NAVEGANDO POR EL MAR MEDITERRÁNEO

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NAVEGANDO POR EL MAR MEDITERRÁNEO
El amigo Iñaki me pidió hace tiempo que le escribiera algo sobre mis jornadas de navegante. Le
pido perdón por la demora y espero no resultar aburrido.
Llevo tiempo dándole vueltas, he hecho varios borradores que después he destruido. Aunque
jubilado, no dispongo de mucho tiempo libre y he tenido que interrumpir el escrito varias
veces y al reanudarlo me toca revisarlo y corregir porque no recuerdo lo escrito o porque he
omitido detalles que considero adecuadas
Bien. Soltar amarras y surcar el mar, permite conocer lugares con una perspectiva totalmente
diferente a cuando los visitas desde tierra. Fondear en una cala, tomar el baño sin necesidad
de pisar la arena, para mí la molesta arena, no me gusta pisar la arena, o dejar el barco al
garete en un día de calma y zambullirte en el agua con 40 – 50 metros de profundidad,
colocarte unas gafas y bucear alrededor del barco, o hacerte “el muerto”, experimentas
sensaciones inigualables. O navegar de noche, notando como las luces de tu puerto base, de tu
ciudad, se van difuminando hasta desaparecer por completo, cuando sólo te queda la luz
natural que va desde una noche de luna llena a la del cielo estrellado cuando la luna no
aparece, o la obscuridad profunda de una noche nublada, cuando al amanecer solo ves a popa
y a proa, a babor y a estribar el azul sin par del Mar Mediterráneo, del Mare Nostrum, cuando
aparece una bandada de delfines a saludarte, jugueteando alrededor del barco durante varias
millas, cuando cansado después de 10 – 12 horas de navegación, de toda una noche sin
dormir, pendiente del rumbo del barco, vislumbras a lontananza la costa de las Islas Pitiusas, te
embarga una emoción que sólo se puede sentir si amas la náutica, si amas el mar.
Soy de tierra adentro, extremeño, de Cáceres por más señas. Casi siempre he vivido cerca del
agua, pero agua dulce: El lago de Sanabria, el Pantano de Gabriel y Galán y ya más tarde, con
los estudios finalizados, en el Pantano de Contreras, como jefe de mantenimiento de las
instalaciones y maquinaria necesarias para su construcción.
Lejos de mí la idea de pilotar y de poseer un barco, de ser el armador de un barco, como se nos
llama en el argot marino, no conocía el mar, sólo por películas. Lo vi por primera vez a mis
veintitrés años, cuando llegué a Valencia desde el Campamento de El Robledo con mis galones
de sargento recién estrenados, a donde se habían trasladado mis padres y hermanos
recientemente.
En Valencia conseguí mi primer empleo, me compré mi primer coche, el mítico 600, me casé,
nacieron mis hijas.
Me compré un apartamento en la playa de Puebla de Farnals, a 12 km de Valencia. El
constructor del apartamento había construido también el puerto deportivo y me ofreció un
amarre por 10.000 pts. Años después lamentaría no haberlo adquirirlo. Es que me irritaba la
playa, la arena, la aglomeración de tanta gente, tantas toallas, tantas sombrillas. Miraba los
barcos con cierta nostalgia, me parecían fuera de mi alcance.
Una de mis aficiones desde niño ha sido la pesca. No se me daba mal pescar en el río. Las cañas
de pescar eran equipaje permanente en mi coche y raro era el fin de semana que no me
buscaba algún rio o embalse para pasar unas horas con una de mis distracciones favoritas.
Intenté trasladar mi afición al mar, pero no lo conseguí, es distinta la técnica, los cebos, desistí;
me refiero a la pesca desde la costa.
