CAPÍTULO 6 El fracaso definitivo de la “alternativa electoral” Aún antes de concluida la “crisis de los secuestros”, el embajador norteamericano Earl E. T. Smith comenzó a hacer gestiones para restablecer oficialmente las entregas de armamento al Ejército de la Dictadura. El 13 de julio amplió la información que ya había enviado al Departamento de Estado sobre su entrevista con Batista, en la noche del 10 al 11 de ese mismo mes, refiriendo que en ella el Dictador le había planteado el problema de la suspensión de la entrega de los aviones T-28. El Embajador aprovechó para argumentar que sus relaciones con el Presidente eran muy buenas y que este había accedido hasta ahora a todas sus solicitudes, a pesar de que estaba perturbado por las medidas tomadas por el Gobierno norteamericano que él consideraba como actos inamistosos. Por ello, el plenipotenciario solicitaba que se autorizara la entrega del referido material bélico, con el fin de que le facilitaran el trabajo para cuando tuviera que plantearle nuevos pedidos de su Gobierno.1 El 20 de julio, Smith volvió a exponer el asunto, so pretexto de que el Ministro de Estado Gonzalo Güell se lo había recordado ese día.2 El Departamento de Estado, presionado también por el Military Asistance 1 Cable cifrado número 63 de la Embajada norteamericana en La Habana al Departamento de Estado, del 13 de julio de 1958, en Department of State: Foreign Relations of the United States, 1958-1960, vol. VI, Cuba, United States Government Printing Office, Washington, 1991, p. 152. 2 Cable cifrado número 113 de la Embajada norteamericana en La Habana al Departamento de Estado, del 20 de julio de 1958, en Ibídem, pp. 158-159. 141 Advisory (MAAG), o sea, Grupo Asesor de Asistencia Militar,3 en La Habana, aprobó el día 22 de julio la entrega de lo que definió como “equipos que no eran de combate”, entre los cuales incluían un camión de bomberos, un remolque de 2.5 toneladas, equipos de comunicaciones, telescopios y piezas de repuesto para aviones C-47.4 Smith no perdía oportunidad para ampliar y reiterar sus argumentos, encaminados a buscar un apoyo más resuelto y decidido del Gobierno de los Estados Unidos para el régimen, con el pretexto de combatir la “amenaza roja”. Aprovechando que, en medio de la crisis, el Departamento de Estado le había pedido un estudio especial acerca de la influencia comunista en Cuba,5 el 24 de julio el Embajador norteamericano envió un informe en el que se exageraban de manera considerable las cifras de los militantes y simpatizantes del Partido Socialista Popular (PSP) en Cuba. Según ese documento, el cálculo que entonces se hacía —12 000 afiliados y 25 000 seguidores— debía ser revisado, pues de acuerdo a sus fuentes, el Partido tenía al menos 50 000 ó 60 000 miembros, y entre 150 000 y 160 000 prosélitos. Estas cifras se basaban en un informe preparado por el Diario de la Marina y en las conversaciones de Smith con Batista, con Carlos Márquez Sterling y también con el Secretario General de la Confederación de Trabajadores de Cuba, Eusebio Mujal.6 Las facultades analíticas del Embajador quedan ampliamente demostradas una vez más en ese informe al exponer: “Debe recordarse que Mujal es un ex comunista confeso, con una larga experiencia en el terreno de las organizaciones obreras, y durante años ha estado en contacto casi diario tanto con comunistas abiertos, como con cripto comunistas. Para hablar sobre la pujanza aproximada del PSP, no hay dos personas más calificadas que Eusebio Mujal y Fulgencio Batista”.7 Pero lo que caracterizó la política norteamericana hacia Cuba, entre finales de julio y la farsa electoral de noviembre, fue la búsqueda “errante” e “indecisa” de una nueva alternativa, como la calificó Thomas G. Paterson. La Embajada norteamericana en La Habana y el Departamento de Estado comenzaron a escribir propuestas de política hacia Cuba. Errantes e indecisos, los documentos recomendaban poco más que seguir colga3 Así se denomina a los asesores que los Estados Unidos asignan a los países que reciben ayuda militar. En este caso, se trataba de las misiones militares norteamericanas en Cuba. 4 Department of State: Ob cit., p. 159. 5 Instrucción del Departamento de Estado a la Embajada norteamericana en La Habana, del 2 de julio de 1958, en Ibídem, pp. 124-125. 6 Cable cifrado número 90 de la Embajada norteamericana en La Habana al Departamento de Estado, del 24 de julio de 1958, en Ibídem, pp. 160-161. 7 Ibídem, p. 161 142 dos de Batista hasta las elecciones de noviembre, mientras se mantenía la suspensión de armamentos.8 A los funcionarios de los Estados Unidos no les gustaban Batista ni Castro, pero dado el talante del pueblo cubano, la autodestrucción de Batista y el ímpetu y control en el ámbito local del M-26-7, los Estados Unidos no tenían otra opción, a no ser que estuvieran dispuestos a emprender una intervención militar para salvar a Batista o a promover un golpe militar que lo depusiera. Aunque el derrocamiento militar de Batista, seguido de una Junta Cívico-Militar, siempre fue considerado en los círculos de los formuladores de política de los Estados Unidos, los obstáculos eran importantes: Batista no lo aceptaría; Castro se oponía resueltamente a esta alternativa; los dirigentes militares que pudieran dar el golpe, como el coronel Ramón Barquín, estaban en prisión y no podían ser fácilmente liberados; aún si militares desleales lograran deponer a Batista, todavía tendrían que enfrentar un M-26-7 fortalecido y en expansión.9 El primero de esos documentos lo preparó el subdirector de la Oficina de Asuntos de Central Centroamérica y el Caribe, C. Allan Stewart, quien estuvo en La Habana, del 11 al 16 de julio, reforzando la Embajada durante la Operación Antiaérea, que los norteamericanos y la reacción en Cuba calificaron como la “crisis de los secuestros”. Luego de su regreso a Washington, el 24 de julio, Stewart narró los sucesos a partir de su propia experiencia y de las conversaciones sostenidas con amigos norteamericanos y cubanos, y con el personal de la Misión, incluyendo al embajador Smith, a los agregados militares y a los jefes de las misiones de los servicios armados, además de Park Wollam y Robert D. Wiecha. En las conversaciones, estos individuos le habían asegurado a Smith que si no se vendían a Batista los aviones T-28, se destruiría la efectividad de sus misiones. Por su parte, algunos de ellos expresaron la opinión de que los informes sobre la represión y los asesinatos de Batista eran falsos.10 Vale la pena glosar algunos de los asuntos tratados en el referido informe. Para Stewart, la situación en Cuba se había deteriorado mucho desde su visita anterior, realizada doce meses antes. Según él, el año anterior se había demostrado que la mayoría del pueblo cubano estaba contra Batista. Este es uno de los pocos documentos escritos por funcionarios del 8 Department of State: FRUS, 1958-1960, VI, Cuba, pp. 186-192. Citado en Thomas G. Paterson: Contesting Castro: The United States and the Triumph of the Cuban Revolution, Oxford University Press, Nueva York, 1994, p. 175. 9 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 175. 10 Memorándum del subdirector de la Oficina de Asuntos de Centroamérica y el Caribe C. Allan Stewart al vicesecretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos William P. Snow, del 24 de julio de 1958, en Department of State: Ob. cit., p. 167. 