El toro de lidia es una raza autóctona española, cuya producción

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El toro de lidia es una raza autóctona española, cuya producción tiene una
gran trascendencia económica y social en nuestro país. Su vigencia dentro de la
producción ganadera de la Unión Europea se ve corroborada por el sostenido
incremento del número de festejos, tanto en nuestro país como en los vecinos
Francia y Portugal, llegando en la temporada de 2006 a batirse el récord de
festejos mayores en España.
Sin embargo, a pesar de la buena situación productiva de la cabaña
ganadera, tanto regional como nacional, corroborado por el hecho de que en la
temporada 2006 se batieron todas las marcas de toros premiados con vuelta al
ruedo e indulto, muchos y variados son los problemas que acechan actualmente a
este tipo de producción, desde sanitarios (lengua azul), bienestar animal
(directivas europeas), o socioeconómicos (escaso margen de rentabilidad) hasta
aquellos
relacionados
con
su
principal
rendimiento
productivo,
el
comportamiento, mermado por una lacra, el síndrome de caída de la raza de lidia,
que a pesar de los denodados esfuerzos de los investigadores y del sector por
solucionarlo, aún pervive en las plazas.
Las teorías que han visto la luz con el fin de explicar la etiología de la caída
han sido muy numerosas y variadas, sin que hasta la fecha ninguna de ellas haya
aportado conclusiones absolutas y definitivas. En principio, parecía lógico pensar
que esta patología pudiera depender de la genética, debido a una selección
indirecta de aquellos animales que presentaban este carácter. No obstante, dada la
aparición del problema en ganaderías de encastes cuya distancia genética original
es muy amplia, resulta también lógico suponer que la aparición de dicho síndrome
tiene que verse influida por la acción del entorno, dentro del cual jugarían un
papel muy importante la alimentación y el manejo, además de otros factores,
como el estado sanitario de la propia cabaña.
En este contexto, el sistema de producción del ganado bravo ha sufrido una
notable evolución durante el pasado siglo. En la situación inicial, las ganaderías
contaban con extensas fincas adehesadas en las cuales los toros se criaban
alimentándose, fundamentalmente, con la producción forrajera del privilegiado
ecosistema en el que se mantenían, aportándose suplementos alimenticios en las
épocas de mayores carestías estivales o invernales, siendo, frecuentemente,
producidos en la propia explotación o bien subproductos derivados de otros
aprovechamientos agrícolas. En la actualidad, debido a la confluencia de diversos
y complejos factores, que no procede analizar en profundidad en este momento,
las explotaciones han reducido su extensión, de modo que la producción natural
no
resulta
suficiente
para
mantener
a
los
animales
alimentándose,
mayoritariamente, mediante aprovechamiento vegetal directo o pastoreo. Por otro
lado, la presentación y el trapío exigido a los animales en la actualidad difieren
mucho de la ofrecida por sus congéneres de principios del siglo XX. Ello ha
forzado a los ganaderos ha adoptar prácticas de manejo empleadas en producción
de vacuno de carne, tendentes a producir un rápido incremento en la masa
muscular de los animales.
En definitiva, se ha pasado de una alimentación basada, esencialmente, en el
pastoreo y la capacidad de los rumiantes para aprovechar los forrajes fibrosos
desde su destete hasta el momento en que se dirigían a la plaza, sin ninguna o muy
escasa adición extra de alimento por parte del hombre, a la situación actual que
acopla al sistema extensivo, un engorde final del ganado en cercados de tamaño
reducido y con el suministro diario de raciones de alta concentración energética y
digestibilidad.
Bajo estas condiciones, el crecimiento de los toros no es homogéneo. La
suplementación intensiva en la época previa a la lidia, en la que un toro suele
consumir más de 8 kilogramos de concentrado diarios, en detrimento de los
forrajes, puede contribuir de forma eficiente a dar el trapío deseable al animal,
pero no permite compensar los defectos de crecimiento arrastrados desde erales.
Estos cambios en los sistemas de alimentación del ganado bravo han traído
aparejadas determinadas patologías nutricionales, ocasionadas por excesos
alimenticios, muy conocidas ya en el sector del vacuno lechero, pero inexploradas
hasta la actualidad en el ganado bravo. De ellas, la acidosis ruminal es sin duda
alguna el problema más frecuente, más importante y, con toda seguridad, el de
mayores consecuencias debido a la variedad de patologías a las que predispone o
directamente causa y el que más pérdidas ocasiona.
