LAS ACTITUDES Y EL ACTO SOCIAL1 Herbert Blumer

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LAS ACTITUDES Y EL ACTO SOCIAL1
Herbert Blumer
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Este artículo constituye una valoración crítica del concepto de actitud como instrumento para el
estudio y análisis de la conducta humana. La amplia atención edicada por la teoría e investigación
contemporáneas al concepto de actitud, se basa, evidentemente, en dos creencias. La primera sostiene que
el concepto es indiscutiblemente apropiado para analizar y estudiar la conducta humana. La segunda, que
puede ser calificado de concepto científico y que, por lo tanto, puede servir para adquirir un conocimiento
científico a través de una investigación adecuada.
A mi juicio, un análisis minucioso demuestra que ambas creencias son erróneas. El concepto de la
actitud, tal como hoy dia se entiende, descansa sobre una descripción falaz de la acción humana. Además,
no cumple en absoluto los requisitos de un concepto científico. El propósito del presente artículo es
demostrar el fundamento de estas dos graves acusaciones, que analizaré en orden inverso al enunciado.
La actitud como concepto científico
En la ciencia empírica, un concepto, para ser satisfactorio, debe cumplir tres sencillos requisitos: 1.
debe apuntar claramente a los casos concretos del tipo de objetos empíricos a los que hace referencia: 2.
tiene que hacer una clara distinción entre este tipo de objetos y los de clase afín, y 3. ha de permitir el
desarrollo del conocimiento acumulativo del tipo de objetos a los que se refiere. Por supuesto, estos tres
requisitos están vinculados entre sí. La clara determinación de los casos concretos del tipo de objetos nos
permite estudiarlos minuciosamente y desarrollar, por medio de este estudio, un conjunto de conocimientos
sobre el tipo en cuestión.
Por otra parte se pueden utilizar casos concretos para verificar las afirmaciones o formular hipótesis
sobre la naturaleza de ese tipo de objetos. Asimismo, la aptitud para reconocer los casos concretos de un
tipo determinado nos permite aislar dicho tipo de todos los demás y relacionar entre silos conceptos
relativos a dichos casos. Esta vinculación de los conceptos es esencial para una teorización eficaz.
Tal y como normalmente se le entiende, el concepto de actitud, no cumple ninguno de los tres
requisitos. Carece de una referencia empírica clara y fija; su tipo de objetos no se distingue fácilmente de
otros afines, y no propicia la ampliación de los conocimientos sobre el tipo de objetos a los que
supuestamente se refiere. Permítaseme aclarar todo esto.
El concepto de actitud es empíricamente ambiguo. No poseemos ningún grupo de marcas o
característjcas fidedignas que nos permitan determinar correctamente las actitudes en el mundo empírico
que estudiamos. Una actitud no se percibe directamente, sino que ha de ser ensamblada mediante un
proceso de deducción.
1
Discurso pronunciado por el autor como presidente de la sociedad para el Estudio de los Problemas Sociales, con ocasión de la
reunión anual celebrada conjuntamente con la Sociedad Americana de Sociología y la Sociedad Sociológica Rural, en Washington,
del 30 de agosto al 2 de septiembre de 1955.
Extraído de Blumer, H. (1982). El interaccionismo simbólico. Perspectiva y Método. Cap 4
Necesitamos saber qué es lo que hay que ensamblar, y esto no nos lo dice el concepto actual de la
actitud. No sabemos qué datos incluir como parte de una actitud y cuales rechazar por no pertenecer a la
misma. Al no saber qué es lo que compone una actitud, evidentemente carecemos de orientación en cuanto
a seleccionar los datos precisos para determinarla o identificarla. Por ello, tenemos que proceder
arbitrariamente, confiando en nuestras impresiones personales respecto a lo que se debe incluir, o
recurriendo a algún medio técnico como por ejemplo una escala de medidas. Dicho medio técnico se basa,
por supuesto, en una idea preconcebida de lo que compone una actitud, que ha de ser adaptada, por
añadidura, de forma que cumpla ciertos criterios de cuantificación. Esto no responde, pues a la cuestión de
lo que compone empíricamente una actitud considerada como tipo.