143 Departamento de Estado en los cuales se hace al menos una referencia a la crueldad con la que actuaban las fuerzas represivas del gobierno batistiano. “El secuestro de los 47 ciudadanos americanos y 3 canadienses sirvió para mostrarme un hecho significativo y, para mí, alarmante: la fortaleza militar de Castro aumenta a diario”.11 En las conclusiones de su informe, Stewart apuntó algunas de las difíciles disyuntivas que se le presentaban a los funcionarios norteamericanos. Entre ellas, subrayó: la imposibilidad de que las elecciones de noviembre fueran honestas y, por tanto, resolvieran el problema; el alarmante fortalecimiento del movimiento revolucionario; la aprobación generalizada de que gozaba la política de no entregar nuevos armamentos a Batista, aunque la sinceridad de esa política fuera puesta en duda por la oposición; las repercusiones que un cambio en esa política podría significar en términos de peligro para los ciudadanos norteamericanos y sus propiedades en Cuba; su criterio acerca de las negativas consecuencias que sobre la presencia militar norteamericana en la Isla podría tener el no vender los diez aviones T-28; su impresión general de que sin una mejora de la situación, la oposición contra Batista continuaría y con ello “Castro se haría cada vez más fuerte”, y su opinión de que apoyar por completo a Batista traería como consecuencia la prolongación del eventual desenlace y sería un paso impopular en la mayoría del pueblo cubano, además de que atraería las críticas de la prensa y el Congreso de los Estados Unidos.12 En el documento, Stewart terminaba con la recomendación siguiente: “Se deben considerar con seriedad los cursos de acción alternativos que no han sido tomados en cuenta hasta ahora, con el objetivo de resolver la situación cubana antes de que Castro se haga tan fuerte que pueda imponer el tipo de Gobierno que mande cuando eventualmente se produzca el desenlace”.13 A finales de julio, otro incidente en la provincia de Oriente puso de nuevo sobre la mesa la posibilidad de una intervención militar. El día 25, las autoridades militares batistianas en la zona de Guantánamo le comunicaron al jefe de la Base Naval almirante Robert B. Ellis, que debía retirar la guarnición que custodiaba el acueducto de Yateras (este abastecía de agua a la Base), porque se necesitaban esas tropas en otro lugar. De acuerdo a un procedimiento que había sido aprobado en abril, a sugerencia del embajador Earl E. T. Smith, en ese caso se autorizó a que, el 28 de julio, Ellis enviara un destacamento de marines para proteger la instalación. En 11 Ibídem, p. 164. 12 Ibídem, pp. 167-168. 13 Ibídem, p. 168. 144 esta oportunidad, Smith le dijo a Ellis que obrara en consecuencia con lo previsto en aquella fecha. Sin embargo, para los funcionarios del Departamento de Estado se hacía evidente que las condiciones prevalecientes en julio no eran las mismas que existían en abril. Como expresó el vicesecretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos William P. Snow en un memorándum dirigido al subsecretario de Estado Christian Herter, el 30 de julio: “las fuerzas de Castro están operando y tienen un alto nivel de control de la zona que rodea la Base”.14 Además, se reconocía que la reacción por parte de la oposición cubana había sido violenta. Por estas razones, y a partir de reuniones con altos oficiales del Pentágono, se propuso buscar una solución que implicara la retirada de los marines del acueducto, tan pronto se recibieran garantías de los rebeldes de que no se afectaría el suministro de agua. En esta ocasión, como en otras, hubo que convencer al almirante Arleigh Burke de que no cabía otro curso de acción que el de evitar un nuevo enfrentamiento con el movimiento revolucionario. El Movimiento 26 de Julio, por su parte, mostró firmeza y serenidad al no consentir en la presencia de tropas norteamericanas en territorio cubano, pero, al mismo tiempo, dio seguridades sobre el suministro de agua, como expresó el Comandante en Jefe Fidel Castro en el comunicado que emitió a través de Radio Rebelde.15 A los funcionarios estadounidenses no se les escapó el hecho de que la explicación inicial dada por el jefe militar batistiano para la retirada del personal había sido expresar que este se necesitaba para otros objetivos, pero cuando el 1ro. de agosto se le comunicó a Batista la decisión final de retirar los marines norteamericanos, el Gobierno cubano alegó entonces que se trataba solo de un relevo y anunció que el 3 de agosto llegaría a Yateras una nueva guarnición. Según un comunicado de la Embajada de Cuba en Washington, lo que se había solicitado era una protección transitoria, mientras llegaba una tropa fresca.16 Este hecho confirmaba que todo el incidente no fue más que una maniobra de Batista para provocar una intervención militar norteamericana. Smith, por supuesto, consideró que el Departamento de Estado había “cedido a las presiones de los representantes de los revolucionarios en Washington”.17 14 Memorándum del vicesecretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos William P. Snow al secretario de Estado Interino Christian Herter, del 30 de julio de 1958, en Ibídem, pp. 174-185. 15 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 157. Tad Szulc: Fidel: A Critical Portrait, William Morrow and Company, Inc., Nueva York, 1986, p. 450. 16 Memorándum del subdirector de la Oficina de Asuntos de Centroamérica y el Caribe C. Allan Stewart al asesor de Relaciones Públicas del Buró de Asuntos Interamericanos Orville C. Anderson, del 5 de agosto de 1958, en Department of State: Ob. cit., pp. 183-185. 17 Earl E.T. Smith: The Fourth Floor: An Account of the Castro Communist Revolution, Random House, Nueva York, 1962, p. 112. 145 El Embajador se entrevistó con Batista, el 31 de julio. Igual que en otras ocasiones, el cable que envió al Departamento de Estado sobre esta entrevista que duró dos horas, se caracterizó por su concisión (26 líneas en cuatro párrafos). Los temas también resultaron reiterativos. El Dictador afirmó que deseaba restablecer las garantías constitucionales, pero dijo que no podía hacerlo por motivo de las actividades revolucionarias. Se interesó por los aviones T-28 y argumentó que continuar negándoselos ayudaba y estimulaba a sus oponentes. Volvió a “garantizar”, con su habitual mendacidad, que las elecciones de noviembre serían honestas. Con gran hipocrecía se refirió al incidente del acueducto de Yateras para decir que le preocupaba el despliegue de marines en esa región, porque podía provocar un incidente que pusiera a los Estados Unidos en una posición embarazosa. Además, aprovechando que Smith se quejaba de las incursiones rebeldes contra las instalaciones norteamericanas, en particular, a las de Moa y Nicaro, el Dictador afirmó que si los Estados Unidos le suministraban 2 000 fusiles, pondría 1 000 hombres en cada una de esas plantas.18 Este último tema fue abordado por C. Allan Stewart y Terrance G. Leonhardy en una entrevista que sostuvieron con el doctor José Miró Cardona, quien los visitó el 1ro. de agosto en el Departamento de Estado para expresarle, en nombre del Frente Cívico Revolucionario, su desacuerdo con el despliegue de marines en Yateras. Al ser informado Smith sobre esa entrevista, interpretó que ella constituía un reconocimiento del Departamento de Estado a la autoridad del Movimiento 26 de Julio en la zona oriental de Cuba. Por esta razón, el 7 de agosto, envió el cable cifrado número 182 al Departamento de Estado, expresando su total desacuerdo y argumentando que con este reconocimiento el Departamento asumía como probable la caída del Gobierno cubano y la fuerte posibilidad de que fuera sustituido por el Movimiento 26 de Julio. “En nuestra opinión, Movimiento el 26 de Julio carece del apoyo de la mayoría del pueblo cubano. Creemos que antes de que el régimen de Batista caiga, elementos militares intervendrán para impedir una victoria de elementos del Movimiento 26 de Julio. La Embajada considera que estas negociaciones no están en el mejor interés de los Estados Unidos”.19 Era evidente que el Embajador había dado una interpretación exagerada a la conversación sostenida, de la cual se le había informado por valija diplomática. Expresó sus temores de que este hecho significaba “una nueva decisión política hacia Cuba”, y planteó que estaba preparando un do18 Cable cifrado número 169 de la Embajada norteamericana en La Habana al Departamento de Estado, del 1ro. de agosto de 1958, en Department of State: Ob. cit., p.180. 