La acidosis ruminal es causada por la ingestión desproporcionada de
grandes cantidades de carbohidratos de rápida fermentación, dentro de los cuales
el almidón es el más importante, seguido de los azúcares, asociado a una baja
cantidad y calidad de fibra en la ración. Ello conduce a una elevada producción de
ácido láctico en el rumen que afecta a su funcionamiento y a la integridad de
muchos otros sistemas orgánicos produciendo abscesos hepáticos, diarrea,
laminitis, poliencefalomalacia, etc., lesiones cuyos efectos pueden estar
relacionadas de una forma directa o indirecta con la aparición de caídas durante el
transcurso de la lidia.
Así, con el desarrollo del presente trabajo nos planteamos conocer la
incidencia de la acidosis ruminal en el toro de lidia y estudiar su influencia sobre
el comportamiento exhibido por las reses en el ruedo y, más concretamente, sobre
la manifestación del síndrome de caída.
Para ello, empleamos en nuestros protocolos un total de 693 reses lidiadas
en 107 festejos mayores, corridas de toros y novilladas con picadores, celebrados
en las plazas de mayor categoría de la Comunidad Autónoma de Castilla y León
durante tres temporadas taurinas consecutivas: 2004, 2005 y 2006.
Su lidia en la plaza fue filmada en vídeo, valorándose, posteriormente, con
la ayuda de un programa informático, la manifestación del síndrome de caída,
siguiendo la metodología descrita por GAUDIOSO y ALONSO (1994), que
consideran seis tipos diferentes en virtud de la gravedad de la claudicación, y de
forma simultánea, el comportamiento evidenciado por el animal durante las
distintas partes de la lidia, para lo cual, al finalizar cada una de las fases del
espectáculo se presentan en pantalla diversos patrones etológicos que deben ser
ponderados.
Por otro lado, una vez muerta la res, se procedió a la toma de muestras
sanguíneas en el desolladero de la plaza, mientras que en el matadero, al cual
fueron trasladadas para su faenado, se recogió información acerca de tres aspectos
relacionados con el posible padecimiento de acidosis ruminal: valor del pH
ruminal, estado sanitario de las vísceras internas, sobretodo del hígado, aspecto
macroscópico de la superficie externa de la mucosa ruminal y toma de muestras
de dicha mucosa para su análisis histológico.
En cuanto a los resultados obtenidos para las muestras sanguíneas,
encontramos enormes diferencias entre cada uno de los años estudiados, a pesar
de que el protocolo de toma de muestras aplicado fue idéntico a lo largo de los
tres años de estudio. Considerando que los animales muestreados pertenecen a
cincuenta y nueve ganaderías distintas y que resulta del todo improbable que cada
año se cometiese el mismo error con todas las muestras extraídas y que ese error
fuese diferente al año siguiente, achacamos dichas diferencias a la falta de
honestidad y rigor del laboratorio privado que, para nuestra desgracia, realizó los
análisis. Constatada esta arbitrariedad, consideramos que los resultados obtenidos,
a excepción de los referidos al valor de pH sanguíneo, carecen de la credibilidad
necesaria para la realización de estudios estadísticos junto al resto de parámetros
muestreados y variables analizadas, por lo que fueron desechados.
Respecto a la incidencia de la acidosis ruminal en el toro de lidia,
encontramos una importante correlación significativa, de signo negativo, entre el
valor del pH ruminal y las diferentes formas clínicas de acidosis, con la gravedad
de las lesiones encontradas en el hígado y la mucosa ruminal. Por tanto,
constatamos que a medida que desciende el valor de dicho pH se agravan todos
los síntomas característicos del padecimiento de esta patología.
Estudiando cada parámetro por separado, obtuvimos un 58.5% de valores de
pH ruminal compatibles con el padecimiento de alguno de los tres tipos de
acidosis establecidos en la clasificación de BACH (2003), correspondiéndose la
mayoría con acidosis ruminal de tipo crónico (41.5%), siendo muy escaso el
número de ejemplares lidiados con acidosis ruminal aguda.