Vendí el apartamento de la playa y me construí un chalet
en el campo, a 50 km de la costa; para mí era más
atractivo: el jardín, la bicicleta, el senderismo, aprendí a
hacer la paella valenciana… Para mi familia, para mi
esposa no: preferían el mar. Cuando mis hijas crecieron
ya era difícil reunirnos todos en el chalet, allí se aburrían,
por lo que volví a comprar otro apartamento en la playa,
ahora en Canet de Berenguer, a 30 km de Valencia. Ya mi
familia prácticamente abandonó el chalet, sólo acudían cuando nos reuníamos alrededor de
una paella. Preferían la playa.
Y llegó el día “D”. Un amigo se compra un barco y me invita a salir con él a pescar. Acudía
domingo tras domingo desde mi chalet para estar en puerto a las ocho de la mañana. Nuestro
bocata, nuestra bota de vino, las cañas, así pasábamos las mañanas de los domingos hasta la
hora de comer. Disfrutaba pescando en el mar.
El dia “D” mi amigo, que también subordinado, retrasa la salida de forma inexplicable para mí.
Cuando le requiero los motivos, me contesta que está esperando a que se vaya la Guardia Civil,
que está apostada en la bocana del puerto, porque no tiene la titulación necesaria para el
manejo del barco.
Le obligo a que al día siguiente haga las gestiones necesarias para matricularnos ambos para
conseguir la titulación necesaria, pensando que sería algo complicado y al menos uno de los
dos quizás lo consiguiera en primera convocatoria.
Bueno, los dos conseguimos nuestro título
PER (Patrón de Embarcación de Recreo), nos
matriculamos para el siguiente escalón,
Patrón de Yate, título que conseguimos
también los dos y que actualmente nos
habilita para navegar en la franja de mar
comprendida entre la costa y la línea
paralela trazada a 150 millas de la costa,
gobernando embarcaciones de hasta 24
metros de eslora, a motor o a vela.
Podemos alcanzar costas que se encuentren hasta 300 millas del punto de partida, 560 km,
puesto que una vez traspasadas las primeras 150 millas estaremos a 150 millas de la costa
destino.
Conocí al que posteriormente sería mi consuegro; tenía un velero con el que hice las prácticas
necesarias para obtener las titulaciones que poseo.
Y ya tenía conocimientos y título, lo necesario para navegar, me faltaba el barco y me lo
compré, en el verano del 98 adquirí mi primer barco que bauticé con el nombre de “Artemis”,
velero de 9 metros de eslora, con el que disfruté durante once años de placenteras
singladuras, de las sensaciones y emociones descritas en los primeros párrafos.
Esta es también es la explicación para quien
me pregunta que cómo siendo del interior he
llegado a adquirir esta afición. En mayo de
2009 le digo adiós al “Artemis” y le doy la
bienvenida al “CUATRO DAMAS”, también
velero de un solo mástil, de 10 metros de
eslora y 3,25 metros de manga, con una
superficie vélica de 60 m2,, repartidos en una
vela mayor de 29 m2 y una vela Génova de 29
m2, fabricado en el mismo astillero de Vigo
que el anterior. El nombre se debe a que en
la fecha de adquisición existían mi mujer, mis dos hijas y una nieta hoy las nietas son
tres y la mediana empieza a mostrar celos de porqué ella no está incluida en el nombre del
barco. El nombre de un barco no admite cambios una vez matriculado, así que la chiquilla lo
tendrá que asumir.
Después de adquirir mi primer barco vendí el chalet
del campo e inicié la construcción de uno nuevo
cercano al puerto donde tengo el barco,
construcción que después de muchas dificultades
conseguí finalizar hace un par de años. Así, mi
residencia de verano está cercana a mi barco, lo
que me permite disfrutarlo durante más tiempo.
Lamentable mi esposa no goza de mi afición. Sí mis
hijas, las dos y sus maridos tienen el PER, que les
habilita para navegar entre la península y las
Baleares y en el manejo de barcos de hasta 14 metros de eslora, pero desde que son madres
mis hijas tienen muy disminuida su disponibilidad para navegar.
