LA MELANCOLÍA De Hipócrates a Constantino el Africano. (Primera Parte) PUBLICADA EN EDICIÓN N° 21 DE CONTEXTO PSICOLOGICO Hablar de humor negro en los tiempos de Hipócrates (Siglos V y VI ad.C.) nada tenía que ver con presentar cierta realidad difícil de una manera cómica, “humor negro” remitía a bilis negra, melancolía, tristeza vital, aflicción, abatimiento. Al melancólico se lo reconocía con sólo mirarlo, por su cara sufriente, comisura caída de los labios, arrugas de la frente dibujando una letra omega; su actitud de postración, su voz carente de matices, monocorde, apenas audible, la singular letanía del melancólico. Se lo reconocía por esa pena fundamental que le ensombrecía el alma y le paralizaba el cuerpo; esa anestesia de los sentidos que le impedía amar, desinteresándolo, negándole el disfrute de las cosas que siempre disfrutaba, eso que todavía hoy llamamos anhedonia. Desde los días de Hipócrates, el melancólico se caracterizó por su pesimismo a prueba de balas, por su decir insistente respecto del dolor, sus preocupaciones, la culpa – la gran culpa – la exaltación de sus faltas, su condición de indigno del amor y de la vida, merecedor de la peor de las condenas, las ideas de ruina, la hipocondría y el padecimiento de las enfermedades más terribles, la locura de negar sus propios órganos y la vida. Los viajes de Hipócrates por toda Grecia, Egipto y Asia Menor, hicieron que su prestigio trascendiera los límites de la isla de Cos, tarea multiplicada en el tiempo por sus discípulos. Uno de ellos, el maestro Pontus, viajó a Salerno llevando consigo algunos escritos de Hipócrates. El maestro de la Escuela de Medicina le dio la bienvenida y, a partir de ese momento, las enseñanzas del gran médico de Cos comenzaron a ser cultivadas en la primera universidad de Italia. Por este motivo la ciudad de Salerno se denominó hipocrática, aún en vida de Hipócrates. Dejaré, por ahora, la ciudad de Salerno, sabiendo que volveré a ella más adelante, para seguir trabajando sobre el devenir de la melancolía y mencionar algunos de los autores cuyas ideas contribuyeron a cincelar el concepto tal como llega a nuestros días. Sorano de Éfeso (93- 138 d.C.) intentó su propia clasificación de las locuras: locuras con fiebre, a las que llamó frenitis, y locuras sin fiebre, como la melancolía y la manía. Para él el nombre de melancolía no aludía a la bilis negra como causa del cuadro, sino a la frecuente observación de que los pacientes vomitaban bilis negra. Rufo de Éfeso, contemporáneo de Sorano, formuló que las melancolías podían ser congénitas (modo de enfermar habitual de las personas con temperamento melancólico) y adquiridas: consecuencia, por ejemplo, de una mala dieta. En su descripción clínica de la melancolía habla de pacientes delirantes que “creen que su piel se ha secado o que no tienen cabeza”, observación que llama la atención por su similitud con el cuadro descrito por Jules Cotard en 1888. El pensamiento de Rufo gravitó en la formación de dos grandes médicos: el célebre Galeno y el árabe Ishaq Ibn Imran, cuya obra está estrechamente vinculada a la de Constantino el Africano, con quien volveremos a Salerno. Areteo de Capadocia (50 – 130 d. C.) Llamó la atención sobre ciertos casos de melancolía en los que “no aparece flatulencia ni bilis negra, sino tan sólo enojo y pesadumbre y triste aflicción de la mente”. Es uno de los primeros en plantear la posibilidad de cuadros melancólicos que nada tienen que ver con enfermedades corporales, inclusive los trastornos digestivos. Esta idea parece ser el germen de lo que más adelante se planteará como cuadros de fundamento corporal conocido o desconocido, o en término de depresiones endógenas y reactivas. Claudio Galeno de Pérgamo (131 – 200 d.C.) Fiel seguidor del pensamiento hipocrático, formuló que: 1 – Los estados melancólicos asociados con miedo y tristeza serían causados por la bilis negra natural. 2 – Los estados melancólicos asociados con violencia, serían causados por la bilis negra no natural o adusta, producida por la combustión de la bilis amarilla. Este postulado de Galeno fue interpretado, al menos, de dos maneras: los que pensaron en términos de melancolía y de manía, como dos enfermedades de causas diferentes; y los que prefirieron las denominaciones de melancolía y melancolía adusta, pensándolas como variantes de una misma enfermedad. Tras la disolución del Imperio Romano de Occidente (hacia el año 450 d. C.) numerosos médicos árabes lograron renombre: Razés, Avicena, Averroes, Maimónides, Ishaq Ibn Imran, quien vivió durante el siglo X en la, por aquel entonces, esplendorosa ciudad de Bagdad. Entre los autores mencionados, fue el que más se ocupó de la locura. Sostenía que cualquier exceso en las actividades que suelen desarrollar los amantes de la sabiduría: pensamiento, lectura, investigación, contemplación etc., puede conducir a la melancolía. “…Como dice Hipócrates en el libro IV de las Epidemias: “El cansancio del alma proviene de que el alma piensa…así el excesivo esfuerzo mental produce graves enfermedades de las que la melancolía es la peor”. Después del siglo XI, se produce en