En la bibliografía disponible, no hay resultados de la incidencia de esta
enfermedad en el vacuno de lidia tomando como base los valores de pH ruminal,
ni tan si quiera para los rumiantes domésticos de cebo intensivo, ya que a pesar de
estar muy documentada, resulta muy difícil valorar su incidencia.
Partiendo de que el pH ruminal no tiene un valor constante, fluctúa en
función de numerosos factores, los resultados obtenidos nos indicarían que el toro
bravo se lidia con un pH ruminal anormalmente bajo para lo que cabría esperar en
un animal sometido a un ayuno prolongado. Ese resultado podría deberse a la
alteración de sus habituales patrones de alimentación (cantidad, composición,
frecuencia de alimentación, etc.), como consecuencia de las operaciones que
implican su traslado desde el campo a la plaza, que repercutirían en una colosal
acidificación del contenido ruminal, que aún mantienen cuando saltan al ruedo.
Esta acidificación ruminal podría condicionar negativamente el esfuerzo a realizar
por el animal durante su lidia, ya que provoca una acidosis sanguínea por la
mayor absorción de ácido láctico.
Dentro de las reses que presentaron alguna alteración hepática (27% del
total), el signo más frecuentemente observado fue la presencia de adherencias
hepatodiafragmáticas (N=110). Mientras que un 5% del total de reses analizadas
mostraron hígado friable y, el mismo porcentaje, abscesos hepáticos.
Siguiendo las recomendaciones de VIÑAS (1996), establecimos una escala
de afección de la mucosa ruminal en función de su color tras inspección
macroscópica. La mayoría de los ejemplares (71%) mostraron una coloración
oscura (mucosa negra, muy negra o erosionada), indicativo del padecimiento de
una paraqueratosis. Tan sólo un 2.6% del total de reses muestreadas presentó una
mucosa de color normal, calificándose como sana. Hasta la fecha no se habían
realizado estudios referentes a la rumenitis en el ganado de lidia, y ello a pesar de
que, en nuestra opinión, constituye una herramienta muy útil para el ganadero ya
que, aunque sea a posteriori, el análisis en matadero de la pared ruminal de los
animales cebados, junto con la presencia de abscesos hepáticos, puede orientarnos
acerca de si los abscesos hepáticos son, o no, de origen nutricional, y establecer
futuras pautas correctoras.
Se observó una mayor incidencia de acidosis en los ejemplares más pesados,
cinqueños y pertenecientes a los encastes Domecq, Atanasio y Murube si bien, a
dichos encastes pertenecen el 82% del total de animales muestreados.
En definitiva, si aplicamos los porcentajes de lesiones obtenidos en nuestro
estudio a una corrida de toros, de los seis ejemplares que saltan al ruedo cada
tarde dos presentan lesiones en el hígado, cuatro valores de pH ruminal
compatibles con el padecimiento de alguno de los tres tipos de acidosis y otros
cuatro tienen dañada su mucosa ruminal.
Por otro lado, y en relación a los datos facilitados por otros autores en
épocas precedentes, constatamos un aumento de la duración de las faenas,
situándose la media en torno a 17 minutos, para el total de plazas muestreadas.
Esta mayor duración se apoya, fundamentalmente, en el incremento del tiempo
dedicado al tercio de muleta, que alcanzó un 59% de todo el tiempo de lidia. El
resto de partes de la lidia a duras penas mantienen su duración, si bien, la mayoría
ven reducido su tiempo de dedicación.
La mayor duración del tercio de muleta se explica, en primer lugar, por la
mayor sensibilización hacia el sufrimiento de los animales que se ha instalado en
el público actual, que genera rechazo hacia el otrora tercio principal de la lidia: el
tercio de varas. En segundo lugar, el público paga por ver torear,
fundamentalmente, con la muleta. Hecho que se corrobora al contemplar cómo el
público castiga a aquellos toreros que desarrollan tercios de varas prolongados, de
casi tres minutos de duración; mientras premia con los máximos trofeos cuando
aplican faenas de muleta de largo metraje, incluso superando los diez minutos
estipulados por el Reglamento. Dada la significación observada en las
correlaciones de nuestros resultados interesa que el tercio de muleta se inicie
cuanto antes porque eso garantiza un mejor comportamiento del toro en dicha
fase.
