Artículo de A. Maggi para la revista Montesenario (Año IX, n. 26 Mayo - Agosto 2005). Traducción de Antonio Paneque. EL CRISTIANISMO NO ES UN LIBRO Durante más de quince siglos, la doctrina de la iglesia católica se ha basado en la traducción latina del Nuevo Testamento promovida por el papa Dámaso, traducción conocida con el nombre de Vulgata [1]. Esta obra admirable, pese a constituir de por si una empresa extraordinaria, no estuvo, sin embargo, exenta de errores. Las imprecisiones y equivocaciones en la traducción y en la interpretación del texto original griego determinaron, a veces trágicamente, la historia de la iglesia. Error fatal Uno de los errores de traducción que influyó negativamente en la teología de la iglesia, tiene que ver con el discurso de Jesús sobre el “Buen Pastor” (Jn 10,11-16). El traductor confundió el término redil de la primera parte del versículo 16 (“Tengo también otras ovejas que no son de este redil [aulês]”) con el término rebaño de la segunda parte (“Y serán un solo rebaño [poimnê], un solo pastor”), por lo que, en vez de traducir el término griego poimnê (rebaño) con el latín grex, lo tradujo con redil: “Y serán un solo redil, un solo pastor” [2]. De este modo sucedió que mientras que el texto de Juan indicaba que para Jesús la época de los recintos –por muy sacros que fueran- había concluido, y por esto mismo liberaba a las ovejas que estaban en el redil a fin de formar un único rebaño, según la traducción latina, en cambio, nos encontramos con que Jesús liberaba a las ovejas del redil del judaismo, ciertamente, pero a renglón seguido las volvía a encerrar en el único y definitivo redil, el redil de la iglesia católica. Y así, con la seguridad que le confería la autoridad de la enseñanza de su Señor, la iglesia pretendió durante siglos ser el único redil querido por Cristo y formuló en consecuencia el eficaz eslogan “Extra Ecclesiam nulla salus”, sancionando que “fuera de la chiesa no hay salvación” [3]. La iglesia católica a partir de aquí consideró condenados para siempre a todos los cristianos de las iglesias ortodoxas y protestantes, junto a los hebreos, los musulmanes y los creyentes de las otras religiones: en la práctica, hasta tres cuartas partes de la humanidad. En el siglo pasado, el retorno al texto original griego del Nuevo Testamento dio pie a una mayor comprensión de las enseñanzas de Cristo y el Concilio Vaticano II, declaró que “Dios, como salvador quiere que todos los hombres se salven. De hecho, aquellos que ignorando sin culpa el evangelio de Cristo y su iglesia, buscan sinceramente a Dios, y con la ayuda de la gracia se esfuerzan por cumplir las obras de la voluntad de Dios, conocida a traves del dictamen de la conciencia, pueden obtener la salvación eterna” [4]. Con esta importante declaración, el Concilio admitió que la salvación existe también no solo en las otras confesiones cristianas y en las otras religiones, sino incluso entre los no creyentes que prestan oidos a la voz de su propia conciencia. No pudiendo reivindicar más el primado exclusivo de la salvación, la iglesia se encuentra ahora ante la necesidad de responder a la pregunta: ¿Por qué Cristo? Hasta bien entrado el siglo pasado se pensaba de hecho que las personas debían recibir el bautismo cristiano en la iglesia católica para alcanzar la salvación; ahora en cambio las nuevas generaciones saben que también en el hebraismo y en el islamismo, por citar las dos religiones que parecen ser las más afines al cristianismo, es posible salvarse. Entonces, ¿por qué Cristo y no Moisés o Mahoma? Todas las religiones parecen coincidir, al menos las monoteistas, en su invitación a creer en un único Dios. Además, cada religión, incluídas también las no monoteistas, enseña el temor, así como la oración dirigida a la divinidad, el amor al prójimo, el ejercicio de la caridad y el respeto hacia los otros. Si es, pues, verdad que todas las