La consecuencia de esta ambigüedad empírica del concepto de actitud es que éste se convierte en
un término meramente lógico o general. Abarca una cantidad increíble de casos concretos, pero está
desprovisto de toda faceta genérica aislada mediante un estudio empírico. No se refiere a un tipo de objeto
identificable. Esta condición se refleja claramente en la relación indeterminada que existe entre el concepto
de actitud y otros conceptos de la misma especie. Efectivamente, no podemos distinguirlo ni relacionarlo
eficazmente con conceptos tales como los impulsos, mecanismos, apetitos, antipatías, sentimientos, hábitos,
opiniones, ideas, juicios, decisiones. Hace unos veinte años. Gordon Allport realizó audaces, aunque vanos,
intentos de demostrar cuán diferentes son las actitudes de los temas psicológicos mencionados y de otros
por el estilo. No conozco ninguna tentativa parecida que haya tenido éxito. A decir verdad, quienes trabajan
en el campo de estudio de la actitud manifiestan una extraña indiferencia hacia el problema. Aunque
seguimos considerando seriamente el concepto de actitud como instrumento para el análisis de la conducta
y de la estructura humanas, no conseguimos engranarlo eficazmente con ningún grupo de conceptos
analíticos establecidos y encaminados a ese mismo fin. Al carecer de una referencia empírica decisiva, el
concepto de actitud entorpece toda teorización sólida. No podemos incluirlo acertadamente en nuestras
teorías, ni como unidad de organización personal ni como elemento de la acción humana.
Una consecuencia todavía más grave de la falta de concreción empírica del concepto de actitud, es la
incapacidad de desarrollar ningún conocimiento acumulativo sobre lo que es la actitud. A pesar de haberse
efectuado un gran número de estudios sobre el tema a lo largo de los años, no veo que dichos estudios
hayan contribuido en absoluto al conocimiento de la naturaleza genérica de las actitudes. No sabemos más
sobre ellas de lo que sabíamos hace treinta y cinco años. Debemos descartar las pretendidas contribuciones
a este conocimiento, tales como que las actitudes se forman socialmente o que son susceptibles de
modificación. Estas afirmaciones no dicen nada acerca de lo que es una actitud y, en cuanto proposiciones,
hubieran podido ser formuladas con el mismo valor y validez prescindiendo del concepto de actitud. Del
mismo modo, los interesantes hallazgos en materia de procedimiento, con respecto a las precauciones que
deben adoptarse al hacer entrevistas, formular preguntas y confeccionar escalas, tampoco han aportado
ningún conocimiento genérico sobre las actitudes.
Cabe preguntarse y con razón, qué es lo que estamos haciendo si, empeñados en un extenso
cúmulo de estudios e investigaciones que ocupan a muchos de nuestros mejores cerebros, lo único que
hemos descubierto es que toda esta ingente tarea no nos ha proporcionado ningún conocimiento sobre el
tipo de objetos que pretendemos estar estudiando. No parece que tal sea el camino de la ciencia.
L.as anteriores observaciones explican por qué pienso que el concepto de actitud, en su forma
actual, es altamente deficiente como concepto científico. La ambigüedad de su carácter empírico le impide
entablar relaciones fructíferas, capaces de rectificarse por sí mismas, con el mundo empírico, impide
incorporarlo a un conjunto de teoría analítica y obstaculiza el desarrollo del conocimiento de su naturaleza.
Este es, no obstante, el menos importante de los dos puntos que deseo considerar. Mayor
importancia reviste el hecho de que presupone una falsa descripción de la acción humana.
La actitud como explicación de la acción humana
El uso del concepto de actitud para explicar el comportamiento, se basa en una lógica muy sencilla.
La actitud está concebida como una tendencia, un estado de preparación o de disposición que antecede a la
acción, la dirige y la moldea. De este modo, la actitud o tendencia a actuar se utiliza para explicar y dar
cuenta de un determinado tipo de acción. Además, el conocimiento de la actitud nos permite prever el tipo
de acción que tendría lugar si tal actitud fuese activada. En realidad, la afirmación de que la actitud dirige y
controla el acto, constituye una clara petición de principio. Los indicios y hechos disponibles no
proporcionan ninguna prueba que ratifique tal aseveración. Hay dos líneas de verificación posibles. Una seria
demostrar, mediante una adecuada serie de casos, que existe una estrecha conformidad de acción con las
actitudes previamente afirmadas, y la otra consistiría en analizar minuciosamente la influencia que ejerce
realmente la actitud sobre el acto.
