EL ENCUENTRO CON EL ABSOLUTO -Hasta la fecha, los temas centrales de mis reflexiones para PROYECTO se han referido al diálogo y al encuentro. Siguiendo ahora en la misma línea, pensaré una vez más en voz alta sobre un encuentro que considero esencial para el hombre. Se trata del encuentro con el Absoluto. Pero ante todo debo hacer una observación: No me refiero al encuentro que, desde la fe, hace que el hombre alcance al Dios revelado. Aquí me refiero a otro tipo de encuentro con el Absoluto. Lo que afirmo es que el hombre es capaz “naturalmente” de hallar pistas que le acerquen al Absoluto. Dicho de otro modo: El hombre puede por fuerzas naturales percibir, de algún modo, el Absoluto; aunque no pueda hallar por sus propias fuerzas el rostro concreto del Dios revelado. Precisamente, lo que hizo Jesús, el Cristo, fue dar ese rostro positivo al misterio de Dios que –para el cristiano- se manifiesta en los evangelios. -Hablaré pues, de las vías naturales de encuentro con el Absoluto. Y al mencionar la palabra “vías”, quiero que quede bien claro que no hago alusión a las famosas “vías” de Santo Tomás1, que muchas veces han interpretado en sentido abusivo al ser consideradas como “pruebas” de la existencia de Dios. Se hace un flaco servicio a la verdad cuando las “vías tomistas” se presentan a modo de “demostraciones”. Lo que Santo Tomás pretendió con ellas era formar que en la realidad del mundo se pueden descubrir huellas orientadoras con relación al Absoluto. Y lo que precisamente no intentó fue demostrar –por medios verificables, al modo de las ciencias- la realidad del Ser Supremo. - Esto supuesto, lo que deseo afirmar aquí es que la “experiencia” humana es capaz de convertirse en “lugar de encuentro” con el Absoluto. Y entiendo por “experiencia” la misma vida humana a través de sus circunstancias reflexionadas, personalizadas y profundizadas. Se trata de circunstancias vitales “reflexionadas” y “personalizadas” porque –para sospechar la existencia del Absoluto- no basta “vivir para vivir”: es preciso asumir y analizar la vida. Y han de ser circunstancias vitales “profundizadas” porque –para el encuentro con el Absoluto- se necesitan experiencias de cierta “calidad”, capaces de darnos una honda dimensión de la existencia. - Esas experiencias humanas aptas para ser reflexionadas, personalizas y profundizadas, son las que los teólogos modernos llaman experiencias significativas o “privilegiadas”. Son experiencias humanas que no nos presentan tan sólo hechos objetivos, sino que nos trasladan más allá, transparentando ciertos destellos de Infinito. Para bajar un poco más a lo concreto y por poner un ejemplo de un teólogo católico de nuestro siglo y de renombre universal, citaré algunas experiencias que Karl Rahner2 considera particularmente significativas: Es posible cierta transparencia de Dios en la esperanza incondicional; en la alegría que es vivida como una promesa de alegría ilimitada; en el amor y en la fidelidad que se dan pese al hecho de la fragilidad que los rodea; en la acogida incondicional de la verdad ética. Estas, entre otras, son para Rahner experiencias capaces de potenciar cierto encuentro con el Absoluto y que, incluso, pueden darse –según él mismo afirma- “allí donde el hombre no ha oído siquiera la palabra Dios. -Claro está que este tipo de experiencias son “signos” indicadores de trascendencia en cuanto que facilitan una “desvelación” de lo divino, y no en el sentido de “pruebas” de la existencia de Dios. Además, toda experiencia que despierta en nosotros la sospecha de lo divino, es siempre ambivalente: afirma y niega; es presencia y ausencia. Me dice: “esto es, pero todavía no”. Mediante ella afirmo lo bello, lo amable, lo verdadero; y a la vez niego que “eso” sea la Belleza, el Amor, la Verdad en dimensión radical. Toda experiencia terrena de lo sagrado es, al mismo tiempo, “teofanía” (manifestación de lo divino) y “teokénesis” (vaciamiento de lo divino). Y esta tensión entre manifestación y vaciamiento es causa de que muchos mortales