LA FRATERNIDAD CRISTIANA Segundo Galilea, Pbro.

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LA FRATERNIDAD CRISTIANA
Segundo Galilea, Pbro.
La fraternidad cristiana como desafío
Hoy día se escribe mucho sobre comunidades
de base, Iglesias en "diáspora", etc. Es la gran intuición de la pastoral moderna, y la imagen que más
y más presentará la iglesia en el futuro.
Pero tal vez no se ha escrito —o reflexionado—
suficientemente sobre ía espirilualidad adecuada a
estas comunidades. Hoy día los cristianos reunidos
necesitan nutrirse de una espiritualidad que sea moderna, abierla al futuro, a la secularización y a los
cambios sociales c históricos. Y que al mismo tiempo
sea profundamente evangélica. Y esta espiritualidad
o estilo de vivir el cristianismo en estas comunidades
será también válido para toda la Iglesia.
Pienso que los elementos para esle "estilo de
vivir el cristianismo" hoy habría que encontrarlos en
la idea de la fraternidad cristiana, según el Evangelio. Es decir, hoy más que nunca se requiere que
cualquier nivel de Iglesia —desde el Vaticano hasta
un grupo de estudiantes— sea una fraternidad, con
lodo lo que esto implica. Ser una fraternidad significa: I) saberse hermanos según el Evangelio; 2) tener unos con otros la relación de hermanos; 3) aceptar valientemente las consecuencias que esto entraña
para la vida social.
La esencia de la predicación de Jesús es el llamado a los hombres a formar una Fraternidad (el
Reino). Esto constituye la "especialidad" del cristianismo. Por eso los cristianos estamos endeudados
Parroquia universitaria de Santiago
222
con el mundo de hoy. que por un lado sufre un vacío
dramálico de fraternidad, y por otro lado, la añora
utópicamente. Y si algo espera del cristianismo, es
precisamente que éste sea el gran acontecimiento de
la fraternidad humana.
Históricamente la respuesta del cristianismo a
este desafio ha sido limitada. De ahí que muchos
hombre rectos buscaron —v buscan— la realidad de
la fraternidad en otras partes. No hay más que recordar movimientos como el laicismo, el marxismo,
la actual revolución de la juventud. Y si la gran
realización del cristianismo es la propia Iglesia, es
imperativo que ésta sea antes que nada una Fraternidad, el acontecimiento de la fraternidad humana,
en cualquiera de sus expresiones.
Desde el punto de vista pastoral, la descentralización y desinstitucionolización de la Iglesia, si no
queremos que lleve a una atomización de grupos "intimistas" sin dinamismo exterior, hará necesario que
éstos se nutran del espíritu de la fraternidad según
el Evangelio. Sería preferible incluso que la denominación de "comunidades de base" se cambiara en
"fraternidades cristianas". Es más específicamente
evangélica, más rica, más exigente sobre todo. Por
otra parte, la idea de que los hombres forman entre
sí una hermandad no es exclusiva del cristianismo.
Aparece claramente en las religiones no cristianas y
en las ideologías sociales. Esta idea constituye uno
de los signos de los tiempos actuales. Supera los límites de este artículo analizar los valores y los límites de la idea no cristiana de la fraternidad. Igualmente analizar el desarrollo de esía idea desde Abraham hasta Jesús, en el Antiguo Testamento. Nos
proponemos sí examinar el concepto específicamente
cristiano de Fraternidad, que es absolutamente original, hasta el punto que podemos decir que el gran
Mensaje de Jesús fue revelarnos el sentido último
de la fraternidad humana.
El ideal cristiano de la Fraternidad
I. La "fraternidad cristiana" (o comunidad de base,
o comunidad de Iglesia) está marcada por un primer
hecho original: el hecho de que Cristo Señor se ha
hecho real y verdaderamente hermano de los hombres.
y por lo tanto encuentra su eje en esta relación fraterna que tenemos con £1.