Los estudios sobre la actitud no aportan la primera demostración. Una abrumadora proporción de
estudios sobre la actitud ni siquiera tratan de interesarse en la acción subsiguiente al estudio y, en
consecuencia, no revelan nada sobre la relación entre la actitud y la acción. En el reducido número de casos
en que se ha intentado establecer dicha relación, la prueba no ha resultado convincente. A veces se ha
descubierto una correlación muy razonable, generalmente entre las puntuaciones de los test de actitud y
cierto índice de conducta pública. En otros casos, frecuentemente con los mismos test, la correlación ha sido
escasa. Podemos encontrar en las publicaciones sobre el tema ejemplos muy bien escogidos en los que la
predicción funciona perfectamente, pero tales ejemplos no representan el conocido universo de los estudios
sobre las actitudes, ni siquiera el de los mejores estudios y, por lo tanto, no constituyen una prueba. La
cuestión se complica a causa de la posibilidad de seleccionar casos asombrosos en los que la predicción
fracasó. Cualquier apreciación imparcial sobre el conocido campo de los estudios acerca de las actitudes, nos
obliga a reconocer que no ha sido posible demostrar la existencia de una clara concordancia entre las
actitudes declaradas y la acción ulterior. Me consta por supuesto, que los investigadores en esta materia
creen que las deficiencias en la predicción serán superadas al perfeccionar los instrumentos para el estudio
de las actitudes. Me limito a señalar que este punto de vista sigue siendo una petición de
principio acerca de si la actitud controla el acto.
La otra forma de demostrarlo consistiría en probar, por medio de una descomposición analítica del
acto, que la tendencia a actuar dirige y configura realmente la acción. En lugar de correlacionar simplemente
los dos extremos del acto, la tendencia y la conducta manifiesta, habría que analizar paso a paso el modo en
que la tendencia influye en el desarrollo de la acción, configura los deseos e impulsos, modela la percepción,
determina las selecciones y dicta las decisiones. Una prueba tan meticulosa resultaría muy convincente. Casi
es ocioso añadir que no existe ninguna demostración de este tipo.
No quiero dejar que el tema finalice con este tipo de conclusión. Por el contrario, deseo emprender
un análisis del acto social humano para demostrar la falsedad de la premisa que afirma que la tendencia o
actitud dirige y determina el acto. Al hacerlo seguiré la línea de pensamiento de George H. Mead, quien ha
analizado el carácter del acto humano con mayor profundidad que ningún otro investigador.
La idea de que la tendencia a actuar determina el acto, presupone que la acción no es sino la
realización de algo que estaba proyectado de antemano. Una vez activada, la tendencia se plasma
directamente en actividad, a la que guía y configura. Contra esta pretensión yo arguyo que un análisis
realista del acto humano revela un cuadro completamente distinto. El acto humano no es la realización de
una tendencia ya organizada, sino una elaboración del agente. En lugar de traducirse la tendencia
directamente en acto, interviene un proceso que determina la forma y dirección adoptada por el acto en
desarrollo. Como Mead ha mostrado (lo que constituye, por cierto, su principal contribución a la psicología
social), este proceso está constituido por un caudal de interacción del individuo consigo mismo, quien se
señala a sí mismo diversas cosas y objetos; los define, enjuicia y selecciona; reúne lo que ha seleccionado, y
se organiza de este modo para actuar. Sería un grave error creer que este proceso intermedio por el que el
agente humano elabora su acto, no es otra cosa que la manifestación de la tendencia. Por el contrario es
este proceso el que hace funcionar a la tendencia, a veces orientándola, otras configurándola y en ocasiones
transformándola, bloqueándola o suprimiéndola inexorablemente.
Un ejemplo corriente nos ayudará a verlo con más claridad. Tomemos el simple caso de una persona
que tiene hambre y come. Podemos considerar que el hambre es una tendencia y el hecho de comer un
acto, y decir que la primera produce y explica el segundo, pero aunque tal explicación parece
indiscutiblemente cierta, constituye una notable tergiversación de lo que en realidad sucede, dado que
omite el proceso intermedio de interacción consigo misma a través del cual la persona moldea su acto.