Europa un movimiento que tiende a debilitar el control que la religión ejercía sobre el campo de la medicina. Estos acontecimientos me exigen retornar a Salerno, cuya Escuela de Medicina era el epicentro de los mismos. En ese contexto histórico, aparece en escena Constantino el Africano (1020 – 1087) quien, entre muchas otras cosas, se ocupó de traducir autores como Ishaq Ibn Imran, del árabe al latín, generando un retorno a la tradición médica de la Antigüa Grecia. Trabajar el desarrollo histórico del concepto de melancolía me invitó a desempolvar un pequeño volumen de mi biblioteca: un ejemplar de “De Melancholía” de Constantino el Africano que quiero compartir con ustedes. El libro fue traducido del latín al español por Fernando Pagés Larraya, investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Buenos Aires, quien en la introducción nos aporta algunos interesantes datos biográficos del Africano: “En las crónicas de León Ostiense, Petrus Casino, Gattula, Thritemius y otros cronistas casinenses parece entreverse que Constantino Africano nació en Cartago, alrededor del año 1015 y, siendo ya un sabio, viajó a Babilonia. Aprendió el árabe, el caldeo, el persa, las lenguas egipcias y las de la India (…) Eligió después la vida de mendigo y así llegó a Salerno, bajo el gobierno del normando Roberto Guiscardo. Fue reconocido como “el Sabio” por un familiar del rey de Babilonia, y compulsado a integrarse en la corte de Salerno (…) Fue lectario árabe en la Civitas Hippocratica de esa ciudad, que surgió antes que las demás universitates studiorum del resto de Europa. (…) Se cuenta de él, entre muchas de sus hazañas, hechos ilustres; por ejemplo que comió – como el vidente de la Séptima Trompeta del Apocalipsis- un libro de los magos persas para adquirir su sabiduría”. Como ocurre con muchos personajes de la historia, lo mítico se entremezcla con los acontecimientos de la vida real. Hacia el final, Pagés Larraya agrega: “Es importante destacar como epílogo de nuestro estudio el optimismo del Africano (…) ya que admite en alguna medida la cura de la melancolía, desde su invocación a la palabra, el aire y el vino, hasta su minuciosa alquimia de droguero. A continuación, abordaré el libro “De Melancholía” para compartir con ustedes algunos párrafos memorables. Comienza diciendo: “La melancolía perturba el espíritu más que otras enfermedades del cuerpo. Una de sus clases, llamada hipocondríaca, está ubicada en la boca del estómago; la otra clase está en lo íntimo del cerebro. Los accidentes que a partir de ella suceden al alma, parecen ser el temor y la tristeza. Ambos son pésimos porque confunden al alma. En efecto, la definición de la tristeza es la pérdida de lo muy intensamente amado. El temor es la sospecha de que algo ocasionará daño”. (…) “Como dice Hipócrates en los libros sobre las epidemias, inciso sexto: la tarea del alma es el pensamiento, del mismo modo que la tarea del cuerpo es caminar, por lo cual genera pésimas enfermedades. Como la tarea del cuerpo, así la tarea del alma hace caer en melancolía. Y esto se debe decir de los que perdieron sus cosas amadas, como los que perdieron a sus hijos y amigos más queridos, o algo precioso que no pueden restaurar, como los sabios que pierden de pronto sus libros, como si los deseosos y avaros perdieran algo que no esperaran recuperar. Todo esto les provoca llanto, tristeza y angustia y vulnera a estas mentes haciéndolas aptas para la melancolía.” Si volvemos al párrafo en que Ibn Amran cita a Hipócrates y lo cotejamos con el que Constantino también lo hace, comprobaremos una llamativa similitud. Esto ocurre en muchas partes de ambas obras. Esto hizo que muchos investigadores acusaran al africano de plagiario o mero traductor. Fernando Pagés Larraya parece defenderlo de tales comentarios cuando escribe: “Nosotros hemos trabajado con esos manuscritos de la Bayerische Staatsbibliothek de Munchen, con la compañía del arabista Hanze Boubakeuk , comprobando diferencias notables a la vez que extraordinarias coincidencias, como si ambos tratados fueran espejos concéntricos de una misma cultura. ¿Un último párrafo de Constantino? “ Son los más deseosos de medicina y los que arden en deseos de ser medicados, de modo que suplican a los médicos y les prometen las cosas más hermosas que tienen, pero cuando los médicos hacen los preparativos para medicarlos ni los escuchan, ni los obedecen; y esto lo hacen todos los melancólicos”. Reconocido o cuestionado, no hay dudas de que Constantino influyó en el modo de pensar la melancolía durante una buena parte de medioevo y el renacimiento. A partir de aquí retomaremos la historia en nuestra próxima entrega. Bibliografía: -De Melancholía. Constantino el Africano. Acta. Suplemento Nº 1. 1992 - Fundamentos de la Psiquiatría Actual. Prof. Francisco Alonso Fernández. Tercera edición. Editorial Paz Montalvo. - Enciclopedia Iberoamericana de psiquiatría. Vidal, Alarcón, Lolas. Editorial Médica Panamericana. - Trastornos Bipolares, conceptos clínicos, neurobiológicos y terapéuticos. Akiskal, Cetkovich-Bakmas, García-Bonetto, Strejilevich, Vázquez. Editorial Médica Panamericana.