religiones conducen a Dios y, en consecuencia, a la salvación, ¿por cual motivo habría entonces que realizar una opción precisamente por Jesús y por su exigente mensaje? Y dado que es posible elegir, ¿cuáles son los criterios que mueven a preferir una religión antes que otra, si en el fondo todas son iguales? La novedad de Jesús Se ha convertido en práctica habitual definir las religiones monoteistas como las “Religiones del Libro”, en el sentido de que las mismas tienen como punto de referencia un texto sacro que se considera revelado por Dios mismo. Este Libro, que contiene la voluntad divina, es la norma de comportamiento para cada generación de creyentes, por más que cambien los contextos sociales y las situaciones en las que los hombres se desenvuelven y viven. El Libro es considerado como la palabra definitiva e immutable dada por Dios hace milenios en respuesta a las necesidades y a las preguntas del hombre, aun cuando el mismo no reciba a veces una respuesta racional [5]. ¿Es posible definir también el cristianismo como “religión del Libro”? La novedad de Jesús es que Cristo no ha puesto un Libro como el código de comportamiento de los creyentes, sino al hombre. No es un Libro revelado o una Ley considerada divina lo que el creyente debe observar, sino el bien del hombre, que para Cristo está más allá de toda norma o precepto religioso. Mientras que en la religión cuenta lo que el hombre hace para Dios, el cristianismo por su parte nace a partir de lo que Dios hace para los hombres [6]. Si en la religión es importante el sacrificio, en la fe el primado lo ostenta el amor [7]. Cuando este principio no se tiene presente se corre el riesgo de deshonrar al hombre para honrar a Dios, como en el caso del sacerdote protagonista de la Parábola del Samaritano (Lc 10,30-37) el cual, encontrándose ante una persona herida, no tiene la menor duda acerca de cómo comportarse: el respeto del Libro divino es para él más importante que el sufrimiento del moribundo. Para respetar la Ley, que prohibía al sacerdote tocar a los heridos (Nm 19,16), sacrifica al hombre. Para Jesús no es suficiente que un texto sea considerado sacro, es necesario también que el hombre sea considerado sacro. Por eso, mientras que en las religiones del Libro se sacraliza a Dios, Jesús, Palabra de Dios, ha sacralizado al hombre. Por consiguiente, la vida nueva que la persona de Jesus instaura no puede ser definida sin más religión del Libro [8], sino más bien fe en el hombre. Siempre que al bien del hombre no le es reconocido el primer puesto como valor sagrado, no solo los textos del Antiguo Testamento, sino incluso el mismo evangelio pasan a ser portadores de muerte antes que de vida [9], pues dejan de estar al servicio del bien y de la felicidad de los hombres convirtiéndose en instrumento de poder para someterlos. Texto vivo Conscientes de ser transmisores de un mensaje que comunica vida, los evangelistas no quisieron hacer llegar a las generaciones posteriores un texto definitivo e immutable de las enseñanzas del Señor, sino un texto vivo, como fue considerado durante al menos los primeros cuatro siglos del cristianismo. Cada comunidad cristiana se sentía autorizada, sobre la base de la propia experiencia de vida, para aportar al texto evangélico cuantas modificaciones y enriquecimientos consideraba necesarios [10]. Un ejemplo evidente de enriquecimiento del texto evangélico lo constituye el final del capitulo 14 de Juan, donde tras el largo discurso que sigue al lavatorio de los pies, Jesús dice a sus discípulos: “Levantaos, vámonos de aquí” (Jn 14,31). Sin embargo, en lugar de cumplir a continuación la exhortación a ponerse en marcha, el Señor inicia un largo discurso que se prolonga durante tres capítulos (Jn 15-17) [11]. Estas páginas, que no pertenecen a la redacción original del evangelio sino que son obra de un redactor posterior, expresan el crecimiento y la