Andrea Bennett Silvia Valdillez La corza blanca Parte I En un pequeño pueblo de Aragón durante la década de 1300, un famoso caballero llamado don Dionís se había retirado a la torre de su castillo después de unirse al rey en una guerra. Decidió ir a cazar mientras descansaba de la fatiga de la batalla. Iba con su hija, llamada Constanza, que era muy bella. Mientras don Dionís pasó varias horas en ese lugar agradable descansando, él y los otros cazadores hablaban sobre los eventos del día. También hablaban acerca de algunas de las aventuras inusuales que habían ocurrido. De repente escuchan el sonido de un rebaño acercándose. Vieron pasar unos cien corderos y el joven zagal que los conducía. Uno de los cazadores le mencionó a don Dionís unos rumores relacionados con el joven Esteban. Don Dionís, por curiosidad, exigió que le contaran más. Constanza también expresaba su interés en la historia de Esteban. Un cazador fue y trajo al joven para que él mismo les contara a don Dionís y a su hija. El zagal les contó que está hechizado y que los venados lo siguen, le hablan y se burlan de él. Un día que escuchó a los venados burlándose de él, vio una corza blanca. Los cazadores simplemente se reían de Esteban y no lo creían. Parte II Aquí toma protagonismo Garcés, uno de los monteros de don Dionís que siempre busca satisfacer y cumplir con los deseos de Constanza. Algunos pensaban que estos gestos eran solo de cariño, mientras que otros creían que significaba que había un sentimiento de amor entre ellos. Garcés no creía que la corza blanca hablara, pero si la encontrara, quería cazarla para su amada Constanza. A la hora de cenar, les avisó a los presentes de sus intenciones de buscar a la corza blanca. Todos se rieron de Garcés, incluidos Constanza y don Dionís. A pesar de las burlas, cogió una ballesta y fue a buscar a la corza. Una vez en el monte, se quedó dormido y cuando despertó, escuchó unas voces cantando una canción. Se asomó y creyó ver a Constanza, cuando se rompió la transformación y apareció una manada de corzas que empezaron a correr. La corza blanca se quedó enredada y el montero estaba a punto de dispararle cuando le habló y Garcés se espantó y se le cayó el arma. Aprovechó la corza blanca y se escapó. Garcés luego pensó que esta ilusión fue producto del diablo y disparó en la dirección por donde se había ido la corza blanca. Escuchó un aullido y siguió por donde venía ese sonido. Se encontró a su amada Constanza herida de muerte en el monte.