Los consejos evangélicos 18 Consejos evangélicos. Las paredes

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Los consejos evangélicos
H. Jesús David Muñoz, LC
H. Ismael González, LC
H. Alejandro Páez, LC
H. Nicolás Núñez, LC
18 Consejos evangélicos. Las paredes del terreno de juego, por Jesús
David Muñoz, LC
Los legionarios, por medio de la profesión de los consejos evangélicos de pobreza,
castidad y obediencia, con voto público:
1.º se consagran más íntimamente a Dios en el seguimiento de Cristo que, virgen y
pobre, redimió y santificó a los hombres por su obediencia al Padre hasta la muerte
de cruz;
2.º buscan conformar su corazón con el de Cristo y hacer presente el Reino de Dios
en el mundo;
3.º entregan de manera consciente y animosa su vida entera al servicio del Señor, de
la Iglesia, de la Congregación y del Regnum Christi y de sus hermanos, los hombres.
En su camino de conversión al catolicismo, Chesterton afirmaba que: «la
doctrina y la disciplina católicas puede que sean paredes, pero son las paredes del
terreno de juego». Esta paradoja, que el escritor inglés expresa con estos términos,
puede ayudarnos a comprender esa otra paradoja que llamamos vida consagrada.
Los consejos evangélicos pueden ser percibidos como «paredes» a nuestra
sensibilidad, como elementos que hay que ofrecer en sacrificio y renuncia pues forman
parte de la mortificación y de la ascesis de este camino de perfección. Aunque esto es
verdad, sin embargo, tanto los estatutos de las ramas consagradas del Regnum Christi
como las Constituciones nos invitan a darles un enfoque diferente (cf. CLC n.18. ECRC
n.15. Estatuto de los Laicos consagrados del Regnum Christi n.17).
Los votos son «paredes», pero son las «paredes del terreno de juego»; es decir:
los consejos evangélicos están puestos en la vida consagrada no para ser la «piedra en el
zapato» que carguemos toda nuestra vida como el memorándum que nos recuerda que
esta tierra es un «valle de lágrimas»; más bien están llamados a ser como el catalizador
de nuestros esfuerzos en la vida espiritual que nos proyecta a las grandes alturas y nos
permiten alcanzar en toda su profundidad el gozo de seguir a Cristo más de cerca.
Los números paralelos a esta temática en los estatutos de las ramas consagradas
del Regnum Christi, añaden por su carácter laical, el aspecto propio de su consagración
en el mundo: «Esta consagración hace presente el Reino de Dios mostrando el sentido
último de las realidades temporales, manifiesta el rostro de Cristo en la vida cotidiana
de los hombres y hace real su plena disponibilidad apostólica» (cf. ECRC n.15 § 3.
Estatuto de los Laicos consagrados del Regnum Christi n.17 §3).
Este aspecto «profético» da a la persona consagrada un lugar único en el mundo.
El hombre secular queda perplejo ya que no puede explicar cómo alguien puede
lanzarse sobre la pobreza con la misma fuerza con la que un avaro arrebata riquezas; o
aferrarse a la obediencia con mayor libertad y determinación que el rebelde sin causa; o
abrazar la castidad con la misma pasión de un recién casado…
Pero para que el mundo lo comprenda, somos nosotros los primeros que tenemos
que descifrar el «acertijo». Como Adán en el Paraíso (cf. Gen 2,16), el alma consagrada
está llamada a descubrir que vive en un jardín donde hay miles de gracias a su
disposición, pero que la única «prohibición» contiene en su interior la más grande de las
gracias, la más excelente oportunidad de amor. Dentro de los consejos evangélicos está
el arcano secreto y la clave de esta paradoja: los votos ensanchan el mundo de la
persona como lo haría el cielo entrando en la diminuta cabeza de un hombre. Quien
acepta la pobreza, la castidad y la obediencia de Cristo en su propia vida en realidad ha
vencido esa agorafobia propia de quien tiene miedo de salir al Absoluto.
Los párrafos explicativos del número 18 de las Constituciones de la Legión
buscan hacer comprender precisamente que los votos dan a nuestro corazón un plus de
intimidad, de eficacia y de alegría. Es esa unión con Cristo pobre, casto y obediente lo
que mantiene la vida consagrada alegre y lo que protege el júbilo que ella contiene.