Perfilaremos la hipotética acción. En primer lugar, la persona debe advertir que tiene hambre. Si no se
indicase ese hecho a sí misma, se limitaría simplemente a estar incómoda e inquieta y no se propondría
buscar comida. Así pues, tiene que definir su hambre en términos de si es algo que debe tomar en
consideración o no. Una ojeada al reloj puede indicarle que falta media hora para la comida y en tal caso,
puede decidir esperar. O bien puede recordar que está a dieta y decirse: “qué fastidio, tendré que
aguantarme”. y no actuar con relación al hecho del hambre. O puede decidir comer. En ese caso, tiene que
comprometerse más en la elaboración de su acto. Mediante el empleo de imágenes se señala a sí misma
diversas posibilidades de acción: elegir entre los distintos tipos de comida, fuentes de alimentación y
maneras de obtenerla. Al pasar revista mentalmente a los diversos objetos de comida, puede que conciba la
intención de degustar un plato exquisito. Acto seguido puede recordar o tener en cuenta su precaria
situación económica y, de acuerdo con esto proyectar otra línea de acción distinta. Puede tomar en
consideración las inclemencias del tiempo, la incomodidad de salir a la calle, la comida que hay en el
frigorífico o el libro que se proponía leer. Puede suceder que, después de haber decidido lo que quiere
comer y hallarse en camino hacia un lugar apropiado para ello, se encuentre con un conocido que le invite a
tomar unas copas en el bar de la esquina. Debido a cierta obligación social contraída con ese conocido,
puede decirse a sí misma que, en contra de sus deseos, lo correcto es aceptar la invitación. De este modo, un
acto que comenzó en una tendencia (el hambre) puede acabar en tres horas bebiendo cerveza.
El ejemplo sólo deja entrever algunas de las numerosas líneas de acción posibles. Pero bastará para
recordarnos lo que la observación más superficial pone de manifiesto: que la acción humana se elabora a
través de un proceso de formulación de indicaciones a sí mismo por parte del individuo. En este proceso el
agente advierte distintas cosas, las define y sopesa, proyecta diferentes posibilidades de acción, selecciona
unas cuantas, toma decisiones y revisa sus planes apenas se percata de algo nuevo. Si hay algo evidente, es
que la acción no constituye la mera realización de una tendencia ya determinada, ni el resultado de una
tendencia que arrastra al individuo inexorablemente hacia su realización. Antes bien, el agente ha de
ensamblar las piezas de su línea de acción en función de los datos que va teniendo en cuenta. Al hacerlo así,
reacciona contra su tendencia, obligándola a ajustarse a la acción que está elaborando. Al hacer que la
tendencia se acomode al acto en desarrollo, puede organizarlo, transformarlo, mantenerlo en suspenso,
bloquearlo o descartarlo enérgicamente como base de acción.
Podemos apreciar más claramente lo insustancial que resulta la idea de que la tendencia a actuar
controla el acto, si nos detenemos a considerar la posible influencia de la situación en la que la acción ha de
realizarse, o el efecto que pueden producir las actividades de otras personas.
Ante una situación nueva y distinta, el individuo ha de esbozar una nueva línea de actividad. Tiene
que hacerse cargo de la situación, obtener datos, enjuiciar esto o aquello, y coordinar la línea de acción que
le permitirá acomodarse a la situación tal como la ve. Esta a su vez, puede plantear nuevas exigencias y
ofrecer nuevas posibilidades. Por definición, estas exigencias y posibilidades no están incluidas en la
tendencia que las antecede y que ha sido elaborada con independencia de ellas. En tales condiciones,
conjeturar que un conocimiento de la tendencia previa permite pronosticar el acto que se está gestando en
la nueva situación, es realmente presuntuoso. De igual modo, presumir que el conocimiento de una actitud
con respecto a un objeto, en una determinada situación, permite vaticinar la acción que se elaboraría con
respecto al mismo objeto en una situación distinta, equivale a malentender y tergiversar gravemente la
naturaleza del acto humano.
Una consideración aún más concluyente en contra de la idea de que la tendencia o la actitud
controla el acto, es el efecto que las actividades ajenas causan en la propia. Como Mead ha subrayado, en la
vida de grupo, un individuo tiene que acomodar sus propios actos a la incesante actividad de los demás. Lo
que él considera que éstos hacen se convierte en el contexto en el cual ha de encajar su propio acto en
desarrollo. Así pues, la expresión por parte de los demás de sus expectativas e intenciones, sus peticiones e
instrucciones, sus exigencias y mandatos, son cosas que el individuo ha de tener en cuenta a la hora de
configurar su acto. Ahora bien, evidentemente no se puede pronosticar, a partir del conocimiento de la
tendencia, cuáles van a ser los actos de aquellas personas con las que uno está destinado a enfrentarse, ni
saber cómo va uno a interpretar esos actos. La interpretación depende del modo de evaluar la situación en
que se producen. Concretamente, cuando surgen nuevas situaciones en las que se ve implicado todo un
grupo, la corriente de definición y redefinición de los actos respectivos de cada individuo favorece la
disolución de las tendencias previas.
