¿De la ciudad al cielo? Las ciudades se asemejan a los seres biológicos. Incluso sin palpitar en ellas la vida, la hay. Existe una proyección emocional en las “ciudades-collages” de Juan Rivas que es la esencia de su pintura y que determina de forma sustancial la forma en la que éste distribuye verticalmente las “piezas” cromáticas en la superficie, logrando que se dé en ella un efecto óptico de una dimensión peculiarmente arquitectónica. Con qué maestría disecciona el artista la ciudad y con ella su mobiliario urbano para disponer todos sus fragmentos de forma aparentemente arbitraria sobre la superficie a tratar. Con qué habilidad compositiva nos perfila su particular fisonomía de la urbe, creando su propia escenografía al hacer uso de una suerte de artesanía artística por la cual mediante el efecto collage de-construye la realidad para posteriormente volver a construirla según su modo de sentirla. ¡Qué importante es la fragmentariedad en su pintura! De la urbe toma prestadas sus estructuras y las desencaja, cual relojero con las piezas de un reloj que desarma meticulosamente su maquinaria y las devuelve al mundo. Palpita la pintura de Rivas con la ciudad, como un gran reloj de compleja maquinaria interior que va acusando el tiempo y, de algún modo, cursándolo: tic- tac, tic-tac, tiiic……..tacc. Ahí están sus referentes: rascacielos, esquinas, azoteas de edificios que son familiares en sus recorridos, flechas indicativas del Norte o el Sur, ¿o quizá el Este o el Oeste?, direcciones perdidas, laberintos de ciudad, bidones, contenedores, verjas, algunos neumáticos, puertas y más puertas; ventanas, sí, muchas de ellas ¿pero dónde está la salida? Y las sardinas, reiteradamente sardinas, icono recurrente que es además el más significativo en su obra. Ellas con frecuencia se deshacen de sus pequeños contenedores que son ciertamente una prisión y barren el lienzo en su camino por la ascensión o, el descenso; sí, a veces se fracasa en ese intento por lograr la libertad. Y permanentemente el referente de las escaleras como una correspondencia del cielo; pero éste ¿dónde está? Si ni siquiera lo has pintado Rivas ¿No lo sabes?, dice un tal Homero Aridjis: “¿Cuántas escaleras hay en el mundo, de madera, de piedra, de humo, que no llevan a ninguna parte?” Y la urbe, constantemente ahí, la ciudad, sistema social que te da y te resta, te ofrece y, cuando te tiene, te atrinchera. Pero lo más sugestivo de tu ciudad artesanal es que está “graffiteada” por líneas, manchones y grafías que te identifican estilísticamente como el artista que eres. Drippings apenas sugeridos, reflexiones tuyas, frases encontradas, muros que se arañan de trazos creando su propia simbología. Y con todo este ensamblaje, y a pesar de él, el pintor es capaz de crear un campo perceptivo totalmente organizado y curiosamente limpio, con tal equilibrio entre las formas que ningún plano se eclipsa uno con otro, y es difícil entender cómo logra el artista tal nivel de complejidad constructiva sin antes haber planificado con precisión la superficie a nivel compositivo. Gracias al logro de su técnica de capas traslúcidas, cual finas pieles de cebolla, el cuadro “respira” y adquiere el preciso fondo óptico por el cual la pintura deja de ser plana. Se crean así diferentes estratos de percepción construyendo una obra dinámica como diversas piezas de un solo Ser. ¡Qué goce existe en la complejidad de su composición! que se abre a la vista del espectador como realidades urbanas de su particular escenario significante, de su experiencia vital. Pero si hay algo llamativo en la obra de Juan Rivas es cómo sublima la realidad, no siempre bella, de la ciudad y la expresa con cierta alegría estética a pesar de no recurrir en extremo al color, devolviéndola pura, pacífica, esperando…. la libertad. Nuria Gili