de África y de puñar por la Fe
contra los infieles».
Testamento que también era una revisión a sus acciones de gobierno: las
medidas tomadas en la administración pública, en la política fiscal, en la administración de justicia, la unidad en la fe, el fortalecimiento del poder monárquico, sin olvidar las previsiones sucesorias que se iban a plantear a su muerte. Hacía la reina Isabel una llamada de atención a no gobernar estos territorios, olvidando los usos y costumbres del mismo, impidiendo que los extranjeros ocupasen oficios de la Corona, que solamente debían ser «desempeñados
por naturales del Reino»: «está mandado que las Alcaldías, e Tenencias e
Gobernaciones de las ciudades e villas e lugares e oficios que tienen aneja jurisdicción
alguna en cualquier manera, e los oficios de la Hacienda e de la Casa e Corte, e los oficios mayores del Reino, e los oficios de las ciudades e villas e lugares de él, no se den a
extranjeros, así porque no sabrían regir ni gobernar según las leyes e fueros e derechos e
usos e costumbres de estos mis Reinos». Idéntica prohibición se aplicaba a las dignidades eclesiásticas.
En el caso de que las muestras de incapacidad de su hija, la legítima heredera, fuesen cada vez más patentes, el gobernador de estos reinos sería su esposo
Fernando. Monarca al que se otorgaba la mitad de las rentas de las Islas y Tierra
firme del Mar Océano, es decir, de América: «por la obligación e deuda que estos mis
Reinos deben e son obligados a Su Señoría por tantos bienes e mercedes que Su Señoría ha
de tener por su vida».
Se mostraba preocupada, en el Codicilo al Testamento, por el estado de los
nuevos súbditos de aquellas tierras: «que no consientan ni den lugar que los indios,
vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra Firme, ganadas e por ganar, reciban
agravio alguno en sus personas ni bienes, mas manden que sean bien e justamente tratados». E insistía en la tarea de evangelización que debía realizarse con ellos,
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«nuestra principal intención fue al tiempo que lo suplicamos al Papa Alejandro Sexto,
de procurar inducir e traer los pueblos dellas e los convertir a nuestra Santa Fe Católica,
e enviar a las dichas Islas e Tierra Firme, Perlados e Religiosos e otras personas doctas
e temerosas de Dios para instruir los vezinos e moradores dellas en la Fe Católica, e los
enseñar e doctrinar buenas costumbres, e poner en ello la diligencia de vida». Ambos
intereses los manifestaba también el rey Fernando al comienzo de las Leyes de
Burgos, Leyes de Indias, de 1512: «Don Fernando, etc, por quanto yo e la serenísima
Reyna doña Isabel my muy cara e muy amada muger que santa gloria aya siempre tovimos mucha voluntad que los caciques e yndios de la ysla de San Juan venyesen en conocimiento de nuestra santa fe católica». «Otrosy –continua en estas Leyes de Burgos–
porque en el mantener de los yndios está la mayor parte de su buen tratamiento e aumentación».
JAVIER BURRIEZA
32
RELACIÓN DE OBRAS
1. CETRO Y CORONA DE ISABEL LA
CATÓLICA
Reproducción del siglo XIX
Ayuntamiento de Granada
2. ACTA DE MATRIMONIO DE LOS REYES
CATÓLICOS
Valladolid, 18 de octubre de 1469
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
3. CONCORDIA DE SEGOVIA
Segovia, 15 de enero de 1475
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
4. CAPÍTULOS Y ORDENANZAS DE LA JUNTA
DE HERMANDADES CELEBRADA EN
MADRIGAL
1476
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
5. CARTA AUTÓGRAFA DEL REY FERNANDO A
SU ESPOSA ISABEL, ESCRITA CON OCASIÓN
DEL VIAJE QUE EL REY HIZO A LAS
VASCONGADAS
Burgos (?), junio de 1476
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
6. DECLARATORIAS DE LAS CORTES DE
TOLEDO
[Toledo, 1480]
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
7. NUEVAS ORDENANZAS DEL CONSEJO
REAL
[1490]
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
8. ORDENANZAS DE LAS GUARDAS DE
CASTILLA
Segovia, 26 de septiembre de 1503
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
9. PRIVILEGIO DE HIDALGUÍA A ARIAS
CARRETE, VECINO DE LUMBILLO
Medina del Campo,
20 de diciembre de 1480
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
10. PRIVILEGIO DE HIDALGUÍA DE GONZALO
HIDALGO, VECINO DE LEÓN
Medina del Campo,
8 de diciembre de 1480
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
11. CARTA DE PRIVILEGIO DE LOS REYES
CATÓLICOS AL COLEGIO DE SANTA CRUZ
DE VALLADOLID
