Para varones: - Arlt, Roberto, Aguafuertes porteñas: “Del que no se casa” o “Discurso que tendría éxito. - Chejov, Antón, La Gaviota. Personaje: Trigorin (Acto II): “Qué le encuentra de particular a mi vida?...” - Chejov, Antón, La Gaviota. Personaje: Treplev (Acto I): “(Deshojando una flor) ¿Me quiere?...¿No me quiere?...” - Chejov, Antón, Ivanov. Personaje: Ivanov (Acto III, Esc. 6). “Soy un ruin, indigno y despreciable…” - Williams, Tennessee, El zoo de cristal. Personaje: Tom: Monólogo del inicio de la obra: “Tengo trucos en el bolsillo...” o Monólogo del final de la obra: “Yo me fui a la luna…” Para mujeres: - Arlt, Roberto, Aguafuertes porteñas: “Discurso que tendría éxito” - Chejov, Antón, La gaviota. Personaje: Nina (Acto I): “Hombres, leones, - - - águilas y perdices,…” o Nina (Acto I): “Estoy sola. Una vez cada cien años despego los labios para hablar…” Chejov, Antón, Tío Vania. Personaje: Sonia (Monólogo final de la obra, Acto IV): “¿Qué se puede hacer? Hay que vivir…” Brecht, Bertold, Terror y Miserias del Tercer Reich. Episodio 9: “La mujer judía” (fragmento): Desde : “Fritz, no debes retenerme, no puede hacerlo…” Hasta: “Hoy hicieron una nueva clasificación de este tipo, y ahora resulta que formo parte de los que valen menos que nada. Me lo tengo bien merecido.” García Lorca, Federico, Bodas de sangre. Personaje: La novia (Acto III, Cuadro último): “Porque yo me fui con el otro, me fui…” Williams, Tennessee, Un tranvía llamado deseo. Personaje: Blanche (Acto I): “¡Yo, yo, yo recibí los golpes sobre mi rostro y mi cuerpo!... o Blanche (Acto II, Esc. II): “Era un niño, nada más que un niño, cuando yo era una muchachita aún…” ARLT, ROBERTO: Aguafuertes porteñas, Edit. Losada, Buenos Aires, 1958. (publicadas originalmente en Diario “El Mundo” entre 1928 y 1933). HOMBRE “DEL QUE NO SE CASA” Yo me hubiera casado. Antes sí, pero ahora no. ¿Quién es el audaz que se casa con las cosas como están hoy? Yo hace ocho años que estoy de novio. No me parece mal, porque uno antes de casarse “debe conocerse” o conocer al otro mejor dicho, que el conocerse uno no tiene importancia, y conocer al otro, para embromarlo, sí vale. Mi suegra, o mi futura suegra, me mira y gruñe cada vez que me ve. Y si yo le sonrío me muestra los dientes como un mastín. Cuando está de buen humor lo que hace es negarme el saludo o hacer que no distingue la mano que le extiendo al saludarla, y eso que para ver lo que no le importa tiene una mirada agudísima. A los dos años de estar de novio, tanto “ella” como yo nos acordamos que para casarse se necesita empleo, y si no empleo, cuando menos trabajar con capital propio o ajeno. Empecé a buscar empleo. Puede calcularse un término medio de dos años la busca de empleo. Si tiene suerte, usted se coloca al año y medio, y si anda en la mala, nunca. A todo esto, mi novia y la madre andaban a la greña. Es curioso: una, contra usted, y la otra, a su favor, siempre tiran a lo mismo. Mi novia me decía: -Vos tenés razón, pero ¿cuándo nos casamos, querido? Mi suegra, en cambio: -Usted no tiene razón de protestar, de manera que haga el favor de decirme cuándo se puede casar. Yo, miraba. Es extraordinariamente curiosa la mirada del hombre que está entre una furia amable y otra rabiosa. Se me ocurre que Carlitos Chaplin nació de la conjunción de dos miradas así. El estaría sentado en un banquito, la suegra por un lado lo miraba con fobia, por el otro la novia con pasión, y nació Charles, el de la dolorosa sonrisa torcida. Le dije a mi suegra (para mí una futura suegra está en su peor fase durante el noviazgo) sonriendo con melancolía y resignación, que cuando consiguiera empleo me casaba y un buen día consigo un puesto, ¡qué puesto!... ¡ciento cincuenta pesos! Casarse con ciento cincuenta pesos significa nada menos que ponerse una soga al cuello. Reconocerán ustedes con justísima razón, aplacé el matrimonio hasta que me ascendieran. Mi novia movió la cabeza aceptando mis razonamientos (cuando son novias, las mujeres pasan por un fenómeno curioso, aceptan todos los razonamientos; cuando se casan el fenómeno se invierte, somos los hombres los que tenemos que aceptar sus razonamientos). Ella aceptó y yo tuve el orgullo de afirmar que mi novia era inteligente. Me ascendieron a doscientos pesos. Cierto es que doscientos pesos son más que ciento cincuenta, pero el día que me ascendieron descubrí que con un poco de paciencia se podía esperar otro ascenso más, y