Viernes Santo

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Viernes Santo
«... Jesús, clamando con
voz potente, dijo: “Padre,
a tus manos encomiendo
mi espíritu”. Y, dicho
esto, expiró.»
Sentido del Viernes Santo
Hoy empezamos propiamente la Celebración de la Pascua. Pascua significa
«paso», el tránsito de Jesús de la muerte a la nueva vida. Hoy es el primer
acto de este paso.
Muerte y resurrección se celebran con una gran unidad: la memoria de la
muerte, hoy está llena de esperanza y de victoria, mientras que la Vigilia
Pascual de mañana no sólo recordará la Resurrección, sino todo el dinamismo
del paso de la muerte a vida.
En el día destacamos:
Caminar con Cristo, que va hacia la muerte con actitud de perdón y amor.
Recorrer con Él su Camino de la Cruz.
Y en la celebración de la tarde destacan estos momentos culminantes:
•
La lectura de la Pasión:
Es el centro de la celebración de este día. Nosotros le daremos mucha
importancia.
• La adoración de la cruz:
Es otro momento importante. La comunidad cristiana expresa sus
sentimientos al contemplar y adorar la cruz, como principio de la Pascua.
El beso de la Cruz es el signo de nuestra respuesta de amor al Amor que
dio su vida por nosotros.
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• La oración universal:
Es la oración en la que el pueblo ruega por todos los hombres. Hoy es el
día en el que el pueblo participa de ese sacerdocio de su Señor e
intercede por las grandes intenciones de la Iglesia, la humanidad y el
grupo.
Este día está centrado todo él en la Cruz del Señor. Pero no con aire de
tristeza, sino de celebración: la comunidad cristiana proclama la Pasión
del Señor y adora su cruz, como el primer acto del Misterio Pascual.
Lectura 1: El precipicio
Un hombre, siempre descontento de sí y de los demás, no
dejaba de lamentarse con Dios exclamando: «¿Pero quién ha dicho
que cada uno tiene que llevar su cruz? ¿Es posible que no haya modo
de evitarla? ¡Estoy harto del peso que debo arrastrar cada día!».
Dios, bondadoso, le respondió con un sueño.
Soñó que la vida de los hombres en la tierra era una procesión
interminable. Cada uno con su cruz a cuestas, embrutecida, con
muchas ramas y pinchos que se le clavaban en la carne. Lenta pero
sin pausa, paso a paso. También él formaba parte del interminable
cortejo y avanzaba penosamente cargado con su cruz. Al cabo de un
tiempo vio que su cruz era demasiado larga y tenía demasiados
pinchos: ¡por eso le costaba tanto avanzar!
- «Bastaría acortarla un poco, y sufriría menos», se dijo.
Se sentó junto a la cuneta, y con un hacha quitó un buen trozo
a su cruz. Al seguir, vio que caminaba mucho más tranquilo y ligero.
Siguió avanzando y como notaba que le molestaban muchos
pinchos de su cruz, se sentó al borde del camino y la recortó aún
más. Esta vez la lijó e incluso le dio una mano de barniz para que
estuviera más lisita y le molestara menos. Al final era una cruz
brillante, cómoda, fácil de llevar y que no le suponía mucho esfuerzo.
Esa era la mejor manera de hacer el camino.
Miraba como a los otros les costaba llevar su cruz y pensaba
para sí:
- «Mira que son tontos, ¡con lo fácil que es hacer la cruz más ligera y
cómoda de llevar!»
Sin demasiada fatiga llegó a lo que parecía la meta de aquella
procesión de hombres. Había un precipicio: una ancha hendidura en
el terreno, que una vez superada, abría el paso a la tierra de la
felicidad eterna. Era una visión encantadora la que se tenía desde la
otra parte del precipicio.
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ero no había puentes ni pasarelas. Sin embargo, los hombres
cruzaban fácilmente. Cada uno descargaba su cruz, la apoyaba en los
bordes del precipicio y pasaba por ella. Parecía que las cruces
estaban hechas a medida: unían exactamente las dos orillas. Y los
pinchos y las ramas hacían que el que pasaba por ellas no se
resbalara ni se cayera al vacío.
Pasaban todos. Menos él, que había acortado su cruz. Ahora era
demasiado corta y no llegaba a la otra parte del abismo. Lloró y se
desesperó:
- «¡Ah, si lo hubiera sabido antes...!».
Pero era demasiado tarde. Aún así, sus lamentaciones fueron
escuchadas por Dios y le dijo que volviera al camino y ayudara a otro
a llevar su cruz. Así podrían pasar los dos... En esos momentos
nuestro amigo se despertó y comprendió todo: es importante que
cada uno carguemos con nuestra cruz.
Lectura: La cruz
La cruz duele. La cruz araña. La cruz
escuece. La cruz sacude. La cruz golpea. La
cruz desconcierta. La cruz ciega. La cruz
paraliza y enmudece. La cruz oprime. La
cruz pesa. La cruz hunde, abate, doblega. La
cruz destruye, machaca, desmorona. La cruz
da miedo... La cruz crea ansiedad, angustias
náuseas...
Pero la cruz está aquí, en medio de la
vida, en el corazón de todo hombre. Si algún
hombre existe que no lleve su cruz, su dolor,
su pecado... ése hombre ya no es hombre. ¿Dónde encontrar
respuesta al peso de la cruz?... ¿Dónde encontrar sentido profundo a
mi vida cuando me siento “colgado de un madero”?... ¿Maldito hoy el
que lleva una pesada cruz?... Siempre, mire donde mire, allí está la
cruz. Como maldito, como loco o como avergonzado... viviré mi cruz
si no la sé “encajar” en la CRUZ de Jesús.
Oración: Quiero encontrarte...
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Quiero callar un momento, y acallar el torbellino de mis ideas y
sentimientos, para estar ante Ti con todo mi cuerpo de tú a tú.
Quiero vaciar mi casa, y hacer un silencio profundo, para
apartarme de todo, y tenerte a Ti con todo mi ser, de tú a tú.
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Quiero estar sólo contigo para marchar luego al encuentro de
todo y comprometerme todo entero, con todos, de tú a tú.
Quiero ver tu rostro, y darte la mano.
Quiero conocerte por dentro, no sólo con mi cabeza, sino
también con mi corazón y darte la mano de la confianza total.
Quiero caminar hacia Ti, y contigo hacia todos los hombres, con
todo mi cuerpo, con toda mi cabeza, con todo mi corazón.
Quiero que seas el centro de mi vida, para alcanzar la
verdadera vida.
Oración:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Reflexión personal
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Piensa en las “cruces” de tu vida. ¿Cuáles son, cómo son, cómo
las aceptas?
“Quien quiera ser discípulo mío, tome su cruz y me siga”.
¿Cómo es mi seguimiento de Jesús? ¿Qué me escandaliza de
Él? ¿Qué es lo que más me cuesta? ¿Qué es lo que más me
atrae?
¿Necesito en mi vida a Jesús?
¿Soy sensible a las cruces de los demás? ¿Doy el primer paso
para ayudarles?
¿Qué puedo hacer para ayudar a los otros a llevar la cruz?
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