La integración histórica de Dios en la raza humana a través de Jesús, el hijo de María, no es un
mito ni una idea abstracta. Significa que Él queda
para siempre nuestro hermano, hermano mayor es
cierto (Rom. 8, 29), pero en nada diferente a sus
demás hermanos (Heb. 2, 17). En adelante, la base
puramente natural de la Fraternidad —la raza humana, concepto vago y susceptible de diluirse— queda reformada por la relación fraternal que cada persona está llamada a tener con el Hombre Jesús, lo
cual establece entre cada uno de nosotros una nueva
relación interpersonal.
En otras palabras, somos hermanos porque Jesús es hermano de cada uno de nosotros.
Este hecho inusitado, sin embargo, admite diversos grados de hermandad. Si Cristo es hermano
de todos los hombres* lo es en forma especial de aquellos que buscan en sus vidas la verdad, la justicia y
el amor (Mt. 12, 50; Me. 3, 35: "El que hace la voluntad del Padre, ése es mi hermano..."). Jesús también tiene una relación fraterna muy original y propia con los cristianos, sus discípulos, a los que llamó
a veces en forma exclusiva "mis hermanos"... (Mt.
28, 10; Jn. 20, 17; Act. 1, 15; Rom. 1, 13; 1 Cor.
1, 10; y en general el vocabulario de los Hechos de
los Apóstoles) '.
Esto constituye una de las tensiones dialécticas
propias del cristianismo: "El cristiano es hermano
de todos" —"el cristiano es hermano, a título único,
de los otros cristianos". Por eso, se debe realizar la
caridad fraterna en primer lugar con los demás cristianos (Mt. 8, 15) y hay una exigencia del todo especial para que el acontecimiento de la fraternidad
humana comience por realizarse al interior de la fraIcrnidad cristiana.
2. La "fraternidad cristiana" (o comunidad de base,
o comunidad de Iglesia) descansa sobre lo que puede
considerarse la gran revelación de lesús al corazón
del hombre: el hecho de que la hermandad humana
tiene un Padre.
Esa es tal vez la diferencia fundamental entre
la fraternidad cristiana y las demás búsquedas de
fraternidad (laicas, marxisla, etc.. .). Este es el gran
límite de estas últimas: el querer hacer una hermandad sin padre. Esto está en la base de muchas frustraciones ideológicas y del drama de los ateísmos humanista y marxista, por otra parle portadores de
buenos ideales: la fraternidad humana, la solidaridad
humana tiene que hacer referencia al Padre de los
hermanos.
La idea de que no hay verdadera fraternidad
sin una paternidad común, y que la paternidad co• Cf. Raízingcr Dic chrlslltchc Bruderlichkeil. pág- "í y SÍ.
223
mún de Dios crea Fraternidad aparece ya algo en el
Antiguo Testamento (Is. 63, 16; MI. 2, 10). Pero es
Cristo mismo quien hizo de este hecho el corazón de
su Mensaje (Jn. 20, 17; Mt. 6, 9; Le. 11, 2; Me. 11,
25; etc...).
La fraternidad cristiana, por lo tanto, no es sólo
secular e intramundana. Nos permite esperar que ésta
se realizará ciertamente algún día, aún a pesar de la
limitación humana, puesto que no es sólo producto
de nuestro esfuerzo sino también la proyección de
la paternidad de Dios sobre la raza humana. Nos
permite suprimir toda discriminación humana, ya
que el título de tener un Padre común arrasa con
cualquier pretexto de distinción o superioridad. Nos
permite, en fin, superar la tentación de vivir un cristianismo puramente "secular y fraternal", ya que
desde que Dios se nos reveló como Padre en lesús
todo esfuerzo sincero de crear la hermandad humana nos lleva al Padre (aunque sea implícitamente),
y prefigura la fraternidad definitiva de todos los
hombre con Él.
3. Por lodo lo dicho, ademas de todos los valores de
solidaridad humana que unen a los hombres, la "fraternidad cristiana" cstii basada en la solidaridad de
la fe común.