pasaron dos años. Dos, más dos, más dos, seis años. Mi novia puso cara de “piola”, y entonces con gesto digno de un héroe hice cuentas. Cuentas claras y más largas que las cuentas griegas que, según me han dicho, eran interminables. Le demostré con el lápiz en una mano, el catálogo de los muebles en otra y un presupuesto de Longobardi encima de la mesa, que era imposible todo casorio sin un sueldo mínimo de trescientos pesos, cuando menos, doscientos cincuenta. Casándose con doscientos cincuenta había que invitar con masas podridas a los amigos. Mi futura suegra escupía veneno. Sus ímpetus llevaban un ritmo mental sumamente curioso, pues oscilaban entre el homicidio compuesto y el asesinato triple. Al mismo tiempo que me sonreía con las mandíbulas, me daba puñaladas con los ojos. Yo la miraba con la tierna mirada de un borracho consuetudinario que espera “morir por su ideal”. Mi novia, pobrecita, inclinaba la cabeza meditando en las broncas intestinas, esas verdaderas batallas de conceptos forajidos que se largan cuando el damnificado se encuentra ausente. Al final se impuso el criterio del aumento. Mi suegra estuvo una semana en que se moría y no se moría; luego resolvió martirizar a sus prójimos durante un tiempo más y no se murió. Al contrario, parecía veinte años más joven que cuando la conociera. Manifestó deseos de hacer un contrato treintenario por la casa que ocupaba, propósito que me espeluznó. Dijo algo entre dientes que me sonó a esto: “Le llevaré flores.” Me imagino que su antojo de llevarme flores no llegaría hasta la Chacarita. En fin, a todas luces mi futura suegra reveló la intención de vivir hasta el día que me aumentaran el sueldo a mil pesos. Llegó el otro aumento. Es decir el aumento de setenta y cinco pesos. Mi suegra me dijo en un tono que se podía conceptuar de irónico si no fuera agresivo y amenazador: -Supongo que no tendrá intención de esperar otro aumento. Y cuando le iba a contestar estalló la revolución. Casarse bajo un régimen revolucionario sería demostrar hasta la evidencia que se está loco. O cuando menos que se tienen alteradas las facultades mentales. Yo no me caso. Hoy se lo he dicho: -No, señora, no me caso. Esperemos que el gobierno convoque a elección y a que resuelva si se reforma la Constitución o no. Una vez que el Congreso esté constituido y que todas las instituciones marchen como deben yo no pondré ningún inconveniente al cumplimiento de mis compromisos. Pero hasta tanto el Gobierno provisional no entregue el poder al Pueblo Soberano, yo tampoco entregaré mi libertad. Además que pueden dejarme cesante. ……………………………………………………. ARLT, ROBERTO: Aguafuertes porteñas, Edit. Losada, Buenos Aires, 1958. (publicadas originalmente en Diario “El Mundo” entre 1928 y 1933). HOMBRE O MUJER “DISCURSO QUE TENDRÍA ÉXITO” He aquí el texto del discurso: “Señores: “Aspiro a ser diputado, porque aspiro a robar en grande y a ´acomodarme` mejor. “Mi finalidad no es salvar al país de la ruina en la que lo han hundido las anteriores administraciones de compinches sinvergüenzas; no, señores, no es ese mi elemental propósito, sino que, íntima y ardorosamente, deseo contribuir al trabajo de saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el corazón de todo hombre que se presenta a candidato a diputado. “Robar no es fácil, señores. Para robar se necesitan determinadas condiciones que creo no tienen mis rivales. Ante todo, se necesita ser un cínico perfecto, y yo lo soy, no lo duden, señores. En segundo término, se necesita ser un traidor, y yo también lo soy, señores. Saber venderse oportunamente, no desvergonzadamente, sino ‘evolutivamente’. Me permito el lujo de inventar el término que será un sustitutivo de traición, sobre todo necesario en estos tiempos en que vender el país al mejor postor es un trabajo arduo e ímprobo, porque tengo entendido, caballeros, que nuestra posición, es decir, la posición del país no encuentra postor ni por un plato de lentejas en el actual momento histórico y trascendental. Y créanme, señores, yo seré un ladrón, pero antes de vender el país por un palto de lentejas, créanlo…, prefiero ser honrado. Abarquen la magnitud de mi sacrificio y se darán cuenta de que soy un perfecto candidato a diputado. “Cierto es que quiero robar, pero ¿quién no quiere robar? Díganme ustedes quién es el desfachatado que en estos momentos de confusión no quiere robar. Si ese hombre honrado existe, yo me dejo crucificar. Mis camaradas