Hay almas consagradas que solo se acuerdan de que son célibes cuando les
cuesta la virginidad consagrada. De esta manera se viven los consejos evangélicos como
la herida que soportamos más con resignación que con deleite. Estos números de las
Constituciones y de los Estatutos nos invitan a hacer de la pobreza, la castidad y la
obediencia un elemento que juega a nuestro favor, el ingrediente secreto de nuestro
gozo, de nuestra intimidad y de nuestra plenitud con el Señor.
19 Voto de pobreza, por Ismael González, LC
Los legionarios, al profesar pobreza voluntaria por amor a Cristo:
1.º se consagran a vivir como Cristo que, siendo rico, se hizo pobre para
enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8, 9), y encauzan su corazón a los bienes del
espíritu y a los tesoros del cielo (cf. Mt 6, 19-21), poniéndose en manos de la
providencia del Padre celestial (cf. Mt 6, 19-33; Mt 7, 25-34; Lc 12, 22-31);
2.º se imponen un radical desprendimiento afectivo y efectivo de todos los bienes
materiales, la debida dependencia del legítimo superior en relación con los mismos y
un estilo de vida personal y comunitario sobrio;
3.º por consiguiente, renuncian por voto al derecho de usar y disponer de bienes sin
permiso.
No cabe duda de que nuestro voto o promesa de pobreza remite a uno de los aspectos
más radicales de Jesucristo. Él, el Verbo encarnado, el Creador, compartió las
circunstancias más abyectas de las creaturas, desde el pesebre, lugar donde comían las
bestias, hasta la crucifixión, uno de los suplicios más terribles y humillantes de su
época. Cuando proclamó su nuevo programa de vida en el Sinaí, dando una mayor
profundidad y amplitud a la Ley antigua, destacó la pobreza como la primera de las
bienaventuranzas: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos» (Mt 5, 3).
Por eso la Iglesia siempre ha tratado de seguir el ejemplo y la predicación de su
Maestro, so pena de traicionar su misión en el mundo. Actualmente es uno de los
aspectos que el Papa Francisco ha puesto más de relieve. A todos, empezando por los
sacerdotes y almas consagradas, nos interpelan su austeridad personal y sus palabras.
Éstas han sido muy claras y concretas, por ejemplo:
Pero yo os digo, en verdad, que a mí me hace mal cuando veo a un sacerdote o a una
religiosa en un auto último modelo: ¡no se puede! ¡No se puede! Pensáis esto: pero
entonces, Padre, ¿debemos ir en bicicleta? ¡Es buena la bicicleta! Monseñor Alfred va
en bicicleta: él va en bicicleta. Creo que el auto es necesario cuando hay mucho trabajo
y para trasladarse… ¡pero usad uno más humilde! Y si te gusta el más bueno, ¡piensa en
cuántos niños se mueren de hambre! Solamente esto. La alegría no nace, no viene de las
cosas que se tienen1.
Entonces, cuando, por ejemplo, una Congregación religiosa, por poner un ejemplo, me
decía él [un sacerdote anciano], empieza a juntar plata y a ahorrar y a ahorrar, Dios es
tan bueno que le manda un ecónomo desastroso que la lleva a la quiebra. Son de las
mejores bendiciones de Dios a su Iglesia, los ecónomos desastrosos, porque la hacen
libre, la hacen pobre. Nuestra Santa Madre Iglesia es pobre, Dios la quiere pobre, como
quiso pobre a nuestra Santa Madre María. Amen la pobreza como a madre2.
Valgan estas breves referencias de Cristo, nuestro modelo de vida, y de su Vicario en la
tierra. Con ellas tenemos orientaciones seguras para vivir mejor la pobreza, «madre y
muro de la vida consagrada».
