La Soledad y la Muerte Articulos Originales LOS PROCESOS DE LA SOLEDAD Y LA MUERTE A TRAVES DE LA HISTORIA Rafael P. Alarcón Velandia* Los procesos de la soledad y la muerte a través de la historia son hechos antropológicos y médicos inherentes al desarrollo del individuo y de su comunidad. La conceptualización que el hombre ha realizado sobre su soledad y por ende sobre su muerte ha dependido del momento histórico en que ha vivido y del desarrollo social. Este ensayo pretende ubicar estos aspectos, considerando las características de cada fase. Palabras clave clave: actitud ante la muerte, tanatología. The processes of lonliness and death throughout history are socioanthropological and medical facts inherent in the development of the individual and his community. The conception which man has developed about his lonliness and consequently about his death has depended upon the moment in history in which he lives and upon the social development. This essay proposes to locate these aspects, taking into account the characteristics of each stage. Key words words: Attitude to death, thanatology. INTRODUCCION El presente ensayo tiene como fín primordial evidenciar la soledad del hombre unida a los procesos de la muerte, inherentes tanto la una como la otra al desarrollo, o mejor quizás, a la involución de la sociedad. Amor, soledad y muerte son elementos, conceptos y afectos ligados estrechamente con lo social y lo histórico, constituyendo el eje fundamental del proceso nacer-morir. Desde el principio el hombre se enfrenta al vacío de haber nacido por amor o desamor; nace solo, aunque es un fenómeno que trasciende y se escuda en lo social. Ese hecho biológico individual se mueve en un proceso de descatectización social, psicológico y biológico, terminando en la muerte solo. Pero: ¿ Qué pasa durante ese lapso entre el nacer y el morir?. ¿ Qué influencias recibe el hombre para que ese lapso lo transforme en un ser social o lo margine como un ser solitario o con precarias relaciones con el medio?. ¿ Son las formas de vivir, de ser o no social, formas de morir?. * Presidente de la Sociedad Colombiana de Psiquiatría. Profesor de la Facultad de Medicina, Universidad Tecnológica de Pereira. Rev. Col. Psiquiatría, Vol. XXV, No. 3, 1996. 167 Alarcón R. Lo que anuncia el sueño suspendan los leños ardientes del toluchi en mi cuerpo apáguenlos y entiérrenlos definitivamente pues mis vientos han sido secados y mi enfermedad mental se apaga. La lluvia, el viento, la sequía la han traído y ahora ellos la desaparecen. Suspendan los leños ardientes del toluchi de mi cuerpo Antonio Correa Reflexionar sobre estas inquietudes es comprender que la sociedad, la soledad, la vida y la muerte han evolucionado estrechamente ligadas a los procesos sociohistóricos del hombre. Hay un paralelismo entre la estructuración del Yo individual y la sociedad y, por consiguiente, del concepto de la muerte y la soledad. Con la ayuda de la antropología, la sociología, la historía y la filosofía he observado que el hombre recorre siete fases en su proceso de soledad y de morir. Cada uno de ellas está demarcada por características propias bien limitadas por la cultura de la época y los rituales que el hombre ha construído para mitigar o no el dolor ante el hecho de no ser, para aceptar o rechazar el vacío que deja la no presencia, enfrentar la lógica de lo biológico y lo ilógico de lo psicológico. Nacimiento y copulación y muerte. Son todos los hechos cuando se llega a lo esencial: nacimiento y copulación y muerte. T.S. Eliot Veamos estas siete fases por las que cursa el hombre: PRIMERA FASE La antropología y la sociología nos enseñan que el Yo individual de los primitivos, tanto de los actuales como de los antepasados, no está ni estaba bien formado, es y era muy rudimentario. Es un Yo colectivo, participativo con otros hombres, con los animales y con la naturaleza. El árbol y el animal eran componentes de un TODO, por eso los protegía, los cuidaba y ritualizaba. Además, su cultura era grupal, con condiciones de grupo, con cohesiones y relaciones afectivas muy estrechas. Por lo tanto, su identidad era grupal, con sentido de pertenencia. Es y era un Yo grande, colectivo, -no cabía la individualidad-, abierto, diluído pero integrado. No existía, por este hecho, el sentimiento de soledad, el 168 Rev. Col. Psiquiatría, Vol. XXV, No. 3, 1996. La Soledad y la Muerte YO SOCIEDAD PRIMERA FASE SEGUNDA FASE YO SOCIEDAD TERCERA FASE YO SOCIEDAD CUARTA FASE