también quieren robar, es cierto, pero no saben robar. Venderán al país por una bicoca, y eso es injusto. Yo venderé a mi patria, pero bien vendida. Ustedes saben que las arcas del Estado están enjutas, es decir, que no tienen un mal cobre para satisfacer la deuda externa; pues bien, yo remataré al país en cien mensualidades, de Ushuaia hasta el Chaco boliviano, y no sólo traficaré el Estado, sino que me acomodaré con comerciantes, con falsificadores de alimentos, con concesionarios; adquiriré armas inofensivas para el Estado, lo cual es un medio más eficaz de evitar la guerra que teniendo armas de ofensiva efectiva, le regatearé el pienso al caballo del comisario y el bodrio al habitante de la cárcel, y carteles, impuestos a las moscas y a los perros, ladrillos y adoquines… ¡Lo que no robaré yo, señores! ¿Qué es lo que no robaré?, díganme ustedes. Y si ustedes son capaces de enumerarme una sola materia en la cual yo no sea capaz de robar, renuncio ‘ipso facto` a mi candidatura… “Piénsenlo aunque sea un minuto, señores ciudadanos. Piénsenlo. Yo he robado. Soy un gran ladrón. Y si ustedes no creen en mi palabra, vayan al Departamento de Policía y consulten mi prontuario. Verán qué performance tengo. He sido detenido en averiguación de antecedentes como treinta veces; por portación de armas –que no llevaba- otras tantas, luego me regeneré y desempeñé la tarea de grupí, rematador gallito, corredor, pequero, extorsionista, encubridor, agente de investigaciones, ayudante de pequero porque me exoneraron de investigaciones; fui luego agente judicial, presidente de comité parroquial, convencional, he vendido quinielas, he sido, a veces, padre de pobres y madre de huérfanas, tuve comercio y quebré, fui acusado de incendio intencional de otro bolichito que tuve… Señores, si no me creen, vayan al Departamento… verán ustedes que yo soy el único entre todos esos hipócritas que quieren salvar al país, el absolutamente único que puede rematar la última pulgada de tierra argentina… Incluso, me propongo vender el Congreso e instalar un conventillo o casa de departamento en el Palacio de Justicia, porque si yo ando en libertad es que no hay justicia, señores…” Con este discurso, lo matan o lo eligen presidente de la República. ……………………………………………………. CHEJOV, ANTON: “La gaviota” (1896), en Teatro completo, Adriana Hidalgo Editora, Bs. As., 2003. -FragmentoACTO II HOMBRE TRIGORIN. -¿Qué le encuentra de particular a mi vida? (Mira su reloj.) Tengo que irme. Perdóneme, no dispongo de tiempo…, tengo que escribir. (Ríe.) Usted ha puesto el dedo en la llaga, como se dice, y ya estoy nervioso y un poco fastidiado. Bueno, hablemos. Hablemos de mi espléndida vida luminosa… Y bien, ¿por dónde empezamos? (Después de reflexionar un poco.) Existen pensamientos obsesivos; por ejemplo, cuando un hombre piensa día y noche solamente en la luna. Yo también tengo una luna así. Día y noche se apodera de mí un pensamiento fijo: debo escribir, debo escribir, debo… Ni bien termino una novela, ya sin saber por qué, debo escribir la segunda, luego la tercera, después de la tercera, la cuarta… Escribo sin interrupción, como se cambia de caballos en un viaje de postas, de otra manera no me es posible. Le pregunto: ¿qué tiene esto de espléndido o de luminoso? ¡Oh, qué absurda es la vida! Aquí estoy con usted, apasionándome, y a la vez recordando todo el tiempo que me espera una novela inacabada. Veo una nube en forma de piano, pienso: habrá que mencionar en alguna parte de mi novela que flotaba una nube en forma de piano. Huele a heliotropo. Rápidamente fijo en mi memoria: olor penetrante, color de viudez, hacer mención al describir una noche de verano. Tomo cada frase, cada palabra, suya o mía, y me apresuro a encerrar esas frases y esas palabras en mi depósito literario; ¡a lo mejor me serán útiles! Cuando termino mi tarea, corro al teatro o a pescar; ha llegado el momento de descansar, pero no; enseguida empieza a dar vueltas en mí algo pesado, denso como un proyectil de hierro: es un nuevo argumento. Y me arrastra hacia la mesa, hay que apresurarse nuevamente, escribir, escribir… Y así siempre, siempre. No me doy tregua, siento que devoro mi propia vida, que para hacer la miel que luego doy a desconocidos, recojo el polen de mis mejores flores, arranco estas mismas flores y pisoteo sus raíces. ¿No soy un loco, acaso? ¿Acaso mis amigos y conocidos se comportan conmigo como con una persona cuerda? “¿Qué