27 Voto de castidad. El espacio del amor, por Alejandro Páez, LC
Los religiosos, por la profesión del consejo evangélico de castidad perfecta por el
Reino de los cielos:
1.º se consagran total, definitiva y exclusivamente al único y supremo amor de Cristo;
2.º abrazan voluntariamente la obligación de observar perfecta continencia en el
celibato y quedan firmemente comprometidos al ejercicio interior y exterior de la
virtud de la castidad;
3.º manifiestan el amor esponsal de Cristo a su Iglesia y adquieren, en la paternidad
espiritual, la plena disponibilidad afectiva y real al servicio del Reino, invitando a los
hombres a la contemplación y esperanza de los bienes futuros.
El hombre está hecho para la mujer y la mujer para el hombre y “no está bien
que el hombre esté solo…” (Gn 2,18). El hombre consagrado no queda exento de esta
ley. Al profesar el voto de castidad él renuncia a la intimidad con una mujer y a la
posibilidad de formar una familia con ella. En el lugar donde ella debería de estar --y
donde a causa del voto no está-- se abre un vacío. Se abre el Espacio del Amor.
El voto de castidad es una alianza entre Dios y el hombre o la mujer consagrada,
que gira toda en torno al Espacio del Amor (cf. Dt 30,19-20). Cada uno se compromete
a cumplir una parte del pacto. Dios, en primer lugar, se compromete a llenar ese
1
FRANCISCO, Encuentro con los seminaristas, novicios y novicias en el aula Pablo VI, Roma, 6 de julio
de 2013.
2
FRANCISCO, Celebración de las vísperas con sacerdotes, consagrados y seminaristas, Catedral de la
Habana, 20 de septiembre de 2015.
espacio con toda plenitud. El consagrado, siguiendo la iniciativa de Dios, se
compromete a atreverse a dejar vacío ese espacio para que Dios, y solo él, lo pueda
llenar. A esta luz las palabras de Dios a Moisés cobran un significado particular:
“Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial
tesoro” (Ex 19, 5).
El orden de estos compromisos es importante. La castidad plena sólo puede
provenir de una moción de parte de Dios hacia el alma que le responde con un esfuerzo
por abrirse completamente a él. Por esta razón, la primera dimensión del voto de
castidad es la consagración total, definitiva y exclusiva al amor de Dios. Esto
corresponde al momento en el que el consagrado constata que Dios se le acerca de
modo particular con la propuesta y el compromiso de llenar el Espacio del Amor en su
alma. Este movimiento originario está reflejado explícitamente en el n.15 del Estatuto
de las Consagradas del Regnum Christi: “Respondiendo al llamado de Dios, las
consagradas asumen de manera libre y por amor los consejos evangélicos de castidad,
pobreza y obediencia” (ECRC n.15, §1). Se desencadena entonces la respuesta del alma
que se articula concretamente en una renuncia de todo aquello que pretenda llenar ese
espacio en lugar de Dios. Se trata de abrir ese espacio y dejarlo abierto y defenderlo
con constante vigilancia para que nada ni nadie se filtre dentro. Este momento
corresponde al compromiso de “observar la perfecta continencia en el celibato” y de
vivir “interior y exteriormente la virtud de la castidad” (CLC n.27, 2º. Cf. Estatutos de
los Laicos Consagrados del Regnum Christi n.19). Como se puede ver, todo este
dinamismo está transido en cada parte --origen, desarrollo y resultado-- por el clima del
amor. Por ello, lo que en el lenguaje jurídico del texto constitucional se denomina
“obligación” en realidad se trata de la fuerza irreprimible del amor, la misma fuerza que
permite a Cristo asegurar sin sombra de duda que “si supieras el don de Dios y quién te
lo pide, tú vendrías...” (Jn 4,10). Primero es el amor de Dios; luego es la renuncia. Si
se da auténticamente el uno, lo otro se dará con certeza.
Una vez que se establece esta alianza y Dios comienza a llenar el Espacio del
Amor, se producen dos efectos. Uno es la realización plena del consagrado, a quien
Dios no deja que se convierta en un hombre apocado, parcial o infeliz. Es la
experiencia del profeta Jeremías que, quizá con algo de aprensión le pregunta a Dios:
“¿Serás tú para mí como un espejismo, aguas no verdaderas? Entonces Yahvé dijo así:
Si te vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi presencia.” (Jer 15,18-19). El
segundo efecto es el testimonio o la fuerza apostólica que convierte al consagrado en
manantial donde los hombres pueden replicar la experiencia que él mismo ha hecho.
