REFLEXIONES DE POLÍTICA JUDICIAL Realmente si algún interés puede tener la política asociativa es la vocación de participar en la elaboración de un proyecto de modificación de una realidad que no nos parece adecuada. El proceso de elaboración y participación política responde a un proceso racional que puede dividirse en distintas fases: la constatación de que una determinada situación no resulta adecuada o conveniente conforme a los principios que forman la particular visión de cada uno de los sujetos (o que resultando conveniente se ve amenazada); la toma de conciencia de que otros sujetos tampoco están conformes con esa realidad, lo que conlleva el examen de conjunto de si existen las suficientes posturas comunes que justifiquen una acción unitaria y la constitución de un grupo, partido o asociación que persiga dichos logros. Constituido el grupo la cuestión se traduce en dos consideraciones íntimamente relacionadas: determinar qué se quiere cambiar, es decir cuáles son los objetivos del grupo o colectivo y cómo se van a conseguir dichos objetivos. Se trata de un proceso extremadamente complejo en el que debe valorarse la propia fuerza o entidad del grupo dentro del que se actúa, la posibilidad de llegar a acuerdos con otros grupos, lo que obligará a redefinir los objetivos, la estabilidad que se quiere dar a los objetivos que se persiguen una vez logrados, la prioridad de unos u otros objetivos, el conocimiento de las propias fuerzas, la valoración del peso y la fuerza de los oponentes e incluso la posibilidad de llegar a acuerdos con éstos sobre alguno de los objetivos propuestos, descartando otros cuando se constata que no pueden conseguirse todos. Obviamente este proceso obliga a consideraciones mucho más profundas pero lo dicho esquemáticamente responde a lo que podríamos llamar actuaciones mínimamente exigibles para la consecución de un logro determinado. Ciertamente el colectivo disconforme con una determinada realidad puede acudir a procesos más simples. Puede limitarse al estudio de esa realidad y a la denuncia de aquellos datos que se consideren inadecuados, confiando otros desarrollen el proceso complejo. Ocasionalmente puede prescindirse, incluso, del estudio de una realidad determinada pues constatada la existencia de un grupo oponente puede en el terreno de las consideraciones generales partirse de la idea de que todo aquello que provenga de este grupo es inconveniente y, por lo tanto, debe ser denunciado y combatido. Obviamente la adopción de cualquiera de estas últimas posturas implica la renuncia a todo el proceso posterior confiando que otros agentes sociales u 1 otros grupos van a ser los encargados de organizar y dirigir dicho proceso. Se reduce por lo tanto el papel de la organización a la constatación y denuncia de determinados hechos esperando que el propio prestigio de las siglas u acciones que se emprendan va a ser tanto que esos otros colectivos u organizaciones van a incorporar nuestra particular visión de las cosas a sus propias estrategias desarrollándolas en el sentido por nosotros querido. Algunos de los colectivos y asociaciones que se sujetan a este último método de intervención han obtenido un importante protagonismo y su utilidad está fuera de toda duda. Tal es el caso de organizaciones como Amnistía Internacional o Greenpeace, organizaciones que sólo buscan crear grandes corrientes de opinión esperando que sus programas y proyectos sean recogidos por otras organizaciones o grupos sociales que se encarguen de llevarlos a la práctica. Quizá Greenpeace y el movimiento ecologista nos produzcan un magnífico ejemplo. Junto a quienes asumen ese papel de denuncia que sin duda es imprescindible; otros como los integrantes del partido Verde en Alemania consideran que para obtener los objetivos denunciados por Greenpeace es preciso un nivel más elevado de intervención que la simple denuncia y por lo tanto es necesario recorrer el trabajoso camino de priorizar objetivos, buscar posibles apoyos e incluso negociar y pactar con fuerzas afines e incluso en ocasiones enfrentadas. Cada uno de estos modelos asociativos exige un distinto modelo de organización. Mientras que la asociación que podríamos denominar de denuncia requiere solamente un núcleo activo que es que el que recoge la información y ejecuta la denuncia, sin perjuicio de la existencia de otros adherentes que pueden financiar o apoyar las actuaciones de los primeros, las asociaciones que van más allá de la denuncia que podríamos llamar de intervención requieren un mayor número de asociados y más activos, pues en definitiva este tipo de asociaciones asume la realización de tareas que las otras dejan en manos de otros agentes sociales recipendiarios de la denuncia. Obviamente las asociaciones de denuncia no vienen tan obligadas como las de intervención a priorizar objetivos, a destacar unos u otros o a renunciar o postergar parte de ellos, con la finalidad de llegar a acuerdos con otros grupos cuya colaboración se requiere para conseguir todos o algunos de los objetivos propuestos. Estos dos modelos de intervenir en la realidad, de hacer política, han latido y se han confrontado en nuestra asociación. Muestra de ello fue el debate que se planteó en nuestro último Congreso en torno a la reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial. La forma en la que se resolvió prohibiendo al Secretariado discutir, negociar, pactar con el Ministerio de Justicia, (a quien le corresponde la iniciativa legislativa, la organización de la carrera judicial, y 2 la regulación en parte de nuestros derechos, deberes y obligaciones) implica una opción claramente definida que pasa por la renuncia a desarrollar una política y centra el peso de nuestra asociación en la denuncia, en la política