Históricamente, la hermandad humana se crea
y refuerza por ciertos valores humanos que crean
solidaridad. La sangre, la amistad, la lucha y destino
histórico común, los intereses y trabajos comunes. La
misma experiencia histórica igualmente nos enseña
que en muchos casos, existencialmenle, la fraternidad
cristiana pasa a través de estos valores y los supone,
así como la solidaridad en Cristo se descubre en las
vías históricas de la solidaridad humana.
Más allá de los valores comunes a la raza humana —que inspiran a ésta la nostalgia de la hermandad
universal— Jesús hizo posible este sueño del hombre
al poner la fe como el trasfondo de la fraternidad
cristiana. Esta hermandad en la fe no es un consenso
abstracto en ciertas doctrinas o en la valoración de
algunos ritos, que la práctica demuestra por si solos
incapaces de crear fraternidad. La fe que el Evangelio nos revela como levadura y dinamismo de la
fraternidad cristiana es la aceptación de la paternidad de Dios como el imán de la hermandad humana, de Jesús como verdadero hermano nuestro,
y del Mensaje de las Bienaventuranzas como la herencia común de los cristianos. (Mt. 23, 8: Act.
2, 42).
224
En este sentido, la sola conciencia de esta fe
común debería bastar, entre cristianos, para poner
en marcha la fraternidad. Esta conciencia será necesariamente reforzada por valores psicológicos y
sociológicos, pero de suyo tiene muchas veces la fuerza de realizar el acontecimiento de la fraternidad
cristiana. Así, por ejemplo, para celebrar la eucaristía no siempre es necesario que los asistentes se
conozcan previamente —aunque en el plano psicológico sea muy útil— y lo mismo se puede decir de
cualquier reunión específicamente cristiana, a condición que la conciencia común de la fe en Jesús y
en su mensaje de Fraternidad estén suficien temen le
presentes.
4. La "fraternidad cristiana" no tiene en modo alguno
características sectarias, sino que está Mamada a la
universalidad y a la comunión con lodos los hombres
y grupos humanos.
Decía más arriba que la fraternidad cristiana
estaba en tensión con la fraternidad humana: el cristianismo es hermano, a título único, de los demás
cristianos — el cristiano es hermano de todos. Un aspecto nos habla de lo especifico del cristianismo, de
la hermandad en la fe: el otro de su continuidad con
los valores y anhelos de la fraternidad humana, y de
la universalidad del Evangelio. Acentuar sólo lo primero haría de! cristianismo una secta; privilegiar lo
segundo diluiría el Evangelio. Ambos aspectos se
llaman y complementan, hasta el punto que si por un
lado la fraternidad cristiana tiene límites (la fe común) , por otro esas mismas condiciones que la limitan le exigen la universalidad. Es más, la misma
exigencia de fe común que define la fraternidad cristiana está al servicio del "todo", es para mejor realizar la fraternidad universal.
Hay que insistir entonces en que ninguna comunidad debe tener tendencias sectarias, lo cual no
siempre se ha realizado, dado la tendencia de todo
grupo humano con ideales y doctrinas definidas a
transformarse lentamente en una secta. Por diversas
razones históricas, muchas comunidades católicas
post-lridentinas fueron sectarias; lo mismo habría
que decir de numerosas confesiones protestantes. El
Vaticano II es el término oficial de toda posición
sectaria del catolicismo, y el protestantismo va tornando también la misma postura, aunque mucho más
lentamente en América Latina, donde aun se puede
hablar de "sectas".
Concentración mariana en Muipú; un llamado a la fraternidad universal
La revelación de Jesús propone un ideal muy
distinto a la fraternidad cristiana, al hacernos conscientes del hecho que tanto la paternidad de Dios
como la relación de hermano que tiene Crista con la
raza humana alcanzan a todos los hombres. Todos
están llamados a formar en esa forma la gran Fraternidad Cristiana, universal y sin límites. De ahí que
los actuales límites de la comunidad cristiana sean
siempre provisorios: están llamados a extenderse más
y más, hasta que la "fraternidad cristiana" se confunda un día con la "fraternidad de la raza humana".