19 Cable cifrado número182 de la Embajada norteamericana en La Habana al Departamento de Estado, del 7 de agosto de 1958, en Ibídem, pp. 185-186. 146 cumento sobre la situación en Cuba, en esos momentos y sobre las alternativas de política a seguir. Smith deseaba que ese documento fuera analizado en Washington antes de que se tomara alguna determinación con respecto a la Isla.20 El Departamento de Estado le envió una respuesta asegurándole que la entrevista entre Stewart, Leonhardy y Miró Cardona no había tenido el carácter ni la proyección que él le daba, pues no se trataba “ni de negociaciones ni de un pedido de acción”.21 A principios de agosto de 1958, llegó a La Habana Wayne Smith con el fin de asumir las funciones de tercer Secretario de la Embajada de los Estados Unidos en Cuba. En sus memorias, él recordó la incredulidad conque reaccionó ante las orientaciones que le impartió el ministro Consejero Daniel M. Braddock, durante la primera reunión a la que asistió en compañía de varios recién llegados más. La explicación que el segundo hombre de la Misión Diplomática le dio a los flamantes funcionarios acerca de la política norteamericana, era que se fundaba en la esperanza de que las elecciones “abrieran el camino para alguna solución”. Wayne Smith no pudo evitar exponer su desacuerdo con tal apreciación. Tenía claro que el reciente fracaso de la Ofensiva de Verano de Batista presagiaba el fin de su régimen. Para él, Castro había tomado la iniciativa. A pesar de que Braddock le respondió asegurando que las elecciones ofrecían entonces la mejor oportunidad para inducir un cambio positivo, lo llamó aparte para indicarle que, aunque sus observaciones no estaban mal fundadas, “el Embajador E.T. Smith estaba convencido de que Batista cumpliría con sus promesas de que las elecciones serían limpias e imparciales”, por lo que el personal de la Embajada debía “mostrar un frente unido apoyando esa esperanza”. 22 Wayne Smith también relató que después supo que uno de los funcionarios de la Embajada, William G. Bowdler, había redactado un informe sobre el fracaso de la Ofensiva de Verano de Batista, en el cual se llegaba a la misma conclusión que él había apuntado y se decía que la última y única oportunidad para la política norteamericana era lograr la salida del Dictador y su sustitución por un Gobierno moderado de transición antes de que la contraofensiva de Castro tomara fuerza. Daniel Braddock había aprobado el informe, indicándole a Bowdler que estaba totalmente de acuerdo, pero el embajador Earl E. T. Smith se había negado a enviarlo a Washington.23 20 Ibídem, p. 186. 21 Ibídem. 22 Wayne Smith: The Closest of Enemies: A Personal and Diplomatic Account of U.S.Cuban Relations since 1957, W.W. Norton & Company, Nueva York, 1987, p. 30. 23 Ibídem, p. 30 147 Esta fue precisamente la línea que el Embajador recomendó en el documento que preparó a principios de agosto titulado “Documento de política sobre Cuba”.24 En ese texto se manifestaba que la mayoría del pueblo cubano no estaba ni con Batista ni con el movimiento revolucionario. En él se planteaba, además, que existía un equilibrio militar entre el Ejército y las fuerzas rebeldes en Oriente, que debía prolongarse en el futuro.25 En el referido documento Smith argumentaba que el Ejército de Batista estaba “relativamente bien armado”, pero “carecía de la disciplina y el espíritu requeridos para montar la ofensiva y aceptar las pérdidas necesarias para sacar a los rebeldes de sus escondites en las montañas”.26 Como se puede apreciar, ni siquiera el Embajador era capaz de suscribir en sus propios informes el argumento de que la causa de la derrota de Batista residía en la penuria de armamentos, como argumentaba el Dictador en cada una de sus entrevistas con él. Para Earl E. T. Smith en el frente político las expectativas señalaban que el régimen de Batista continuaría en el poder. De manera paradójica, se afirmaba que el Dictador estaba determinado a efectuar elecciones honestas el 3 de noviembre y a elegir a Andrés Rivero Agüero como próximo presidente cubano.27 Sin ningún recato se aceptaba que una victoria de Rivero Agüero significaba, en términos prácticos, la continuación del régimen de Batista. Tampoco tuvo reticencias el máximo representante norteamericano en Cuba al reconocer que, en el caso de que Rivero Agüero fuera electo, no habría disminución alguna en la oposición revolucionaria existente contra el Gobierno, pues toda la oposición, tanto política como revolucionaria, lo consideraría un hombre de paja de Batista. Si Rivero Agüero no resultaba ser lo suficientemente fuerte como para enfrentar la situación, Batista podría hallar necesario asumir la posición de General en Jefe de las Fuerzas Armadas cubanas, desde donde podía ejercer un control efectivo del Gobierno.28 La perspectiva que se presentaba era “la continuación de las condiciones revolucionarias existentes, con el probable incremento de su amplitud e intensidad, pero sin resultados concluyentes, a no ser que se produzca un cambio considerable en detrimento del Gobierno dentro de tales elementos de poder, como el movimiento obrero organizado y las Fuerzas Armadas”.29 Este escenario resultaba perjudicial para los Estados Uni24 25 26 27 “Documento de política sobre Cuba”, en Department of State: Ob. cit., pp. 186-192. Ibídem, p. 187. Ibídem. Al Embajador no le parecía contradictorio que en unas “elecciones honestas” se supiera de antemano quién las iba a ganar. 28 “Documento de política sobre Cuba”, en Department of State: Ob. cit., p. 188. 29 Ibídem. 148 dos, porque se verían afectadas las inversiones norteamericanas en Cuba, que ascendían aproximadamente a 1000 000 000 de dólares. Ante esas expectativas, la Embajada norteamericana en La Habana analizó cinco cursos de acción alternativos: 1. Adherirse a una política de estricta neutralidad. 2. Trabajar a favor de la unificación de los partidos políticos de la oposición y por condiciones que posibiliten la celebración de elecciones libres, en un esfuerzo por reemplazar al gobierno de Batista a través de medios constitucionales. 3. Alentar a elementos moderados dentro de las Fuerzas Armadas y la oposición legal para que derroquen a Batista y establezcan un Gobierno Provisional. 4. Apoyar al gobierno de Batista hasta el punto de cumplir con nuestros compromisos y acuerdos contractuales y no dar apoyo moral a la oposición revolucionaria. 