La muerte viste de negro

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La muerte viste de negro
Era uno de los veranos más calurosos en los últimos 5 años, al menos
eso pensaba el sheriff de la ciudad de Neverhood. Polimoneolas, de
origen griego por si quedaba alguna duda, se encargaba de mantener la
paz en la tranquila ciudad. Llevaba más de 10 años en el cargo y
ningún problema, ni ahora ni hasta que se jubilase dentro de otros 10
más.
- Sírveme otro trago Will - Dijo el sheriff apoyado pesadamente en
la barra.
Mientras Will volcaba el líquido en el vaso, el tiempo pareció
detenerse. Las notas del maléfico piano de Güeber se pararon en seco.
Todo el mundo se calló ante el chirriar sin fin de las puertas de la
Taberna.
Un enorme corpachón amenazaba en la puerta con entrar. Y entraron
dos metros de negro, envuelto en traje negro que parecía hecho de una
única pieza con unas desproporcionadas pistolas que se apretaban a
las gruesas caderas.
Pero el tiempo se puso de nuevo en marcha y Will llenó el vaso del
Sheriff mientas le gritaba a Güeber lo horrible que era su música. Al
forastero no pareció importarle, rompió un par de sillas para hacerse
sitio y se apropió de una mesa. Se sentía como en casa.
- Quiero una botella de su mejor Whisky, Camarero - dijo abriendo su
boca llena de blanquísimos dientes.
Polimoneolas no le quitaba ojo de encima al enorme negro. Todavía no
era el tiempo de las ferias y el pueblo no se encontraba en la ruta
de ninguna ciudad importante. El tipo le escamaba. Aunque a decir
verdad, más bien le intrigaba.
- ¿ De donde es usted amigo ? – lanzó despreocupadamente Poli.
Como si tuviera todo el tiempo del mundo, el hombre volvió lenta y
pesadamente la cabeza para hacer algo que Polimoneolas nunca
olvidaría. Mirarle. Sus ojos a esa distancia, unas 20 jarras de
cerveza, se veían como dos diminutos puntos negros.
- Soy de Providence, algo apartado de este lugar. - bromeó y soltó
una enorme carcajada. - Otra botella camarero, tengo sed Will se deslizó debajo de la barra hasta llegar a la mesa, cambió
las dos botellas como si fuera un truco de magia. Ahora está vacía,
ahora no. Güeber seguía aporreando sin descanso su piano.
- Siéntese Sheriff, hábleme de su ciudad - invitó amablemente el
negro. Sacó un pañuelo de un bolsillo que antes no existía y se secó
el sudor de la frente, mientras el sheriff se acercaba a la mesa con
paso decidido.
Al sentarse ante el, se le hizo a Polimoneolas el tiempo de nuevo
más lento, a lo que ayudó Güeber con su inhabitual calmada forma de
tocar. Como para comprobar que todo era un sueño, el Sheriff se sentó
rápidamente en la silla.
***
La rojiza luz del atardecer se filtraba por los vidrios de la
botellas que a modo de barrera habían colocado en una mesa contigua.
Sin saber por qué‚ el Sheriff y el negro habían alargado la charla
durante toda la tarde, el tiempo no existía, sólo las botellas. Will
iba y venía constantemente, no parecía importarle mientras hubiera
alguien para pagarle las bebidas. Güeber había relajado el ritmo de
su música, sin duda quería guardar fuerzas para la noche.
- Amigo, debo irme - confesó apenado el hombretón negro, mientras se
levantaba casi tirando la mesa al suelo.
- No puede irse en este momento ahora es cuando va a empezar la
verdadera juerga, a los chicos les gustar conocerle Durante un momento la sonrisa blanquecina del negro congeló su
respiración. Salió pesadamente como había entrado y desapareció en el
silencioso atardecer con el alma del pianista en una botella.
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