DOCUMENTO DE TRABAJO N 4 LA “PAX ROMANA” LA PAX ROMANA FRANCISCO A. MUÑOZ Instituto de la Paz y los Conflictos Universidad de Granada (selección) PAX AUGUSTA Y ROMANA. LA PAZ DEL IMPERIALISMO En el proceso de conquista, al menos desde el siglo IV a.C, Roma se ve en la necesidad de reactualizar todas sus teorías políticas y su derecho internacional, tal como hemos visto en algunos ejemplos anteriores. Aún reconociendo el carácter claramente violento de tal expansión, el concepto de pax va a sufrir nuevas remodelaciones y ampliaciones que, en definitiva, le permitieron articular y restablecer unas relaciones estables con los pueblos y comunidades sometidos. Es en toda la dialéctica marcada por el proceso de conquista de la península itálica donde Roma “aprende” y “elabora” distintas nociones que definen sus relaciones internacionales, en las que entra a formar parte tanto la fuerza de sus ejércitos como una refinada diplomacia que intentará minimizar los costos de sus prácticas “imperialistas”, acompañada de negociaciones a través de la cuales salvaguarda el núcleo central de sus intereses a costa de ceder pequeñas parcelas a los pueblos sometidos. Tal vez uno de los más importantes en este sentido sea el derecho de ciudadanía romano, y la subcategoría del derecho latino con lo que se “pacifica” a los distintos grupos sociales y comunidades con las que se relaciona. Es muy claro, por ejemplo en Cesar, como los gobernantes romanos no dudan en utilizar la pax como un signo de inclusión en el Imperio Romano, teniendo un significado múltiple: conquista, sumisión, negociación, pacto, etc. Más tarde Octaviano, después emperador Augusto, con el cambio de la República al Imperio, marcará un punto de inflexión en la concepción del estado romano, que es probable que a su vez afectara a los significados más públicos de la pax, también supusiera a la vez la continuidad de determinados contenidos de la misma. Efectivamente, la paz que había estado mucho tiempo perdida, tras innumerables conquistas y conflictos externos, por fin se recupera, al menos para las élites dominantes y los ciudadanos romanos y subsidiariamente para el resto de la población. Por ello la pax augusta es a su vez una paz romana (exterior) y una pax ciuilis (interior) tal como es loado por Ovidio en numerosos pasajes de sus obras. El fin de las operaciones militares: negociaciones, victorias y tratados La política exterior romana, expansiva desde el siglo IV a.C., le creó continuos problemas con todos sus vecinos, que cada vez eran mayores ya que su extensión territorial crecía continuamente. Muchos de estos conflictos fueron resueltos mediante tratados y paces, que por una parte recogían la victoria o derrota de los contendientes en una dialéctica en la que Roma progresivamente se situó en el lado de los vencedores. Esta ha sido probablemente la acepción más conocida de la pax, pero no por ello la más estudiada. Sin embargo estas “paces” no deben ser entendidas solamente como una imposición del más fuerte —Roma en definitiva—, sino como el resultado de los deseos y los anhelos de las distintas fracciones contendientes que, ante el desgaste sufrido por la guerra, querían ante todo el fin de las operaciones militares y poder retomar la rutina de la vida cotidiana en la que rehacer sus intereses. Efectivamente, y relacionado con situaciones que hemos explicado con anterioridad, campesinos, comerciantes, mujeres,... e incluso militares, a partir de un determinado momento veían que lo más efectivo era la firma de un tratado de paz como fin de la guerra y como prevención de males mayores o como comienzo de otra etapa bajo nuevas coordenadas y llena de nuevas esperanzas. Es importante apreciar que para que la pax pudiera producirse eran necesarias unas conditiones reales, percibidas o no por los actores de los conflictos, y otras formales puestas como estipulaciones que los contendientes deberían de cumplir para alcanzar los acuerdos. Sin embargo estas circunstancias puede que en muchos casos estuvieran condicionadas por la búsqueda de la victoria en la cual las condiciones de la paz eran impuestas, en gran medida, por el vencedor —Roma en la mayoría de las ocasiones— que de esta manera diseñaba su estrategia y táctica en la búsqueda de unas condiciones favorables para sus intereses. En este caso el posible adversario juega un papel secundario por la hegemonía militar de Roma y por sus deseos de imponer sus criterios. Aunque debemos entender que al pensar en estas “condiciones de paz” los romanos debían de considerar secundariamente, pero también para