5. Alentar a la oposición revolucionaria con asistencia moral y material.30 Para el Embajador, la primera alternativa era la que se correspondía con los compromisos internacionales de los Estados Unidos, sobre todo en lo referente al principio de no intervención. Según él la segunda era “la solución ideal si los obstáculos no fueran tan abrumadores”. La tercera opción resultaba “muy riesgosa”. Su comentario sobre la cuarta indicaba hasta que punto la prefería personalmente, pues afirmó: “aunque puede no ser considerada como la mejor de las alternativas, significaría la continuidad de nuestras obligaciones morales con un Gobierno amistoso reconocido por los Estados Unidos”. Finalmente, como era de esperarse, descartaba la quinta opción, porque no beneficiaba a los intereses de los Estados Unidos.31 Aunque el Embajador se vio obligado a aceptar el carácter dictatorial del régimen, en el documento enumeró lo que estimaba eran sus cuantiosas “virtudes”, entre las cuales subrayó que “ha sido un gobierno amistoso hacia los Estados Unidos y ha seguido generalmente políticas económicas adecuadas que han beneficiado las inversiones norteamericanas,” además de que había puesto fuera de la ley al Partido Comunista en Cuba y no mantenía relaciones diplomáticas con Rusia soviética, ni con ninguna de las naciones detrás de la llamada “Cortina de Hierro”.32 En ese documento, el Embajador norteamericano terminaba planteando que “si hubiera alguna posibilidad de que (1) la oposición política se uniera detrás de una fórmula única sobre la base de una plataforma de 30 Ibídem, 189. 31 Ibídem, p. 190. 32 Ibídem. 149 Gobierno interino y (2) se establecieran las condicones que posibilitara elecciones libres y abiertas, los Estados Unidos no deberían echar a un lado el método electoral, como una solución posible”.33 No obstante, se reconocía que eran escasas las posibilidades de que esas dos cuestiones se materializaran. Por ello, se estimaba que los Estados Unidos debían atenerse a una política de estricta neutralidad —la alternativa número uno— , pero con la advertencia de que ello implicaba que el Gobierno norteamericano no brindaría ayuda ni alentaría con su apoyo moral, directo o indirecto, a aquellos asociados con la oposición revolucionaria o aquellos que la representaban. Dados sus informes y recomendaciones anteriores, era evidente que esta fórmula, la de la neutralidad, podía implicar, incluso, el restablecimiento del suministro de armas al Gobierno cubano, pues el Embajador, haciéndose eco de lo que le transmitía Batista, no se ocultaba para decir que haberlo suspendido constituía un aliento indirecto y un apoyo moral a la insurrección. Al precisar este elemento, la alternativa propuesta, en la práctica, quedaba redefinida en términos muy similares a la cuarta, que era evidentemente la que hubiera preferido. No hay constancia de que se aceptara algún cambio de política como los propuestos por C. Allan Stewart o Earl E. T. Smith antes de la farsa electoral de noviembre. Una muestra de los dilemas que presentaba el adoptar nuevos pasos lo constituyó la revisión que se hizo de la política en materia de asistencia militar y venta de armamentos, la cual concluyó el 11 de agosto con la recomendación de que se continuara con el “embargo”, pero se dejara a un lado el asunto relacionado con la utilización de unidades con entrenamiento y equipos del Programa de Asistencia Militar (MAP).34 El Departamento de Estado sugirió, además, que no fueran entregados los diez aviones T-28, hasta tanto su traspaso dejara de convertirse en factor de perturbación de la situación política interna de Cuba. Sin embargo, el Embajador norteamericano continuó insistiendo para que estos fueran entregados, alegando tener seguridades directas de Batista de que esos equipos serían utilizados con fines de entrenamiento. Cuando a finales de agosto, siguiendo las instrucciones del secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos Roy Rubottom, el Departamento de Estado estaba todavía buscando una solución intermedia para la adquisición de equipos alternos destinados la Aviación de Batista, se pudo conocer que el Gobierno cubano, que ya había pagado los equipos por adelantado, comunicó a la Misión de la Fuerza Aérea norteamericana en La 33 Ibídem, p. 191. 34 Memorándum del secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos Roy Rubottom al secretario de Estado John Foster Dulles, del 11 de agosto de 1958, en Ibídem, Ob. cit., pp. 193-194. 150 Habana que estaba buscando un comprador para ellos.35 Por supuesto, en esa fecha ya se habían adquirido equipos Sea Fury en Gran Bretaña. A pesar de esto, Fulgencio Batista y Gonzalo Güell no dejaron de presionar a Smith al respecto, incluso en fecha tan tardía como el 20 de septiembre.36 La falta de nuevas iniciativas implicaba, de hecho, que el embajador Smith, con el respaldo de los agregados militares y los jefes de las misiones norteamericanas de los tres servicios armados, podía continuar ayudando y apoyando al régimen de Batista en sus esfuerzos políticos y militares. Una muestra de ello lo constituyó la entrevista sostenida entre Smith, Batista y Güell, el 20 de septiembre de 1958. Aunque más extenso que los anteriores, el recuento que sobre esa entrevista el Embajador envió al Departamento de Estado resulta igualmente repetitivo, pues los argumentos y las explicaciones del Dictador volvían a “machacar” sobre los mismos temas, todos ellos favorables al carácter conservador y anticomunista de Smith.37 El Tirano insistió en su supuesta intención de hacer unas elecciones honestas, y admitió que no restauraría las garantías constitucionales, achacándolo de nuevo a la actividad revolucionaria. Planteó que aspiraba al triunfo de Andrés Rivero Agüero, su candidato. Afirmó que ello se debía a que solo votaría el 60 % del electorado, lo que favorecía a los partidos del Gobierno, que tenían mejor organización. En esta ocasión, Batista fue más sincero con el Embajador acerca de sus intenciones reales y le dijo que se quedaría en Cuba después de las elecciones, aunque afirmó pensaba retirarse. Bravuconeó diciendo que se mantendría leal a sus seguidores y lucharía hasta el final, aunque ello le costara la vida. El Embajador podía estar seguro de que él no pediría asilo en ninguna Embajada. Smith también informó acerca de unos comentarios internacionales de Batista, que giraron todos alrededor del “peligro comunista”. Calificó de “víbora” al primer Ministro soviético, Nikita Jruschov, y dijo que la Unión Soviética era enemiga de Cuba y de los Estados Unidos. La expansión comunista amenazaba al mundo, incluyendo América Latina, aseguró el Tirano. Según Smith, Batista le trasladó un informe pormenorizado de la influencia comunista en varios países latinoamericanos.38 El único tema novedoso de los que abordaron, fue el que dominaría los contactos entre los gobiernos de los Estados Unidos y Cuba en las semanas subsiguientes. El Embajador se quejó de que los rebeldes estaban exigiendo el pago de impuestos en las zonas que ocupaban. Batista con35 Cable cifrado número 246 de la Embajada norteamericana en La Habana al Departamento de Estado, del 29 de agosto de 1958, en Ibídem, p. 203. 36 Cable cifrado número 304 de la Embajada norteamericana en La Habana al Departamento de Estado, del 22 de agosto de 1958, en Ibídem, p. 211. 37 Ibídem, pp. 210-211. 38 Ibídem, p. 211. 