huyan frente experiencias que hacen saltar la chispa de vivencias desveladoras del Absoluto. - Nuestra civilización secularizada no favorece el encuentro de los hombres con el Absoluto. Hoy existe cierta huída de lo sagrado, que se manifiesta primordialmente en dos actitudes: la superficialidad y la idolatría. La superficialidad no toma conciencia de lo divino; la idolatría le cierra el paso: La superficialidad es un dato antropológico relativo al mundo moderno sobre el que ha realizado un serio estudio el teólogo protestante Paul Tillich3. A su juicio, los hombres no se dividen en “creyentes” y “no-creyentes”, sino en “profundos” y “superficiales”. La huída de Dios es la huída de lo profundo hacia lo supercial. En ese caso cabría que algunos que se creen sinceramente ateos, fuesen religiosos por la profundidad con que se plantean a vida. Y, al contrario, algunos que se creen en verdad creyentes –por pura adaptación a su sociedad o como mero tranquilizante psicológico- podrían resultar no-creyentes por la superficialidad en la que están instalados. La idolatría tiene sus raíces en la búsqueda de la seguridad considerada como bien supremo. Precisamente, lo que nos exige el Absoluto es el abandono de nuestras aparentes seguridades. Los israelitas prefirieron su becerro de oro al Dios misterioso del Sinaí4. Y el hombre de nuestros días sigue, muchas veces, esperando en la seguridad que le ofrecen sus becerros de oro, dinero, poder, comodidad, progreso, máquinas, ciencia, aparatos bélicos... Ídolos crueles que exigen con frecuencia sobre sus altares la ofrenda de sacrificios humanos. Como los exigen la guerra y la imposición de las ideologías. Como los piden en cualquier clase de tiranía, apelando a causas inconfesables; sea la tiranía del sexo o de la cultura, de la política o de la “pretendida” verdad. - Hemos visto que Karl Rahner, desde el ángulo de la Teología, propone como lugares de encuentro con Dios gestos tan humanos como la “fidelidad” o la “esperanza”. Y en este planteamiento, los actuales ensayos teológicos coinciden con los tanteos de la Sociología. Un sociólogo de tan merecida fama como Peter L. Berger, en su análisis sobre el descubrimiento de la trascendencia en la sociedad moderna5, afirma que para explorar “el rumor de Dios” es preciso poner “un cuidado infinito en los asuntos del hombre”. Pero, probablemente, quien hace más hincapié en que lo divino se puede descubrir en la apertura a lo humano es Paul Tillich en su citado estudio sobre esta cuestión. Para él, Dios ha de ser buscado, sobre todo, en “la profundidad” de la existencia humana, porque tal profundidad invade “incondicionalemnte” nuestro ser. Lo triste para Tillich es que “el elemento decisivo en la actual situación del hombre occidental es la pérdida de la dimensión de lo profundo”. Si los hondos interrogantes humanos sobre el sentido de la vida y de la muerte no tienen respuestas para muchos, es porque se ha perdido dimensión de lo existencialmente profundo. Y en tal situación, esos interrogantes “ni siquiera se formulan”. - Por eso es importante que todo educador empeñe una atención especialmente cuidadosa hacia todos los gestos humanos que le ofrece la vida. Porque en esos gestos. si el que los percibe posee un mínimo de capacidad para profundizar en ellos, puede descubrir y ayudar a descubrir a los otros, un lugar de encuentro para el Absoluto. - Y tal Absoluto, para el cristiano, es una nueva llamada que podrá identificar con la llamada que se escucha en el Dios revelado por medio de Jesús en los evangelios. Lo explica muy bellamente Teilhard de Chardin: “La Tierra, elevará maternalmente en sus brazos gigantes y hará ver el rostro de Dios, a quien apasionadamente ame a Jesús, escondido en las fuerzas que hacen crecer la Tierra6” - 1 Santo Tomás de Aquino: “Summa Theologica” – 1-1. K. Rahner: “Oyente de la Palabra”. 3 P. Tillich: “Teología sistemática”. 4 Éxodo 32, 1 y ss 5 P. L Berger: “Rumor de ángeles” 6 P. Teilhard de Chardin: “El medio divino”. 2 JESUS Mª GONZÁLEZ-