garantizar su propios deseos, los condiciones de los enemigos. Como podemos ver, el fin de las actividades bélicas es siempre dependiente de las realidades de los participantes en la contienda bélica. El mecanismo mediante el cual se articulan estas realidades podríamos llamarlo “negociación”; mediante ella las partes entran en contacto, valoran, con mayor o menor rigor, sus capacidades (militares, potencial demográfico, riqueza, etc.), la posible evolución táctica y estratégica de los conflictos, etc. Otro mecanismo para alcanzar las negociaciones y la paz son las rogationes de las que se puede desprender una aceptación del papel de debilidad de alguno de los actores —en nuestro caso casi siempre los enemigos de Roma— que apelan y suplican condescendencia para una nueva realidad de paz en la cual eliminan parte de sus incertidumbres. Existen diferentes caminos por los cuales se inician las negociaciones, el más común de ellos es el contacto a través de embajadores, en Roma conocemos la figura del legatus de la pax y son innumerables las ocasiones en que aparecen. Es el consul, como magistrado con la máxima capacidad de gobierno, quién asume llevar a cabo todos estos asuntos, de hecho es posible que la mayoría de estas embajadas estuvieran presididas por los cónsules, o en su caso otros magistrados de rango superior, en relación con la importancia dada a los asuntos a tratar. Justamente por esta última razón el Senatus populusque Romanus como “fidedigno” representante de los intereses del populus, de los ciudadanos romanos, supervisaba todas estas acciones. Representa el órgano de deliberación del estado romano, donde las élites romanas ordenaban sus intereses y los del pueblo romano y, muy especialmente la política exterior. Los tratados como acto protocolario final del proceso, en el cual se fijan las condiciones establecidas en los procesos de negociación previos, las continuas promesas y garantías (sponsio), que finalmente, y como reconocimiento de su importancia y debido cumplimiento, quedarán reflejadas en leyes, de las que algunas conocemos su nominación: de pace cum aetolis facienda; de pace cum antiocho; de pace cum caeritibus; de pace cum carthafiniensibus; de pace cum philippo; de pace cum vermina. La tranquilidad del Imperio La política exterior desarrollada por Roma parece que también influyó decididamente en sus historiadores que en la mayoría de los casos fueron incapaces de trascender los parámetros de tales acciones. Mientras que el pensamiento político en Grecia era tendiente a concentrarse en los cambios internos de los Estados, para quedar las causas de la guerra como conflictos externos, marginales —quizás también porque no llegó a desarrollar con tanta contundencia una política de expansión e imperialista. En Roma los historiadores parecen más identificados con la política de su clase dirigente y, por tanto, con las victorias o derrotas de sus ejércitos. De hecho son innumerables los textos en los que la pax aparece ligada no sólo a la guerra, como hemos visto en parte, sino también gestionada por el ejército, como institución práctica de la misma. Todo ello le hace pensar a M. Sordi que los dos elementos esenciales sobre los que se apoya la pax romana fueron la reglamentación jurídica y la garantía armada de esta reglamentación, ambas ligadas de manera indisoluble. Por otro lado en la justificación romana de la guerra está presente bellum iustum, la guerra justa, la defensa necesaria frente al enemigo exterior. A nuestro entender juega un doble papel, por un lado la justificación del imperialismo romano, dotarse de una ideología que disculpe su continua expansión; y por otro, y en relación con la tradición del ius fetiale, el imponer unas condiciones a las relaciones con otros pueblos para que éstas sean lo más “pacíficas” posibles. En este sentido, la sacralización de la guerra supone un intento de normalización, insertándola dentro del ritmo “natural” de la vida, se purifica con la intención de justificar su existencia; las fórmulas, ritos y ceremonias intentan buscar la aquiescencia de las fuerzas sobrenaturales, de los dioses. Pero a la vez los requisitos rituales que debía de cumplir una contienda como garantes de su ecuanimidad podrían serlo, hasta cierto punto, del respeto al enemigo y de la paz. La paz en las provincias y periferias del imperio Las consideraciones anteriores dejan abierto un flanco de la paz, las relaciones entre la paz (guerra) interna (Roma, Italia) y la paz (guerra) en exterior (provincias, limes). Esta dicotomía que distingue entre el centro y la periferia