A su alrededor todo son arcos angulosos y esquinas amenazantes

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Voces
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A su alrededor todo son arcos angulosos y esquinas amenazantes. Siente la vena
que pasa por su cuello palpitar, y se voltea, buscando una forma de salir, de respirar.
Está en una enorme pecera de cristal, ahogándose, pero no puede ni siquiera pedir
ayuda: los ojos de las personas que están sentadas a su alrededor la miran oscuros como
abismos, abismos llenos de rencor, de desprecio, abismos secos y vacíos, que le
producen la sensación de que se ahoga más si cabe, y no puede salir.
Corre por un pasillo, jadeando, intentando captar algo de aire y dejar atrás la
hostilidad. Escucha un suave murmullo, son unas voces débiles. Se detiene en medio del
espacio, y casi también del tiempo, intentando escuchar. ¿Quiénes son?
<Mon>
<Mon>
<Mónica>
Su nombre. Susurran su nombre, pero… ¿Quiénes son? Se gira, dando vueltas
sobre sí misma, buscando vislumbrarles.
<Mon, ellos te odian>
<¿Aún no te has dado cuenta?>
<Cómo te miraban… ese brillo en sus ojos…>
Jadea; busca, ahora, desesperadamente. Los susurros no están tan lejos como
antes, cada vez los distingue más, pero no hay nadie allí. ¡Que saliera quien pronuncia
esas palabras!
<Mon, Mon, Mon, Mon…>, una voz siseante se acerca a su oído, parece que
sopla tras su oreja.
Echa a correr de nuevo, las lágrimas al borde de sus ojos asustados. Siente su
corazón brincar y sus piernas quejarse doloridas. Pero las otras voces siguen susurrando,
y cada vez se acercan más, como un ronroneo de cien abejas zumbonas que la persigue
y la alcanza.
Abre una puerta y la cierra a su espalda. Por un momento todo se calla, y ella no
se mueve. No quiere volver a escuchar los horribles murmullos...
Una risa. En alguna parte, la hay. No, no, ella creía que lo había conseguido
apartar... Se da la vuelta varias veces, movimientos fugaces. Las abejas están volviendo,
y la risa no cesa, más bien aumenta. Mira desesperada a la puerta, retrocede lentamente.
Lo que sea se acerca por ahí. Las baldosas del baño en el que ha entrado multiplican el
sonido de sus pasos, que se meten en su cabeza y se entrelazan con lo demás. Apoya la
mano en el frío lavabo blanco y gira la cara estremecida, al espejo.
Allí hay un hombre. Su rostro no es muy claro, ni su cuerpo; lo único que se ve
nitidamente son sus ojos y su enorme sonrisa aviesa, maligna. Ella se mueve, y él la
imita al milímetro, al segundo. Empieza a hiperventilar, retrocede hasta apoyar la
espalda contra la puerta de uno de los retretes. Sabe que la risa es suya aunque la esté
oyendo acercarse desde el otro lado de la puerta y aunque su boca no se mueva ni un
ápice. Cada vez suena más y más alto.
El hombre la mira sin quitar sus ojos y su sonrisa de ella, se ríe en silencio desde
el otro lado de la puerta. No puede dejar de temblar, sollozando. Él abandona la
posición apoyada en la puerta del reflejo, y avanza despacio hacia ella, mientras las risas
se vuelven carcajadas. Ella llora, intentando apartar la vista, pero no puede. El hombre
sigue andando, cruel, las abejas se acercan...
Se abre la puerta, y todo se esfuma. Así, como si nunca hubiese estado, ya no
existe. En el espejo solo se refleja ella, ojerosa, temblando. El silencio le pita en los
oídos. Unos brazos la envuelven rápidamente, y ella se deja caer al suelo, rendida.
Siente el frío en sus piernas semidesnudas, pero también el calor de quien la aguanta, y
una mano dando suaves golpecitos en sus mejillas.
-Mónica, despierta. Vamos, espabila. Mónica, por favor, Mónica. Mírame,
mírame.
Abre los ojos despacio, y observa la marrón y cálida mirada del chico que la
sostiene. Se queda un momento confusa, luego se medio incorpora.