profundización de la experiencia de Cristo vivida por la comunidad cristiana. La reflexión en torno al tema del repudio nos ofrece otro ejemplo de un texto que crece para responder cada vez mejor a las exigencias de los creyentes. En el evangelio considerado el más antiguo, el de Marco, el repudio queda excluido sin contemplaciones y sin admitir ningun tipo de excepción: “Quien repudia a la propia mujer y se casa con otra comete adulterio contra ella” (Mc 10,11). En el evangelio de Mateo, en un contexto idéntico al de Marcos, la expresión de Jesús es modificada del siguiente modo: “Quien repudia a la propia mujer, excepto en caso de porneia, y se casa con otra, comete adulterio” (Mt 19,19). El rigor con que se expresaba Marcos no había tenido en cuenta la complejidad de casos que la vida podía presentar. Por esto, en la comunidad de Mateo se admite una excepción a la prohibición del repudio [12]. Los primeros cristianos comprendieron que no era importante la letra del evangelio, sino su espíritu, porque mientras que “la letra mata, el Espíritu en cambio vivifica” (2 Cor 3,6). Jesús y el Libro Si las comunidades cristianas pudieron adoptar una actitud de libertad creativa en relación con los evangelios, fue porque se sintieron autorizadas para ello por el mismo Jesús, el cual en sus enseñanzas y acciones puso siempre el bien del hombre por encima de toda ley o mandamiento divino [13]. La lectura de los evangelios pone en evidencia que cada vez que se creó una situación de conflicto entre la observancia de la Ley y el bien del hombre, Jesús nunca dudó, eligiendo siempre el bien del hombre, y es significativo que la mayor parte de las acciones y de las curaciones realizadas por Jesús tengan lugar exactamente el día en que éstas no estaban permitidas: el sábado [14]. De hecho, entre todos los mandamientos, el reposo sabático estaba considerado como el más importante, hasta el punto que se pensaba que Dios mismo lo había observado [15]. La Ley prohibía cumplir cualquier tipo de actividad en este día (Ex 20,8; Jer 17,21-27). La observancia de este mandamiento garantizaba la obediencia a la voluntad divina, de modo que para sus transgresores estaba prevista la pena de muerte, por cuanto la violación del sábado equivalía a la desobediencia de toda la Ley [16]. Para Jesús el bien del hombre es más importante que la observancia de los preceptos divinos, por lo que nunca vacila a la hora de curar a las personas en sábado [17]. El criterio de lo que es bueno y lo que es malo, lo que está permitido y prohibido, no se basa para Jesús en la observancia o no del Libro, sino en la práctica del amor, y el amor no conoce ningún límite que le sea impuesto. Jesús no solo transgredió las prescripciones contenidas en la Ley, sino que relativizó su importancia, atribuyendo a Moisés y no a Dios algunas partes de la misma: “Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así” (Mt 19,8). Según la tradición religiosa, cada palabra de la Ley provenía del mismo Dios. La función de Moisés había sido simplemente la de ejecutar la voluntad de Dios, por lo que les resultaba inaceptable afirmar que algunas partes no provinieran del Señor, sino de Moisés [18]. Para Jesús, cuanto está escrito en la Ley acerca del repudio no manifiesta la voluntad de Dios. Lo entiende como una concesión a la testarudez del pueblo, y por consiguiente no goza de ningún tipo de autoridad divina. El choque más clamoroso entre Jesús y el Libro aconteció al afrontar el tema, de gran importancia para los Judios, de las reglas de pureza ritual. En el Libro del Levitico aparece una lista de los animales que se pueden comer, porque son considerados puros y de aquellos de los que está prohibido alimentarse porque hacen al hombre impuro (Lv 11). Sin embargo, para Jesús la pureza del individuo y su contrario no dependen de aquello que éste come, sino de sus acciones [19], desmintiendo de este modo en