Si trasladamos al ámbito académico las notas de comportamiento de las
reses valoradas mediante el programa informático utilizado, concluiríamos que la
mayoría de los ejemplares suspendió la prueba de la lidia. Sin embargo, hay
muchas particularidades en función de la plaza contemplada y eso no significa que
el público siempre saliese defraudado del espectáculo ofrecido, puesto que la nota
media de comportamiento de todos los ejemplares muestreados (3.36±1.56) se
corresponde con una valoración de “palmas en el arrastre” por parte del público
asistente.
La edad y el peso vivo de los animales no tuvieron una influencia
determinante sobre la nota global de comportamiento, aunque sí se observan
mejores notas en los novillos, resultado que está en concordancia con lo señalado
por otros autores. No sucede lo mismo con el encaste de procedencia, donde las
diferencias entre los encastes muestreados permiten relacionar a los “duros” con
las peores notas medias, mientras que sucede todo lo contrario con los encastes
“comerciales”.
Pero
aún
así,
el
origen
tampoco
garantiza
un
buen
comportamiento, hecho que corrobora la destacada influencia de la ganadería en
la nota final, revelando la importancia que tiene en la actualidad el manejo de los
animales, en su explotación de origen, sobre el rendimiento final en la plaza, ya
que ejemplares de idéntica procedencia pueden manifestar comportamientos muy
distintos durante su lidia.
El 98.3% de los animales estudiados presentaron algún tipo de caída durante
su lidia, mientras que tan sólo el 1.7% de los animales no manifestó ningún
síntoma de dicha patología. Este resultado es ligeramente inferior al 99.56%
señalado por ALONSO et al. (1995c) utilizando la misma metodología. Además,
en nuestro caso observamos un incremento de las frecuencias de dos de las caídas
graves, tipos 3 y 4; y un descenso de las más leves, tipos 1 y 2, y las más graves
de todas, tipos 5 y 6, en relación a los citados autores.
Los toros no se cayeron por igual en todas las plazas de Castilla y León. Ni
la edad ni el peso, tanto en vivo como en canal, influyeron en el tiempo que
pasaron los animales en contacto con el suelo, contradiciendo la percepción
general de muchos aficionados que opinan que los toros se caen por igual en todas
las plazas, que los novillos se caen menos o que los animales más pesados suelen
caerse más a lo largo de su lidia.
Encontramos que cuanta más bravura y entrega manifiestan los animales,
especialmente durante los tercios de varas y muleta, mayor es la incidencia de
caída. Por ello, nuestros resultados coinciden con quienes consideran la fatiga
originada por la manifestación de bravura como posible causa de la caída, aunque
no parece evidente esta afirmación causal. Sin embargo, se atisba una ligera
discrepancia entre los registros del público y el programa informático utilizado, ya
que los animales premiados por el público con una sonora bronca son los que más
se caen de tipo 3, mientras que el programa de valoración les asigna un
comportamiento notable. La explicación a este resultado lo encontramos en el
hecho de que el programa informático valora muy positivamente los patrones
indicativos de bravura en el tercio de varas, mientras que, para la mayoría del
público que acude a las plazas, el comportamiento del animal en este tercio pasa
totalmente desapercibido.
Respecto a la influencia de la acidosis ruminal en el comportamiento y la
manifestación del síndrome de caída, por parte del toro de lidia, podemos afirmar
que la presencia de lesiones en el hígado juega un papel muy importante en la
aparición de caídas durante su lidia en la plaza. Así, respecto a la frecuencia de
caída total, los animales con abscesos hepáticos resultaron ser los que, por término
medio, más veces manifestaron los tipos de caída 1, 3, 5 y en total. Del mismo
modo, los toros con el hígado friable fueron los que más caídas presentaron de los
tipos 2 y 4. También encontramos una importante correlación, de tipo positivo y
significativa, entre el deficiente estado sanitario del hígado y la manifestación de
los tipos de caída 3 y 5 a lo largo de toda la lidia. Es decir, cuanto mayor es la
gravedad de las lesiones hepáticas mayor número de claudicaciones que, de
dichos tipos, se producen.
