Mente y máquina EL CÓMPUTO MOLECULAR: ¿EL PRINCIPIO DEL FIN DE LA HUMANIDAD? Sandro Cohen [junio de 2000] La ley de Moore pronto dejará de funcionar. Para quienes no la conocen, según esta ley el poder y la velocidad de los procesadores se duplican cada 18 meses. Como quien dice, si en enero del año X podías hacer operaciones a la velocidad Y con Z cantidad de transistores, en el año X +18 meses podías —con la misma inversión de un año y medio atrás— hacer 2Y operaciones a la velocidad de 2Z. Esto, en resumidas cuentas, explica por qué pagué dos mil dólares por mi vieja XT, que corría a aproximadamente 4 Mhz y que era la máquina de batalla de ese momento, y por qué si yo fuera a la tienda en este momento a comprar la actual máquina de batalla, también desembolsaría idénticos dos mil dólares. Sólo que hace tres lustros no me daban disco duro ni módem ni monitor a color ni Windows ni multitareas ni internet ni prácticamente nada. Bueno, el sistema operativo. Y todo lentísimo. La idea de fondo aquí es que uno siga desembolsando la misma cantidad de dinero, o más si es posible. Si no, las compañías hacen implosión. No me quejo, pues me encantan los adelantos en esta tecnología. Pero, lo dicho: la ley de Moore se irá más pronto que tarde al basurero de la historia. O será así si lo que se ha divulgado recientemente es cierto. En la revista Science (http://www.sciencemag.org/) ha aparecido un artículo (“Electronically Configurable Molecular-Based Logic Gates”, o: “Puertas lógicas, de base molecular y electrónicamente configurables”; no tiene nada que ver con Bill Gates, por fortuna), el cual describe un parteaguas para la computación: la posibilidad de construir aparatos lógicos del tamaño de una molécula. Aunque todavía no se han agotado las posibilidades de meter más poder y velocidad en los actuales microprocesadores, forzosamente tendrá que darse este agotamiento, pues son limitadas las posibilidades de reducir el tamaño de los circuitos impresos fotolitográficamente, que es el sistema que se emplea. Sucede que el ancho de una onda de luz, por mínimo que nos parezca en nuestra realidad macro, es algo que —en última instancia— no puede ser reducido. Los autores del artículo y los investigadores del caso son Phil Kuekes, un físico que trabaja para Hewlett Packard, y James Heath, químico de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Han encontrado la manera de crear estos circuitos químicamente, y del tamaño de una sola molécula. Cada molécula puede ser prendida o apagada, como los switches binarios actuales. Lo que esto significa es la posibilidad de tener a nuestra disposición poderosísimos ordenadores microscópicos, capaces de ser colocados prácticamente donde sea y en lo que sea, y que funcionen durante lapsos prolongadísimos, debido a la poca carga eléctrica que requieren, por ser tan pequeños. Sin embargo, aún no se ha encontrado la manera de construir los cables microscópicos que habrán de conectar estos microswitches moleculares. En eso están ahora. Los cables actuales miden como un cuarto de micrón (el cabello humano es unas 400 veces más ancho). Esto es pequeño, pero no llega ni remotamente cerca de la pequeñez que se requiere para conectar los nuevos aparatos lógicos. Otros problemas no resueltos: los investigadores pueden hacer que las moléculas cambien de estado. Digamos, que han logrado que cambien de 0 a 1, pero aún no han sido capaces de hacer que vuelvan a cambiar de 1 a 0. Esto será absolutamente imprescindible si desean que funcionen como computadoras y no meros dispositivos de almacenamiento. Tampoco son estos nuevos switches más veloces que los más rápidos que existen ahora en el mercado. Pero los investigadores consideran que éstos son obstáculos que se irán salvando con el tiempo, ya que todo ello se encuentra en pañales todavía. Apenas empiezan a rascar la superficie. Heath habla de computadoras 100 mil millones más veloces que el Pentium III, y de aparatos del tamaño de un grano de sal, capaces de hacer las labores de 100 estaciones de trabajo. Adiós, ley de Moore. Pero esto no es todo. En el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), están viendo la manera de usar materia orgánica como computadoras moleculares. Esto lleva la apuesta un paso más allá: computadoras vivas, a escala molecular, cuyo funcionamiento duraría hasta que la materia se muera, literalmente. Las posibilidades y consecuencias, positivas y negativas desde luego, de todo lo anterior son apabullantes. Las cosas podrían volverse inteligentes, sensibles. Podríamos tener computadoras en nuestra ropa, en nuestras tazas de café, en los órganos de nuestros cuerpos — incluyendo, desde luego, nuestros ojos, lo cual podría curar diversas clases de ceguera—, hasta en la sopa. El lado oscuro de estos descubrimientos será el combustible para una gran oleada de ciencia ficción donde nuevos doctores Frankenstein crearán monstruos posmodernos a nuestra imagen y semejanza, sólo que microscópicos. ¿Esto señala el principio del fin de la humanidad? ¿O será el principio de la igualdad y la justicia? ¿Será el modo de controlar a cada ser humano hasta en sus movimientos más nimios, o será la manera de erradicar el hambre y la miseria para que los hombres y las mujeres seamos por fin libres? Esto aún no lo han planeado los científicos de Hewlett Packard, UCLA y el MIT. Tal vez no fuera mala idea empezar a hacerlo.