LA COCINA Y ALIMENTACIÓN DEL MONARCA Los alimentos proceden de la cabaña que pasta en las dehesas escurialenses, de los huertos y de los jardines del Monasterio. La rentabilidad de estas dehesas conventuales está circunscrita a la obtenida por la venta residual de los productos de la cabaña ganadera propia del Monasterio cifrada en mil quinientas cincuenta cabezas de ganado de todo tipo, que no son necesarias en su totalidad para los consumos del mismo. La explotación de la hierba de primavera, segada y vendida en pie, la venta de leña y carbón de encina, siempre está supeditada a las necesidades internas del Monasterio y a la mejor conservación de la caza. La tierra puede ser arrendada para pastos siempre sin superar esas mil quinientas cabezas autorizadas y por periodos concretos: desde Todos los Santos a más tardar a fin de marzo. Cuando la familia real come, cualquier miembro de la corte o pueblo llano tiene la posibilidad de asistir a la ceremonia. Presenciar cómo engullen los manjares sus realezas, elaborados en una cocina que para muchos es “gran, barroca y espeluznante” y al mismo tiempo disfrutar de su puesta en escena a través de la parafernalia cortesana de gentilhombres de confianza y probadores fieles que garantizan la salubridad de los platos elaborados antes de su ingesta real, es todo un espectáculo. La familia real come a la vista de todos sin nada que ocultar. El público voyeur que asiste a la ceremonia es gente pacífica y bien alimentada, por lo que su presencia no perturba a los comensales. Otra cosa sería si comiesen en la plaza pública a la vista de los vecinos mal alimentados. Aunque creo que lo que ingiere nuestro Rey no es sano, espeluznante me dicen, pues la gota que le atormenta al caminar en sus últimos años de existencia, tiene su origen en una continuada alimentación basada en carnes y entrañas animales. El gran cocinero de su Majestad, Francisco Martínez, empieza a prestar sus servicios en la casa real de Carlos I, continua en la de Felipe II y posteriormente en la de la reina Margarita, mujer de Felipe III, hasta que muere. En el siglo XVI la alimentación tiene una importancia enorme, pues se come para “suplir la substancia que se pierde”, y no sólo por placer. Por esto nuestro buen Sancho Panza comenta muy enfadado, al conocer la opinión de los médicos acerca de la forma correcta de alimentarse: “Este tal doctor dice él mismo de sí mismo que él no cura las enfermedades cuando las hay, sino que las previene, para que no vengan; y las medecinas que usa son dieta y más dieta, hasta poner a la persona en los huesos mondos” Como en todas las épocas de la historia de la humanidad, podemos clasificar a los distintos grupos sociales, según sus posibilidades económicas, en: los que siempre tienen, los que no nunca tienen o los que sólo a veces tienen algo que comer. En el Monasterio, para los monjes, la familia real, sus servidores y los empleados de la fábrica siempre tenemos algo o mucho que echarnos al estómago. El pan integral no está bien considerado en las clases dirigentes, pues es impuro. El elaborado con trigo sin mezcla alguna “es la semilla más perfecta e convenible al cuerpo humano”. El pan de cebada es muy nutritivo, no así el pan de centeno que es considerado dañino para el estómago y propio de las clases humildes. De cualquier forma el pan se considera Pan de Dios y es pecado tirarlo al suelo, antes bien, hay que darlo a los pobres, siempre en la mano y después de besarlo. Las carnes se comen todas sin excepción, bien procedan de la caza o de los establos. Sobre los peces se dice que: “todo pescado es enemigo del cuerpo humano”. Cuando la Iglesia lo introduce como dieta alternativa sustituto de la carne, durante la cuaresma, por la “abstinentia a carnibus”, consigue hacer más tolerable la mortificación del ayuno. Los vegetales, legumbres, hortalizas, frutas y otros, tienen valores muy cotizados por la población y normalmente son incorporados a la dieta diaria, siempre que se tengan los maravedís suficientes, claro. Las mejores frutas son las que se pueden guardar, como los higos, uvas y membrillos. Pero todas las frutas frescas son consideradas muy saludables y convenientes. La sal es el condimento por excelencia de toda comida. Además de servir como conservante, da sabor a los alimentos que sazona. Igualmente las especias son muy valoradas al gozar de las mismas virtudes que la sal y alguna más. La canela, la pimienta, la galanga, cotizada porque “engendraba esperma poderosamente” y otras virtudes afrodisiacas que podéis imaginar, el jengibre, la nuez moscada, el clavo, el azafrán…, todas ellas tienen grandes virtudes alimenticias muy celebradas entre las clases altas, por su procedencia oriental, originalidad de la época, y por sus características saludables. El agua “vehículo o guía… que tiene officio de hazer pasar el manjar por todas partes del cuerpo” debe ser limpia, purísima y sin sedimento alguno. El vino, “el despegador del paladar” por el que “….se fortifican todas las virtudes del cuerpo, animal, vital, natural, augmenta buena e loable sangre por la semejanza que tiene con ella…irrita a luxuria…”, invita a su consumo en el pasado, en el presente y en el futuro, por los siglos