la práctica las afirmaciones del Levitico (“Así declaraba puros todos los alimentos”, Mc 7,19). Jesús es el Libro El Creador no se manifiesta en un Libro, sino en la vida del hombre, no en códigos a observar, sino en el amor que invita a acoger; no pide obediencia a la Ley, sino sólo parecerse a El en el amor (Lc 6,35-36). Mientras que la Ley no puede conocer la situación particular de cada individuo, por lo que su observancia puede convertirse en causa de sufrimiento, el Espíritu del Señor actúa en cada uno individualmente, desarrollando y potenciando las características únicas y singulares de cada individuo. En los evangelios las prerrogativas exclusivas de la Ley divina, es decir, ser fuente de vida y norma de comportamiento para los hombres, son transferidas a Jesús. Cristo no promulga una Ley externa que el hombre deba observar, le comunica más bien su mismo Espíritu [20], una energía divina interior que capacita a los hombres para amar generosamente como se sienten amados (Jn 13,34). El código de comportamiento para el cristiano no es una ley escrita, supone en cambio la adhesión a una persona viviente: Cristo, nueva y definitiva Escritura para toda la humanidad. Todo esto aparece especialmente claro en el relato de la crucifixión de Jesús del Evangelio de Juan. El evangelista afirma que Pilatos hizo escribir una inscripción (“Jesús Nazareno, rey de los Judios”, y la puso sobre la cruz. Después Juan especifica que la inscripción “estaba escrita en hebreo, latin y griego”(Jn 19,19-20). El uso de estas tres lenguas, las de los Hebreos, Romanos y Griegos quiere indicar que Jesús, el Mesías de los Judios, es “el salvador del mundo” (Jn 4,42). Las tres lenguas habladas en el mundo conocido de entonces son una referencia al templo de Jerusalén. En las inmediaciones de la zona restringida del mismo habían sido colocadas lápidas con avisos escritos en hebreo, en latin y en griego, en los que se advertía a los paganos que no les estaba permitido el acceso, bajo pena de muerte [21]. Para el evangelista, Jesús es el nuevo santuario donde resplandece el amor de Dios y cuyo acceso nadie obstaculiza: acercarse a Cristo no solo no provoca la muerte, sino que es la condición para recibir la vida. Sin embargo, los jefes del pueblo protestan ante Pilatos por el contenido de la inscripción clavada sobre la cruz: “No escribas: El rey de los Judios, sino: Este ha dicho: Yo soy el rey de los Judios” (Jn 19,21). A ellos responde el Procurador romano: “Lo escrito, escrito está” (Jn 19,22). Para el evangelista, lo escrito ha quedado fijado y no puede ya ser cambiado: Jesús crucificado es la Escritura definitiva que todo hombre puede leer y comprender, porque el lenguaje del amor es universal. Jesús crucificado es el nuevo Libro en el cual quien sabe leer puede descubrir quien es Dios y quien es el hombre. [1][1] La Vulgata nace del encargo que en el 384 el Papa Damaso dio a Jerónimo de revisar el texto latino del Nuevo Testamento y de traducir el texto hebreo del Antiguo Testamento. [2][2] “Fiet unum ovile unus pastor”. [3][3] En el Concilio de Florencia (1442) se decretó: “La sacrosanta iglesia romana… firmemente cree… que nadie fuera de la iglesia católica, ni paganos, ni hebreos ni herejes o cismáticos, participará en la vida eterna, sino que irá al fuego eterno preparado por el diablo y sus ángeles” (Bulla unionis Coptorum Aethiopumque “Cantate Domino”, Decretum pro Iacobitis). [4][4] Lumen Gentium, 16. [5][5] Resulta verdaderamente difícil hallar la razón por la cual comer carne de cerdo o de liebre haga impuro al hombre (Lv 11,6-7), mientras que no hay ningún problema en alimentarse de “saltamontes en todas sus especies, todo tipo de langosta, acridos y grillos” (Lv 11,22). Se observan estas prohibiciones porque Dios lo ha dicho y no por una comprensión racional de las mismas. [6][6] “No hemos sido nosotros quienes hemos amado a Dios, sino El nos amo