11/03/2012 19:47 Cuerpo E Pagina 5 Cyan Magenta Amarillo Negro ARTE | LUNES 12 DE MARZO DE 2012 | EL SIGLO DE DURANGO 5 POR ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA García Márquez, recuerdos de Aracataca-Macondo Parecía que el sol colombiano nos seguía aprisa entre las grandes hojas de las plantaciones de plátano, refulgentes sus oros maravillosos por los verdes prolongados. Desde la ventanilla de la camioneta, la tarde maduraba junto al grupo de durangueños que íbamos rumbo a Aracataca, el legendario pueblo de Gabriel García Márquez, donde había nacido en 1927 y que vertido en todos los idiomas fue luego reconocido mundialmente como Macondo, el lugar por excelencia de la imaginería narrativa de las letras latinoamericanas. Era un día de febrero, hace cinco años. Habíamos salido de las playas turquesas de Santa Marta, y avanzando por una carretera vigilada por no pocos destacamentos militares, recordaba yo la ceremonia inaugural del IV Congreso Internacional de la Lengua Española, sucedida apenas unos días antes en una Cartagena de Indias plena de alegría. El Gabo, como centro magnético en su cumpleaños ochenta, y acompañado por los reyes Juan Carlos y doña Sofía y muchos de sus amigos más entrañables. Por México, Carlos Fuentes, quien tuvo a cargo el discurso de presentación del Nobel. Disfrutamos el orgullo nacional por la festiva elocuencia del autor de “Aura”. El expresidente Clinton, y lo mejor -digo- de la literatura en castellano de este y del otro lado del mar: Tomás Eloy Martínez, José Emilio Pacheco, Antonio Muñoz Molina, Víctor García de la Concha, Marcela Serrano, Antonio Skármeta...sin olvidar un descubrimiento de verdad agradecible, Germán Espinosa, a quien se debe ese portento verbal que lleva por título “La tejedora de coronas.” A la palabra bien dicha, siguió la música del ballenato, la lluvia extraordinaria de papelitos-mariposas amarillas. “Aracataca-Macondo”, se leía a la entrada del pueblo. Estaba por prenderse la noche, y nos dirigimos sin perder tiempo a nuestro destino. Al recorrer algunas de sus calles, llenas de niños y jóvenes, toda gente humilde, llamaba la atención el color y la frondosidad de sus árboles. Pasamos cerca de la placita principal ¿La casa de García Márquez?, preguntaba repetidamente mi esposa Maricarmen. Al fin llegamos. ¿Qué hizo que más de una veintena de escritores de Durango pudiera llegar hasta Cartagena de Indias aquel 2007? Evidentemente primero el afecto y el ejercicio del arte literario. Y hechizados por las fabulaciones garcíamarquianas, asimismo participar de una celebración por la vitalidad creativa de nuestro idioma. Pagando sus propios gastos, la mayoría con mucho esfuerzo, la presencia durangueña fue una de las agrupaciones extranjeras más numerosas en Colombia. El historiador Héctor Aguilar Camín y el narrador Ignacio Padilla -a los cuales no teníamos tanto tiempo de haberlos saludado en el Coloquio Internacional Cervantino de Guanajuato, de buen humor, sentenciaban. “Ustedes son un caso serio”. Tan serio que el escritor vasco, Bernardo Atxaga, no salía de su asombro al saber que la historia “Obabakoak”, originada en la Vizcaya ibérica, fuera leída y comentada en la otra Vizcaya. Entramos a la Casa-Museo. Monumento Nacional, como señalaba el anuncio oficial casi enmarcado por ramas colgantes. La construcción se remodelaba, había muchos pedazos de ladrillos y huellas recientes de mezclas de cal y arena. En una de las habitaciones observamos carteles, pequeñas esculturas con la efigie del Gabo, varios libros, una computadora. Mesitas con otras cosas, una antigua ventana. Cuando pasamos al patio, ya la oscuridad nos había alcanzado. Era natural entonces traer a cuenta las líneas escritas a propósito en “Vivir para contarlo”: “-Vengo a pedirte el favor de que me acompañes a vender la casa. No tuvo que decirme cuál, ni dónde, porque para nosotros sólo existía una en el mundo: la vieja casa de los abuelos en Aracataca, donde tuve la buena suerte de nacer y donde no volví a vivir después de los ocho años”. Nos tomamos algunas fotografías para guardar nuestra visita: Cristina Salas, Hiram García, Norma Quiñones, Yolanda Gamero, Marcela del Palacio, Maricarmen Santiesteban y quien esto relata, solamente una parte del grupo (los demás seguían conociendo otros sitios de Cartagena, la ciudad amurallada). Queda en la memoria el enorme cariño que se le tiene a México en tierras colombianas, gracias a nuestras canciones y películas. La cultura como puente, sentimiento y las imágenes del cine de la época dorada, han proyectado ante todo una forma de ser. Sobra subrayar que el afecto es bien correspondido. Por algo, García Márquez ha fijado su residencia desde hace décadas, para fortuna nuestra, en la capital mexicana. A la hora de comer, les atraía nuestra entonación. “Hablan como El chapulín colorado”, se decían. Y sobraba gente que nos gritaba amistosamente “¿Quiubo mano? Y no merece el olvido un bolero de raza negra, ya mayor, que trabajaba en la Plaza Bolivar de la ciudad caribeña, para el que México era una amorosa nostalgia: “A mi madre le encantaba la película “Que Dios me perdone”, con Arturo de Córdova. La iba a ver cada vez que la ponían en el cine. Así, sanos y salvos, regresamos felices de Macondo, la mítica e inolvidable “aldea de vein- te casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos” (OJL). Renglón García Márquez tal vez sea el novelista latinoamericano más admirado en el mundo entero, así como quizá el más representativo de todos los tiempos de toda América Latina. GERALD MARTIN Todos los días lea