Sin embargo, no podemos afirmar con la misma rotundidad que el estado
sanitario del hígado condicione el comportamiento mostrado por el animal en la
plaza, ya que no hemos encontrado diferencias estadísticamente significativas
para la puntuación de ninguno de los parámetros de comportamiento considerados
en nuestro estudio. No obstante, apreciamos una correlación significativa y de
sentido negativo entre el deficiente estado hepático y dos parámetros etológicos,
identificados por los acrónimos: noretira, del tercio de varas, y huyemul, del tercio
de muleta. Evidentemente, hay que hacer constar que la correcta funcionalidad del
hígado no garantiza, o predice, una mejor calidad de respuesta de comportamiento
del animal sino “potencialidades” de manifestarla o quedarse por el camino en el
intento.
Por otro lado, los animales afectados por paraqueratosis fueron quienes
mayor frecuencia de caídas presentaron en sus diferentes modalidades, a
excepción del tipo 4, y se diferenciaron significativamente de los sanos por su
mayor frecuencia de caída total. En el caso de la caída tipo 3, los ejemplares con
intensa paraqueratosis y erosiones en su mucosa, fueron los que mayor número de
claudicaciones manifestaron, diferenciándose significativamente del resto.
En todas las partes de la lidia, los individuos con paraqueratosis fueron
quienes presentaron las frecuencias medias de caída más altas de todos los tipos
considerados. Los individuos con erosiones de la mucosa ruminal muestran
diferencias significativas con el resto de categorías consideradas, dada su mayor
frecuencia de caídas tipo 2 en el tercio de banderillas y de tipo 3 en muleta.
Al contrario de lo que ocurría con el hígado, la paraqueratosis sí tiene cierta
influencia sobre el comportamiento manifestado por las reses durante su lidia en
la plaza. Así, encontramos diferencias significativas entre las puntuaciones
recibidas para seis patrones de comportamiento registrados en función del grado
de paraqueratosis: rapisal, recorre, suelto, humilla, escarba y micción. Si bien, los
resultados son difíciles de explicar ya que no existe una clara asociación de los
patrones de bravura ó mansedumbre con el padecimiento, ó no, de la enfermedad.
Al tener los toros la mucosa lesionada durante los últimos meses de vida, en su
explotación de origen, ven disminuida su tasa de absorción pasiva de ácidos
grasos volátiles, incluido el propionato, principal precursor de glucosa en los
rumiantes, lo cual provocaría, a la larga, una menor disponibilidad de reservas
energéticas de glucógeno, hecho agravado todavía más en el caso de que
existiesen lesiones hepáticas. Esa carencia de reservas energéticas, limitaría la
correcta expresión del potencial etológico fijado en la codificación genética del
toro.
Por último, los animales con el pH ruminal más bajo se diferenciaron
significativamente del resto por su mayor frecuencia de caídas de tipo 1 y total.
Además, existe una correlación significativa, y de signo positivo, entre los dos
tipos de caídas más leves y la caída total, con la presencia de un bajo pH ruminal
al final de la lidia. A la vista de éstos resultados podemos afirmar que la influencia
del pH ruminal sobre la manifestación del síndrome de caída se hace patente,
fundamentalmente, en los casos de caída más leves.
Respecto a las caídas graves no resulta tan clara dicha tendencia, si bien
destaca que, los ejemplares con acidosis ruminal subaguda se diferenciaran
significativamente del resto por su mayor frecuencia de caídas de tipo 4 en
banderillas, tercio que suele caracterizarse por una baja incidencia de éste
síndrome durante su celebración.
El exceso de concentración de ácidos en la panza del toro también
condiciona su comportamiento cuando sale al ruedo. Así, los ejemplares con
acidosis ruminal subaguda se diferenciaron significativamente del resto por
obtener la menor puntuación para cinco parámetros etológicos (dos del tercio de
varas: meterin y noretira, y tres del de muleta: humilmul, pasabien y todoterr) y
para el valor de la nota global de comportamiento ofrecida por el programa de
valoración. Por tanto, el padecimiento de este tipo de acidosis estaría
condicionando negativamente las potencialidades de rendimiento etológico que el
animal podría ofrecer en el ruedo, ya que los parámetros que muestran
significación son indicativos de la bravura del toro y exigen un importante
esfuerzo físico para su desarrollo.
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