Mesilla de noche.qxp - Contexto de editores

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Del señor de la muerte o la habitación secreta
Debemos preguntarnos qué hace que un cuento, un relato
o una narración (hoy se llama novela a todo eso) se conviertan ante nuestros ojos de lector en algo atractivo. Debemos preguntarnos por qué apenas unas líneas en una hoja
en blanco capturan nuestra atención desde el principio, y
cómo nos imantan y nos obligan a seguir leyendo, mientras
otras líneas de la misma especie sólo nos producen cansancio y obligación. Líneas llenas y líneas vacías. Esa es toda la
diferencia entre unos libros y otros. Y aun aquellas que
hoy creemos vacías quién sabe si con el tiempo se nos revelarán llenas de contenido, pues en gran parte ese «llenado» no depende del escritor (de nada que tenga que ver
con su persona o su individualidad) sino del tiempo extenso, es decir, de la concatenación de tiempos y la acumulación de símbolos que la historia va depositando en el lenguaje escrito.
Eso que llamamos literatura (líneas que contienen otras
líneas) es algo fortuito, que se da o no se da, y que depende de muchos factores. Unos factores que hoy pueden concurrir apropiadamente y mañana no, o al revés.
Pero al escritor no le cabe ahí un papel secundario. Aunque no sea el autor de su elemento (como no lo es el herre-
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ro del fuego) sí es su descubridor. La capacidad de observación, de indagación, le convierten en descubridor de símbolos ocultos, de fuegos inesperados. El escritor es alguien
que se ha parado a escuchar los ecos de otros tiempos, y que
juega con ellos, que los amalgama, los hace chascar, los
roza, para ver si con esos fragmentos sueltos puede de pronto saltar una chispa, y a continuación una melodía, una
narración. Más que un creador es un colaborador, un cómplice, en un juego literario que viene de muy atrás, desde el
surgimiento del primer símbolo lingüístico.
Algo así pasa en esta novela, con su protagonista Guilhermina, aglutinadora de tantos personajes que la preceden, y
con Edgard Telles Ribeiro, su despreocupado autor. Esa es
la característica que yo le daría a Edgard Telles Ribeiro, y
es desde luego un mérito: la admirable despreocupación de
alguien que parece estar escribiendo con una mano mientras
con la otra pudiera estar firmando tratados diplomáticos o
mercantiles, lo cual le imprime a lo escrito un algo de creación espontánea, fuera de toda pesadez. No es en cambio
la suya una escritura despistada sino atenta, una escritura
que se orienta, gracias a ese radar específico de la atención
dispersa, por los vericuetos del tiempo y sus símbolos, y
que navega en una barca ligera, la de la narración oral, la
de su profunda y arraigada cultura brasileña, en el rompeolas cultural de su adolescencia, como hijo de diplomático,
en Suiza, Francia, Grecia o Turquía. Su experiencia en el cine
y como periodista le dan también a Edgard Telles Ribeiro
una soltura que convierte esta novela, de profunda filiación decimonónica y folletinesca, en un relato puramente
contemporáneo, planteando toda la historia de Guilhermina como una investigación, una pesquisa, manejando diferentes espacios temporales, y utilizando además materiales
narrativos diversos: el relato del narrador, por una parte,
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entreverado con los escritos y los relatos de la sobrina nieta de Guilhermina, o las entrevistas a personajes que la
conocieron, consiguen darle a esta novela y a su protagonista el interés y el relieve que sólo tienen aquellos seres reales
que cambian nuestras vidas. Por eso La mesilla de noche es
literatura, porque es real.
¿Pero qué tiene de especial este personaje central, esta Guilhermina cuya historia tratan de desentrañar todos los que
la rodean? ¿Qué tiene de especial esta mujer maga, esta
Maribárbola asesina de su marido con la que simpatizamos desde el principio? Es éste un personaje que contiene
muchos otros. Si hubiera que buscarle parentescos en la
historia literaria me iría directamente a la campesina de
Barbazul, esa muchacha vendida por sus parientes a un
hacendado anciano que castigará el pecado mortal de la
joven (el pecado de la curiosidad, sólo la curiosidad) con el
encierro y la muerte, lo mismo que a sus anteriores esposas.
En estos cuentos a veces la joven consigue burlar su suerte
con la ayuda de sus hermanos, otras veces muere.
Pero en La mesilla de noche sucede al contrario. Es la
muchacha la que desde el principio se nos presenta como una
asesina, imbuida de todos los atributos de Barbazul. Ella es
Barbazul, y no nos parece mal, tal y como el cuento está
planteado, que busque de un modo tan loco la venganza.
¿Quién no se vengaría del Señor del Misterio y el Dueño de
la Muerte, si pudiese? Guilhermina es sacrílega, pero lo es
con todo el amor y toda la premeditación. Hay que dejar al
lector que descubra en los intersticios de esa venganza toda
la ternura y el reconocimiento de la esposa hacia el marido,
de la juventud hacia la decadencia, y hay también que dejarle ver la coherencia esencial de este proceso donde el amor
y la guerra van paralelos, como en cualquier historia de
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conocimiento. Todo el relato de La mesilla de noche se sostiene con esta simple operación: la de la lucha por recuperar el tiempo y el ser que en algún momento el amor nos arrebató, y eso es lo que hace la joven Guilhermina, empeñada
en ser el sujeto de su propia historia, no la víctima. Sólo esta
peripecia es en sí una aventura. Qué más podíamos desear:
ese cuarto secreto, en el que Barbazul solía esconder a sus
múltiples esposas asesinadas en plena juventud, de pronto
se nos muestra con todo lujo de detalles, y se convierte en
su propia mazmorra, el lugar donde todo Barbazul debe
morir.
Lo que pase con esta heroína después de perpetrar su venganza puede parecer intrascendente, pero Telles Ribeiro consigue que, además, nos siga importando. Tras la muerte
del marido nace otra Guilhermina, la viuda libertina del
siglo xx, la lesbiana, la apasionada, la que intentará recuperar el tiempo perdido, y no importa cuántas facetas tome
el personaje ni por cuantos vericuetos sentimentales se
oriente, por todos nos arrastrará como lectores a la espera
de sus nuevos crímenes y de sus insensatos negocios. Es
nuestra Barbazul, pero también nuestra Drácula, nuestra
genuina invicta, nuestra mujer Sansón. Un personaje que no
busca la comprensión ni la compasión, pero que sin quererlas las obtiene. No pertenece a la rama de las mujeres
fatales (no es la modernidad), ni de las justicieras de su
honor (lo medieval), sino que nace de una veta mítica original y antigua. Desde ahí hasta nuestros días, esa potencia humana y libre (a veces disoluta, a veces metafísica) llega hasta nosotros, hasta nuestra intimidad de lectores, gracias a la escritura de Edgard Telles Ribeiro, a su simplicidad
y a su solvencia narrativa. También a su humor.
Luisa Castro
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