El artículo se inicia con una breve historia del oficio del director teatral o director escénico, para luego desarrollar la relación que la autora de estas palabras, directora teatral de oficio, ha sostenido durante su carrera creativa con los conceptos espacio sonoro/espacio visual. Se plantea que han sido éstos los que han originado sus creaciones, como también le han dado forma a sus montajes. En este desarrollo resultan claves algunas puestas en escena que ha realizado con su compañía teatral (La Calderona), las cuales son analizadas específicamente en la relación entre espacio visual, espacio sonoro y teatralidad. Finalmente, la autora desarrolla una revisión más acabada de su última puesta en escena: la investigación y montaje de “Mujeres coloniales”, de Inés Stranger, realizada en el año 2008 y presentada en el Campus Oriente UC entre diciembre de 2008 y enero de 2009. El artículo se inicia con una breve historia del oficio del director teatral o director escénico, para luego desarrollar la relación que la autora de estas palabras, directora teatral de oficio, ha sostenido durante su carrera creativa con los conceptos espacio sonoro/espacio visual. Se plantea que han sido éstos los que han originado sus creaciones, como también le han dado forma a sus montajes. En este desarrollo resultan claves algunas puestas en escena que ha realizado con su compañía teatral (La Calderona), las cuales son analizadas específicamente en la relación entre espacio visual, espacio sonoro y teatralidad. Finalmente, la autora desarrolla una revisión más acabada de su última puesta en escena: la investigación y montaje de “Mujeres coloniales”, de Inés Stranger, realizada en el año 2008 y presentada en el Campus Oriente UC entre diciembre de 2008 y enero de 2009. Teatro _ Espacio visual _ Espacio sonoro _ Investigación escénica _ Dirección teatral _ Puesta en escena Teatro _ Espacio visual _ Espacio sonoro _ Investigación escénica _ Dirección teatral _ Puesta en escena 62 DISEÑA DOSSIER Espacio sonoro y visual para la puesta en escena Apuntes de dirección teatral Macarena Baeza de la Fuente _ Profesora Escuela de Teatro Universidad Católica de Chile _ Directora de Teatro. “Mujeres Coloniales”. Campus Oriente 2009, fotos Elio Frugone. El oficio del director en la perspectiva histórica Poner en escena un texto dramático, poner en escena cualquier material que pueda dar origen a una obra de teatro. En eso consiste el trabajo del director escénico: en construir una imaginería sonoro-visual para lo que antes o bien fue un texto dramático o bien una idea, un tema, una imagen pictórica, un poema, una canción, un artículo periodístico o, incluso, un ensayo sociológico. El director es quien “construye” materialmente la obra. Quien le da su forma física. Con la ayuda de los actores, de los diseñadores, de los compositores, de los productores hace visible el material que se ha querido llevar a escena. En los inicios de la historia de la dirección escénica la cuestión era, al parecer, más simple: el director escénico era quien, a partir de la obra de un autor dramático, le daba forma en el espacio y la transformaba de realidad literaria a realidad teatral. Molière fue director en ese sentido. De algún modo, los autores de comedias, los empresarios teatrales del Teatro del Siglo de Oro Español, también lo fueron. Pero no fue sino hasta finales del siglo XIX que el oficio del director teatral se transformó en lo que hoy por hoy conocemos como tal. Y fue de la mano primero del alemán Jorge II Duque de Saxe Meininger, luego del francés Andrés Antoine, del alemán Otto Brahm y del ruso Constantin Stanislavski que el rol quedó absolutamente claro y definido. A partir de ese momento, el director de teatro se transformó en una de las piezas clave. Él era, junto al dramaturgo, el artista. Era el escultor que diseñaba en el espacio y el tiempo, lo que el dramaturgo había construido con el lenguaje. A partir de las vanguardias del siglo XX, el asunto se complejizó bastante. El autor dramático comenzó a perder su jerarquía y también a desaparecer frente a la figura cada vez en alza del director. El director se transformaría en el verdadero artista, en el verdadero creador. El ruso Vsévolod Meyerhold, el francés Antonin Artaud, el polaco Jerzy Grotowsky ―por citar sólo algunos― contribuyeron a esta transformación. El director ya no ponía necesariamente en escena ―literalmente― el texto de un autor dramático, sino que construía una mirada propia a partir de ese texto. Se convertía a sí mismo en autor. A veces daba forma a una idea personal, sirviéndose de un material