La fraternidad cristiana es así por su naturaleza
misma profecía y fermento dinámico de aquello a que
todos están llamados a ser. Está simplemente al servicio de la universalidad.
Esta exigencia de universalidad sin límites crea
en la fraternidad cristiana una actitud de fraterna
igualdad. (1 Jn. 3, 12-16; 1 Jn. 2. 9-12). Nu sólo el
sectarismo; todo tipo de división y discriminación
es suprimido (FU. 16). Los límites ideológicos, históricos y naturales que envuelven a los hombres
—hecho que se nos impone, a menudo dolorosa-
mente— no son suprimidos, pero sí pueden realmente ser superados a causa de nuestra fraternidad universal en Cristo y de las exigencias que de ahí dimanan (Col. 3, 11).
El llamado a la igualdad fraterna y universal
es una de las características más típicas y chocantes
de cualquiera comunidad que quiere ser reconocida
como cristiana. Ante este desafío han naufragado,
por de pronto, numerosos ideales profanos y religiosos de fraternidad, que no han logrado superar ya
sea la oposición de clases, de raza, o de opciones
ideológicas.. . Y la misma comunidad cristiana tiene
aquí materia para un examen de conciencia evangélico y absolutamente indispensable. ¿Hasta qué punto
la fraternidad cristiana da hoy al mundo el escándalo de la igualdad y de la fraternidad? ¿Hasta dónde los cristianos están limitados por prejuicios ideológicos, culturales o sociales? Las comunidades cristianas de hoy (de todo tipo, desde colegios a congregaciones religiosas: vimos que todas están llamadas a realizar el acontecimiento de la fraternidad cristiana) , que de hecho educan las actitudes de los cris22=5
tianos ¿son en realidad las más abiertas, las más desprejuiciadas, las más universales entre las actuales
agrupaciones humanas, sin perder por eso su densidad evangélica? Aun en muchos medios existe la
idea que todo católico convencido es "sectario". ¿Es
ello sólo un prejuicio o existe aun una cierta base
histórica por corregir? (Advirtamos de paso que "católico" es sinónimo de "universal", y que la tradición
le adjudicó siempre ese calificativo, a pesar de los
cismas y divisiones entre cristianos).
5. La "fraternidad cristiana" crea en nosotros una relación de hermandad totalmente nueva y privilegiada
con todo hombre o grupo humano oprimido o en necesidad (los "pequeños" del Evangelio).
Esta es una de las revelaciones más sorprendentes del Evangelio de Tesús y sin duda la más escandalosa para la cultura de su época (¿y también para
la nuestra? . . .): el cristiano debe reconocer en todo
hombre un hermano y actuar en consecuencia; pero
muy especialmente los "pequeños" son para él sus
"hermanos".
¿Quiénes son los "pequeños" para Jesús? Son
los hombres que están en condiciones despreciables
para los demás (Mt. 18, 10), los que en alguna forma dependen de los demás (Mt. 10, 42), los que
justa o injustamente padecen necesidad u opresión
(Mt. 25, 40 y narración anterior). En este sentido
hay "pequeños"' hoy en todo país, raza o clase social,
pero especialmente entre los pobres y oprimidos. Y
éstos son los que ciertamente deben ser privilegiados
con la fraternidad cristiana.
Pero esta inaudita afirmación de Cristo va aun
más allá. Para Él, esta especial relación de hermandad que nos une con los oprimidos y los despreciables hace abstracción de su fe cristiana: aquí el "hermano" es "todo pequeño", cualquiera que sea su
credo. (Le. 10, 30 ss.). La parábola del Buen Samaritano —el relato "ético" más revolucionario de
todus los tiempos— nos sitúa precisamente en esa
perspectiva: el judío y el samaritano tenían credos
diferentes —uno era "disidente" diríamos hoy—,
pero la actitud del samaritano le permite hacer del
otro realmente su hermano ("prójimo" en el judaismo). "Haz tú otro tanto"... Tesús nos ha invitado
con estas palabras a hacernos "hermanos" de todo
hombre que sufre, que es "pequeño", aún cuando
nuestra relación con él sea la de un judío con un
samaritano.