Declaro por lo tanto, que un análisis realista del acto humano demuestra que no es la tendencia a
actuar lo que moldea o controla el acto. A lo sumo, la tendencia o disposición a actuar es un mero elemento
que interviene en el desarrollo del acto; todo lo más una tentativa inicial para una posible línea de acción.
Existen, por supuesto, casos, relativamente infrecuentes, en los que la tendencia parece dominar el acto
hasta el punto de excluir las exigencias de la situación y las expectativas de los demás; por ejemplo un
estado de melancolía, el ansia de narcóticos de un drogadicto, una cólera ciega y el terror en un momento
de pánico. En estos casos, no se produce el proceso de formulación de indicaciones a sí mismo por parte del
individuo o, como se suele decir, el individuo “pierde la cabeza”. Que tales ejemplos no constituyen el
prototipo de la acción social humana se ve rápidamente en el hecho de que están en oposición a la vida de
grupo. Si cada cual expresase libremente las tendencias o actitudes que experimenta. la vida social se
convertiría en un estado de anarquía. No existirían grupos humanos para que los sociólogos los estudiasen.
Este análisis del acto significa que lo fundamental no es la tendencia, sino el proceso por medio del
cual se elabora el acto; no la actitud, sino el proceso de definición por el que un individuo llega a crear su
acción. En el caso de la conducta individual, este proceso reviste la forma de la interacción con uno mismo,
pues el individuo o, como se suele decir, el individuo “pierde la cabeza”. Que tales ejemplos no constituyen
el prototipo de la acción social humana se ve rápidamente en el hecho enjuicia, prepara planes de acción,
elige entre ellos y toma decisiones. A su vez, la conducta de grupo o colectiva adquiere la forma de la
interacción social, definiendo cada individuo los actos de los demás y movilizándose para la acción colectiva.
Dado que el acto, ya sea individual o colectivo, se configura, elabora, y dirige mediante el proceso de
definición que realiza el individuo o grupo, según el caso, dicho proceso debería constituir el objeto principal
de estudio de sociólogos y psicólogos. El conocimiento de tal proceso sería de mucha mayor utilidad, a
efectos de predicción, si es esto lo que interesa, que cualquier cúmulo de información sobre tendencias o
actitudes. A pesar de ello, los estudios actuales sobre las actitudes ignoran el citado proceso.
En la parte que resta de este articulo, examinaré brevemente algunas otras formas en las que el
concepto de actitud es utilizado en la actualidad.
El término “actitud” puede emplearse en el sentido en que se utiliza en la vida cotidiana, cuando
hablamos de una persona que tiene una actitud humilde, alberga una sospecha, se muestra intolerante para
con los extraños, o manifiesta una actitud amorosa hacia sus hijos. Hay varias cosas a tener en cuenta en
relación con esta forma de empleo. En primer lugar, el término “actitud”, por sí solo, no añade nada a la
comprensión; puede omitirse sin que la frase pierda su significado. Podemos hacernos entender con igual
claridad diciendo que una persona es suspicaz que afirmando que manifiesta una actitud suspicaz, o
diciendo que es intolerante con los extraños en lugar de asegurar que muestra una actitud intolerante hacia
ellos; o bien, que odia a los judíos, en lugar de indicar que su actitud hacia ellos es de odio. No es el
sustantivo “actitud” lo que tiene importancia, sino el verbo, el adjetivo calificativo o el adverbio. La palabra
“actitud” se convierte en un circunloquio práctico no sólo en su uso cotidiano, sino también en el de la
literatura erudita, pero no es necesario ni constituye en sí mismo una referencia concreta. En segundo lugar,
en su uso ordinario, el término no se refiere tanto a lo que la persona hará, como al tipo de estado en que se
encuentra. Al saber que una persona muestra una actitud sospechosa, de odio, de amor, o de indecisión,
podemos asumir hasta cierto punto el papel que desempeña y en consecuencia, captar algo de sus
sentimientos, susceptibilidades y opiniones. Ello nos proporciona un indicio acerca del modo en que se
apresta a afrontar esa parte de su mundo a la que su actitud hace referencia, lo cual, a su vez nos sirve de
orientación al abordar y tratar a dicha persona. En tercer lugar, el valor de este indicio como clave para
asumir el papel de una persona, depende de cómo se caracterice su actitud. Una simple indicación como que
la actitud de alguien es recelosa, nos permite asumir su papel en cierto grado, pero no completamente; una
descripción aguda y penetrante de dicho recelo, como la que podría proporcionarnos un novelista con
sensibilidad, nos permitiría asimilar su papel de una forma más completa e inteligible. Una caracterización
estructurada en razón de un punto de vista fijo y limitado, como es el caso de los resultados de los estudios
de valoración de las actitudes, restringe la amplitud de la medida en la que podemos asumir el papel de una
persona.