de los siglos. Tenemos otras bebidas menos conocidas que combinan bien con el agua y el vino: El Hipocrás, bebida favorita del Rey, obtenida por decantación del vino, la miel y las especias. La Clarea, similar al hipocrás variando la composición de la mezcla hervida. La Aloja elaborada con agua y miel. La Carraspada que mezcla vino tinto cocido y adobado con miel y especias. Y la famosa Cerveza, introducida por Carlos I con ayuda de los maestros flamencos, que bien sabéis “tirar” ahora en vuestros vasos. Hay platos con denominaciones peculiares que posiblemente no conocéis. Por ejemplo la “salsa de oruga”, elaborada con oruga, pan, miel, vinagre de vino tinto, agua y canela. Esta salsa no lleva en su formulación y composición al insecto cien pies, peludo y rastrero, sino que incorpora a las hojas de la hierba conocida con este nombre. Otras denominaciones curiosas de los platos elaborados por el pueblo del siglo dieciséis son: “Sopa borracha fría (pan vino y azúcar), caldo para preñadas (yemas de huevo, malvasía y azúcar), potaje de arvejas (guisantes), y de buen modo (gallina, tocino, yemas de huevo, almendras y pan) , palominos ahogados (aves rehogadas) y armados (con acompañamiento), salsa de mirrauste (con leche de almendras), arteletes de sollo (esturión), letuario de naranjas (mermelada)….” Estos manjares son servidos en la mesa real por el Mayordomo Mayor del Rey, los Semaneros, que alternan su servicio semanalmente, el Maestre de la Cámara y el Contralor, todos ellos nobles personajes responsables de la elaboración correcta de los alimentos y de su puesta en escena según el protocolo borgoñón importado de la monarquía europea. El Mayordomo Mayor, cargo de máxima responsabilidad en Palacio, tiene atribuciones supremas y es nombrado directamente por el Rey. De él dependen los llamados Oficios de la Casa Real, encargados de la restauración, mantenimiento, sanidad y también de las guardias reales. Los usos y costumbres del protocolo borgoñón comienzan a utilizarse en Europa en el año de 1548, previo al viaje que el Rey, entonces príncipe, realiza por los Países Bajos. La teatralidad del protocolo en el servicio real del comedor se establece en el momento en que el Rey decide comer en público. Entonces el protocolo borgoñón se cumple a rajatabla y el comedor real se convierte en escenario. A la hora de la comida el Ujier de sala comprueba que todos los oficiales están en su sitio y exclama: “A la vianda caballeros” Entonces el mayordomo con los gentilhombres se dirigen a la cocina y después de comprobar el buen estado de los platos los cubren con un paño y los llevan a la mesa real. Todos los platos se disponen ordenadamente sobre la mesa para ser elegidos y eventualmente probados por la familia real como en un bufé, por lo que lo llamamos servicio a la francesa. Se escenifica el corte del pan en manos del “sumiller de la panatería”, el lavado de las manos reales cuyo aguamanil le presenta el “copero”, el “trinchante” descubre los platos, el “aposentador de palacio” está pendiente de la silla del Rey y el “limosnero mayor” recoge las sobras de pan para entregárselas a los pobres después de besadas. La cocina real la componen varias dependencias, concretamente tres oficinas distintas: la cocina del Monarca, la de la Reina y la del príncipe y las infantas. Todas ellas disponen de personal específico y diferenciado. Están situadas en lugares bien ventilados, protegidos de la suciedad y en las que se mantiene un exquisito orden. “Los oficiales y mozos que entraren en la cocina por la mañana deberán quitarse las capas y espadas y dejarlas colgadas de los clavos y quitarse los puños y lavarse las manos y limpiarse en una toalla”. Otras grandes cocinas, además de las descritas, abastecen los comedores del colegio, de la enfermería, y de la Compaña también llamada de la Hospedería. La “cocina de boca de su Majestad” nada tiene que ver con la estructura conventual jerónima. La carrera profesional en los fogones reales relacionados con los “Oficios de Boca”, está totalmente reglamentada. Los “Pícaros rotos y sucios” junto con los “Galopines” de cocina se encargan de los trabajos más ingratos de limpieza. Los “Guitos”, son aprendices que trabajan esporádicamente en la cocina a las órdenes del cocinero. El “Portero de cocina” que vigila su entrada, el “Portador de cocina”, el “Oficial de cocina”, el “Cocinero de la servilleta”, todos ellos, son cuidadosamente elegidos entre familiares y conocidos de otros fieles servidores, muchos de origen flamenco procedentes de Centroeuropa y otros de origen castellano. Los utensilios utilizados en las cocinas son de hierro para freír, de cobre para cocer y de plata para servir. Los paños, lienzos y manteles de la mesa real tienen su origen en los Países Bajos, Francia o Italia. Sobre estos manteles encontramos los saleros, cubiertos, platos y vasos, aparte de otros objetos, todos ellos de plata y de oro. Toda la alimentación real, su control de calidad y puesta en escena, está impregnada de profesionalidad, disciplina, conocimiento, siendo vigilada y autorizada por la autoridad médica adscrita al Monarca. A pesar de todas las precauciones alimenticias tomadas, los últimos años del Rey son terribles.