Más aún. en una forma también parabólica, |e226
sús nos reveló que entre Él y los oprimidos y do>piv
fiables hay una identificación del todo misterios;i
análoga a la producida por la misma fe. (Mt. 25, 5146). En la famosa parábola del juicio final se no
dice que lo que hacemos —o dejamos de hacer—
con los "pequeños" lo hacemos —o lo dejamos de
hacer— con el mismo Cristo (Mt. 25, 40). No en
contramos en el Evangelio otro lugar en que Jesús
haya querido una identificación de privilegio con
una categoría de personas. Esta identificación esté
además significada por la opción sociológica del mis
mo Cristo, que quiso ser Él mismo de la categoría
de los "pequeñoü", pobres y despreciables para U
cultura oficial de su época (Tn. 1, 46; Fiiip. 2, 7).
Esa es la razón honda por la cual la fraternidad
cristiana, ya desde los albores del cristianismo está
urgida por reconocer en todo pobre y oprimido umi
especial presencia do Icsús. El "pequeño" es "sacramento de Cristo", en forma análoga al que ha sido bautizado en la fe. En la fraternidad cristiana, la
fe y los "pequeños" crean especialmente hermandad.
revisten de Cristo. Los que creen y los que sufren
(y éstos prescindiendo de su credo) tienen para el
cristiano el privilegio del dinamismo de su acción
fraterna.
Habría que terminar esta reflexión deteniéndonos sobre esto último: la fraternidad cristiana implica un compromiso de acción en favor de los "pequeños" y oprimidos. La fraternidad cristiana no cuna agrupación mística, neutra, de pura profecía [
testimonio. Su privilegio por el "pequeño" no es puramente afectivo. Está, en cambio, inequívocamente
del lado de la liberación, de la promoción y de la
justicia. Su interés es que estos valores reinen "fuer¡
de ella", y que el mundo sea fraternal. La tentación
de que la fraternidad cristiana sea un "refugio fraterno", un sucedáneo de lo que debería ser la sociedad entera, es hoy muy grande. Cuanto más inhumana una sociedad, más existe el peligro que la fraternidad cristiana (las comunidades de base) sean derivativos, analgésicos que disimulan para muchos la
exigencia de crear una sociedad fraterna para todos.
La fraternidad cristiana debe mantener siempre viva
su vocación "hacia afuera", su dinamismo a favor
de todos los pobres y oprimidos y de una sociedad
más humana:.
;
£1 hecho de la fraternidad, de "saberse hermanos" ) actuar tn
«jonsecuenclo, plnnte= serios ¡merroeunles tn situaciones limites. Pensemos en situaciones üe injusta explotación, en lo lucha socio! u
racial, en IB guerra. ¿Cómo compaginar la lucha ton esta hermandad, de mañero quí unu nu debilite a la nira? Tsk- problema icqulcrc una reflexión para un próximo articulo.
6. La "Fraternidad cristiana" existe para beneficio tic
los demás ("la multitud"). En este sentido es hereden del "resto" bíblico, de sus promesas y de su
Misión.
¿Qué senlido tiene la fraternidad cristiana, minoritaria, en medio de una multitud descristianizada?
Para responder a esto leñemos que volver al tema
bíblico del "Resto" y de la "Multitud".
La historia humana —que a causa de Cristo es
una historia de liberación y salvación del hombre—•
está dominada por este tema, desde el comienzo de
la Biblia. Es decir. Dios salva a través de un "Resto"
(Pueblo o porción elegida), que entresacado de la
multitud, está al servicio de ella y la representa. Dios
salva "a todos" por medio de "unos pocos". Sin este
criterio fundamental no entendemos ni la Iglesia ni
el cristianismo.