YO QUINTA FASE SEXTA FASE SEPTIMA FASE SOCIEDAD YO SOCIEDAD YO NNNNNNNNNSOCIEDAD YO ? ? ? individuo vivía en todos y en todo y en él vivía la naturaleza. Esto condicionó su actitud hacia la muerte, la propia y la de los demás, como ante la naturaleza: la muerte como un hecho individual no le era propia, era una muerte total y colectiva. Pero aunque su experiencia le indicaba que no todo moría al morir el individuo, el sentimiento de abandono, de estar solitario no lo embargaba, «jugando» así con la eternidad y la omnipotencia: en nuestros términos con el narcicismo primario colectivo. Lo anterior resulta ilustrado en el diálogo con los primitivos cuando indican un lugar diciendo «aquí morí yo» al querer expresar «aquí murieron mis antepasados». Los estudios antropológicos nos indican que en ese hombre primitivo, muy rudimentario pero colectivo a su vez, el hecho de morir no estaba aún relacionado con el sentimiento de pérdida, de castigo o de nueva vida. El morir no dejaba el estigma del abandono ni de la soledad, puesto que se integraba de otra manera al TODO. Eso nos explica en parte la no existencia de los rituales en las pri meras épocas del ser humano. Morir dormir ... Dormir: ¡ Tal vez soñar! Sí, ahí esta el obstáculo; pues considerar que sueños nos podrán invadir al abandonar este cuerpo perecedero y dormirnos en la muerte es bastante para detenernos. Hamlet William Shakespeare Rev. Col. Psiquiatría, Vol. XXV, No. 3, 1996. 169 Alarcón R. SEGUNDA FASE El crecimiento de la población y la aparición paulatina y constante de nuevas necesidades en el hombre, tanto a nivel individual como colectivo, las formas de organización social, como la consecuente búsqueda de satisfacción, determinaron el inicio de un proceso de ampliación de lo social y un «estiramiento» del Yo colectivo, lo cual, al principio, no determinó la ruptura entre el hombre y su entorno sino un agrandamiento de sí mismo, por consecuencia aún la inexistencia de la soledad. Sin embargo, la actitud hacia la muerte empieza a ser contradictoria. Freud al considerar este punto decía: "El hombre primitivo al ver morir a sus seres queridos, hizo entonces, en su dolor, la experiencia de que también él mismo podía morir y todo su ser se rebeló contra ello, puesto que cada uno de sus seres amados era un trozo de su propio y amado Yo. Mas por otro lado, tal muerte le era, sin embargo, grata, pues cada una de las personas amadas integraban también algo ajeno y extraño a él " (1) Este concepto ambivalente de muerte y no muerte, en donde no hay una completa aniquilación del individuo, el cual perdura en el Yo colectivo, dio origen a sistemas filosóficos, cosmológicos y a rituales que se basaban en la idea de supervivencia después de la aparente muerte. Las religiones presentan la existencia póstuma como la más valiosa y completa, rebajando la vida terrenal a la categoría de una mera preparación. Además, se prolongó la vida en el pasado, invistiéndose de existencias anteriores, como la transmigración de las almas y la reencarnación. Estos fenómenos socio-culturales, determinaron en el primitivo la aceptación de lo grupal, la inexistencia de la soledad total y la muerte como una forma de vida. Vivo sin vivir en mi, y de tal manera espero, que muero porque no muero. ¡Ay, que larga es esta vida! ¡Que duros estos destierros! Esta cárcel, estos hierros en que el alma esta metida. Solo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero. «Vivo sin vivir en mí» Santa Teresa de Jesús TERCERA FASE Al complejizarse la sociedad, la agricultura, el pastoreo y el comercio e ir apareciendo grupos de población dedicados a cada una de estas actividades, las relaciones entre el individuo y la sociedad se complejizan a su vez. Empieza 170 Rev. Col. Psiquiatría, Vol. XXV, No. 3, 1996. La Soledad y la Muerte una demarcación entre el Yo y la sociedad, pero aún hay un estar de ese Yo en esa nueva morfología social, aún hay sentido de pertenencia. Se desarrollan procesos de socialización, a través de la internalización de leyes, normas y valores. Se bosqueja la toma de conciencia de sí mismo como algo diferente de lo social, aún perteneciéndole y aparece por consiguiente el rudimento de la soledad del individuo. Es este el instante de la conciencia de que él y el mundo, aunque juntos, son diferentes. Es una situación similar a la del infante con la madre, cuando empieza a diferenciarla como algo ajeno a él, aunque la siente propia y ligada; es el inicio de la angustia