dramático. Otras, sí abordaba un texto de autor, pero alterando todas las jerarquías al interior de la obra. En realidad, creaba una obra nueva, una creación que le pertenecía más a él que al dramaturgo. Entre 1960 y 1970 el asunto se complicó aún más: la figura del autor dramático tiende a desaparecer. Surge la creación colectiva. La muerte del autor, la muerte de la autoridad (anunciada ya en los existencialistas con la muerte de Dios) permite que sean ac- tores y directores los autores. En todo caso, nada nuevo en la historia del teatro. En la Edad Media eran los propios histriones populares los creadores de sus obras, casi nunca escritas, sino inmediatamente representadas. En el Renacimiento, los cómicos del arte, actores altamente especializados, fueron sus propios autores, no requirieron de la figura del intelectual, del autor dramático. En la época contemporánea, se produce un fenómeno interesante y variado. El autor dramático ha regresado, pero el director no ha perdido su lugar preponderante en la jerarquía. Tenemos teatro de dramaturgo, como también teatro de director, y también teatro de grupo. Y muchos de los autores dramáticos escriben de un modo diferente, sabiendo que el director teatral dará un sentido personal, combinando su autoría directorial con la autoría dramatúrgica. 63 la poetisa norteamericana Gertrude Stein, la obra de teatro se debe concebir como una Landscape play, noción que tiene que ver con un tipo de percepción estética: la obra se debe mirar como si se mirara un paisaje. Escenografía “La cruzada de los niños”. Teatro UC 2006, foto PrensaUC. Otros directores preferirán trabajar con materiales que ni siquiera tendrán un origen dramatúrgico. Es que “el escenario ya no será el punto de llegada de la creación (el teatro como mímesis de una realidad preexistente, el teatro como ‘doble’ de la realidad), sino que, en cambio, será el punto de partida, lugar de creación absoluta”1. En el mundo contemporáneo, como recoge el investigador teatral alemán Hans Thies Lehmann de la poetisa norteamericana Gertrude Stein, la obra de teatro se debe concebir como una Landscape play, noción que tiene que ver con un tipo de percepción estética: la obra se debe mirar como si se mirara un paisaje. Se pretende eliminar la percepción dramática, producir una mirada des-jerarquizada, es decir, ni de izquierda a derecha, ni de arriba a abajo, sino como se mira un paisaje: de cualquier modo, de todos los modos, de alguno en particular. El espectador se convierte en protagonista de la obra. Alguno captará su “atmósfera”, otro se fascinará por sus colores y su luz, otro quedará detenido en uno de sus detalles, el de más allá verá la totalidad del paisaje. Del mismo modo, la obra será contemplada por el público, quien leerá en ella un pequeñísimo detalle, como los zapatos de la actriz de rojo; otro se embelesará en la forma como la música en diálogo con el movimiento sincopado de los actores-bailarines pareciera conversar; el de más allá, más tradicional probablemente, se quedará con la 64 DISEÑA DOSSIER historia y sus personajes; aquel que habla otro idioma puede simplemente quedar prendado de los juegos vocales de los actores. La lista podría ser interminable. En el teatro contemporáneo (y digo teatro y no drama, pues me refiero al hecho escénico, no literario) las opciones son todas. En las líneas que siguen, trataré de esbozar en pocas palabras cuáles han sido las mías y de desarrollar cómo he trabajado desde el espacio, que es el tema que nos convoca para este artículo. Abordaré, primeramente, las puestas en escena más importantes que he realizado con la compañía La Calderona, a la que pertenezco, para desarrollar más en extenso un análisis de “Mujeres coloniales”, de Inés Stranger, el último montaje realizado por el grupo, y en el que actualmente aún estamos trabajando. Espacio sonoro y visual Cuando trabajo en teatro, suelo pensardesde-el-espacio. Un espacio que es visual, pero también sonoro. Podríamos decir que es el territorio desde el cual se articulan mis ideas. Este espacio sonoro-visual se constituye tanto en mi primera visión de la puesta en escena, como también en lo que articula la resolución final y la factura que ha de tener la obra. El teórico norteamericano Richard Schechner en su propuesta de Teatro Ambientalista aborda extensamente el tema del espacio. Él desecha el espacio conven- cional de teatro a la italiana, pues le parece que separa al público de los actores y pone a estos últimos en una situación de dominación sobre los primeros. El diseño espacial puede permitir (o no) la participación de los espectadores, entendida