-¿Estás bien? –pregunta Nico, un chico de su clase, con una honda preocupación
en los ojos.
Ella le mira confusa unos minutos. Sus mejillas están húmedas, y sus ojos rojos,
pero en su rostro ya no hay ningún tipo de miedo. Gira levemente la cabeza, observa el
lugar en donde está. Mira el espejo, agudiza el oído. Luego entre sus labios sale una risa
muy similar a una pedorreta.
El chico la mira de arriba abajo, se empieza a asustar. Ella sigue riendo, absurdas
y vagas carcajadas.
-¿Mónica?… ¿Estás bien?
Se calla repentinamente y recoge las piernas, sentada en el suelo y marcando una
cierta distancia entre ellos. Le mira de reojo, y luego alza la cabeza, alerta, asustada.
<No te fíes de él>
Mira a su alrededor. Luego fija sus ojos entrecerrados en Nico, que está algo
inquieto. Ella le examina atentamente, con un ronroneo en su oído.
<¿Ves cómo te mira? No puedes dejarte engañar por sus ojos tiernos, Mon,
porque lo único que quiere es que caigas. No se interesa nada por ti, nada, nada>.
-¡IIIIIIIIIIIIIIH! –grita ella queriendo desprenderse de los rumores de sus oídos,
pataleando el suelo y lanzando puñetazos al aire. Nico se echa hacia atrás esquivando
uno, no entiende qué es lo que pasa.
-Mon...
-¡Aaaah! ¡No, no! ¡Cierra la boca, no es así! –se tapa las orejas y empieza a
sacudir la cabeza bruscamente.
-Yo… Creo que voy a buscar a alguien, Mónica… –el chico se incorpora, se
sacude los vaqueros y va hacia la puerta.
-¡¡No!! –chilla ella, mirándole con los ojos grandes y redondos. Corre hacia la
puerta mientras se levanta rápido, escurriéndose, y colocándose entre él y esta-. ¡No
puedes irte, no te vayas! ¡No puedes dejarme aquí, sola, me encontrarán, volverán! –su
mirada es urgente y salvaje. Vislumbra el susurro de una risa en alguna parte, y la busca
con temor. Nico mira también, cauteloso, a sus lados.
-¿Quiénes volverán, Mónica?
-Ellos -se abraza el cuerpo con los dos brazos, bajando la mirada y mirando de
soslayo a los lados-. Los que hablan.
-Mon, yo no oigo a nadie… ¿Y tú sí?
Ella le mira desde abajo, medio encogida contra la puerta. Pero entonces se pone
tensa, todo su cuerpo rígido de pronto.
<Tonta. Eso es lo que eres, tonta. Te has dejado engañar, ahora él te llevará, a
un lugar horrible donde creen que estarás bien, pero no es verdad>.
<Claro que no es verdad, allí solo la tratarán mal>.
<Inútil>.
<Es una inútil>.
<Inútil>.
-¡Basta ya! –grita ella arrugando la cara y cogiéndose del pelo, llorando y
escurriéndose hasta el suelo-. ¡¡No soy una inútil!! –llora entre débiles espasmos.
Nico se acerca a ella e intenta rodearla con sus brazos mientras ella llora y
tiembla, abrazándose las piernas, en el suelo.
<No dejes que te toque>.
<¡No dejes que se acerque a ti, imbécil!>.
<Pégale. Dale. ¡Pégale!>.
-¡¡No me toques!! –Mónica se suelta del torpe abrazo del chico, y le mira con
ojos feroces. Su puño está apretado, y lo echa hacia atrás para luego descargarlo contra
él. Pero Nico atrapa con una mano su muñeca y la mira asustado.
<Niña débil>.
<Esta niña inútil se ha creado su ruina, se la llevarán>.
<Débil>
<Inútil>
-¡¡Dejadme!! –grita ella contra el pecho del chico, que está mojado por sus
amargas lágrimas-. ¡¡Callaos!! ¡¡CALLAOS!! –mira al chico, que a su vez la observa,
impotente-. Diles que se callen, Nicolás, por favor, diles que se callen –solloza ella,
asustada-. Por favor, que callen, por favor…
-Ven. Vamos a lavarte la cara, despéjate, y luego vamos a buscar ayuda…
Necesitas descansar, Mon.