de sentirse desamparado. En el primitivo este proceso, paralelo con la sociedad, desencadena el temor de ya no pertenecer, de desprotección, de ser aniquilado, y se aferra muy ambivalentemente a lo colectivo, huyendo a su vez a la soledad que empieza a invalidarlo. El concepto de muerte unido a la soledad, que venia siendo ligado a un TODO, empieza a individualizarse y el temor a la separación da origen a los procesos de la angustia, especialmente por la muerte ya individual, con lo que intuye lo finito de nuestra realidad. A su vez, contradictoriamente quizás, se reafirman los conceptos religiosos y cosmológicos nacientes que predicen el alargamiento de la vida hacia un más allá perfecto e idealizado, con ese YO colectivo, protector y amoroso. La organización social, con su estructura e instituciones, colabora en ese no desprendimiento del hombre del seno materno colectivo y le impone formas y valores para aferrarlo y para protegerse. La transgresión a ellas da origen al temor, a la culpa y al castigo por parte de los vivos y de los muertos. Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar, mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar, partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; asi que cuando morimos descansamos. Coplas a la muerte de su Padre Jorge Manrique CUARTA FASE: LA RUPTURA DEL YO DE LA SOCIEDAD. El hombre se enfrenta a la realidad individual de su ser con algo distinto de la sociedad; separados pero interrelacionados. Rev. Col. Psiquiatría, Vol. XXV, No. 3, 1996. 171 Alarcón R. Se abre paso a la toma de conciencia y el sentimiento de soledad ya establecido deja de ser una ilusión y se convierte en l a expresión de algo real: somos distintos y de verdad estamos solos. Octavio Paz nos ilustra con el siguiente pensamiento esta fase: «Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del TODO, y se inicia una ardiente búsqueda, una fuga, un regreso, una tentativa para restablecer los lazos que nos unian a la creación». Y continua « es el niño que hace realidad su angustia por la separación e irrumpe en llanto y en el silencio, que luego desplaza en afectividad, lenguaje y fuego; crea un mundo a su imagen, resuelve su soledad, vuelve hacer uno con su ambiente»(2). En la medida que se separa de ese mundo y lo identifica como el OTRO, se aferra a él internalizándolo en su conciencia, valiéndose de lo cultural, de las leyes y normas que ha establecido, para así volver al TODO. Su soledad se manifiesta cuando es incapaz de entender a ese extraño y entra en conflicto con él o cuando toma conciencia de su finitud y limitaciones; pero aún su Yo es narcisístico y omnipotente y la relación con el TODO la plantea de igual. El concepto de muerte ya es muy individual y así la asume. Los sentimientos de temor, de culpa y de castigo ya establecidos por las fallas terrenales o por el futuro intangible, propician la iniciación de los ritos de preparación de la muerte, caracterizados por conducta de arrepentimiento y de purificación a través del dolor. El hombre primitivo hacía propios sus procesos de morir. Narcisístico y omnipotente, de «tu a tu» con el mundo, no aceptaba su aniquilación total; a pesar de la evidencia biológica de la muerte continuaba viviendo el espíritu y su ser social. Por lo tanto, había que preparar el camino para ello: se afianzan entonces la filosofía y las religiones con el sentido de vida después de la vida, reencarnación y transmigración de almas. En el mundo real y externo se hará presencia con grandes obras o monumentos. Los ritos y el acompañamiento de familiares y amigos eran grandes certámenes, el TODO participaba en la muerte del individuo. Primero - El corazón pide placer y luego - Alivio del dolor y luego - esos mínimos sedantes que amortiguan el sufrimiento y luego - dormirse y luego - si así debe ser la voluntad de su inquisidor, el privilegio de morir Emily Dickinson 172 Rev. Col. Psiquiatría, Vol. XXV, No. 3, 1996. La Soledad y la Muerte QUINTA FASE: EL INDIVIDUO SE EMPEQUEÑESE Y LA SOCIEDAD SE COMPLEJIZA. El individuo ya ha tomado conciencia perfecta del sí mismo y del muro que se interpone con el TODO. Se desprende de su cultura total y se reafirma en su gran soledad. El mundo se complejiza tanto, que se subdivide en otras estructuras, ubicando tareas y roles específicos para un individuo aislado del TODO. Lo hace sentir distinto a los demás, lo desprende de sus valores y normas tradicionales y le impone unos nuevos. Le rompe el presente