como un medio de interacción social del público dentro de la acción dramática, transformando la representación en un acontecimiento social donde “actúan” tanto los intérpretes como los espectadores. Para La Cruzada de los niños, de Marco Antonio de la Parra (TEUC 2006), tuve en mis manos primero el texto: siete sugerentes monólogos creados por el autor, sin ninguna acotación para el director. Iniciamos la investigación para el montaje, y no fue sino hasta que llegamos con el grupo de jóvenes actores al puente Bulnes en Santiago de Chile (donde existía en ese entonces una “caleta”2 de niños de la calle) que pude “ver” la puesta en escena. En ese sitio existe un gigantesco Memorial que recuerda a los detenidos desaparecidos y el asesinato del Padre Juan Alsina el año 1973. Ésa fue la imagen visual que articuló el montaje todo. Junto al muro, el río Mapocho; sobre éste la entonces recién construida Autopista Costanera Norte con sus luces azules de los pórticos del tag. Para rematar este ‘paisaje’ el sonido del río Mapocho plácido en su cauce, contrastando con las bocinas y ruido de los neumáticos de los vehículos que, raudos, recorren la autopista. Todo se articuló en ese momento: mis personajes, mis niños de la calle se transformaron en una alegoría de los detenidos desaparecidos. Unos desaparecidos contemporáneos, pues están allí, pero no los queremos ver. El ruido de la carretera nos lo impide. El sonido del río borra sus relatos. La ciudad de Santiago con sus contrastes sería el escenario de la obra, con esos espacios que nos recuerdan la historia reciente, con las luces azules que nos quieren como precipitar en el siglo XXI, con el sonido del río y la calle como telón de fondo. Con la basura repartida por doquier, mientras la autopista impecable del siglo XXI pasa por sobre nosotros. Ese contraste que es nuestro país, debía estar poetizado en el espacio sonoro-visual de la obra. Varios años antes (más precisamente el 2000), el sistema operó de un modo diferente. Esta vez no tenía un texto dramático. Pero mi amiga la arquitecta Alejandra Serey había encontrado, caminando por el Barrio Lastarria, una pequeña joya, un edificio cuya fachada está protegida por el Consejo de Monumentos Nacionales y, por tanto, no había podido ser derribado, y que albergaba en el interior un espacio alucinante. Haciendo algunas averiguaciones en la Municipalidad, descubrió Alejandra que era propiedad de una conocida isapre, la que trató de ampliar hacia ese terreno su moderno edificio de calle Merced, y no pudo hacerlo por la antes mencionada ley. Pensé que había que llevar a escena en ese sitio una obra de teatro. Mi primera obra profesional, pues antes sólo había dirigido estudiantes de actuación en escuelas, pero jamás me había animado al desafío de dirigir actores, cobrar una entrada, salir en los medios. Después de un largo proceso, concluí que la obra adecuada para poner en escena en ese sitio era “Las troyanas”, de Jean Paul Sartre, una versión existencialista, que en 1965 Sartre ejecuta a partir de la obra homónima de Eurípides (siglo V a.C.). Yo necesitaba intervenir la obra de Sartre, pues me parecía que había cosas que hoy ya no comunicaban. Y me decidí a hacer una adaptación del espléndido autor francés, que finalmente llamé “Esperemos el viento” y se ganó el Fondart de ese año para ese montaje3. No fue una puesta en escena perfecta. Mi inexperiencia en la dirección se notó. Pero si hay algo que a nadie dejó indiferente, fue el espacio sonoro y visual. Ese edificio abandonado, semidestruido, levemente intervenido por los diseñadores de escenografía e iluminación con maicillo, unas cuantas escaleras de metal, y muchos focos, se transformó en un lugar de una belleza sublime y perfecto para hablar de la masacre de la guerra, de las mujeres inocentes que son víctimas de la crueldad humana, de las aves de rapiña que son los soldados que incendian, violan, matan, raptan. En ese espacio, la música, selec- Calle El Rosal 363, barrio Lastarria 2000, foto Mario Acosta. En ese espacio, la música, seleccionada por Gina Allende a partir de obras del compositor polaco Henryc Górecki y la interpretación de melodías tradicionales por el conjunto de mujeres “Las voces búlgaras”, sacudió los muros del edificio, siendo el complemento magistral para dar relevancia trágica a la historia. 1 www.leergratis.com/otros/ el-teatro-posdramatico.html 2 Una caleta es el espacio donde habita la gente en situación de calle y donde ha construido su precaria vivienda. 