Paco lleva desde tiempos inmemoriales profiriendo la promesa de que vendrá a la próxima salida al monte. Y bien podía haber seguido incumpliéndola un poco más... 13. P orque la salida del domingo fue un auténtico desastre. Tras dormir media hora (estuvimos de cena en casa del Llaneras degustando su lomo a la piña) acudí convertido en zombi al bus por solidaridad con él. Mi careto debe ser un poema. Mis ojos miran pero no ven. Mis oídos oyen pero no escuchan. Mi cuerpo es un amasijo de desórdenes. Por mis venas fluye caudaloso el vino y otras bebidas de contenido etílico del generoso trasvase del vidrio a mi estómago realizado horas antes. Pero aquí estoy. Subimos al bus. A pesar de mi deplorable estado siento como comienza el movimiento. Cierro los ojos solicitando una tregua que no es concedida. Un par de cabezadas es mi mayor logro. En la glorieta de Aguas Nuevas hay control de la guardia civil. Contengo mi aliento porque a pesar de ir sentado dos filas más atrás del conductor, la destilería que llevo en mi cuerpo es muy capaz de hacerse notar en el alcoholímetro del guardia. Llegamos al hostal Peñalta sin novedad. El aire fresco es una bendición. Pido un café y lo tomo de un trago. Tanto uno como otro parecen hacer revivir mi espíritu. Paco estaba advertido de que para andar con esta gente hay que estar medianamente en forma. Presume de aguantar 4 horas seguidas jugando al tenis. Pero la realidad tiene las patas muy cortas. Como él. Y muy pronto sus pasos comienzan a convertirse en lastre. Porque cuando el suelo levemente despunta inclinación se encienden todas sus alarmas. Avisamos a Pedro que alguien tiene problemas para aguantar el ritmo, solventando éste la papeleta con su habitual simpatía y solidaridad: pues que corra másssss. Como siempre haciendo piña. El caso es que cada tres pasos nuestros le sacamos uno de ventaja. Los hermanos de los Anguijes andan afanosos rebuscando setas, retrasados en tan ardua exploración, acompañando en las primeras rampas al averiado y sudoroso Paco, que camina entre blasfemias y exabruptos. En la primera parada busca fuerzas en el bocata de salami. Apenas ha dado cuenta de unos bocados, cuando el grupo se pone de nuevo en marcha. Paco ametralla todo lo que se mueve con aguacero de vituperios. Hay que buscar una solución. Resignado me atavío con el pellejo del buen amigo, y tras pactar rutas alternativas de fácil recorrido nos desligamos del grupo. Poco a poco su ahogado rostro va adquiriendo su tonalidad natural y sus censuras van tornándose en conformidad: esto es lo que yo quiero, pasear, escuchar a los pajaritos, retratar florecillas y poder parar a beber agua. Y mientras el pelotón busca la cueva de la osera, nosotros paseamos por una pista forestal con numerosas paradas que restablezcan su resuello. En el punto acordado aguardamos, mientras damos cuenta de un par de sabrosos y suculentos bocatas (esta vez, ante la ausencia de Marian, me he podido comer todas las gambas). Paco es feliz, pero poco dura su satisfacción cuando un cuarto de hora más tarde asoma entre pinos el desfile del grupo, capitaneados, como no puede ser de otro modo, por Venancio, que en vez de pies debe haber nacido con ruedas. El rostro de Paco se congestiona. Lo miro y decidimos seguir a nuestro aire, esto es, a ralentí. En la fuente de los muchachos, al pie de la Almenara, nos encontraremos de nuevo con la tropa. Seguimos pista a ritmo suave. Poco a poco columbramos una hermosa estampa del magnánimo pico, altivo y desafiante. Venancio le acepta el reto y allí, encumbrado a sus altas crestas, nos saluda. El pelotón quiere más guerra, así que van a seguir ascendiendo hasta el Tejo Viejo. Ya no hace falta mirar a Paco. Se qué nosotros iremos por el atajo fácil. Tras un buen descanso al arrumaco del susurro de la dicharachera fuente nos ponemos de nuevo en marcha. Próxima parada Cortijo de Tortas, fin de etapa. Por allí transitamos cuando hallamos a un pastor que nos ofrece plática. Tras un buen rato de conversación continuamos. Al pasar por su finca dos fieros perros nos muestran que no precisan ir al dentista. Grrrrrrrrrrr -nos amenazan los canes-, mientras empleamos los bastones a modo de defensas. El hermano del locuaz pastor avistado anteriormente nos tranquiliza, no hacen nada, mientras hacemos repaso a cada uno de los afilados incisivos de los “inocentes” animales. Llámelos –le instamos- mientras insiste en que sigamos camino. Si no os atrevéis a pasar podéis retroceder camino –dice el muy cabrón entre risas-. Finalmente hacemos acopio de valentía y desollemos los gruñidos, aunque sin apartar la vista de aquellos. Al divisar el bus Paco se pone casi a llorar de emoción, a besar al conductor, a dar salves al cielo y a liarse otro bocata. A los veinte minutos aproximadamente acude el pelotón. A la cerveza si que nos apuntamos. Acudimos al cortijo, donde una mujer hace el agosto en pleno noviembre. Entre cervezas y nueces se hace con un buen botín de uros –como ella dice-. El bus nos lleva de regreso a casa. Llegamos y Paco se despide del grupo para siempre.