Ser Obispo, sucesor de los Apóstoles: Misterio y Ministerio Mons. Vittorino Giradi Stellin Administrador Apostólico Diócesis de Tilarán Liberia, 4/4/2016 1. Nuestra identidad se enmarca en el Don y Misterio, -como lo diría San Juan Pablo II con ocasión de su 50 aniversario de ordenación sacerdotal- que es toda elección divina. A su vez, es una vocación en la vocación (PDV 72). Es decir, es un nuevo modo de ser cristiano: estamos llamados a seguir a Cristo (vocación fundamental) y a seguirle como Pastores a Él que es el “Mayoral” o Soberano Pastor (1 Pe 5,4). Con otras palabras: es posible entender nuestra identidad a partir de la identidad cristiana, como lo expresó con la conocida afirmación, San Agustín: “soy cristiano con ustedes y soy obispo para ustedes” (sermón 176) y “somos sus pastores, con ustedes somos apacentados (sermo de nat. Ap. Petri et Pabli). 2. Ser cristiano. ¿Qué es propiamente ser cristiano? Hay distintas perspectivas desde las cuales acercarse a esta pregunta que ha acompañado tantos siglos de reflexión teológico-espiritual. Sin embargo, creo que puedan ser útiles las que indico aquí: Ser cristiano es ante todo SEGUIR a Jesucristo. Es el “a priori” absoluto. Todo cuanto un cristiano, y cualquier sea su vocación específica, quiera programar y realizar, debería ser programado y realizado en cuanto que manera concreta, explícita de seguir a Jesús. Se trata de seguirle para estar con Él (cfr Mc 3, 14), para asumir y entrar en su destino vinculándose fuerte y definitivamente en su Persona, aceptando, entonces, todo lo que eso implica. Y seguirle implica ante todo, una visión radicalmente nueva de todas las cosas; implica el ir adquiriendo ojos penetrantes, ojos nuevos, para ver y pensar como ve y piensa el Maestro. Esto es posible por un auténtico y profundo cambio de mentalidad, y que es lo que la Sagrada Escritura llama metanoia, es decir, cambio de mentalidad o “conversión intelectual”. Para convencernos de qué radicalidad se trata, bastaría pensar en lo que es la “Magna Charta” o ley fundamental del pensar cristiano, a saber, las Bienaventuranzas (cfr. Mt 5, 1-8), o en el enfrentamiento o “choque frontal” del Magisterio de la Iglesia, particularmente desde San Juan Pablo II al Papa Francisco, con propuestas que son presentadas no pocas veces, como conquistas en el camino de los distintos países… A todos ellos el Magisterio ha reaccionando fuertemente con una serie de Noes… Quien sigue a Cristo adquiere “ojos nuevos”, que les permiten ver lo que los demás no ven; puede ver entonces que el perdón y la misericordia son la “mejor” venganza, que hay más alegría en dar que en recibir (cfr. Hch 20,35), que servir y lavar los pies a los demás hace feliz (cfr Jn 13, 17), que la mansedumbre es fuerza; que la pobreza no necesariamente es una desgracia y que, por lo contrario, puede hacernos más libres y , entonces, más dichosos que la riqueza; que gana la vida quien la pierde por amor… Este modo de pensar y de “ver”, de situarnos en la vida contrasta de modo absoluto, radical con la “sabiduría” de este mundo y le es del todo extraño (cfr 1Cor 2,6). 3. Ahora bien, este primer componente del ser cristiano, sólo se hace posible y real a partir del Encuentro vital, cordial, sincero con Cristo. Sólo si lo aceptamos en nuestra vida sin reservas, sin condiciones, podemos ir adquiriendo su “modo de ver”. Es Él la luz del mundo (Jn 8, 12) y nos la participa en la medida con que queramos darle cabida a Cristo en nuestra vida. Si perdemos de vita a Cristo, si nuestra mirado ya no está fija en Él (cfr Heb 12, 2) pronto, muy pronto se nos introducen nuevos modos de ver y de juzgar que no sintonizan con los criterios evangélicos –solo los que han alcanzado una profunda comunión con Jesús, pueden ver como Él. Una vez más: lo esencial sólo cabe verlo con el corazón. 1 4. ¿Y lo propio del Obispo? Todos conocemos cómo Jesús se presentó en Nazareth (cfr. Lc 4, 16). El Espíritu está sobre mí, y me ha ungido, me ha consagrado y me ha enviado. He ahí dos fundamentales características: consagrado y enviado. Equivalen a lo que leemos en Lc 2, 1-4: “los llamó para que estuvieran con Él y para enviarlos. Hay un doble movimiento, el de consagrar, de hacerlos propios y de enviarlos; el de “reunir” y de dispersar. El Espíritu Santo les comunica a los sucesores de los apóstoles lo que les es propio y, concretamente, las siguientes características: a) Es propio del Espíritu Santo ser en la hondura del Misterio Trinitario, principio de unidad. Si el padre se dice, se autodona, se abre con el don del Hijo, el vínculo del Padre y del Hijo es el Espíritu Santo. San Agustín diría, que entre el Amante y el Amado, se da el vínculo del Amor. He aquí la primera característica del Obispo en la Diócesis: Él es el centro de convergencia, de unión de la Iglesia local; es cabeza, el que preside en la Diócesis el Ágape, la Eucaristía. Convergencia, pues, de todos los carismas. b) El Espíritu Santo es además, alma de la Iglesia, protagonista de la Misión, precisamente porque es el Amor y le comunica su característica a todo sucesor de los apóstoles, precisamente como lo ha afirmado el mismo Jesús, la noche de Pascua: “Reciban el Espíritu Santo (y sopló sobre ellos) ¡Como el Padre me ha enviado, así los envío yo” (Jn 20, 21). Lo ha expresado nuestro nuevo Pastor en su escrito: “La Misión, fruto de la Comunión”. c) El Espíritu Santo es también principio de discernimiento. No todo espíritu es Espíritu Santo, les avisaba San Pablo a sus primeros cristianos. Y si el Obispo cuenta con la presencia, con la consagración del Espíritu Santo, va adquiriendo la misión o función de quien discierne, de quien guía a la comunidad que Dios le ha confiado, y es –como lo va refiriendo el Papa Francisco a los Obispos del mundo “no como un honor, sino como un servicio”. d) El Espíritu Santo, siendo Amor, rompe toda barrera, es el Autor de toda inclusión y, por eso, que en la tradición católica se le ha llamado Pater pauperum, Padre de los Pobres, entendiendo cualquier tipo de pobreza, cualquier causa de exclusión y de marginación. Como Cristo, “consagrado por el Espíritu Santo, ha realizado la obra de la salvación en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia, y en ella sus columnas que son los Obispos, deben recorrer el mismo camino. Cristo Jesús, por nosotros, siendo rico se hizo pobre (2Cor 8,9). En la época del Concilio, el Santo Juan XXIII y el Beato Pablo VI afirmaron que el tema de la pobreza es hoy el tema más grave de la Iglesia”. El Papa Francisco les hace eco diciendo: “cómo sueño con una Iglesia pobre y para los pobres”. Brevemente: todos deben encontrar en el Obispo al Padre, “y Padre misericordioso como el Padre”. 5. ¿Es posible lograr tan altos ideales? Cobijémonos bajo la mirada y el cuido de María: en ella encontramos inspiración y amparo. Ella es en plenitud lo que acabamos de decir. Ella es la Virgen oyente de la Palabra, Es la Virgen orante, La Virgen Madre, La Virgen oferente y La Virgen que nos precede peregrina en la Fe. A ella le encomendamos con enorme confianza a Mons. Manuel Eugenio. 2