Antes de Cristo, el "Resto" es el Pueblo de Israel, minúsculo en todo sentido, menos e! religioso,
en comparación de los pueblos y civilizaciones de la
época. Pero tenía un mensaje, una promesa y una
misión para beneficio de todos los pueblos. Israel
tenía una función "vicaria" con respecto al mundo,
y su infidelidad consistió precisamente en haber olvidado su función histórica.
Cristo aparece como la plena realización del
Resto de Israel. Su misión se sitúa en esa línea: existir y morir en beneficio de la multitud. Al formar un
grupo de Apóstoles, quiere hacer de ellos una verdadera "Fraternidad cristiana", e imprimirles la mística de que son ellos los herederos de las promesas
y misión del "Resto de Yaveh". Ellos debían entregarse en salvación de la multitud. La comunidad de
los doce es la primera Fraternidad cristiana, semilla
y modelo de todas las demás que habrían de sucederse en la historia de! cristianismo (1 Pe. 5, 9) }.
Al crear así la Iglesia, Jesús mantuvo claramente su misión universalista. Su sacrificio es "para salvación de todos", y los doce son enviados por todo
el mundo. Al mismo tiempo, así como más allá de
su predicación o actividad, Jesús salvó la masa por
la entrega de su persona, los doce y más adelante la
comunidad cristiana y cada cristiano serán herederos
tanto de esta misión como de la forma de realizarla:
la entrega de su vida por la multitud.
Esla realidad debe realizarse hoy en la Iglesia y
en cualquiera de sus expresiones. Fuera de esta pers1
Sería preferible hablar ríe "fraternidad apostólica" y menos de "cok'Kio apostólico", según la actual columbre. "Colegio" hace referencia a 'colega", "fraternidad", a "hermano". Jesús estableció
esenctalmenle una relación de hermanos íUn¡i Fraternidad). mus que
de colegas (un Colegio*.
pectiva no comprendemos la misión del cristiano en
d mundo, que es la de seguir la suerte de Cristo, ser
un "pequeño resto" en beneficio de la multitud, (Me.
10,45).
El Evangelio nos adelanta algo sobre el hecho,
aparentemente desconcertante, de que los cristianos
son "pequeño resto" en medio del mundo. Jesús se
refirió a ellos como "pequeño rebano" (Le. 12, 32),
"ovejas entre lobos" (Mt. 10, 16); subrayó que "los
obreros eran pocos con respecto a la mies" (Mt. 9,
37) y que "los llamados eran muchos pero los escogidos pocos" (Mt. 22, 14). La Fraternidad cristiana
de hecho se realiza y se realizó, con todas sus exigencias, en minorías. Esta realidad, a primera vista desanimadora, no nos debería crear ni una mística del
fracaso, ni una ideología teológica de secta, ni complejos de inferioridad. Más bien nos estimula a penetrar en la esencia de un cristianismo no convencional, basado en la fe, en el Evangelio y en la idea
de fraternidad. Es la esencia de una Iglesia heredera
de la misión y de la suerte del Resto de Israel, de
Jesús Nazaret, y de la fraternidad de los laicos.
7. La "fraternidad cristiana" está llamada a transmitir sus características al mundo a través del testimonio, la cvaugclizoción y la inmolación.
Hs una consecuencia de todo lo anterior. En medio de la multitud, la fraternidad cristiana es como
la sal (Mt. 5, 13), cuya función es dar gusto al alimento hasta el punto que la sal cae en olvido en
beneficio de un alimento que quedó a gusto. Es
como el grano de trigo (Jn. 12, 24), que no interesa
que quede solo, sino que se pudre y se disuelve para
transmitir su fecundidad a una nueva planta. Está
llamada a perder su vida, no a conservarla (|n. 12,
25), a fin de enriquecer a todos.