Las Constituciones de los Legionarios de Cristo mencionan explícitamente la paternidad
espiritual en el número sobre el voto de castidad. El Estatuto de las Consagradas habla
de “engendrar hijos en el espíritu” (ECRC n.17, §1) y emplea la imagen evangélica de
la fuente. “El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que
yo le dé se convertirá en él en fuente de agua” (Jn 4,14). Como se puede ver en el texto
de Juan, ambos efectos son en realidad como uno solo. No es de extrañarse, por tanto,
que en números tan fundamentales como los referentes al fin del instituto, los textos
constitucionales se configuren con esta estructura: plenitud en la experiencia del Amor
de Cristo, fecundidad en la paternidad o maternidad espiritual y fruto apostólico (cf.
ECRC n.4; CLC n.3).
Profesar la castidad y vivirla en plenitud no es otra cosa que reservar sin
medianías el Espacio del Amor para Cristo, que le prometió descanso al alma porque
“mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30).
31 Voto de obediencia, por Nicolás Núñez, LC
Los religiosos, por la profesión del consejo evangélico de obediencia:
1.º ofrecen a Dios la total entrega de su propia voluntad como sacrificio de sí mismos
en el amor, uniéndose como Cristo de manera más plena, firme y constante a la
voluntad salvífica de Dios;
2.º contraen la obligación de obedecer a los superiores legítimos, que hacen las veces
de Dios, cuando mandan según las Constituciones
La entrega de la propia voluntad3 -como subrayan estas constituciones y los
estatutos de las consagradas4 y los consagrados5- supone la transformación de uno de
los aspectos más íntimos, sublimes y profundos de cada persona. Entregar algo tan
íntimo como la propia voluntad, por la que podemos ir tras nuestros ideales personales,
para ir tras los de la persona amada es algo paradójico, comprensible sólo en la óptica
del enamorado que no anhela sino ser uno con el amado.
Quien ofrece su voluntad se ofrece para ir en busca y luchar por un bien que
acepta ser más grande que sus propias aspiraciones; es la fe en un bien que nos
sobrepasa y el testimonio vivo de una esperanza cierta6.
Esta entrega tan profunda toma aún mayor perspectiva siendo conscientes de que
la persona siempre permanecerá libre y, por ello, no es una entrega a la que nos
encadenamos un día sin poder dar marcha atrás. Es una entrega de cada día, de cada
momento; una “llaga” jamás cerrada que siempre supondrá un amor real que la haga
auténtica.
Cristo es el centro de la consagración, no sólo como modelo de vida por la
entrega de su voluntad hasta hacer suya la voluntad del Padre7; sino especialmente por
ser el amor que enamora y hace posible estas aparentes “locuras”. Jesús amándonos nos
conquista hasta ser el mismo amor con el que amamos. Es la experiencia profunda de
Él, de su amor por nosotros, la razón de toda consagración: “Él nos amó primero” (1 Jn
4, 19).
Entregar la propia voluntad es la generosa donación de quien hace propia la
batalla de la persona querida, es la lucha del que quiere compartir el sueño de quien
ama, la pasión de quien anhela encontrarse a sí mismo en el amor del amado. Desde esta
óptica, la obediencia, aun permaneciendo tan sublime, no es más que un gesto necesario
para el que ama, por lo que en su entrega no pierde, sino encuentra el “espacio del
Amor”8 más sublime.
“Por la profesión de la obediencia, los religiosos ofrecen a Dios, como sacrificio de sí mismos, la plena
entrega de su voluntad…”. CONCILIO VATICANO II, Perfectae Caritatis, 14.
4
Cfr., Estatutos de las consagradas del Regnum Christi, n. 22, 1.
5
Cfr., Estatutos de los laicos consagrados del Regnum Christi, n. 23, 1.
6
Cfr., Estatutos de las consagradas del Regnum Christi, n. 22, 2.
7
“Padre… No se haga mi voluntad sino la tuya” Lc 22, 42.
8
Cfr., PÁEZ A., Comentario a las constituciones de la congragación de los legionarios de Cristo, n. 27.
“El espacio del Amor”.
3
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