LA PROMESA DORADA Cuento ganador del concurso de escritura “Lettres Vives” UPEM Quiero contaros una historia sorprendente. Sabéis que estoy viejo, que lo vi todo. Pero ésta es la historia más extraordinaria y extraña que conozco. Paco vivía en la pequeña isla de Dorea, un lugar espléndido situado cerca de nuestra costa. En ese paraíso rondaban como fantasmas los misterios de la naturaleza. Paco formaba parte de una tribu de Indígenas que vivía del intercambio de productos – madera, pescaditos, aves, frutos, perlas, piedras preciosas etc. La mayoría venía de los manglares alrededor de la isla. Paco era muy pobre y el manglar era su forma de vida. Cada semana, este hombre humilde buscaba madera y se la ofrecía a los cazadores y pescadores de la tribu a cambio de comida. Paco soñaba con llegar a ser un pescador ilustre, una de las faenas más prestigiosas de la tribu. Pero no lo lograba porque no tenía los instrumentos de pesca. Su situación no le permitía casarse con la guapa Alla, una chica con una cabellera negra y brillante como una Amazona desdeñosa y un cuerpo tan perfecto como su amor por el dinero contante y sonante; tenía unos ojos centelleantes parecidos a las espléndidas estrellas que veían a Paco como un pobre insecto insignificante. Este hombre estaba sin embargo loco de amor por la chica orgullosa. De temperamento muy tranquilo pero aventurero, estaba frustrado por la penuria en que vivía. Habría hecho cualquier cosa por ser rico y estimado y casarse con Alla. Un día, Paco decidió navegar hasta el continente para mejorar su vida. Mientras paseaba por las calles, en el mercado, descubrió que los habitantes se volvían locos por los camarones. Conocía muy bien estos mariscos, había muchos en los manglares. Escuchó a una mujer que le dijo a un vendedor: “¡Ay!, estos camarones son muy buenos… ¿por qué están tan caros?”. El vendedor respondió: “Hay problemas, señora, ¡todos los lugares para cultivar camarones están ocupados!”. La mujer se lamentó: “Mi marido tuvo que invertir en otra cosa”. Paco le dijo: “Lo siento, pero conozco uno que no está ocupado.” El vendedor se rió y se fue a atender a otra persona. La mujer lo invitó a seguirla. Paco, curioso, no dudó en hacerlo. Llegaron a una casa muy lujosa. Aquel hombre humilde pero soñador esperó en el salón. La propietaria volvió y le informó: “Mi marido tiene una proposición para usted si es verdad lo de los lugares de cultivo de camarones.” Paco entró en la oficina. Un hombre un poco gordito, con anillos de oro y un traje lujoso hecho a la medida lo esperaba. Todo en él respiraba lujo. “Hola, soy el Señor Drump. Llámeme, Sr Drump y ¿usted?” “Paco” “Muy bien, señor Paco. Mi mujer me dijo que usted sabe donde hay lugares de cultivo de camarones. Me cae de maravillas, tengo que diversificar mis actividades, porque la construcción no es rentable hoy. ¿Donde están esos lugares de cultivo? “. Paco le habló de su isla y los manglares, y los camarones. El Señor Drump se quedó largo rato pensando. “Muy bien, Señor Paco. Usted será mi contacto en esa isla… ¿Dorea? Usted tiene que trabajar mucho, pero haré de usted un hombre rico. Más rico que lo que puede soñar. Simplemente firme este contrato.” Paco, loco de alegría, firmó sin leer y volvió a Dorea. Todos sus sueños se cumplían. El señor Drump mantuvo su palabra. Unas máquinas empezaron a destruir los manglares. La tribu trabajaba bajo las órdenes de Paco, Señor Paco, como lo llamaban. Paco se volvió el hombre más importante de la tribu. ¡No había celebración sin Paco, Señor Paco! Se casó con su guapa Alla cuyo desdén en sus ojos se transformó en admiración, sin duda, y la familia de la esposa estaba muy orgullosa, como si hubiera ganado un premio. Hablaban dondequiera que formaban parte de la familia de Paco, Señor Paco, como un pavón desplegando su plumaje. Y Alla se volvió de repente loca por su Paco, ¡su Señor Paco! Cada semana, el que se había convertido en un hombre rico veía al Señor Drump. Y cada semana, el Señor Drump estaba contento con su dinero del cultivo de camarones. “¡Ay!, ¡el Señor Paco, mi amigo!”. Comían juntos y todo estaba bien. Pero los vientos estaban violentos en esa región. Los manglares eran los protectores de Dorea. Cada día, un pedazo de isla iba desapareciendo, llevado por el viento. Cuando los primeros hombres de la tribu le advirtieron lo que estaba pasando, Paco no les hizo caso. Pero día tras día, los cultivos se fueron dañando. La primera desgracia ocurrió el día en que una gran tormenta cayó sobre Dorea. Las tres cabañas más al este de Dorea y un cuarto de los cultivos fueron destruidos. Tres familias fallecieron. Los abuelos de la tribu empezaron a hablar de maldición. Fue un gran día de luto y Paco organizó una ceremonia solemne y a la vez tomó conciencia de la gravedad del problema de los vientos. Su negocio estaba en peligro. ¡Había perdido dinero con estos primeros problemas! El señor Drump lo convocó. Tan pronto como Paco entró en su oficina, Drump empezó a vociferar, acusándolo de ese fiasco y de su ingratitud. El pobre hombre trató de explicar, pero el señor Drump fue terrible y se puso peligroso. Amenazó a Paco y su tribu. La segunda desgracia ocurrió el día en que la mitad de Dorea desapareció, devorada por el mar. La familia de Alla formaba parte de las victimas. Alla lloró mucho pero la herencia le devolvió una sonrisa. Los abuelos de la tribu se quejaron desesperadamente contra la maldición y el fin de Dorea. La reacción del Sr Drump fue peor: insultó a Paco, culpándolo de todo. El trabajador abnegado pero pragmático, se entristeció y decidió que prefería la pobreza a la muerte. Entonces decidió en secreto ir a Dorea, buscar a Alla y su dinero y partir para no volver jamás, mientras que le prometió a Drump encontrar una solución. Pero cuando Paco volvió, descubrió aterrado que la isla había desaparecido. Una gran tormenta había devorado toda la tierra y todos los hombres de Dorea. Su tribu, su dinero, su mujer… todos desaparecidos. El pobre desgraciado, desconsolado, se instaló en el continente, al lado del emplazamiento de la isla, para no olvidar su locura y su historia. Habiendo destruido los manglares, era como si hubiera acabado con la isla y su casa. El Señor Drump le robó todas sus posesiones excepto una pequeña cabaña, porque estaba escrito en el contrato. Pero el avaricioso quebró ese mismo año y se suicidó. Y hoy, vivo todavía en esta cabaña. Todas las mañanas, contemplo el horizonte, me lamento por mi gran insensatez que destruiría una tribu y una isla y conservo esta historia para vosotros. No olvidéis que la avaricia de los hombres puede arrasar con todo lo que amáis. Madeline FLEURY