151 testó que el Gobierno cubano impondría un impuesto especial, equivalente al doble de lo que normalmente se debía pagar, a toda empresa norteamericana que le diera dinero al Ejército Rebelde. “Dijo que no podía permitir que las compañías donaran fondos a los rebeldes para que estos los usaran para matar soldados del Gobierno enviados a proteger esas mismas compañías”.39 En septiembre viajó a Cuba por tercera vez el inspector General de la CIA Lyman B. Kirkpatrick. Según recuenta en su libro The Real CIA, a diferencia de las ocasiones anteriores, en esta no se reunió con Batista. El objetivo de la visita, según el alto oficial, era el de “fortalecer al BRAC y hacer que su trabajo contra los comunistas fuera más efectivo”. 40 Aunque su relato sobre este periplo contiene una gran cantidad de datos imprecisos y, lo que es peor, ciertas aseveraciones injuriosas y falsas sobre el movimiento revolucionario, vale la pena recoger algunos de sus criterios y opiniones, así como los resultados de su reunión con el Embajador norteamericano. Según el Inspector General de la CIA, la información que obtuvo en este viaje le permitió llegar a la conclusión de que, desde su última visita, se había producido “un progresivo deterioro del poderío del gobierno de Batista y un aumento de la fortaleza de la oposición que se agrupaba alrededor del Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro”.41 Aunque reconoció que al principio recibió con escepticismo los informes sobre la brutalidad de la represión desencadenada por el régimen, Kirkpatrick dijo que de ella lo convencieron unas fotos que le mostraron de una maestra cubana que había sido sometida torturas por el “delito” de acompañar a un estudiante suyo de quien la policía sospechaba era un activista revolucionario. Además, Kirkpatrick admitió que el BRAC estaba participando en la escalada represiva, a pesar de que, según dijo, la CIA había “protestado constantemente” por el uso de la violencia en los interrogatorios.42 Agregó que había abordado ese asunto con el coronel Mariano Faget, jefe del BRAC, quien admitió que eso estaba sucediendo, pero que no podía impedirlo. Según el Inspector General de la CIA, se entregó un memorándum en el que se trataba ese tema al ministro de Gobernación, Santiago Rey.43 39 Ibídem. 40 Lyman B. Kirkpatrick: The Real CIA, The Macmillan Company, Nueva York, 1968, p. 167. Según su libro de memorias, Kirkpatrick pretendía asimismo realizar una peculiar y sorprendente labor de inteligencia contra la Unión Soviética, en la Cuba de 1958. 41 Ibídem, p. 168. 42 Ibídem, p. 172. 43 Ibídem, p. 175. 152 Suponiendo que se aceptasen como sinceras las opiniones de Lyman Kirkpatrick sobre la actitud de la CIA ante las torturas del BRAC, cosa que resulta difícil de creer por las informaciones posteriores que se tuvieron acerca de los programas de entrenamiento que la Agencia conducía para policías y militares latinoamericanos en la zona del Canal de Panamá y en la Escuela de las Américas, y las propias operaciones de la CIA contra Cuba y contra otros países, resulta cínico que después de conocer y describir de manera tan vívida un caso comprobado de la brutalidad represiva de la Dictadura, como lo hace en su libro, el Inspector General de la CIA se haya limitado a entregarle a Santiago Rey un simple memorándum y ni siquiera se le haya ocurrido que la Agencia debía terminar su colaboración con el BRAC, cesar el entrenamiento de su personal y retirar el oficial de enlace que tenía con esa oficina, cuya esencia cruel y opresiva era ostensible. Puede añadirse que, después del triunfo revolucionario, el propio coronel Mariano Faget huyó a los Estados Unidos y fue reclutado por las autoridades norteamericanas para trabajar en la Oficina del Servicio de Inmigración y Naturalización de Miami. Kirkpatrick relató en su libro la discusión que tuvo con el embajador Smith, quien se quejaba de que toda la estación CIA era muy cercana a la gente del Movimiento 26 de Julio y estaba influenciada por ellos, además de acusarla de darle apoyo y aliento a los revolucionarios. También discreparon acerca de la fuerza de los comunistas en la sociedad cubana, pues Smith criticó a la Agencia por dar un estimado muy bajo de los efectivos del Partido Socialista Popular. El Embajador culpó a la CIA de la política que se estaba siguiendo con respecto al suministro de armamentos y afirmó que al dar “fervientes informes” sobre el Movimiento 26 de Julio, estaban desalentando la asistencia al gobierno de Batista. Sobre este punto, Kirkpatrick dijo que le respondió al Embajador recordándole que “él y su Sección Política recibían copia de todos los informes que la CIA enviaba, lo que le daba el tiempo suficiente para comentar al Departamento de Estado sobre cada informe individual o colectivo”,44 a lo que su interlocutor contestó que la Sección Política y la CIA estaban confabulados y de acuerdo en todo. El Inspector General afirmó que al concluir la reunión le manifestó a Smith que la Agencia solo mantenía contactos con miembros del Movimiento 26 de Julio en La Habana y Caracas con fines informativos y que no le estaban suministrando dinero o sostén de ningún tipo. 45 Este recuento resulta importante, porque es la única información escrita acerca de la posición de la CIA en el debate interno acerca de la política hacia Cuba. Los documentos publicados a los que han tenido acceso los 44 Ibídem, p. 173. 45 Ibídem, p. 174. 153 investigadores norteamericanos, gracias a la Freedom of Information Act (FOIA), o sea, Ley de Libertad de Información, contienen numerosas referencias que nos permiten precisar las posiciones de los departamentos de Estado y de Defensa, lo que no es posible en el caso de la CIA, que se ha negado hasta ahora a poner sus archivos a la disposición de los investigadores. Además, es posible que nunca se tenga acceso a esa documentación, pues según se ha informado, recientemente la Agencia reconoció haber destruido casi todos los archivos acerca de sus operaciones en las décadas de los cincuentas y los sesentas.46 Debe considerarse que a pesar de que el Departamento de Estado fue el blanco principal de las críticas del ex embajador Smith en su libro de memorias, la CIA no escapó a sus dardos, lo que confirmaría que la Agencia tenía posiciones más cercanas a las del Departamento de Estado. Los encuentros sostenidos en Caracas entre la CIA y los miembros del Movimiento 26 de Julio fueron reales y han sido revelados por el combatiente revolucionario Luis M. Buch, delegado del Movimiento 26 de Julio en la capital venezolana, en 1958.47 Según el relato de Kirkpatrick, después de su conferencia con Smith se entrevistó con todo el personal de la Misión Diplomática, incluyendo a los agregados militares. También sostuvo reuniones con distintas personas que eran contactos regulares de la Embajada y de la Misión CIA. Aunque había quedado con Smith en hablar con él de nuevo antes de partir, no pudo hacerlo, pero “cuando llegó el momento de regresar estaba aún más convencido de que los días de Batista estaban contados”.48 Esa fue la esencia del mensaje que envió a la Agencia antes de partir, asegurando: “el Ejército estaba desintegrándose y no era probable que Batista pudiera sobrevivir hasta el fin de año”.49 El general del Ministerio del Interior Fabián Escalante, afirmó en su testimonio sobre las actividades de la CIA en Cuba, que el objetivo primordial de Kirkpatrick en ese viaje era el de examinar con el Dictador “la situación político-militar del país” y que el Inspector General de la CIA sí se entrevistó con Batista. Según el recuento que Escalante hace en su obra Cuba: la guerra secreta de la CIA. Agresiones de los Estados Unidos contra Cuba, 1959-1962, en aquella reunión participaron, además, el jefe del Estado Mayor Conjunto general Francisco Tabernilla y el coronel Mariano Faget, quienes dieron la versión del régimen sobre 46 “Secrets revealed: Telling like it was, up to a point”, en The Economist, Londres, 9 de agosto de 1997, p. 23. 