Sevilla, 20 de diciembre de 1484
Universidad de Valladolid, Biblioteca de
Santa Cruz
12. SEGURO REAL A LA ALJAMA DE SEVILLA
Córdoba, 8 de diciembre de 1478
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
33
13. DECRETO DE EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS
Granada, 31 de marzo de 1492
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
21. EXCELENTE (DOBLE CASTELLANO) DE LOS
REYES CATÓLICOS ACUÑADO EN SEVILLA
Ordenamiento de Toledo de 1475. Oro
Museo Arqueológico Nacional (Madrid)
14. CARTA AUTÓGRAFA DE LA REINA ISABEL A
SU ESPOSO FERNANDO, ESCRITA AL PARTIR
EL REY PARA LA CAMPAÑA CONTRA LOS
MOROS
Córdoba, 30 de mayo de [1486]
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
22. VEINTE EXCELENTES DE LOS REYES
CATÓLICOS ACUÑADO EN SEVILLA
Pragmática de Medina del Campo
de 1497. Oro
Museo Arqueológico Nacional (Madrid)
15. CAPITULACIÓN DE LA ENTREGA DE
GRANADA
Andarax, 8 de julio de 1493
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
16. PRAGMÁTICA DE EXPULSIÓN DE MOROS
MAYORES DE CATORCE AÑOS Y MORAS
MAYORES DE DOCE AÑOS
Sevilla, 12 de febrero de 1502
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
17. CARTA DE HERMANDAD DEL GENERAL DE
LOS DOMINICOS A LA REINA ISABEL
Roma, 10 de octubre de 1477
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
18. INSTRUCCIÓN DE LOS REYES CATÓLICOS A
DIEGO LÓPEZ DE HARO SOBRE EL
DERECHO DE PATRONATO Y REFORMA
ECLESIÁSTICA
Barcelona, 3 de mayo de 1493
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
19. IUS PATRONATUS ECCLESIAE GRANATENSIS
1488-1502
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
20. BREVIARIUM SECUNDUM USUM FRATUM
PRAEDICATORUM
Siglo XV
Patrimonio Nacional, Biblioteca del
Real Monasterio de El Escorial
34
23. DIEZ EXCELENTES DE LOS REYES
CATÓLICOS ACUÑADO EN SEVILLA
Pragmática de Medina del Campo
de 1497. Oro
Museo Arqueológico Nacional (Madrid)
24. CARLINO DE LOS REYES CATÓLICOS
ACUÑADO EN NÁPOLES
1503-1504. Plata
Museo Arqueológico Nacional (Madrid)
25. BREVIARIO DE ISABEL LA CATÓLICA
Siglo XV
Biblioteca Nacional (Madrid)
26. AUTENTICACIÓN DE RELIQUIAS DE
TIERRA SANTA
Roma, 23 de agosto de 1490
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
27. CONFESIONAL CONCEDIENDO FACULTAD
DE PODER ELEGIR CONFESOR A FAVOR DE
LOS REYES CATÓLICOS
[antes de 1484]
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
28. CONFESIONAL CONCEDIENDO GRACIAS E
INDULGENCIAS A FAVOR DE LOS REYES
CATÓLICOS
Roma, 5 de agosto de 1486
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
29. BULA DE ALEJANDRO VI OTORGANDO A
LOS REYES CATÓLICOS LOS TERRITORIOS
CONQUISTADOS EN ÁFRICA
San Pedro, Roma, 13 de febrero 1495
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
30. BULA DE CONCESIÓN DEL TÍTULO DE
REYES CATÓLICOS
Roma, 19 de diciembre de 1496
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
31. CARTA DE CRISTÓBAL COLÓN A LUIS DE
SANTÁNGEL, DÁNDOLE CUENTA DE SU
PRIMER VIAJE A LAS INDIAS
Islas Canarias, 15 de febrero de 1493
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
32. CARTA DE CRISTÓBAL COLÓN
[1501]
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
33. LEYES DE INDIAS
Burgos, 27 de diciembre de 1512
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
36. CAPITULACIONES MATRIMONIALES ENTRE
MAXIMILIANO Y LOS REYES CATÓLICOS
PARA EL MATRIMONIO ENTRE SUS
HIJOS
Amberes, 20 de enero de 1495
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
RESPECTIVOS
37. CAPITULACIONES PARA EL MATRIMONIO
ENTRE EL FUTURO ENRIQUE VIII Y
CATALINA DE ARAGÓN
[Westminster], 3 de marzo de 1503
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
38. TESTAMENTO DE ISABEL LA CATÓLICA
Medina del Campo,
12 de octubre de 1504
Archivo General de Simancas
(Valladolid)
34. RETRATO DE ISABEL LA CATÓLICA
Óleo sobre lienzo, copia anónima del
siglo XIX
Real Academia de la Historia (Madrid)
39. RETRATO DE ISABEL LA CATÓLICA
Óleo, copia anónima del siglo XVII
inspirada en una obra anterior, donado
por el Capellán Real José de Mena
y Medrano
Cabildo de la Capilla Real de Granada
35. RETRATO DE JUANA I DE CASTILLA
Pintura sobre tabla del Maestro de la
vida de San José, principios del
siglo XVI
Museo Nacional de Escultura
(Valladolid)
40. RETRATO DE FERNANDO EL CATÓLICO
Óleo, copia anónima del siglo XVII
inspirada en una obra anterior, donado
por el Capellán Real José de Mena
y Medrano
Cabildo de la Capilla Real de Granada
35
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