esta escribiendo ahora? ¿Con qué piensa regalarnos?” Siempre lo mismo, siempre lo mismo; se me ocurre que las atenciones de los desconocidos, sus elogios, su admiración, no es más que un engaño, que me engañan como a un enfermo, y temo que de un momento a otro se me acerquen sigilosamente por detrás, se apoderen de mí y me lleven, como a Popríschin, al manicomio. En cuanto a mis años de juventud, mis mejores años, cuando apenas empezaba, el hecho de escribir era una tortura permanente. Un pequeño escritor, sobre todo si no tiene suerte, se considera torpe, sin gracia, de más; sus nervios están tensos, desgastados; ronda irresistiblemente alrededor de gente vinculada con la literatura y las artes, sin ser reconocido ni notado, temeroso de mirar abierta y valientemente a los ojos, como un jugador apasionado sin dinero. No veía a mis lectores, pero en mi imaginación, no sé por qué, se me antojaban poco amistosos, desconfiados; temía al público, me inspiraba pavor; cuando me estrenaban una obra imaginaba que los morenos me eran hostiles y los rubios indiferentes. ¡Oh, qué horrible era! ¡Qué martirio fue todo eso! ……………………………………………………. CHEJOV, ANTON: “La gaviota” (1896), en Teatro completo, Editorial Sudamericana, Bs. As., 1950. -FragmentoACTO I. HOMBRE TRÉPLEV. (Deshojando una flor). - ¿Me quiere?... ¿No me quiere?... (Ríe) ¿Ves? Mi madre no me quiere. ¡Y claro! Quiere vivir, amar, llevar blusas claras, y yo ya tengo veinticinco años y le hago recordar constantemente que ya no es joven. Cuando yo no estoy tiene solamente treinta y dos años; pero cuando estoy, cuarenta y tres; y por eso me odia. También sabe que para mí el teatro no tiene ningún valor. Ella quiere al teatro y le parece que está sirviendo a la humanidad, a un arte sagrado, y para mí el teatro contemporáneo es mera rutina, convencionalismo. Cuando se levanta el telón y, a la luz artificial, en un cuarto de tres paredes, esos grandes talentos, esos sacerdotes del sagrado arte representan cómo la gente come, bebe, ama, camina, lleva sus chaquetas; cuando de cuadros y frases triviales tratan de sacar una moral, una moral pequeñita, muy comprensible, útil para el uso doméstico; cuando en mil variaciones me ofrecen siempre lo mismo, siempre lo mismo, siempre lo mismo, me escapo corriendo y huyo como Maupassant huyó de la Torre Eiffel, que le aplastaba el cerebro con su vulgaridad. (…) Hacen falta formas nuevas. Hacen falta formas nuevas, y si no las hay, más vale que no haya nada. (Mira el reloj.) Quiero a mi madre, la quiero mucho; pero ella lleva una vida desordenada, siempre con su novelista detrás; su nombre anda continuamente en boca de la prensa y eso me cansa. Pero a veces habla en mí el egoísmo de un simple mortal; de vez en cuando siento pena de que mi madre sea una actriz de renombre y entonces pienso que si ella fuera una mujer corriente, yo sería más feliz. Tío, dígame: ¿hay algo más desesperante y estúpido que esta situación? Sus invitados, todos celebridades: artistas, escritores. Y entre ellos, solamente yo que no soy nada. Y se me soporta únicamente porque soy su hijo. ¿Quién soy yo? ¿Qué soy? Abandoné la Universidad en el tercer año por causas, como suele decirse, “ajenas a la redacción”; no tengo ningún talento, ni un céntimo y, según el pasaporte, soy un burgués de Kiev. Mi padre, tú lo sabes, también era un burgués de Kiev, a pesar de ser un actor conocido. Pues bien, cuando a veces, en el salón de ella, todos estos artistas y escritores condescendían a prestarme atención, me parecía que con sus miradas estaban midiendo mi insignificancia; yo adivinaba sus pensamientos y sufría de humillación… ……………………………………………………. CHEJOV, ANTON: “IVANOV” (1887), en Teatro completo, Adriana Hidalgo Editora, Bs. As., 2003. -FragmentoACTO III. ESC. 6 HOMBRE IVANOV (Solo.) –Soy ruin, indigno y despreciable. Hay que ser también un borracho perdido y agotado como Pásha para tenerme todavía cariño y respeto. ¡Dios, cómo me desprecio a mí mismo! ¡Cómo detesto mi voz, mis pasos, mis manos, este traje, mis pensamientos! ¿No es esto ridículo? ¿No es para enfurecerse? Apenas hace un año era todavía un hombre robusto y sano. Me sentía enérgico, audaz, entusiasta; trabajaba con estas mismas manos y hablaba de modo tan elocuente que hasta los ignorantes se conmovían, pues lloraba cuando veía el dolor y me indignaba cuando tropezaba con la maldad. Sabía entonces lo que era la inspiración, conocía el encanto y la