47 Luis M. Buch: Más allá de los códigos. Las comunicaciones en la Guerra de Liberación, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1995, pp. 111-125. 48 Lyman B. Kirkpatrick: Ob. cit., p. 174. 49 Ibídem, p. 176. 154 la situación.50 En la Embajada recibió la misma apreciación, incluso del jefe local de la CIA James A. Noel. Según la versión de Escalante, Kirkpatrick no creyó nada de lo que le dijeron, pues varias personalidades cubanas a quienes los oficiales de la Agencia en Cuba tenían acceso decían lo contrario. A partir de esa apreciación, solicitó autorización a la sede de la CIA en Langley, Virginia, para entrevistarse con un agente de cubierta profunda y con acceso a información política confiable. Se le autorizó a establecer contacto con David Atlee Phillips, un espía norteamericano que trabajaba en La Habana con manto51 de jefe de una oficina de relaciones públicas con vínculos en medios periodísticos e intelectuales, quien le dio una versión muy distinta, pronosticando la irremediable caída de Batista.52 Escalante no cita la fuente de donde extrajo esta información, lo que resulta lamentable en un testimonio que tiene tanta credibilidad por provenir de alguien como él, que puede haber tenido acceso a documentos confidenciales de la Tiranía ocupados por las tropas rebeldes al triunfo de la Revolución, lo cual se refleja en los detalles operativos que aparecen en su relato. Salvo la narración de la entrevista con Batista, existe un alto grado de coincidencia entre lo revelado por Escalante y lo que dice Kirkpatrick en sus memorias, incluyendo el escepticismo del alto oficial de inteligencia norteamericano y su remisión de un telegrama de alta prioridad dando su opinión sobre la falta de viabilidad del régimen en aquellos momentos. Aunque el Inspector General no indica en su obra las fechas exactas de su visita a Cuba, debe señalarse que el 25 de septiembre tuvo lugar la Trescientas Ochenta Reunión Regular del Consejo de Seguridad Nacional, con la dirección del presidente Dwight D. Eisenhower. En ella el subdirector de la CIA general C. P. Cabell informó sobre los principales acontecimientos mundiales que afectaban a la seguridad nacional de los Estados Unidos e hizo una breve referencia a Cuba, en el sentido de que el movimiento revolucionario estaba más fuerte que nunca.53 En septiembre de 1958 se produjo una reorganización en la Secretaría de Estado Adjunta para Asuntos Interamericanos. Aunque no hay evidencias de que ello tuviera que ver específicamente con la política hacia Cuba, debe señalarse que la Oficina de Asuntos de Centroamérica y el Caribe (Office of Middle American Affairs) se dividió en dos oficinas: una denominada Ofici50 Fabian Escalante: Cuba: la guerra secreta de la CIA. Agresiones de los Estados Unidos contra Cuba, 1959-1962, Editorial Capitán San Luis, La Habana, 1993, pp. 11-16. 51 En las labores de espionaje se llama “manto” a la cobertura legal con la cual los oficiales o agentes realizan su actividad ilegal. No debe confundirse con “leyenda”, que es la historia que se utiliza para legitimar una acción específica de un agente. 52 Fabián Escalante: Ob. cit., pp. 11-16. 53 Véase Nota Editorial número 134, en Ibídem, p. 215. 155 na de Asuntos del Caribe y México, dirigida por William Wieland, y otra llamada Oficina de Asuntos de Centroamérica y Panamá, dirigida por C. Allan Stewart. Para sustituir a este último en su cargo de subdirector de Wieland fue designado Edward S. Little, mientras Terrance G. Leonhardy siguió a cargo del Buró Cuba en el Departamento de Estado. El asunto referido al pago de impuestos a las autoridades rebeldes por parte de las compañías norteamericanas en los territorios liberados se presentó con particular fuerza en septiembre. El día 22, la Embajada norteamericana informó a Washington que había recibido una consulta al respecto de los ejecutivos de la United Fruit Company sobre el asunto. La reacción del embajador Smith fue indicarle a estos que no pagaran un céntimo a los rebeldes y que debían solicitar autorización al Departamento de Estado para que la Embajada emitiera una declaración en la cual se reflejara la oposición del Gobierno norteamericano ante tal proceder. El 26 de septiembre, tres directivos de la propia compañía visitaron al secretario de Estado Adjunto Roy Rubottom, quien les explicó que el Departamento de Estado estaba preparando un comunicado oficial sobre el tema, en el que se esclarecería la posición del Gobierno de los Estados Unidos con respecto a estos pagos. “Dijo que el Departamento enfocaba el problema con una preocupación favorable ante el problema de la compañía y que esperaba que el anuncio desalentara a los rebeldes de pedir estos tributos. Añadió, sin embargo, que la decisión sobre si las compañías americanas que operaban en Cuba debían pagar un tributo bajo esas circunstancias debía ser tomada por ellas mismas”.54 Esa respuesta, como es lógico, no podía satisfacer a las compañías yanquis ni a Smith, quienes esperaban una actitud más enérgica. El documento que en definitiva preparó el Departamento de Estado, el 27 de septiembre, era muy abarcador y se refería no solo a los tributos demandados por los rebeldes en los territorios liberados, sino también a las contribuciones que pedían los partidos políticos para sus campañas electorales. El párrafo final expresaba: “El Gobierno de los Estados Unidos se opone a que los nacionales americanos se involucren en los asuntos políticos internos de cualquier país extranjero. Consecuentemente, los Estados Unidos desaprueban toda contribución, forzada o voluntaria, de ciudadanos o firmas americanas, a cualquier partido político o facción dentro de Cuba que pueda violar ese principio”.55 El Embajador también se opuso a esta formulación, el 29 de septiembre, alegando que él conocía de compa54 Memorándum de una conversación en el Departamento de Estado, del 26 de septiembre de 1958, en Ibídem, pp. 223-224. 55 Cable cifrado número 175 del Departamento de Estado a la Embajada norteamericana en La Habana, del 27 de septiembre de 1958, en Ibídem, p. 225. 