En el sentido de la conducta humana que parte de la elaboración de líneas de acción por agentes
humanos, es de suma importancia asumir los papeles de éstos e introducirse dentro de su marco de
actividad. A pesar de que, como ya he dicho, el concepto de actitud no es imprescindible para ello, su
empleo como medio de facilitar la comprensión de los papeles sociales, es correcto y puede resultar valioso.
Esto podemos observarlo en la obra, merecidamente famosa, de Thomas y Znaniecki sobre el campesinado
polaco. En ella, bajo la rúbrica de la actitud, los autores nos proporcionan enérgicas descripciones de las
experiencias de personas totalmente opuestas a su insostenible tratamiento formal de las actitudes como
supuestos conceptos científicos.
La forma de empleo restante del concepto de actitudes hay que buscarlo entre algunos de los
investigadores más serios y cautelosos dedicados a la tarea de determinar su significado. Estos
investigadores no pretenden estar estudiando “actitudes”, tal como se las concibe normalmente; ni estar
tratando de aislar tendencias que inducen a actuar; ni que sus hallazgos puedan utilizarse para predecir el
comportamiento; ni que su procedimiento. en su etapa actual, sea aplicable al análisis de la conducta
individual o de grupo. Por el contrario, consideran que su investigación para determinar las llamadas
actitudes es puramente exploratoria, sin ningún juicio previo sobre si llevará o no a la confección de un
fructífero y significativo esquema para el análisis de la conducta empírica. Saben que su proyecto capta algo,
pero no saben lo que es ni conocen su alcance. Comprenden que este elemento estable no es susceptible de
un estudio empírico independiente, sino sólo de ser revelado utilizando los medios por ellos ideados, y por lo
tanto, reconocen que no están en condiciones de decir si es una tendencia para actuar ni de atribuirle
características genéricas. Para ellos, el elemento estable es un mero instrumento exploratorio para averiguar
qué utilidad puede tener, si es que tiene alguna. De este modo, debido a su naturaleza cuantitativa, puede
ser relacionado con otros tipos de datos cuantitativos. Ahora bien, desde el momento en que permite la
ordenación en un continuum, hace posible la comparación entre los diferentes individuos o grupos de dicho
continuum, y debido a que es un punto de asignación del “continuum”, permite determinar en cierto modo
las variaciones que experimenta el citado continuum en respuesta a la exposición de las personas a nuevos
tipos de experiencia. Estos estudiosos confían en que sus esfuerzos exploratorios conducirán tal vez al
aislamiento de un hecho empírico con características genéricas fijas; un hecho que, de ese modo, pueda
convertirse en un concepto científico y un instrumento analítico.
Este estudio, como todo tipo de estudio exploratorio de la ciencia empírica, es indiscutiblemente
correcto. Sin embargo, el concepto de actitud que presupone apenas puede merecer aprobación. Se
equipara la actitud a un hallazgo estable realizado mediante un determinado estudio de medición. Como la
naturaleza de tal hallazgo es desconocida, el concepto de actitud se convierte, a su vez en una incógnita “X’.
El hecho de que el citado hallazgo estable se limite a cada estudio en particular, en lugar de caracterizar a un
conjunto universal de casos, empeora la situación de por si insatisfactoria. Por consiguiente, en un sentido
estrictamente lógico, en los estudios de medición de la actitud no existe el concepto de la misma. En su lugar
hay una serie interminable de supuestas actitudes independientes o “X”, sin nada que las relacione entre sí.
Es una forma realmente extraña para un concepto que pretende ser científico.
Ya se ha dicho lo suficiente en este artículo como para resaltar que existe una auténtica necesidad
de replantear cuidadosamente nuestro pensamiento y nuestra labor en relación con el estudio de la actitud.
Este examen debiera impulsar a los investigadores serios de este campo a emprender el análisis del mundo
empírico con instrumentos más realistas y previsores.
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