con el pasado y le confunde el futuro. El medio se le torna extraño y hostil, lo aísla y el individuo reafirma su soledad. Pero al mismo tiempo, una fuerza interior lo impulsa a rehacer su cultura y restablecer los lazos con el pasado, a integrar un futuro con la creación de otro mundo. Es una etapa adolescencial y juvenil, contradictoria. El hombre vuelve a sí mismo y a su soledad, se prepara y se purifica, estudia, se examina, rompe con el mundo obsoleto, preparando un regreso triunfal (por lo menos así lo cree) . La estructura de su Yo está fuertemente socializada y lo social está individualizado. Se inicia una soberanía del individuo en su sociedad; las relaciones se despersonalizan, son autónomas; el individuo se puede oponer a su sociedad, pero fracasa. Las nuevas condiciones físicas de ese mundo, lo socioeconómico, impactan el sentido de la vida y la muerte del individuo. El individuo soberano, empequeñecido, rodeado de soledad, se caracteriza por la angustia de su aniquilamiento total y el miedo a la muerte se convierte en una obsesión. Prototipo de ello son las conductas de la edad media, en donde la muerte es el eje central de la vida, es disfrazada y presentada en formas diversas de hechicería, divinidades, castigos y culpas. El TODO viene a la ayuda del individuo, del moribundo. En la Edad Media, un documento papal responsabiliza al médico de comunicar la muerte y da origen al Nuncius Mortis (mensajero de la muerte), responsabilidad que también se encomendaba al amigo espiritual y no a los amigos carnales. Al final de esta fase el hombre puede aceptar su soledad. «Lucha con otros hombres, o con las cosas, se olvida de sí en el trabajo, en la creación y construcción de ideas. objetos e instituciones «(3), su conciencia individual se relaciona con otras conciencias individuales. «El hombre maduro atacado de soledad constituye en épocas fecundas una anomalía..., la frecuencia con que ahora se encuentra a esta clase de solitarios, indica la gravedad de nuestros males». Octavio Paz Rev. Col. Psiquiatría, Vol. XXV, No. 3, 1996. 173 Alarcón R. SEXTA FASE: EL FRACASO Y EL EMPEQUEÑECIMIENTO DEL INDIVIDUO Y EL MONSTRUO SOCIAL La hipertrofía de la sociedad y su consecuente complejidad económica, cultural, científica, tecnológica, religiosa, urbanística, fragmentan al individuo, lo empequeñecen y lo confinan a un ser solitario con normas y valores que no comprende. No puede manejar la sociedad en que vive, se despersonaliza y se deshumaniza puesto que los papeles que desempeña son institucionalizados, constituyendo su única identidad, su rol en el trabajo o el trabajo mismo. Es lo que hace y no el que es. La familia, último reducto de su todo, de su cultura, se encuentra en crisis al reducirse y nuclearse primero, para luego empezar a desestructurarse. Hay menos tiempo para ella, cada día esta más incomunicada, más preocupada por el mundo externo que por sí misma. Presionada social y económicamente, la familia va disminuyéndose lentamente, permitiendo que su función integradora desaparezca e impulsando a cada uno de sus miembros a enfrentarse con su soledad. El individuo no es ya la condensación de virtudes sociales, de grupos o familiares, es solo él. Trata de salvarse creando nuevos mundos, nuevas subculturas con otros solitarios diferentes dentro de grandes grupos sociales. Fracasa total o parcialmente, vuelve y se plantea la conciencia de sí mismo y se da cuenta de su soledad. Se distancia del mundo o lo enfrenta contradictoriamente, generalmente provocando la reacción de éste contra él: la agresión y la represión a su inconformismo. Esto lo obliga a volverse contra sí mismo, ajeno y amurallado contra ese exterior hostil. En la medida que lo social enajenó al individuo éste, al tratar de ascender en la escala social, se negó los procesos de la vida y por ende de la muerte, a la cual empezó a mirar con angustia, a temerle, a negarla y en cierto modo a silenciarse ante la evidencia de su no existencia. Este ha sido el proceso histórico del hombre ante la muerte en los tres últimos siglos. Hoy no queda nada, ni el sentido que cada uno debe tener de su muerte inminente; el individuo, su familia, ni el médico se preparan ni toleran la muerte; el Nuncius Mortis ha desaparecido. ¿ Es nuestra era moderna pobre en la valoración de lo espiritual (subjetivo), al acogerse a ideologías colectivas que destruyen la integridad del individuo y el valor por la vida?. «Es posible que el hombre al verse considerado