<¿Lo ves? Ya va a llevarte a un lugar donde “te ayuden”. ¿No te das cuenta?
¡Quieren encarcelarte!>
-¡Cállate! –chilla ella de nuevo, mirando hacia arriba como si allí estuviese quien
habla en su cabeza. Nico la conduce de nuevo a los lavabos, abre el grifo y moja su
mano para pasarla por el pelo de la chica. Ella alza la cabeza.
-¡¡Dios, dile que me deje en paz, que me deje en paz!! ¡Dile que no me mire,
Nico, dile que deje de sonreír! –señala con una mano trémula el cristal, donde lo único
que hay que él alcance a ver es a la propia chica, temblando como si cien hielos
atravesaran su ser.
-Vamos, Mon, vamos a buscar a alguien que pueda ayudarnos.
Consigue sacarla de allí entre gritos y sollozos. Ella no para de pedir ayuda, de
pedir descanso. El corazón de él va rápido, asustado, conmovido. De pronto, cuando va
a volver a tirar de ella para que dé un paso más, la chica opone resistencia y tira en
dirección contraria
-¿Qué te pasa? –pregunta el chico estremecido.
-¡Me están buscando! ¡Me miran, me están mirando desde alguna parte! –echa a
correr hacia la pared, y se queda tras un pilar, acurrucada, cerrando los ojos
fuertemente-. Me están buscando, y no van a parar hasta que me encuentren –murmura
con los ojos cerrados. Nico llega hasta ella, le pasa una mano por la cara, y ella,
abriendo los ojos instantáneamente, le envía un puñetazo, para luego salir corriendo. Él
se cubre la mejilla dolorida, apretando los dientes para no gritar, y sale corriendo tras
ella.
<Te lo advertimos, idiota, te dijimos que iba tras de ti, que te llevaría con ellos
en cuanto tuviera oportunidad>.
<Y no nos creíste, te dejaste engatusar, y mírate ahora, estúpida>.
-¡Ya lo sé! –grita ella sin dejar de correr ni de llorar.
<Estás en su territorio, puede salir uno de ellos en cualquier momento y
llevarte, ¿te das cuenta?>.
-¡Ya lo sé!
<Corre, Mon>.
<Mon, Mon, Mon, Mon, Mon…>.
Vuelven a estar allí, el zumbido de las mil voces, y solo puede correr. Escucha
los pasos de Nico correr detrás, persiguiéndola, gritando su nombre desesperado. Ella
acelera, aterrorizada, le dicen que él acabará con ella, que la encerrará. A su alrededor
hay algunas figuras mal definidas, que la miran, todos la miran. Ella llora, las piernas le
duelen, pero más los oídos y la cabeza.
Y al fondo, ve una luz. Un cuadrado luminoso que lo ilumina todo a su alcance,
que es como una respiración calmada. Se le inundan los ojos de nuevo, puede sentir la
tranquilidad que emana. A la luz, las voces parecen más débiles, no le hablan. No siente
que le persiguen, no siente tanto miedo. Se siente hasta bien.
Se sitúa frente a la luz, hay un cristal que la separa de ella. Lo palpa desesperada,
quiere llegar a la luz brillante, quiere llegar más a ella. Lanza de nuevo su puño, una,
dos, tres veces. A la cuarta, el cristal se hace añicos, que cortan su mano y ligeramente
su cara. No le importa, se asoma a la luz con los ojos cerrados, disfrutando del calor y
de la frescura que posee a la vez. Se inclina, se pone de rodillas clavándose cristales en
ellas, cristales que no siente. Suelta una mano del borde, suelta la otra…
Unos brazos fuertes rodean su cintura, impidiéndola ir a la luz. La llevan a
dentro de nuevo, arañándose también con el cristal. La abraza, y ella llora, chilla y
patalea muchísimo porque ya no hay luz. Pero él la aprieta con cariño contra su pecho, y
le susurra al oído, suavemente:
-No te preocupes. Tranquila, Mon, todo va a estar bien. Te lo prometo…
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