En mis travesías a Ibiza, son las más largas que
he hecho, cuando mis hijas eran solteras
siempre me acompañaba alguna de ellas. Mi
esposa acudía en avión o ferrys y allí nos
reuníamos la familia al completo. Ahora, ellas
con las niñas ya no pueden y me suele
acompañar uno de los yernos. El barco es
nuestro hotel, tiene una superficie útil de unos
20 m2, con dos camarotes dobles, un baño con
ducha, cocina a gas de tres fuegos, fregadero,
microondas, nevera, mesa de comedor y dos
banquetas corridas que se pueden habilitar como literas para dormir. Pero si tenemos “over
booking” abandonamos el barco con la gente joven y mi esposa y yo nos vamos a un hotel.
La primera vez que estuve en Ibiza fue en el año 1968. En San Antonio recuerdo que me
encontré a un compañero de la Uni, a Jaime Pons Catalá. En aquella época no tenía barco y
recuerdo que alquilé un 600 y la pateamos tanto como nos lo permitieron los 15 días que allí
estuvimos. Allí empecé a mirar con envidia los barcos navegando o fondeados en las calas.
Me encanta San Antonio, su ambiente, sus restaurantes, me encanta Ibiza, la ciudad de Ibiza.
Y me encanta la isla de Ibiza, sus costas, sus
calas, sus playas. También sus restaurantes.
No soy muy amante de las playas, la
arena me resulta molesta, lo he indicado
antes; otra cosa es tener el barco fondeado
y nadar hasta la playa, sentarte en el
chiringuito a tomar una cerveza o a comer.
Desde el año 98 acudo todos los veranos
que puedo. Una vez allí establezco mi
puerto base en San Antonio y desde allí
navegamos hasta alguna cala para fondear
en ella, tomar el baño, comer. Alguna
Excursión hasta Formentera, Espalmador, isla Conejera, así pasamos dos - tres semanas de los
meses junio – julio - agosto. Casi todos los años, alguna de mis hijas se lleva un coche y así
alternamos las excursiones por tierra con las excursiones por mar.
Mi esposa insiste un año tras otro que vayamos a Ibiza en avión y allí alquile un barco. Le digo
que no. Para mí la travesía a Ibiza tiene un atractivo inigualable. La vuelta siempre ha sido más
placentera que la ida. Casi siempre el viento lo recibes de través a la vuelta, muy distinto que a
la ida, que la mayor parte lo tenemos de proa, obligándonos a navegar a motor más tiempo del
deseado..
En la vuelta suelo iniciar la travesía al amanecer, con buena luz. Navegar a un descuartelar,
sentir el viento en la cara, cazar las velas hasta que el barco escora 10 – 15 grados, hasta que la
regala llega a tocar el agua, notar como el barco se desliza cortando las olas, son sensaciones
que normalmente experimento en la vuelta, de día puedes forzar el barco, de noche, el viento
suele ser de menor intensidad, aparte la falta de luz hace limitar las maniobras. Cuando las
condiciones meteorológicas son propicias solemos llegar aun de día, pero si se hace de noche
no me importa, conozco mi puerto y las amarras las dejo dispuestas para poderlas alcanzar
aun sin ayuda, aunque siempre hay un marinero en puerto que te echará una mano. Llegar a
San Antonio de noche puede llegar a ser problemático, incluso en alguna ocasión me ha
ocurrido de no haber disponibilidad de amarre. Es preferible navegar durante la noche para
llegar de día.
Muchas son las anécdotas a contar a lo largo de los 15 – 16 años que llevo navegando, unas
propias, otras ajenas. Recuerdo la primera travesía, la hicimos en tres etapas: Canet – Valencia,
Valencia – Denia y Denia – San Antonio. Éramos una flotilla de 4 barcos, el más grande pronto
nos perdió por su mayor envergadura. A pocas millas de Denia nos sorprendió el Garví que es
un viento local del suroeste que en más de una ocasión lo he soportado con intensidades de
hasta más de 30 nudos. No recuerdo de cuanto era en aquella ocasión pero si que las olas
rompían en la proa, barriendo la cubierta y saliendo por la popa después de dejarnos
empapados, aquella singladura la recuerdo como mi primer bautismo de marinero. En la
travesía de Denia a San Antonio me nombran jefe de la expedición, era el más inexperto, pero
mi barco era el mejor equipado, llevaba GPS y plotter. Los conduje sin novedad, de forma
satisfactoria.