156 ñías que habían recibido peticiones de partidos políticos y habían accedido, y que no veía ningún problema con tal proceder. Por ello, si el Departamento lo consideraba oportuno, sugirió que se hicieran dos declaraciones distintas, una, sobre las solicitudes de los partidos, y otra, sobre las demandas del Ejército Rebelde.56 La explicación de la cautela norteamericana en este caso se la dio el vicesecretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos William P. Snow, en una carta enviada al embajador Smith, el 29 de septiembre. En ella, en primer lugar, le explicaba que el hecho de que se desaprobaran las contribuciones a los partidos políticos era una posición general del Gobierno de los Estados Unidos, que en fecha reciente había sido objeto de una declaración similar reiterativa en Tegucigalpa, previa a las elecciones en Honduras. En segundo lugar, expresó que no se podía ir más allá de una expresión de desaprobación, porque no había forma de controlar o verificar los pagos que se pudieran hacer, o si estos eran voluntarios o como parte de una retribución. “Las fuerzas rebeldes en Oriente obviamente tienen la capacidad de tomar represalias si los pagos no se hacen, y es muy poco lo que podríamos hacer, excepto expresar nuestra inconformidad”.57 Si se le diera a las compañías una indicación directa o indirecta de que no hicieran los pagos, agregaba, nos podríamos ver más tarde en una posición difícil con estas compañías si los rebeldes tomaran represalias, pues ellas podrían tratar de obtener alguna indemnización sobre la base de que actuaron siguiendo orientaciones del Gobierno norteamericano. En tercer lugar, argumentó Snow, se estimaba que una declaración general que abarcara ambas cuestiones sería la táctica más correcta, pues permitiría a los rebeldes tener una excusa adecuada para no presionar por los pagos.58 El Departamento de Estado, además, estaba presionando al Movimiento 26 de Julio a través de su representante en Washington, Ernesto Betancourt,59 quien estaba en contacto casi permanente con William 56 Ibídem. 57 El Departamento de Estado dejaba así la puerta abierta para poder “hacerse de la vista gorda”, cuando fuera conveniente a los intereses norteamericanos no darse por enterados de ciertas contribuciones. 58 Carta del vicesecretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos William P. Snow al embajador norteamericano Earl E. T. Smith, del 29 de septiembre de 1958, en Department of State: Ob. cit., pp. 229-230. No dejan de sorprender estos argumentos de Snow en una nota dirigida al Embajador en La Habana. Ni él ni Smith ignoraban que la CIA constantemente suministraba fondos a las fuerzas o movimientos políticos controlados por ellos u orientados hacia las posiciones norteamericanas en toda América Latina. 59 Aunque ejercía ciertas responsabilidades en los Estados Unidos a nombre del Movimiento 26 de Julio y ocupó un cargo en el Banco Nacional de Cuba al triunfo de la Revolución, Ernesto Betancourt mostró muy pronto sus verdaderos ideales, abandonó el país y se puso al servicio del imperialismo norteamericano en sus campañas contra Cuba. Ocupó una alta responsabilidad en el proyecto de transmisiones radiales a la Isla durante la administración de Ronald Reagan (1981-1989). 157 Wieland, C. Allan Stewart y Terrance G. Leonhardy. Betancourt era un elemento bien visto por los funcionarios norteamericanos, quienes estaban convencidos de que era un buen contacto para comunicarse con la dirección revolucionaria. El 30 de septiembre, Leonhardy lo recibió y abordaron varios temas, entre ellos el de la seguridad y protección de las propiedades norteamericanas en los territorios liberados.60 Unos días después, el 8 de octubre, Wieland habló con él por teléfono otra vez sobre el mismo tema, ya que Betancourt había llamado para decirle que había transmitido a la dirección del Movimiento la preocupación de Leonhardy. Según el memorándum que elevó a sus superiores, el Director de la Oficina de Asuntos del Caribe y México amenazó abiertamente a Betancourt diciéndole que si el Ejército Rebelde continuaba exigiendo pagos a las compañías norteamericanas, “yo no sabía cuán fuertes serían las presiones sobre el Gobierno de los Estados Unidos ni predecir las consecuencias que de ellas pudieran derivarse”.61 Entre tanto, el 1ro. de octubre, la Embajada norteamericana en Cuba emitió una declaración. Ello provocó un incidente con Batista, a quien no le había complacido el primer párrafo, en el cual se afirmaba: “cierto número de compañías americanas que operan en Cuba han sido contactadas por representantes de varios partidos políticos y grupos revolucionarios con el fin de solicitarles contribuciones financieras”.62 Según explicó el embajador Smith en el cable cifrado número 338 enviado al Departamento de Estado, el canciller cubano Gonzalo Güell le había dicho que el Dictador objetaba que el Gobierno cubano fuera catalogado como “extorsionista”, con la misma categoría de los rebeldes. Ya la radio había divulgado la declaración de la Embajada, lo que había enojado aún más al Tirano. Este había indicado que, en la prensa del día siguiente, solo se publicara el final de la declaración, censurando así el primer párrafo de ella.63 Aunque Smith no aclaró esta situación, es obvio que la contribución a la que había hecho referencia en su mensaje del 29 de septiembre debió haber sido solicitada por el propio Batista o por alguno de los partidos oficialistas, pues de lo contrario, no se explica que se hubiera dado por aludido. 60 Memorándum sobre la conversación entre el encargado del Buró Cuba en el Departamento de Estado Terrance G. Leonhardy y el representante del Movimiento 26 de julio en Washington Ernesto Betancourt, del 30 de septiembre de 1958, en Department of State: Ob. cit., pp. 233-234. 61 Memorándum sobre la conversación telefónica entre el director de la Oficina de Asuntos del Caribe y México William Wieland y el representante del Movimiento 26 de Julio en Washington Ernesto Betancourt, del 8 de octubre de 1958, en Ibídem, pp. 238-239. 62 Cable cifrado número175 del Departamento de Estado a la Embajada norteamericana en La Habana, del 27 de septiembre de 1958, en Ibídem, p. 225. 63 Cable cifrado número 338 de la Embajada norteamericana en La Habana al Departamento de Estado, del 3 de octubre de 1958, en Ibídem, p. 236. 158 Este tema continuó siendo de alta prioridad en octubre, en vísperas de las elecciones. El día 7 de octubre alcanzó tal relevancia, que el secretario de Estado Jonh Foster Dulles indicó a Smith que debía orientar al cónsul en Santiago de Cuba, Park Wollam, que enviara mensajes a la dirección revolucionaria a través de sus contactos para explicarle la seriedad del asunto y recomendarle que se abandonara todo intento de obtener financiamiento por esa vía.64 El 31 de octubre, Rubottom, Wieland, Leonhardy y otros funcionarios del Departamento de Estado se entrevistaron con un grupo de hombres de negocios norteamericanos, entre los cuales se encontraban Kenneth H. Redmond, presidente de la United Fruit Company; J. D. Carrington, ejecutivo de la Freeport Sulphur Co. y Robert J. Kleberg, presidente del King Ranch. Estos últimos perseguían un doble objetivo, conocer cuál era la posición del Departamento del Estado ante las demandas rebeldes de pago de impuestos en los territorios liberados y ante las perspectivas políticas que se presentaban en el país, incluyendo la alternativa electoral y el reconocimiento del Gobierno que surgiera de ella. La reacción de los funcionarios de la Cancillería estadounidense fue reiterar los argumentos ya conocidos sobre la actitud ante las demandas rebeldes y afirmar que el nuevo Gobierno recibiría el reconocimiento de los Estados Unidos, pero que cualquier cambio de política estaría sujeto a lo que el futuro Gobierno hiciera en términos de hallar una solución política a la crisis prevaleciente.65 En esa reunión, Kleberg, quien luego jugaría un importante papel como promotor de las acciones más agresivas contra Cuba después del triunfo de la Revolución, preguntó qué se sabía de los vínculos comunistas del “movimiento de Castro”. Rubottom le dio la respuesta conocida de que, aún cuando no había dudas de que los comunistas estaban aprovechando la oportunidad que les ofrecía la rebelión, el Departamento no tenía evidencia concluyente de que el Movimiento estuviera inspirado o dominado por los comunistas. Sin embargo, el Secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos añadió en esta ocasión que si el Departamento de Estado tuviera información convincente a tales efectos, la actitud hacia la situación cubana cambiaría de un modo considerable.66 Poco antes de la farsa electoral del lunes 3 de noviembre, el Gobierno norteamericano tuvo un gesto de indudable importancia en términos di64 Cable cifrado número191 del Departamento de Estado a la Embajada norteamericana en La Habana, del 7 de octubre de 1958, en Ibídem, p. 237. No deben olvidarse los estrechos vínculos de Jonh Foster Dulles con la United Fruit Company, cuyos intereses eran representados por el bufete de abogados al que pertenecía en la vida privada. 