que podríamos llamar de comunicados expositivos de determinadas situaciones a la espera de que otros grupos o agentes los incluyan en sus respectivos proyectos. Nuestra asociación forzoso es reconocerlo se ha aproximado tradicionalmente más al modelo de asociación de denuncia o asociación de comunicados. La asociación durante la época de gobierno socialista no discutió, negoció o pactó con los distintos gobiernos ninguna de las normas que se promulgaron en dicho periodo. La Ley de Planta Judicial, las sucesivas modificaciones de la Ley Orgánica del Poder Judicial, las modificaciones de la Ley de Enjuiciamiento Criminal y tantas otras normas que afectaron a nuestros objetivos estatutarios fueron adoptadas al margen de cualquier proceso de negociación o discusión con Jueces para la Democracia, sin perjuicio del papel más o menos destacado que en distintas reformas pudiesen tener afiliados más o menos insignes. Los grandes proyectos, piénsese en la convocatoria La Justicia tiene solución o en los distintos foros de asociaciones de juristas progresistas, se limitaban a la elaboración de proyectos y programas en la esperanza que los gobiernos de aquella época, de signo progresista, los incorporasen a su proyecto político. La existencia de una prensa y de unos medios de comunicación en muchos casos combativos contra la mayoría gubernamental y de una prensa progresista razonablemente crítica permitía que nuestro trabajo de denuncia encontrase un cierto eco social y que alguna de nuestras propuestas fuesen recogidas por una mayoría de gobierno de talante progresista. Esta mayoría, por otro lado, garantizaba Consejos Generales del Poder Judicial en los que participaban vocales cercanos a nuestros proyectos, Consejos que a su vez también posibilitaban la promoción profesional de magistrados cercanos a nuestros postulados asociativos a cargos de responsabilidad. Aquellos tiempos han pasado. Con un gobierno conservador, con la mayoría de las Comunidades Autónomas gobernadas por los conservadores, con la mayoría de las instituciones que agrupan a los profesionales del derecho desactivadas políticamente, y minoritaria en la carrera judicial, nuestra asociación no puede permitirse el lujo de renunciar a intervenir, de renunciar a negociar, de renunciar a tener presencia en la vida política, en la esperanza de que otros recojan nuestros deseos, a la espera de que ganen los “nuestros”, o de que vuelvan los buenos tiempos. Desde luego existen buenas razones para apoyar esta postura. Jueces para la Democracia es una asociación profesional y al igual que otras asociaciones 3 profesionales o sindicatos debe intervenir activamente en el desarrollo de los procesos políticos que quiere que se produzcan. Igual que cualquier sindicato que se propusiese exclusivamente denunciar la situación de los trabajadores y se negase a fijar programas conjuntos con otros sindicatos, y a priorizar unos objetivos sobre otros, a negociar y pactar las condiciones de trabajo de sus afiliados, esperando que otros agentes sociales hiciesen dicha tarea, estaría condenado a la inanidad si no a la desaparición, es evidente que nuestra asociación no puede limitarse como asociación profesional a denunciar la situación concreta en la que se encuentran los jueces pues en la medida que careciese de voluntad de discutir y negociar las condiciones de empleo de éstos, sus retribuciones o los sistemas de organización prefería la razón de su propia existencia. El objetivo de nuestra asociación no es sólo, “la defensa de los intereses profesionales de los jueces”. Nuestro objetivo y vocación va mucho más allá: contribuir activamente a la promoción de las condiciones que hagan efectivos los valores de libertad, justicia e igualdad; impulsar la revalorización de la independencia, la imparcialidad y la responsabilidad del juez, etc. (artículo dos de los estatutos). Tampoco en ese terreno Jueces para la Democracia puede ser una asociación de denuncia y confiar en que otros agentes desarrollen y lleven a cabo los objetivos que nosotros planteamos. La experiencia muestra que sin la presencia de nuestra asociación en las Juntas de Jueces, en el Consejo General del Poder Judicial, desde los cargos de gobierno de la judicatura, en definitiva en la vida política y social, difícilmente se alcanzaría alguno de los objetivos que propugnamos. Esta vocación obviamente obliga a discutir y negociar programas comunes con otras asociaciones, si es que esta posibilidad existe; y en la medida en la que todos esos objetivos no son conseguibles ahora y en toda su extensión a negociar con el Gobierno o con los Gobiernos de las Comunidades Autónomas cuáles creemos deben ser asumidos de inmediato y cuáles pueden ser postergados, lo que dependerá de la aceptación social que tengan estos objetivos, del desprestigio que implique para los gobiernos su no aceptación, de los aliados que sepamos encontrar. En resumen, de las condiciones políticas del momento y, particularmente, de las condiciones que nosotros hayamos contribuido a crear. Renunciar a discutir o negociar o con el Gobierno, con los Gobiernos de las Comunidades Autónomas, con el Consejo General del Poder Judicial, con otras asociaciones profesionales, o con las distintas fuerzas políticas implica la pérdida de un espacio de intervención que nuestra Asociación trabajosamente había ganado. Nos reduce en definitiva a una asociación de denuncia. 4 En estos momentos de hegemonía política de la derecha renunciar a nuestra capacidad de intervención, a nuestra capacidad de hacer en definitiva política judicial puede llevar simplemente a nuestro suicidio asociativo. Creo que es el peor favor que podemos hacer a la lucha por la justicia y por la profundización en democracia. Javier Martínez Lázaro 5