Hoy en día los hechos que van provocando la
secularización se caracterizan porque la sociedad secular tiende a realizar y proclamar ciertos valores
que antes eran privativos de la comunidad cristiana
(la búsqueda de paz y justicia, la caridad pública, la
dignidad de la mujer, de todas las razas, la educación, etc.). Esto alegra a la Iglesia, cuya misión no
es monopolizar valores sino repatriarlos en lo secular, comunicándoles sus características fraternales,
como la luz y como la sal, que ilumina y dan sabor
en la medida que desaparecen (no se alaba la luz
sino el paisaje . . . ) . En vez de deplorar esos hechos
como competitivos a la comunidad cristiana o como
lesivos a la influencia de la Iglesia, deberíamos contemplarlos como signo que el Evangelio va lenta e
227
imperceptiblemente realizando su misión, y que la
fraternidad por él proclamada se va haciendo realmente universal.
La eficacia de la fraternidad cristiana es tanto
más imperceptible —lo cual no es nunca sinónimo
de inoperante— por cuanto su "método de acción",
es en apariencia imperceptible; está anclado en el
misterio mismo de Jesús.
Por eso decimos que la misión de la fraternidad
cristiana se realiza fundamentalmente por el testimonio, la evangelización y la inmolación.
Testimonio de la misma vida fraternal, de la
caridad fraterna. El mundo, deseoso de solidaridad,
pero huérfano de Padre, necesita el contagio lento,
pero radical de los valores que animan la fraternidad cristiana. Hoy más que nunca hay que creer en
la fuerza trastornante y profunda del testimonio,
que no es espectacular porque precisamente actúa
por contagio. Decíamos que este testimonio era el
gran desafío de la historia al cristianismo. Porque
en esta materia no se puede improvisar, ni usar sucedáneos ni hacer "bluff". Se comunicará "fraternidad" en la medida que se sea fraternidad profundamente. Si no se es, se podrá hablar de fraternidad,
pero se proyectará otra imagen. Se podrá hablar del
Padre, pero no transmitir la alegría de vivir en su
abandono y de realizar su plan de amor. Se podrá
hablar de universalidad y de privilegiar a los pobres,
pero dar la impresión de secta o de subcultura social.
Por eso el testimonio —el "hacerse fraternidad"—
es la base de la Misión y nunca estuvo ausente del
cristianismo.
La fraternidad cristiana no está sólo habitada
por valores que se testimonian. Está también habitada por un mensaje de fraternidad universal como
don del Padre y que Cristo es capaz de realizar en
nosotros. La fraiernidad no puede olvidarse de este
evangelio, de este aporte original que la historia espera de ella, en cualquier época y en cualquier cultura. Y eso es esencialmente la evangelización: la comunidad cristiana que. traspasada por la mística de
la Fraternidad, proclama a todos ios hombres de buena voluntad y que creen en la hermandad humana.
que ésta sólo se perfecciona en Cristo Hermano, y
que si la fraternidad humana es auténtica nos llevará
al Padre, vocación última del hombre. Todo cristiano
que vive la Fraternidad es un apóstol que continúa
la fraternidad y la misión de los Doce.
Esta misión, en fin, no se realiza sin la inmolación del "Resto", de la fraternidad cristiana. No
puede ser de otra manera, desde el momento que
Tesús salvó a la multitud plenamente con la entrega
de su persona. La inmolación implica la oración y
el sufrimiento del cristiano y de la comunidad como
tal, que se incorpora al sufrimiento de Cristo por la
fe y por la oración. La inmolación cristiana es el
sufrimiento diario de cada hombre iluminado y transformado por la oración. Así la fraternidad cristiana
continúa la acción de Jesús, cuya inmolación representó a todos y abrió para todos el camino de la
verdadera fraternidad. La comunidad cristiana no
sufre ni más ni menos que las demás comunidades,
pero al dar a su inmolación un sentido de misión,
es capaz de representar ante el Padre y de redimir
el sufrimiento de la multitud.