65 Memorándum sobre una conversación telefónica en el Departamento de Estado, del 31 de octubre de 1958, en Ibídem, pp. 245-249. 66 Ibídem, p. 248. 159 plomáticos con el cual mostró, de un modo significativo, su apoyo al régimen de Batista. Con motivo de festejar los comicios, el viernes 30 de octubre, el embajador cubano Nicolás Arroyo ofreció una recepción en su residencia. Para sorpresa de todos los asistentes, el secretario de Estado John Foster Dulles concurrió a ella, a pesar de su atiborrada agenda. Al día siguiente, la prensa oficialista de La Habana publicó fotos del jefe de la diplomacia norteamericana en el momento que brindaba por la salud de Batista. Quizás Dulles se sentía obligado a tener un “gesto” con Nicolás Arroyo, en reciprocidad con la nota en inglés poco usual que este le había dirigido, el 14 de mayo anterior, expresando su “profundo pesar” por las manifestaciones de repudio de que había sido objeto el vicepresidente Richard Nixon durante su gira por América Latina, las que calificó de evidente obra de “agitadores al servicio del comunismo internacional”.67 No es práctica diplomática hacer las notas oficiales en otro idioma que no sea el propio, acompañándose por lo general con una traducción no oficial, con vista a no comprometerse innecesariamente por el mal manejo de una lengua ajena. Nicolás Arroyo no tenía ninguna obligación en este caso, porque las manifestaciones se habían producido en otro país. Un Embajador versado en el arte diplomático debe evitar cualquier gesto que tenga que ver con terceros estados. La actitud de Arroyo solo tiene una calificación: servilismo. Ese mismo día 30 de octubre, el tema de la farsa electoral en Cuba había sido discutido en el Consejo de Seguridad Nacional. Allen W. Dulles, en su condición de director de la CIA, informó que las elecciones iban a realizarse el lunes siguiente, pero que como consecuencia del boicot realizado por el movimiento revolucionario, era muy poco probable que ellas se pudieran efectuar en la provincia de Oriente o en otras regiones del país controladas por las fuerzas rebeldes. Según el jefe del espionaje norteamericano, aunque el candidato oficialista seguro ganaría las elecciones, la oposición dirigida por Fidel Castro no aceptaría sus resultados. Batista no había podido impedir que las fuerzas guerrilleras se fortalecieran y calculaba los efectivos de estas en 4 000 ó 5 000 hombres. Según Allan W. Dulles, gracias a las tácticas de Batista los intereses americanos en Cuba estaban pasando por un mal momento. El presidente Eisenhower le preguntó a Dulles por qué Batista no había hecho en realidad un esfuerzo genuino por aplastar la rebelión, y el Director de la CIA le respondió que había tratado, pero “simplemente 67 Thomas G. Paterson: Ob. cit., p. 190. Véase, además, MINREX: Nota del Embajador de Cuba Nicolás Arroyo al secretario de Estado John Foster Dulles, del 14 de mayo de 1958, en Archivo Central, Legajo No. 66, Estados Unidos 114, 1943-1958. 160 no había podido tener éxito”. Eisenhower también se interesó por saber si el Gobierno cubano no podía bloquear la provincia de Oriente con sus fuerzas navales, a lo que Dulles contestó que la Marina de Guerra no tenía tal capacidad y que el armamento para el Ejército Rebelde “se introducía en muchas embarcaciones pequeñas”. 68 Resulta significativo que en el período entre julio y noviembre se produjeron pocos análisis o informes acerca de la marcha de la guerra, con la excepción de un despacho del Consulado en Santiago de Cuba al Departamento de Estado, con fecha 29 de septiembre, por el cual Wollam informó de su visita de cortesía al nuevo jefe de Operaciones Militares en la provincia de Oriente general Eulogio Cantillo. En su informe, Wollam afirmó que Cantillo le había hablado de unas supuestas negociaciones con Fidel Castro a través de un coronel que había enviado a la Sierra Maestra junto a una comisión de la Cruz Roja.69 Aunque el general trató de describirle un cuadro de la situación militar favorable al Ejército, el funcionario terminó diciendo: “Si bien lo dicho por el general Cantillo apuntaba a una debilidad y pronta derrota rebelde, yo recibí de alguna forma la impresión de que no estaba totalmente convencido de ello”.70 El Gobierno norteamericano continuó dando señales de que aceptaba la farsa electoral como un proceso legítimo y válido. El 22 de octubre, Smith recibió al candidato opositor por el Partido del Pueblo Libre (PPL), Carlos Márquez Sterling, de quien recibió un pormenorizado informe favorable a los comicios. El Embajador dio cuenta de ello a Washington.71 Entre las delirantes manifestaciones que Márquez Sterling le hizo al crédulo Embajador estaba la aseveración de que “ganaría si las elecciones fueran honestas”. También aseguró que votarían entre 1 600 000 y 1 700 000 personas, de un total de 2 800 000 de electores. Por su parte, el asesor para las Relaciones Públicas del Buró de Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado Orville Anderson preparó un memorándum informativo, el 29 de octubre, en el cual se orientaba que se diera “a los resultados electorales solo aquella cobertura factual 68 Memorándum de la discusión sobre Cuba en la Trescientas Ochenta y Cuatro Reunión Regular de Seguridad Nacional preparado por el vicesecretario Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional S. Everett Gleason, el 31 de octubre de 1958, en Department of State: Ob. cit., pp. 244-245. 69 Tad Szulc: Ob. cit., p. 448. Se refiere a que, con motivo de la entrega formal a la Cruz Roja de los soldados que cayeron prisioneros en la batalla de El Jigüe, un coronel del Ejército batistiano, del cual no cita nombre, estuvo presente en el batey de Las Mercedes. 70 Despacho número 29 del Consulado en Santiago de Cuba al Departamento de Estado, del 29 de septiembre de 1958, en Department of State: Ob. cit., p. 228. 71 Cable cifrado número394 de la Embajada norteamericana en La Habana al Departamento de Estado, del 22 de octubre de 1958, en Ibídem, pp. 241-242. 161 que sea requerida por razones de credibilidad”.72 Al parecer, Smith se tomó tan en serio la farsa electoral, que no pudo evitar el comentario siguiente en su libro de memorias: “El último error de Batista fue su falla al no cumplir con la solemne promesa que me había hecho de que realizaría elecciones libres y abiertas aceptables para el pueblo”.73 72 Memorándum informativo del asesor de Relaciones Públicas del Buró de Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado Orville Anderson a la Agencia de Información de los Estados Unidos (USIA), del 29 de octubre de 1958, en Ibídem, p. 249. 73 Earl E.T. Smith: Ob. cit., p. 155. 162