3 Nótese la audacia de querer “adaptar a Sartre”, cuando estaba recién iniciando mi carrera como directora-dramaturgista. Hoy sería mucho más cuidadosa en tomar una decisión como ésa. 65 cionada por Gina Allende a partir de obras del compositor polaco Henryc Górecki y la interpretación de melodías tradicionales por el conjunto de mujeres “Las voces búlgaras”, sacudió los muros del edificio, siendo el complemento magistral para dar relevancia trágica a la historia. Para el montaje de “Juana Inés de la Cruz” (Beca Fundación Andes, VRAID de Creación artística 2003) el impulso inicial estuvo en el espacio sonoro. Lo primero, fue el universo de palabras de la poesía y prosa de la magnífica Sor Juana Inés de la Cruz (México, siglo XVII), especialmente sus sonetos y romances de amor y desengaño, como también su defensa intelectual: la “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”, que es una especie de autobiografía “obligada” de la célebre poetisa. La sonoridad de la prosa y poesía de la primera autora americana me abrió la mente hacia un espacio visual que sólo sería el contenedor de esas palabras con sus entonaciones y ritmos. Al mismo tiempo, nos generó la necesidad de encontrar una música que pudiera ser tan sutil como la voz humana. La Viola da Gamba, con su timbre y matices, era el instrumento perfecto. Tendríamos a tres Juana Inés de la Cruz en escena: la principal, quien al final de sus días recorre su biografía y con su voz nos narra las peripecias de su genial existencia; otra que va transformándose en la niña, en la joven y luego en la novicia de esos relatos, y la tercera, la música de la Viola, que era aquella Juana profunda, que no tenía palabras, sino sólo músicas. El espacio sonoro lo fue todo en esta pieza. Era una obra para oír, más que para ver. Aun cuando en dos o tres momentos pudiéramos construir “paisajes visuales” que completaran el paisaje sonoro. Construían ese espacio visual una sencilla y moderna escenografía (muy minimalista), rigurosos y finos vestuarios de época, y las proyecciones de Verónica Barraza y Alexander Tupper, que eran la expresión más descarnada de las angustias y sueños del personaje. Espacio y puesta en escena para “Mujeres Coloniales”, de Inés Stranger Algunos años después, exactamente el 2008 y mientras cursaba mi segundo año de Magíster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile, me encontré con un material textual que me pareció fascinante: cartas y autobiografías de anónimas mujeres coloniales. Yo venía siguiendo de cerca el tema de mujeres escritoras en la Colonia americana, no sólo por el trabajo realizado para “Juana Inés de la Cruz”, sino también porque había montado la comedia de enredos “Los empeños de una casa” de la misma Sor Juana en enero de 2007, en el Patio del Campus Oriente de la Universidad Católica (apoyada por el VRAID de Creación Artística). Cuando hicimos la obra de Sor Juana, quedé con gusto a poco. Usar el patio del Campus Oriente, con sus rincones de ladrillo, sus pasillos, sus arcos, su primer y segundo piso, resultó alucinante. Otra vez, era un espacio real, no escenográfico, que nos apropiábamos para contar una obra de teatro. En esa operación ocurría un acto de magia: se transformaba en “escenografía” lo que era en verdad el patio de la biblioteca de nuestra universidad, por el que muchos transitamos a diario. Entonces, con los materiales de las mujeres coloniales frente a mí tuve una imagen: la nueva obra sería un recorrido por los patios y pasillos del Campus, como una suerte de peregrinación religiosa. Un recorrido que iría acompañado con música de devoción, que se desarrollaba junto a un público que ‘actuaba’ en la representación al ser parte de ese cortejo de feligreses-espectadores que viajaba de un escenario a otro. El Campus Oriente de la Universidad Católica de Chile, que es el lugar donde estudié y ahora trabajo, ha sido un espacio con el que he convivido cotidianamente de manera ininterrumpida los últimos 20 años. Es un territorio que me es demasiado familiar, pero no por eso me han deja- do de parecer alucinantes todos los rincones de su arquitectura. Antes de ser universidad fue la sede de un colegio e internado de monjas del Sagrado Corazón. El edificio, a pesar de su estilo arquitectónico, es bastante nuevo, de mediados del siglo pasado. Muchas memorias están enclavadas en estos muros de ladrillo. Aunque uno no las conozca, entrar en sus laberínticos pasillos supone una especie de viaje en el tiempo, a través de un espacio cargado y mágico. Cuando conocí los materiales de escritura de monjas de la Colonia, me pareció que el lugar para montarlos era en un sitio cargado de pasado. Y éste nos quedaba al alcance de la mano. Había simplemente