Recuerdo una noche sin luna, obscura como boca de lobo, pasar rozando, a no más de 50 cm,
un OFNI (objeto flotante no identificado), me pareció de color amarillo, de unos tres metros de
diámetro, posiblemente el flotador de alguna boya de señalización que se habría desprendido
de su anclaje.
Recuerdo soportar viento de 33 nudos, recoger velas hasta dejar la mínima superficie vélica
posible, es decir, tomar dos rizos en la mayor y recoger el génova y navegar prácticamente sin
velas, a once nudos, con olas de más de dos metros. Verte en lo alto de la cresta de una ola de
estas a mí me asusta y en esos momentos me gustaría no estar allí, pero el mar en la mayoría
de las veces es impredecible. Y llegar a puerto y no tener fuerzas suficientes para amarrar el
barco, debido al empuje del viento también.
Pero cuando todo pasa, cuando has amarrado y
arranchado el barco, las velas enfundadas,
baldeada la cubierta, con el barco en perfectas
condiciones de revista, entonces una cerveza fría
es tan rica que sólo por saborearla merece la
pena todos los esfuerzos que conlleva la llegada a
puerto, sobre todo en día de verano. Soy
navegante solitario, no tengo ayuda para realizar
las múltiples tareas que hay que realizar en un
barco para dejarlo en condiciones de seguridad
en cada operación de amarre, es casi una hora de
trabajo intenso que con el sol de justicia de un mes de agosto, el placer de tomar una cerveza
helada no es sustituible por NINGUN OTRO, con mayúsculas.
Así transcurren mis días de jubilado, son realmente días de júbilo. En verano, acudo a puerto
entre nueve y diez de la mañana y me subo al barco y me echo a la mar, dejándome arrastrar
por el viento más favorable, sin rumbo fijo. Según las condiciones del mar y del viento así
procedo, o echo uno o dos curricanes, con la esperanza de que caiga algún buen pescado, o
tomo el sol, o me baño o simplemente navego, dejándome llevar por el mejor viento. Calculo
mi tiempo para volver y entrar a puerto sobre las 13:00, una hora para dejar el barco
arranchado y en casa a comer sobre las 14:00, si llego más tarde me abroncan. Navego
conmigo y con mi piloto automático, este para mí es insustituible, a la hora de izar o de arriar
velas es más eficaz que el mejor timonel. Alguien me preguntó si era divertido navegar.
Contesté que no. No es divertido, no es aburrido, es… diferente, lo mismo que no es divertido
hacer footing, pienso. Es relajante, placentero, lo comparo a saborear un buen coñac y fumar
un buen habano al que gusta de ello.
Por cierto, mi piloto automático está moribundo, salí a navegar hace unos días y cascó, está en
la UVI y no sé si será recuperable, de momento me han dicho que las piezas de repuesto
llegarían en un par de semanas, no suelen tener repuesto, aunque sí sustituto. Veremos.
Sobre el 20 de junio haré la travesía a Ibiza, a San Antonio, unas 90 millas, 12, 14, 16 horas de
travesía, dependiente de las condiciones marítimas y meteorológicas. Si alguien que pudiera
leer esto le apetece y se atreve está invitado. El año pasado una inoportuna ciática me lo
impidió, espero que este año no tenga ningún impedimento. Hasta que llegue esa fecha, ahora
que pasen estos fríos invernales, iniciaré la puesta a punto, del barco y del patrón, para la
travesía. Acabo de renovar mi carnet de patrón para otros 5 años, espero poder llegar a la
siguiente renovación
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