objeto entre varios objetos, sin ser sujeto para nadie, viva su abandono y su angustia con su soledad». Ignace Leep La conciencia del sí mismo, pequeño, finito y alejado del TODO, al cual no entiende, conmueve las raíces de la angustia y lo acosa, pues en el fondo lo enfrenta con su soledad. Este hombre, que es alejado de su cultura, de su naturaleza y del amor, que vive su soledad, comprende que después de 174 Rev. Col. Psiquiatría, Vol. XXV, No. 3, 1996. La Soledad y la Muerte separado de todos los objetos y sujetos tendrá que separarse de sí mismo, ya sea a través de la alienación psicótica o de la muerte. Este comprender cristaliza en el sentimiento de que la vida es un morir desde el nacimiento, convirtiendose paulatinamente en una experiencia individual. Cada uno muere su propia muerte, cada uno separa a su manera y, en últimas, roe su soledad. Es aquí donde se afirma la lucha temporal del hombre con los miedos y frustaciones sobre la muerte. La muerte le significa muchas cosas; las teorías acerca de ellas son generalmente las diferentes opiniones sobre la vida. Freud, al considerar la ansiedad por la muerte decía: «Nadie cree su propia muerte... y el inconsciente de cada uno está convencido de su propia inmortalidad»(1). El hombre moderno muestra una patente inclinación a prescindir de la muerte, a eliminarla de su vida. Ha intentado silenciarla y la muerte propia le es inimaginable. Y cuando la pensamos lo hacemos como espectadores. Acentuamos siempre la motivación casual de la muerte, por ejemplo, en un accidente. El hombre occidental, pragmático y cientifista, ha querido reducir su temor a la muerte, por la simple negación, por medio de la tecnología, a la cual se aferra despersonalizadamente. Ha construido palacios tecnológicos que lo alejan de sí mismo y le niegan, en gran parte, las experiencias de su proceso de morir, incluyendo la afectividad de su grupo. A su vez, a permitido, tolerado e impulsado que la vida y la muerte se desplacen de lo moral a lo tecnológico y, más grave aún, a lo comercial. Ha perdido el significado de su existencia y de su muerte, pulverizando su identidad, sus estructuras afectivas y su pensamiento. Se niega toda posibilidad de vivir y morir, simplemente se aniquila. Por otro lado, las culturas no occidentales poseen sistemas filosóficos y religiosos, cosmologías, rituales y ciertos elementos de organización que facilitan la aceptación social de la experiencia de la muerte. Por lo general, estas culturas no ven la muerte como un fín absoluto de su existencia; creen que la conciencia o alguna forma de vida continúa después de la muerte biológica: la muerte es una transición o transfiguración y no una aniquilación. SEPTIMA FASE: ¿ QUE PUEDE ESPERAR EL HOMBRE DE LA VIDA, LA SOLEDAD Y LA MUERTE? Hemos llegado a esta fase con el ser humano huérfano, aislado por el mundo tecnológico, cientifista, urbanístico y comercial, el cual lo ha alejado de los procesos del vivir y del morir. ¿ Podrá el hombre volver al sí mismo colectivo primario? ¿ Encontrará posibilidades que le permitan la satisfacción de sus necesidades? ¿ Le brindará el amor la oportunidad de vivir en otros Yo, y a la vez que ellos vivan en él? O, ¿ seguirá el hombre en su camino de aniquilamiento total?. Rev. Col. Psiquiatría, Vol. XXV, No. 3, 1996. 175 Alarcón R. Estas reflexiones sitúan al hombre ante la imperante necesidad de cuestionarse su soledad, buscando en ella la accesibilidad a la vida humanizada, integrada amorosamente al TODO, llenando la existencia con experiencias gratificantes, asumiendo a la vez la muerte como un proceso vivificante, alejado del temor, la culpa y el castigo. El hombre debe comprender que no puede mitigar su soledad y el temor a la muerte en medio de muchedumbres solitarias, sino volviendo a ese yo humano, colectivo, con una función vital: «brindarse una segunda oportunidad sobre la tierra» (4). «Si de veras deseáis contemplar el espíritu de la muerte, abrid por entero vuestro corazón al cuerpo de la vida. Porque la vida y la muerte son uno solo, lo mismo que el río y el mar son también uno». «El profeta» Khalil Gibran REFERENCIAS 1 Freud, S. Obras completas. Tercera Edición. Madrid: Biblioteca nueva 2 Paz. El laberinto de la soledad. México: Fondo de Cultura Económica,1959. 3 Riesman D. La muchedumbre solitaria. Barcelona: Paidos, 1981 4 Leep. La comunicación de la existencia. Buenos Aires: Editorial Carlos Lohlé, 1980 176 Rev. Col. Psiquiatría, Vol. XXV, No. 3, 1996.