y nos envió a su Hijo” (1 Jn 4,10; Rm 8,31-32). [7][7] “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9,13; 12,7; Os 6,6). [8][8] El término griego que es traducido como religión, (gr. deisidaimonía) está compuesto por el verbo temer (gr. déidô) y el sustantivo dèmone (gr. daimôn) y significa el temor a los dioses/demonios, el miedo a las potencias celestes, a los espíritus malignos, y las supersticiones. En los evangelios la palabra religión no aparece, y en el Nuevo Testamento se halla una sola vez, para indicar la religión hebrea (Hch 25,19). Más que de “religión cristiana” sería apropiado hablar de “espiritualidad cristiana”. [9][9] Santo Tomás llegará a afirmar, comentando el texto de Pablo “La letra mata, el Espíritu en cambio vivifica” (2 Cor 3,6), que “por letra se debe entender toda ley externa al hombre, comprendidos los preceptos de la moral evangélica, que pueden matar si no existiese en lo más profundo del corazón la gracia sanante de la fe” (I 2a q. 106 art. 2). [10][10] Los cristianos procedentes de la cultura griega tuvieron en relación al texto una conducta distinta a la de los judios, para los cuales –debido a su transfondo cultural oriental-, toda escritura era sagrada. Fueron los cristianos quienes introdujeron la escritura abreviada de los “nomina sacra”, es decir, las abreviaciones de los nombres sagrados: en vez de kyrios (Señor) escribían KC, y en vez de theos (Dios) ΘC, etc. Un manuscrito del AT en la versión griega de los Setenta puede ser atribuido con seguridad al ambiente cristiano o al ambiente hebreo dependiendo de que sean usadas o no las abreviaturas de los “nomina sacra” (K. Aland – B. Aland., Il testo del Nuovo Testamento¸ (Genova: Marietti, 1987, p. 84). [11][11] Si se eliminan estos capítulos, la invitación de Jesús a levantarse y marchar está en sintonía con el comienzo del capítulo 18: “Dicho esto, pasó Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedron” (Jn 18,1). [12][12] El evangelista ha empleado intencionalmente un término griego (porneia) que no posee un solo significado, sino que se presta a un amplio abanico de contenidos, que incluyen desde la unión ilegal al adulterio, pasando por la prostitución. [13][13] La Palabra de Dios se desvela solo a aquellos que ponen el bien del otro en el primer puesto de su existencia. Esta es la verdad que hace posible escuchar la voz del Señor: “Todo aquel que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18,37). [14][14] Mt 8,14-15; 12,1; Mc 2,23; 3,2; Lc 6,1; 13,14; 14,3; Jn 5,10; 9,14. [15][15] “El creador no trabaja, tanto más vale esto para el hombre” (Mekhilta Exodo XX; 11). [16][16] “Guardad el sábado, porque es sagrado para vosotros. El que lo profane, morirá. Todo el que haga algún trabajo en el, será extirpado de en medio de su pueblo. Seis dias se trabajará, pero el día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor. Todo aquél que trabaje en sábado, morirá” (Ex 31,14-15; Nm 15,32-36). [17][17] Según el Talmud “En día de sábado no se puede enderezar una fractura. Quien se ha dislocado una mano o un pie no puede tenerlos en agua fria” (Shabbat, 22,6). [18][18] “Quien afirma que la Torah no viene del cielo, al menos en un texto concreto, y que no Dios sino Moisés lo ha dicho... será exterminado en este mundo y en el mundo venidero” (Sanhedrin B. 99°). [19][19] “¿No comprendéis que todo cuanto entra en el hombre desde fuera no puede contaminarle, pues no entra en su corazón sino en el vientre y acaba en la letrina?... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre” (Mc 7,19.20). [20][20] Los evangelistas concuerdan respecto a la misión de Jesús: bautizar en el Espíritu santo (Mt 3,11; Mc 1,8; Lc 3,16; Jn 1,33). [21][21] “Ningún extranjero traspase las vallas del recinto del templo. Quien transgrediera esta norma será responsable en primera persona de la muerte consiguiente” (Giuseppe Flavio, Guerra Judia, V, 5, 194).