que apropiarse de ciertos rincones, iluminarlos, y permitir al público fascinarse con la belleza de cada uno de los detalles que a la luz del día pasan desapercibidos. En el montaje, el público sería el encargado de darle continuidad al espectáculo con sus desplazamientos organizados de uno a otro escenario. Esto suponía un gran desafío, pues deberíamos convencer a los espectadores de que salieran de su pasividad, llevándolos a desplazarse de una escena a otra, y quizás a interactuar con los actores. Esto daría la posibilidad de abrirse a un diálogo, a través de la disolución de las fronteras entre escena y platea. La participación del espectador permite que el mundo real penetre en el teatral, haciendo que el actor esté activo todo el tiempo para responder a los estímulos del espectador. La obra se tornaría voluble en su ritmo por esta interacción con el público. Para el teatro de agitación de los años ´60 y ´70, el Teatro Ambientalista de Schechner, el Living Theatre y otros grupos de esa época, era habitual esa interacción con el público. También lo era en las teatralidades medieval y barroca. En la Edad Media no había edificios teatrales; por lo tanto, en los espacios “hallados” donde se realizaban las obras no existía una separación de mundos. En los teatros isabelinos, los hoteles franceses y los corrales de comedias Quería volver a ese impulso de los antiguos, recuperado en el siglo XX, de que el teatro fuese antes que todo un hecho social. “Mujeres Coloniales”. Campus Oriente 2009, fotos Elio Frugone. “Los empeños de una casa”. Campus Oriente 2007, foto Prensa UC. 66 DISEÑA DOSSIER 67 españoles y luego los latinoamericanos, si bien existía un territorio destinado a ser escenario (por lo general un tablado precario y desmontable), los límites de la escena se desbordaban para convertir el edificio del teatro entero en escenario. Quería volver a ese impulso de los antiguos, recuperado en el siglo XX, de que el teatro fuese antes que todo un hecho social. La obra no tendría escenografía. Ésta serían los muros, arcos, pasillos y suelos que conforman la estructura arquitectónica del Campus Oriente, de gran belleza arquitectónica y de potente carga simbólica. Sólo algunos objetos romperían la monotonía de la edificación: focos de iluminación a la vista, lámparas de varios tipos, faroles. La propuesta era jugar con las contradicciones entre lo arcaico y lo contemporáneo: la imagen barroca, pero digitalizada y proyectada con un aparato tecnológico sobre la desnudez del ladrillo. Este sería el trabajo que desarrollaría la artista visual Verónica Barraza, pero sólo para la propuesta de Santa Rosa de Lima. Ella pensó que éstas debían ser imágenes de la santa, pero utilizando el rostro de la actriz. Trabajó a partir de pinturas, que intervino, especialmente en relación a los colores, pues queríamos una gama cromática más contemporánea, como las de las fiestas populares y las procesiones religiosas contemporáneas. La luz se transformaría en el principal elemento del diseño, y junto con los cuerpos de los actores y sus vestuarios, con un mínimo de elementos de utilería, sería la encargada de transformar los espacios cotidianos y construir otros en donde se iría desarrollando la acción, dejando así de tener la única función de alumbrar la escena. La luz permitiría hacer aparecer y desaparecer los recovecos, jugar con las sombras que proyectan las rejas, los arcos, los cuerpos. El espacio escénico modifica todos los sistemas sígnicos que funcionan en una obra teatral. Es una realidad sensible y concreta a partir de la cual se levanta la estructura del espectáculo. Asimismo, las características del emplazamiento escénico determinan el tipo de comunicación con el espectador. “Articular un teatro quie- re decir dejarlo que diga sus cosas. Ver el espacio y explorarlo no como medio para hacer lo que uno quiere hacer de él, sino para descubrir lo que el espacio es, cómo está construido, cuáles son sus diversos ritmos” (Schechner, 1988: 18). Recorriendo el Campus, íbamos leyendo en sus rincones cuál sería el lugar apropiado para cada personaje. Finalmente, y luego de muchos ejercicios, pruebas y fotografías, definimos la estructura de la obra-en-el-espacio: el público ingresaría por la puerta principal de la Universidad, donde sería recibido, y debería esperar de pie el inicio de la acción. En vez de entrar a la “sala de teatro”, era la protagonista de la primera historia, la mujer-soldado Catalina de Erauso, la monja alférez, quien, vestida de hombre, llegaba para narrar a los espectadores algunas de sus hazañas. Luego que la detenían, era