Reflexiones finales
Con esto podemos dar por terminada esta visión
evangélica de los valores y la razón de ser que ani-
Un consejo parroquial en acción: Sai) Cayetano
228
man a toda comunidad de Iglesia, o Comunidad de
Base, o fraternidad crisliana. Decíamos al comienzo
que el cristianismo y la Iglesia misma no son nada
más que el acontecimiento de la Fraternidad en medio de la historia. Este es su verdadero profetismo
en una comunidad humana que tiende al secularismo, a una hermandad sin verdadera esperanza y sin
escatolügía.
Toda la intuición pastoral de las comunidades
de base y de todo tipo de comunidad eclesial que
hoy redescubrimos arranca de esta reflexión fundamental: que el apostolado y la misma presencia de
la Iglesia en el mundo serán opacos y de escasa significación si no son capaces de crear fraternidad,
haciéndose ellas mismas Fraternidad.
Aquí descubrimos el rol irremplazable de la
Eucaristía. La celebración de la Cena del Señor al
interior de ia comunidad no es un rito devocional o
esotérico para iniciados, o un refugio para creyentes
más o menos marginados. Ella es el momento en que
la inmolación misma de Cristo-Hermano se hace
acontecimiento para "esta" comunidad concreta, permitiéndole así hacerse más y más fraternidad, como
vocación del grupo y como don del Padre. Es el momento en que la comunidad se reviste, en Cristo, de
los exigencias de la fraternidad que analizamos más
arriba; el momento en que Jesús mismo se "hace
fraternidad" y realiza el acontecimiento de esta fraternidad en nosotros. A la vez, la Eucaristía nos hermana en Cristo, nos orienta al Padre, nos une en la
primacía de la fe, nos abre a la Universalidad (Mt.
26, 28), nos impulsa al servicio de los "pequeños"
(La Cena, en definitiva, es ante todo para ellos, según Le. 14, 15 ss.), nos reviste de fesús "que se
inmola por todos".
Redescubrimos también el sentido del ministerio
pastoral: el permitir a los hombres "hacerse fraternidad cristiana", sobre todo poniendo a su alcance la
Palabra que convoca y la Eucaristía que crea fra-
lernidad. Es verdad que el peregrinar de la comunidad crisiiana en el mundo es complejo y el ministerio
debe responder a múltiples implicaciones históricas
y situacionales de la Palabra, pero su misión esencial
será at final poner toda su múltiple actividad al servicio de la auténtica fraternidad según el Evangelio.
Un clero entra en decadencia cuando olvida esta perspectiva, cuando se vuelve incapaz de crear, de dar
sentido, de alimentar la fraternidad. Cuando se enreda en el ritualismo, el dogmatismo o el moralismo.
Los anticlericalismos responden, en diverso grado,
a una frustración histórica de lo que se intuyó siempre como lo fundamental de la misión pastoral.
En fin, redescubrimos nuevas perspectivas de
exigencia en la imagen de la Iglesia de Cristo. Siempre se consideró como la auténtica Iglesia aquella cuya imagen proyectara plenamente la unidad, la catolicidad, la santidad y la apostolicidad. Estas notas
de la comunidad cristiana son tradicionales y de considerable valor teológico y apologético, y hoy ecuménico. Sin embargo, desde el punto de vista pastoral, para el hombre moderno estas "notas" de la
Iglesia aparecen abstractas, de difícil referencia a su
comunidad concreta. ¿No habría que completarlas,
presentando pasloralmente como "notas" de una comunidad que verdaderamente vive del Evangelio las
características de la Fraternidad cristiana? Así, la comunidad eclesial auténtica es aquella que hermana
en Cristo, en la paternidad de Dios (unidad); que
vive en referencia a los demás, a la "multitud" (catolicidad) ; que privilegia los oprimidos y despreciados,
trabajando hasta el propio sacrificio por causa de
la justicia (santidad); que vive la mística del "Resto de Yaveh" tal como la vivieron Jesús y los Apóstoles (apostolicidad).
En fin, que realiza en medio del mundo el acontecimiento de la Fraternidad cristiana.
Mirasol (Chile), febrero de 1970
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