poesía de esas noches tranquilas cuando desde el anochecer hasta el alba se sienta uno a trabajar o sencillamente se entrega a sus ensueños. Entonces tenía fe y miraba el futuro como si fueran los ojos de mi propia madre… Y ahora, ¡Dios mío!, estoy cansado, carezco de fe y me paso los días y las noches en la holganza. No puedo mover como quisiera ni el cerebro, ni las manos, ni los pies. La finca se arruina, los bosques se desploman bajo el hacha. (Solloza.) Mis tierras me miran como si fueran huérfanas. No espero nada, no lamento nada, y el alma me tiembla de terror ante el día de mañana… ¿Y qué del asunto de Sara? Le juré amor eterno, le prometí felicidad, puse ante ella la imagen de una vida futura como ella nunca la habría soñado. Y ella me creyó. Y durante esos cinco años sólo he visto cómo se va consumiendo bajo el peso de su propio sacrificio, cómo se va agotando en la lucha con su conciencia… Y, sin embargo, bien sabe Dios que nunca me ha dirigido una palabra o una mirada de reproche… ¿Y qué ha pasado? Que he dejado de quererla… ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Para qué? No lo entiendo. Y ahora está enferma, tiene los días contados y yo, como un cobarde miserable, huyo de su rostro pálido, de su pecho hundido, de sus ojos implorantes… ¡Es vergonzoso! (Pausa.) Sásha, apenas una niña, se siente afectada por mis desgracias. Me dice que está enamorada de mí –de mí, que soy casi un viejo-, y con eso me intoxico, olvido todo lo demás de este mundo, como alguien embrujado por la música, y me pongo a gritar: “¡Una vida nueva! ¡Felicidad!” pero al día siguiente creo en esa vida y esa felicidad lo mismo que creo en los fantasmas… ¿Qué es lo que me pasa? ¿Hacia qué abismo me empujo a mí mismo? ¿De dónde viene esa debilidad? ¿Qué les ha pasado a mis nervios? Basta con que mi mujer enferma lastime mi vanidad, o que los criados me importunen, o que mi escopeta falle el disparo para que me vuelva grosero y malhumorado, en nada semejante a lo que soy… (Pausa.) ¡No lo comprendo, no lo comprendo! ¡Es para pegarse un tiro! ……………………………………………………. - WILLIAMS, TENNESSEE: “El zoológico de cristal”. Buenos Aires. Ed. Losada, 1968. TOM: - Tengo trucos en el bolsillo, y cosas bajo la manga, pero soy todo lo contrario del prestidigitador común. Éste, les brinda a ustedes una linda ilusión con las apariencias de la verdad. Yo, les doy la verdad con las gratas apariencias de la ilusión. Los llevo a una callejuela de Saint Louis. La época en que transcurre la acción, es el lejano período en que la clase media de los Estados Unidos se matriculaba en una escuela para ciegos. Sus ojos les fallaban, o ellos fallaban a sus ojos, y por eso se les oprimía enérgicamente los dedos sobre el feroz alfabeto Braille de una economía en desintegración. En España, había revolución. Aquí, sólo había gritos y confusión y conflictos obreros, a veces violentos, en ciudades por lo demás pacíficas como Cleveland…Chicago…Detroit…Ésa es la atmósfera social en la que se desarrolla la acción de esta comedia. Esta comedia son los recuerdos. (Se oye música.) Como es una comedia de recuerdos, hay poca luz, es sentimental, no es realista. En la memoria, todo parece acontecer como música. Ello explica el violín que se oye, entre bastidores. Yo soy el narrador de la comedia y y también uno de sus personajes. Los otros son mi madre AMANDA, mi hermana LAURA, y un candidato matrimonial que aparece en las escena finales. Éste es el personaje más realista de la pieza, por ser el emisario de un mundo del cual, en cierto modo, estábamos separados. Pero como tengo la debilidad de un poeta por los símbolos, uso a este personaje como el demorado pero siempre esperado algo por el cual vivimos. Hay un quinto personaje que sólo aparece en una fotografía colgada en la pared. Cuando vean la imagen de este sonriente caballero, sírvanse recordar que es nuestro padre, que nos abandonó hace mucho tiempo. Era un telefonista que se enamoró de la larga distancia: de modo que renunció a su empleo en la compañía telefónica y huyó de la ciudad…La última noticia que tuvimos de él fue una postal de la costa mexicana del Pacífico, con un mensaje de dos palabras: “¡Hola, adiós!”, y sin dirección. Creo que el resto de la comedia se explicará por sí mismo. (Se encienden las luces en el comedor.) ……………………………………………………. - WILLIAMS, TENNESSEE: “El zoológico de cristal”. Buenos Aires. Ed. Losada, 1968 TOM: -Yo no fui a la luna. Fui