REMEMBRANZAS NAVIDEÑAS Emilio Fereira Molero Diciembre 2013 Dentro de unos días celebramos la navidad. Festejamos un hecho histórico extraordinario: El Hijo de Dios, Jesús, se hizo hombre para liberarnos del mal y guiarnos por el camino de Fe, Esperanza y Amor. A pesar de las circunstancias difíciles que atravesamos, este es un tiempo para la convivencia familiar y reflexionar seriamente sobre nuestras vidas. Es el momento requerido para reanudar el amor a Dios, nuestros mayores, hermanos, relacionados, amigos y enemigos, por igual. Es también un período para una revisión, reajuste y restauración de nuestras vidas. Esa es la invitación que nos hace Juan, el Bautista quien «recorrió toda la región del río Jordán predicando […] Preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos. Todo barranco se rellenará, montes y colinas se aplanarán, lo torcido se enderezará lo disparejo será nivelado y todo mortal verá la salvación de Dios». Ese Deseo de revisión de vida me conduce a evocar mi niñez, mi familia y mi vecindad. La fiesta navideña me sabe a plazoleta de San Felipe, la Iglesia de los padres jesuitas en mi tradicional Maracaibo, sus «misas de aguinaldo» con acompañamiento de villancicos, panderetas, castañuelas y flautas de zagales y pastorcitas vestidos, por las costureras del vecindario, a la usanza de la España del inicio del siglo XX: Ay que lindo, ay que bello Ay que hermoso, ay, ay, ay Que el amor a sus ovejas del cielo lo hizo bajar Me veo en sus verbenas. Disfruto sus variados juegos. Lanzo unos aros para ensartar un obsequio que llevaré a mi hogar. Aquí compro un ticket para una rifa o un plato de comida; allá, atiendo la invitación a participar en una ronda, con mis compañeros y compañeras de niñez, preguntando en voz alta ¿Cuántos panes hay en el horno?: veinticinco y un «quemao», ¿Quién lo quemó? y al escuchar la respuesta: El panadero de atrás, salgo espitado a perseguir al panadero descuidado entre la algarabía refrescante, acompañada de alborozas melodías en los altavoces de la iglesia: Resuenen con alegría los cánticos de mi tierra y viva el Niño Jesús que nació en la Nochebuena La Nochebuena se viene, tururú, la Nochebuena se va Y nosotros nos iremos, tururú, y no volveremos más. Zumban en mi mente, queriendo salir, eventos como la divertida carrera en sacos de fique, unas veces con solo niños; otras, en parejas, a veces con el papá. No menos gozo ofrecía la carrera con una cuchara en la boca sosteniendo un huevo cocido y a veces, para disfrutar más, crudo. Con que justo sentido vivíamos y verdaderamente podíamos exclamar: Felices pascuas. Feliz recordación de la travesía del Verbo de Dios en la historia del ser humano: «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y verdad». Eran fiestas comunitarias alegres, sencillas, de intercambio de regalos muy espontáneos, ingenuos, cándidos. Un poderoso compartir. La noche del 24 era la más especial. Después de las doce vendría el niño Jesús. Aun recogen mis oídos la melodía que, desde los altavoces de la iglesia, proclamaban: Esta noche es noche buena, Noche de felicidad Esta noche es noche buena y mañana es navidad. Tendría seis años cuando el niño Jesús me sorprendió. Le había pedido una bicicleta, no me la trajo, pero me pinto de nuevo mi velocípedo. Viendo mi desanimo, papá me señaló: «Emilio, como te quiere el Niño Jesús. No se conformó con pasar y dejarte una bicicleta; tuvo que detenerse aquí, un largo rato, para pintar tu velocípedo. Te ha quedado como nuevo». Estas palabras me hicieron muy feliz. Por ello, En la misa de las nueve de ese día de navidad, propia para los niños, canté con mucho agradecimiento y gozo: Niño Lindo Ante Tí me rindo, Niño Lindo, eres Tú mi Dios. Concluida le misa, iniciábamos, a pie, el paseo anual de la satisfacción y el contento, primero, a donde tía Anita, tía Rosario, tío Miguel y tío Agustín (hermanos de mi padre) quienes vivían en la calle Providencia, a tres cuadra de nosotros. Íbamos, soñando despiertos, a buscar nuestras pistolas, de Roy Rogers, con tiritos. Luego nos dirigíamos en nuestro peregrinar a donde los primos Arrieta Molero, vecinos de la Basílica de Chiquinquirá, donde compartíamos las vivencias de los regalos del niño Jesús. De allí partíamos a la calle Venezuela a visitar a tía Ofelita, de la camada Molero Garrillo y a los Molero Villalobos, los hermanos menores de mi madre. De ellos, las más de las veces, recibíamos el aguinaldo en efectivo, logrando acumular la respetable cantidad de hasta cien bolívares, (verdaderamente fuertes) per cápita; una fortuna equivalente, para la década, a 10 días de salario. En la tarde, después de haber almorzado un buen revuelto de pollo, macarronada y ensalada de gallina, completados con un trozo de majarete y dulce de limonzón, se nos abrían varias alternativas: ir a la vespertina y ver una película de estreno de Disney o coger una hora de carro (aún no se llamaban taxis) de la línea de Teresio Cañizales y, por cinco bolívares, recorrer la ciudad. Al regresar a la casa intercambiábamos experiencias con papá y mamá, antes de recogernos en las hamacas para un sueño renovador. Tuvimos unas navidades felices que constituyen la base de nuestra celebración actual con nuestros hijos, ya adultos, y nuestros nietos. Nuestra navidad respondía a lo que el Papa Francisco ha denominado en su reciente Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: «Alegría que se renueva y se comunica» En tal documento el papa recomienda una renovación de la vida cristiana: «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado». Es hora de recuperar el sentido de la navidad con un ambiente de sabor y festejo; de reunión y encuentros; de calidez y felicidad. Debemos recuperar la tradición de la llegada del niño Jesús con sus regalos parte valiosa de nuestra identidad cultural, junto a los aguinaldos, el pesebre, las gaitas, la mesa navideña, las parrandas, las paraduras del niño, las bromas del día de los inocentes, el abrazo de año nuevo en familia. Todas estas celebraciones contribuyen a fortalecer la solidaridad y los valores nuestros; hacen de Venezuela una región más acogedora y ayudan a realizar la travesía de un periodo que se cierra a otro que se despliega lleno de Fe, Esperanza, Amor y de nuevos sueños.