del imperio romano aparece claramente en algunos textos. Puede que las dinámicas provinciales pasasen por distintos estadios en su proceso de integración en el imperio romano, desde una oposición y resistencia manifiesta a ser pacificada para finalmente terminar integrada. Por ejemplo, la idea de la provincia pacatissima quiere reforzar la idea de que la paz en esta zona ha sido alcanzada recientemente y, por lo tanto, puede que en un tiempo anterior no lo estuviese. Para pasar después a un nuevo orden en el que la provincia llegue a ser fiel y pacífica (Pacem fidelitatemque populi Syracusani), obviamente la acción del ejército estaba siempre justificada. Aunque también afirma Justiniano que el militar que perturba la paz debe ser castigado con la pena capital. En cualquier caso la paz en las provincias es un mecanismo para asegurarse el uso de sus recursos humanos y naturales (tributos, relaciones comerciales, etc.) para el bien de la república romana, como queda de manifiesto especialmente en In Verrem actio prima que tiene su acción ubicada en Sicilia. De ahí que justifique siempre la acción del ejército para asegurar el control de la provincia. La pax también nos va indicando los ámbitos geográficos y culturales con los que Roma entra en contacto. Así se convierte en un indicativo de la extensión del imperialismo romano que utiliza todos los recursos a su disposición (ejército, diplomacia, etc.) para asegurarse sus intereses, el control de fuentes de riqueza y de las poblaciones que les garantizan el acceso a ellas. De esta forma la pax es un instrumento de extorsión del imperialismo, de las élites romanas, pero también de la élites locales y en general de los pueblos conquistados que así aminoran, en la medida de lo posible, los costes de los posibles enfrentamientos bélicos y de la extorsión romana. De esta manera, a través de las paces firmadas con los distintos pueblos, es posible conocer la extensión del dominio romano en Grecia, Illiria, Macedonia, Cartago, Galia, África, Península Ibérica, Asia, Creta, Fenicia, Liguria, Córcega, Celtiberia, Persia, Chipre, Egipto, Samnio, Magna Grecia, Germania, Dacia, Armenia. Algunos autores llegan a proclamar una pax para todo el “orbe conocido”, el mar y la tierra, en el cual agrupan tanto a la propia Roma como al resto de provincias y pueblos periféricos. Posiblemente ellos estuvieran convencidos del papel y el destino “universalista” de Roma, al igual que antes había sucedido con la cultura griega, y en el cual la pax pudiera ser también signo de la “cultura” romana. La pax en la circulación monetaria Las abundantes acuñaciones monetarias romanas cumplían, como es obvio, una función fundamentalmente económica y financiera pero, dada sus características materiales y su amplia circulación, ésta se veía reforzada y acompañada por otras funciones políticas (fortalecimiento de la autoridad emisora, etc.) e ideológicas. Es justamente en los cuños de las monedas en sus anversos y reversos donde a través de sus breves leyendas y sus tipos se difundía la ideología de las élites dominantes, los cónsules o los emperadores, cuando no su figura y su nombre, incluso deificado. Estas imágenes y leyendas aparecerán sin interrupción desde Augusto, a lo largo de todo el imperio romano, aunque tal vez notemos un cierto retraimiento a partir de finales del siglo III d.C. Es por todo esto que tiene una gran importancia que en un lugar tan privilegiado del imaginario romano figure la pax. El reverso de las monedas sólo es superado en importancia por el anverso que, en la mayoría de los casos, estaba dedicado al emperador. Así encontramos representaciones de la pax acompañada de diversos atributos: de pie con lanza, un caduceo, cista mística y serpiente; de pie caminado sobre una esfera hacia la derecha con cornucopia, rama de olivo; la figura de mujer = la Pax-Justicia en vez de Livia; Pax-Némesis, alada, portando un caduceo alado, debajo una serpiente; PAX, debajo manos apretándose portando un caduceo alado entre dos cornucopias cruzadas; PAX, debajo manos unidas manteniendo un caduceo alado entre dos cuernos de la abundancia cruzados y dos amapolas; Pax-Némesis; etc. La aparición en algunas de estas monedas de leyendas como: PAX ET LIBERTAS; PAX ORBIS TERRARUM y PAX AETERNA nos da idea del gran alcance ideológico de tales proposiciones, aunque particularmente queremos llamar la atención sobre la ligazón establecida entre paz y libertad, que será una constante a lo largo de los siglos y que jugará un papel importante en las connotaciones políticas del mundo europeo moderno.