mucho más lejos. Porque el tiempo es la distancia más larga entre dos lugares…Me marché de Saint Luois. Bajé por última vez esos peldaños de la escalera de emergencia y seguí, desde entonces, los pasos de mi padre, tratando de hallar en el movimiento lo perdido en espacio… Viajé mucho por todas partes. Las ciudades pasaban rápidamente ante mí como hojas secas, de brillantes colores pero arrancadas de la rama. Me habría detenido pero algo me perseguía. Aquello ocurría siempre de improviso, tomándome de sorpresa. Quizás fuese un pasaje musical familiar. Quizás solo un fragmento de transparente cristal…Quizás me esté paseando por una calle de noche, en alguna ciudad extraña, antes de haber encontrado compañeros y pase junto a la ventana iluminada de una perfumería. La ventana está llena de piezas de cristal de color, de frasquitos transparentes de delicados tonos, que parecen fragmentos de un arco iris roto. Entonces, repentinamente, mi hermana me toca el hombro. Me vuelvo y miro sus ojos… ¡Oh, Laura, Laura!... ¡Traté de dejarte atrás, pero soy más fiel de lo que pensaba ser! Tiendo la mano hacia un cigarro, cruzo la calle, entro corriendo a un cine o un bar. Pido una copa, hablo con el desconocido más próximo - ¡cualquier cosa capaz de apagar tus velas! - ¡porque hoy el mundo está iluminado por el relámpago! Apaga de un soplo tus velas, Laura… (LAURA apaga soplando las velas que arden aún en los candeleros y todo el interior queda en oscuridad.) Y ahí termina mi memoria y comienza vuestra imaginación. ¡De modo que adiós!... (Sale por la callejuela de la derecha. Se sigue oyendo música hasta el final.) ……………………………………………………. CHEJOV, ANTON: “La gaviota” (1896), en Teatro completo, Editorial Sudamericana, Bs. As., 1950. -FragmentosACTO I. MUJER NINA. –Hombres, leones, águilas y perdices, carnudos ciervos, gansos, arañas, peces silenciosos que antes poblaban el agua, estrellas de mar y aquellos que no eran perceptibles a la vista; en fin, todas las vidas, después de describir su triste órbita, se han apagado… Ya hace miles de siglos que la tierra no lleva sobre sí ningún ser viviente, y esta pobre luna inútilmente enciende su faro. Las grullas ya no se despiertan en el prado con un grito y ya no se oye a los escarabajos de mayo en los tilares. Frío, frío. Vacío, vacío, vacío. ¡Pavor, pavor, pavor! (Pausa.) Los cuerpos de los seres vivientes se han hundido en el polvo y la materia eterna los transforma en piedras, en agua, en nubes, y las almas de todos ellos se funden en una. La común alma universal soy yo… yo… Dentro de mí están el alma de Alejandro Magno, y la de César, y la de Shakespeare, y la de Napoleón, y la de la última sanguijuela. La conciencia de los hombres se ha fundido en mí con el instinto de los animales, y me acuerdo de todo, de todo, de todo, y dentro de mí vuelvo a vivir cada una de estas vidas. (…) NINA. –Estoy sola. Una vez cada cien años despego los labios para hablar y mi voz suena desolada en este desierto y nadie me oye… Y ustedes, pálidos fuegos, tampoco me oyen… Al morir la noche los pare el pantano podrido y vagan hasta el alba, pero sin una sola idea, sin voluntad, sin la palpitación de la vida. Por el temor de que en ustedes vaya a surgir la vida, el padre de la materia eterna, el diablo, produce a cada instante en ustedes, así en la piedra como en el agua, el cambio de los átomos, y se transforman constantemente. Sólo el espíritu permanece invariable e inmutable en el universo. (Pausa.) Como un cautivo arrojado a un pozo vacío y profundo, yo no sé dónde estoy ni qué me espera. Lo único que no está oculto para mí es que, en la lucha encarnizada y cruel contra el diablo, principio de las fuerzas materiales, está predestinada mi victoria, y que, después, la materia y el espíritu se unirán en una maravillosa armonía y se instaurará el reinado de la voluntad única. Pero eso vendrá solamente cuando, poco a poco, tras un largo, largo curso de miles de años, así la luna como el luminoso Sirio, como la Tierra, se conviertan en polvo… Pero hasta entonces, horror, horror… (Pausa; sobre el fondo del lago aparecen dos puntos rojos.) He aquí que se acerca mi poderoso rival, el diablo. Veo sus terribles, sus purpúreos ojos… ……………………………………………………. CHEJOV, ANTON: “Tío Vania” (1896), en Teatro completo, Editorial Sudamericana, Bs. As., 1950. -FragmentoACTO IV. Monólogo final de SONIA. MUJER SONIA. -¿Qué se puede hacer? Hay que vivir. (Pausa.) Nosotros, tío