conducida junto al público al primer ‘escenario’. Terminada la historia de la Erauso, el cantante se dirigía a los espectadores solicitándoles le acompañaran: todos se acoplarían a un grupo que caminando tras los músicos, era conducido ceremonialmente por dos largos pasillos que estaban a oscuras. Se interpretaba durante ese desplazamiento una canción procesional dedicada a Santa Rosa de Lima. Una vez recorrido el tránsito, se llegaba al rincón donde se representaría la breve obra sobre Santa Rosa. Allí el público depositaba las velas encendidas en una animita religiosa que contenía una imagen de la Virgen. Una vez terminada esta pieza, el público nuevamente era invitado a desplazarse. Asistíamos a la tercera historia, basada en la autobiografía de la religiosa chilena Sor Úrsula Suárez. En relación al tratamiento que le daríamos al espacio, la idea fue no encubrir los elementos contemporáneos, sino por el contrario servirse de todos ellos: un teléfono público, lockers de los estudiantes de arte, sus trabajos de curso repartidos por doquier, un bebedero de agua. Asimismo, en el Campus abunda la vegetación: palmeras añosas, árboles, césped, enredaderas. Todo sería aprovechado e iluminado. Estábamos dejando fuera la estructura del teatro con sus anticuadas bambalinas, telones de fondo y de boca. Construiríamos un espacio dialéctico, multisignificante. Que el espacio real y sus connotaciones también puedan significar en la puesta en escena. Finalmente, lo que completó el imaginario visual de la puesta en escena fue su material de difusión (programas y afiches). Ximena Ulibarri, la diseñadora, ideó un programa-afiche construido a partir de las fotografías de los personajes, en diversos rincones de la arquitectura del Campus. Con absoluto predominio de los rostros de los actores (y también sus manos), encarnando a sus personajes, y el campus como marco perfecto, el programa-afiche se constituye en un excelente registro visual de la puesta en escena, acorde con el sentido de la obra, y de una sobrecogedora belleza en la sencillez de su propuesta. El espacio sonoro para la obra fue absolutamente relevante en la construcción, más que de un imaginario “de época”, de una aproximación a ese mundo, con los ojos de hoy. Es decir, para la música, más que enfatizar nuestras distancias con la Colonia, quisimos trabajar en las pervivencias, en lo que no ha mutado. De ese modo, pensamos, un público contemporáneo podría apropiarse de estas historias de mujeres del siglo XVII e identificarse con esos personajes. Queríamos complementar el trabajo del texto con una sonoridad sencilla, pero de gran belleza. Pensamos junto con Gonzalo Cuadra, cantante e investigador musical, que debían ser simplemente una voz y el sonido de una guitarra. Tanto en la Colonia como en nuestra música folclórica y popular, voz y guitarra son los instrumentos favoritos. Elegimos un repertorio de piezas instrumentales para acompañar la acción y los estados emocionales de los personajes; y un repertorio vocal que iba desde el siglo XVI al siglo XX, que recorría desde el Cancionero de Palacio a canciones popularizadas por Chabela Vargas y Julio Iglesias, pero que se conectaran con esos mundos internos de las tres mujeres, protagonistas de la historia. La música profundizó lo que la dramaturgia fue creando, en un diálogo permanente con la actuación, al punto que es imposible pensar en la puesta en escena sin su presencia. Construiríamos un espacio dialéctico, multisignificante. Que el espacio real y sus connotaciones también puedan significar en la puesta en escena. Una breve conclusión Si pudiese trazar un arco en mi breve historia como directora escénica, creo que lo único que podría decir que fuera cierto y no una exageración, es que mis obras se originan en el enamoramiento que me ha producido un espacio. Es realmente la única manera que tengo de definir algo que es más bien una sensación, una emoción incluso. Me enamoro de un rincón de ladrillo, de un muro quemado en el medio de una ciudad, de un memorial que me recuerda la historia de Chile reciente, de la sonoridad que arroja una ciudad vociferante como la nuestra. También me he enamorado de cómo suena una nota de la Viola da Gamba, prolongada en el tiempo y con la cual se fusiona en un diálogo inseparable, la voz de mi actriz fetiche. A estos espacios sonoros y visuales les debo mis humildes creaciones teatrales. Gracias a ellos, creo, me he transformado en directora escénica, y he podido desarrollar mi autoría en la dirección. El resto está por verse. En los próximos montajes. 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