Vania, vamos a vivir. Viviremos una larga, larga cadena de días, de largas tardes. Vamos a soportar pacientemente todas las pruebas que nos envíe el destino; trabajaremos para los demás, ahora y en la vejez, sin conocer el descanso. Y cuando llegue nuestra hora moriremos mansamente. Y allá, en el otro mundo, diremos que hemos sufrido, que hemos llorado, que la vida nos fue amarga, y Dios se apiadará de nosotros. Y nosotros, querido tío, veremos una vida luminosa, bella, fina, nos alegraremos y, mirando hacia atrás, pensaremos con ternura, con sonrisas, en nuestras desgracias, y descansaremos. Lo creo, tío, lo creo ferviente, apasionadamente. (Se arrodilla delante del tío Vania y apoya la cabeza sobre las manos de él. Con voz cansada.) Descansaremos. Teleguin toca suavemente la guitarra. SONIA. -¡Descansaremos! Oiremos a los ángeles, veremos todo el cielo lleno de diamantes, seremos testigos de cómo todo el mal de la tierra, todos nuestros sufrimientos, se disipan en la misericordia que llenará el mundo entero, y nuestra vida se hará quieta, tierna, dulce como una caricia. Creo, creo en ello… (Le seca las lágrimas con un pañuelo.) ¡pobre, pobre tío Vania, lloras!... (Entre lágrimas.) No has conocido alegrías en tu vida, pero espera, tío Vania, espera… Descansaremos… (Lo abraza.) ¡Descansaremos! ¡Descansaremos! ………………………………………………….. BRECHT, BERTOLT: “La mujer judía”, Episodio 9 de Terror y Miserias del Tercer Reich, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1970. Fragmento MUJER (Se interrumpe, reflexiona y vuelve a comenzar de otra manera). LA MUJER: - Fritz, no debés retenerme, no podés hacerlo… Es evidente que te perjudico; sé que no sos un cobarde, que no le tenés miedo a la policía, pero no es esto lo peor. No te enviarán a un campo de concentración, pero mañana, o más tarde, te impedirán que vayas a la clínica. No dirás nada, pero te enfermarás. No quiero verte aquí, sentado en un sillón, hojeando revistas para matar el tiempo. Si me marcho, es puro egoísmo de mi parte, nada más. No digás nada. (Se interrumpe nuevamente y vuelve a comenzar). ¡No digas que no has cambiado! ¡No es cierto! La semana pasada encontraste, con toda objetividad, que el porcentaje de sabios judíos no era tan elevado. Siempre se empieza por la objetividad. ¿Pero por qué, ahora, no dejás de repetirme que nunca di pruebas de tanto nacionalismo judío? Evidentemente me estoy volviendo nacionalista, es un mal contagioso. ¡Oh, Fritz! ¿Qué es lo que nos ocurre? (Se interrumpe y vuelve a comenzar). No te dije que quería partir, que quería partir desde hace mucho tiempo, porque no puedo hablarte cuando te miro, Fritz. Entonces me parece tan inútil hablar… Pero ya está todo arreglado. Lo que no puedo entender es qué les sucede. ¿Qué es lo que quieren? ¿Qué le hice yo? No pueden decir que me haya ocupado mucho de política… O que haya apoyado a Thaelmann. ¿No soy una de las tantas mujeres de la burguesía que tienen un cierto tren de vida, etc.?... ¿Y por qué, de pronto, sólo las mujeres rubias tienen derecho a vivir así? En estos últimos tiempos pensé a menudo en lo que me decías hace algunos años, que había individuos valiosos y otros menos valiosos, y que unos, en caso de diabetes, tenían derecho a la insulina y los otros no. ¡Y yo aprobaba, imbécil de mí! Hoy hicieron una nueva clasificación de este tipo, y ahora resulta que formo parte de los que valen menos que nada. Me lo tengo bien merecido. ………………………………………………………………. GARCÍA LORCA, FEDERICO: “Bodas de sangre”, Buenos Aires, Ed. Cántaro, 1996. ACTO III, CUADRO ÚLTIMO MUJER NOVIA: - (A la VECINA.) Déjala; he venido para que me mate y que me lleve con ellos. (A la MADRE.) Pero no con las manos; con garfios de alambre, con una hoz, y con fuerza, hasta que se rompa en mis huesos. ¡Déjala! Que quiero que sepa que yo soy limpia, que estaré loca, pero que me pueden enterrar sin que ningún hombre se haya mirado en la blancura de mis pechos. (…) ¡Porque yo me fui con el otro, me fui! (Con angustia) Tú también te hubieras ido. Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes. Y yo corría con tu hijo, que era como un niñito de agua, frío, y el otro me mandaba cientos de pájaros que me impedían el andar y que dejaban escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de muchacha acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien!; yo no quería, ¡óyelo bien!, yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabeza de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos! ……………………………………………………. - WILLIAMS, TENNESSEE: “Un tranvía llamado deseo”. Buenos Aires. Ed. Losada, 1968. BLANCHE: - (Enfrentando a Stella) - ¡Yo, yo, yo recibí los golpes sobre mi rostro y mi cuerpo! ¡Todas esas muertes! ¡La larga procesión hasta el cementerio! ¡Papá! ¡Y mamá! ¡Y el terrible espectáculo de Margaret! ¡Estaba tan hinchada que no pudieron acostarla en un féretro! ¡Hubo que quemarla como si fuese basura! Tú, apenas volviste a tiempo para los funerales. Y los funerales son hermosos comparados con las muertes. Son silenciosos, pero las muertes no siempre lo son. A veces su respiración es ronca, a veces tartajosa, a veces le gritan a uno: ¡No me dejen ir! Hasta los viejos suelen decir: ¡No me dejen ir! ¡Como si uno pudiera detenerlos! Los funerales son silenciosos, con lindas flores. Y…, ¡oh, en que suntuosas cajas se los llevan! No habiendo estado junto a la cama cuando gritaban: ¡No me dejen ir!, no podrías sospechar esa lucha por respirar y ese sangrar. Pero yo lo vi. ¡Lo vi, lo vi) ¡Y ahora me dices con los ojos, descaradamente, que yo tuve la culpa de que se perdiera Belle Rêve! ¿Cómo diablos crees que pagamos por toda esa enfermedad y esa muerte? ¡La muerte es cara, señorita Stella! ¡E inmediatamente después de Margaret, murió la vieja prima Jessie! ¡Ay, el Ceñudo Segador había sentado sus reales sobre nuestra escalinata!...Stella. ¡Belle Rêve fue su cuartel general! ¡Por eso se me escurrió de entre los dedos, querida! ¿Cuál de ellos nos dejó una fortuna? ¿Cuál de ellos nos dejó siquiera un centavo de seguro? Sólo la pobre Jessie…, cien dólares para pagar su ataúd. ¡Eso fue todo, Stella!¡Y yo con mi triste sueldo de la escuela! (Stella amaga un paso hacia la izquierda) Sí acúsame. ¡Sigue pensando que yo dejé perderse Belle Rêve! ¡Que yo la dejé perder! ¿Dónde estabas tú? ¡En la cama con tu polaco! ……………………………………………………. - WILLIAMS, TENNESSEE: “Un tranvía llamado deseo”. Buenos Aires. Ed. Losada, 1968. BLANCHE: - Era un niño, nada más que un niño cuando yo era una muchachita aún. A los dieciséis años descubrí…el amor. De golpe y en forma muy completa, demasiado completa. Fue como si a una le mostraran bajo una luz cegadora algo que siempre había estado en la penumbra; así descubrí el mundo. Pero fui desdichada. Me desilusioné. En aquel niño había algo de distinto, una nerviosidad, una suavidad, una ternura que no parecían las de un hombre, aunque distaba de ser afeminado… Y, con todo… aquello estaba allí. Acudió a mi en busca de ayuda. Yo no lo sabía. ¡No supe nada hasta después de casarnos, cuando nos fugamos, y volvimos y sólo adiviné que yo no había logrado satisfacerlo en cierta forma inimaginable y no podía darle al ayuda que él necesitaba, pero de la cual no podía hablar! Estaba en un tembladeral aferrándose a mí… ¡Pero yo no lo sacaba, resbalaba y caía allí con él! Yo no lo sabía. No sabía nada, salvo que lo amaba insoportablemente, pero sin poder ayudarle ni ayudarme a mí misma. Luego, lo descubrí. En la peor de las formas imaginables. Entrando en una habitación que creía vacía…y que no lo estaba, porque había allí dos personas…el niño con el que me había casado, y un hombre mayor que él, su amigo desde hacía años…(BLANCHE se interrumpe, se levanta, va a primer término.) Más tarde fingimos que no se había descubierto nada. Sí, todos fuimos al casino del lago Moon, muy ebrios y riendo sin cesar. ¡Bailamos “La Varsoviana”! (Se oyen unos compases de “La Varsoviana”, que luego se extingue.) Repentinamente, en plena danza, el niño con quien me había casado se zafó de mis brazos y salió corriendo del Casino. Unos pocos instantes más… ¡y sonó un tiro! Salí a toda prisa, todos salimos…¡y rodeamos aquella cosa horrible que estaba al borde del lago! No pude acercarme, había demasiada gente. Entonces, alguien me asió del brazo. “¡No se acerque más! ¡No querrá verlo!” ¿Ver? ¿Ver qué? Entonces, oí voces que decían: “¡Allan! ¡Allan! ¡El hijo de los Grey!” ¡Se había metido un revolver en la boca y había disparado, volándose…la tapa de los sesos! (Desfallece, se cubre el rostro.) Fue porque en la pista de baile…no pudiendo contenerme, yo le había dicho de improviso: “¡Lo sé! ¡Lo he visto! ¡Me das asco! (Vuelve a oírse “La Varsoviana”.) Y entonces, el reflector que iluminaba al mundo se apagó y nunca hubo para mí desde aquel día una luz más intensa que la de esta vela de cocina… …………………………………………………….